Si revisamos la bibliografía de Marechal, vamos a encontrar que escribió de todo: novelas, ensayos, crítica literaria, teatro, algunos cuentos. Pero basta con leer unas páginas para entender que toda su escritura está atravesada por el lente de la poesía.
Porteño del 900, Marechal perteneció a esa camada de autores (Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Jacobo Fijman, Macedonio Fernández: el grupo de la revista Martín Fierro) que —con la sutil irreverencia de todo joven hastiado de la historia— creía en la palabra como manifestación de la belleza, como un ariete para la demolición de estructuras decadentes. La poesía, en fin, como un primer movimiento para cambiar el mundo.
Aquellos fueron los años de sus primeros poemarios: Los aguiluchos, Días como flechas, Laberinto de amor, Sonetos a Sophia, entre otros. En 1948 llegó Adán Buenosayres, la novela inconmensurable, inquietante en su profundidad y con la que Marechal pareció, finalmente, haberlo dicho todo. Pero todavía faltaba más y, en pequeñas dosis, llegaron las piezas teatrales: Antígona Vélez, Las tres caras de Venus, Don Juan y varias aún inéditas. También, El banquete de Severo Arcángelo y Megafón, o la guerra, su novela póstuma.
Pocos autores argentinos vieron entrelazada vida y obra con vínculos tan estrechos como los de Marechal. Nadie, seguro, fue tan explícito en sus intenciones y en el relato de su propia existencia. «En esa otra navegación que va del niño al hombre, se me trabucaron los planes y la vida; y todo entró para mí en un tirabuzón del suceder, entre lírico, dramático y cómico», anotó en el prólogo a la novela El banquete de Severo Arcángelo.
Cualquier biografía de Marechal deja gusto a poco; la verdadera semblanza del niño y el hombre —con sus sueños, miserias, logros y caminos compartidos— está apenas disimulada en Adán Buenosayres, su obra definitiva.
Un viaje místico y misterioso
Las más de 600 páginas de Adán Buenosayres relatan las últimas horas de su protagonista en un recorrido por los barrios porteños de Villa Crespo, Saavedra y el centro. Lo acompañan varios amigos: el filósofo Samuel Tesler, el astrólogo Schultze, el criollista Pereda, el petiso Bernini y otros paseantes ocasionales.
Pero a no confiarse. En flagrante enemistad con el breve espacio de tiempo y espacio que transita, la novela se agiganta hacia el propio interior de Buenosayres (y de Buenos Aires) hasta volverse casi inabarcable. El viaje se convierte en una epopeya en la que se cruzan lo místico y lo metafísico, lo religioso y lo mundano, la alta filosofía y el chiste escatológico, las tensiones entre lo nacional y lo universal, el amor ideal y el amor terreno. Todo, narrado con una belleza sobrenatural, una profusión de metáforas inolvidables y el tono exaltado del poeta arrebatado por la inspiración.
«Al escribir mi Adán Buenosayres no entendí salirme de la poesía», dijo Marechal en los puntos fundamentales de su vida. Y añadió: «…me pareció que todos los géneros literarios eran y deben ser géneros de la poesía, tanto en lo épico, lo dramático y lo lírico».
En los casi 20 años que demoró en terminar la novela, Marechal volcó en el protagonista sus propias experiencias de la infancia en la localidad de Maipú, el contacto con las vanguardias artísticas en Europa, su trabajo como maestro de escuela y sus devaneos poéticos sobre Villa Crespo, el barrio que había elegido para vivir.
La novela hasta lleva, incluso, su propio nombre: de chico, en los viajes al sur, sus amigos lo recibían al grito de «Ahí llega Buenos Aires». Por otro lado, la barra de bohemios que acompaña sus andanzas está poco menos que calcada de sus colegas de Martín Fierro. Así, Schultze es el artista plástico Xul Solar; el filósofo judío Tesler es el poeta Jacobo Fijman y Luis Pereda —a quien Marechal describe como «un jabalí ciego»— es Jorge Luis Borges. Esta semblanza entre elegíaca y paródica de su generación, sumada a una fervorosa adhesión al peronismo, le vale el rechazo de los círculos literarios y críticos, y lo sume en un largo período de ostracismo. Se transforma, en sus propias palabras, en «el poeta depuesto».
El costado autobiográfico reaparece también en varios de sus poemas y hay en los escritos de Marechal una intención general de vincular las experiencias personales con lo que luego desarrollará en la ficción. Puestos a fabular, podríamos imaginarnos a Marechal como un blogger bastante activo; como un internauta que comparte sus reflexiones en las redes sociales y forma parte de colectivos artísticos que difunden sus trabajos a través de la web.
El poeta inmortal
En varias obras, Marechal puso en discusión el arribo de la tecnología y su irregular convivencia con el ser humano. El comienzo de Adán… describe una ciudad en la que «…desde Avellaneda la fabril hasta Belgrano ceñíase a la metrópoli un cinturón de chimeneas humeantes que garabateaban en el cielo varonil del suburbio corajudas sentencias de Rivadavia o de Sarmiento».
El poema del robot también ubica este tema como eje central, con pasajes como «Aquí yace un ensueño más real / que los cuatro electrones de berilio». Los soportes alejados del papel tampoco le resultaron ajenos: la prueba está en el disco Autobiografía poética, en el que deja grabadas experiencias de su trabajo como escritor y una selección de poemas.
La influencia de Marechal excede con mucho los límites literarios. Recordemos que el cantante Miguel Abuelo tomó su nombre artístico y el de su banda de un pasaje de El banquete de Severo Arcángelo: «¡No sin razón Pablo Inaudi me llamó algunas veces Padre de los piojos y Abuelo de la nada!». Andrés Calamaro —un ex integrante de Los abuelos de la Nada— compuso una serie de mezclas (mash-ups) en las que une la voz de Marechal con la música de Astor Piazzolla y Miguel Poveda. De esta forma, deja constancia de una impronta poética inevitablemente adherida a la ciudad de Buenos Aires.
Por su magnitud y belleza, por la cantidad de otras novelas que contiene entre sus páginas, no es temerario calificar a Adán Buenosayres como uno de los libros mayores de las letras argentinas. Sin lugar a dudas, la obra de Marechal resulta ineludible para entender nuestra cultura y siempre merece la pena una nueva lectura, una mirada libre de prejuicios, una recomendación continua. Que siga multiplicándose y renaciendo en cada lector, porque, como bien dijo Marechal: «La historia de un poeta no tiene fin, aunque la muerte lo pretenda».
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Tomado del Portal EducAr
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