
«Letanías con un dolor antiguo», de Francisco de Oraá (1929-2010), es un poema mucho más complejo que lo que aparenta. No es notorio en él, el tono conversacional de otros poemas suyos, hay un sentido ontológico que enfrenta al ser humano a uno de los Pensamientos de Blas Pascal: la vida entre dos puntos, el nacimiento y la muerte. Y de la vida y de la muerte se trata en este poema de angustia y cierto grado de desolación. Su cualidad formal para su mejor entendimiento es el encabalgamiento que se produce desde la mitad del primer verso hasta el final del texto, y en esa forma es que hay que leerlo, ayudado por los signos de puntuación, por lo general comas, en la mitad de cada verso. El poema no es versolibrista puro, porque si bien no usa la rima, el sustento versal es el endecasílabo, con una polimetría que pasa a versos de más o menos sílabas que ese patrón estructural. Cada verso tiene hemistiquios, por lo general de cinco más seis sílabas, y precisamente esos hemistiquios son los que encabalgan el segundo del primer verso con el primero del verso siguiente, y este procedimiento se sigue hasta el final.
Esta refinada estructura está divida por tres estrofas de seis versos cada una, en las que el sexto verso es siempre un tridecasílabo. El poema debe comenzar con un hemistiquio introductorio que no va a encabalgarse, por ser las primeras cinco sílabas del primer verso: «Detén el tiempo», que funciona como preámbulo, como planteamiento del «problema» o del asunto general del texto: la fugacidad de la vida, recurrente desde muy antiguo en la poesía universal. «Detén el tiempo» no es exactamente una orden, es un ruego, una solicitud, según se observa al continuar leyendo el poema, que encabalga el siguiente hemistiquio con el primero del verso siguiente de esta manera: «forma de los seres / Detén la muerte», y se cumple el sentido de la letanía, que equivale a encadenamiento de ideas con trasfondo de ruego: insistencia larga, reiterada, que también tiene otras connotaciones dentro de la fe católica. De modo que la letanía adquiere un sentido de ruego, no de mandato, y el poeta sigue:
Torre de los vuelos
Cubre mis ojos, Vientre de palomas
Quiebra el olvido, Piedra de sonrisas
Sostén la nada…
A veces, en medio del verso y tras una coma, usa la mayúscula inicial de la palabra, más que subrayándola, ofreciéndole algún sentido trascendente o convirtiéndola en un alegorema. O también es una indicación más de cómo el poema debe ser leído.
El texto es mucho más directo en su expresión que si usase una alegoría. El procedimiento de la mayúscula marca la obligatoriedad de lectura que le ofrece el poeta, y solo el sexto verso de cada estrofa no cuenta con esa mayúscula en el centro, como si se advirtiera que va a cambiar de estrofa. Las palabras en mayúsculas cobran connotaciones especiales: Torre, Vientre, Piedra, Madre… Agua, Rama, Boca, Tú, Vuelo… Espejo, Idea, Copa, Árbol. Comportan trascendencia. Cada una de estas palabras adquiere un valor simbólico inevitable y pueden dárseles variedades de interpretaciones, lo que asemeja el recurso a la alegoría, en su mayor parte cercanas a los credos cristianos. No resulta lo mismo que cada verso comience por mayúsculas, lo cual es una vieja tradición de la poesía de lengua española que Oraá sigue sin poner en solfa.
«Letanías con un dolor antiguo» no resulta una elegía. Es el ruego, la oración, el rezo del poeta ante fuerzas que representan las palabras en mayúscula en el centro de cada verso. Si se introdujo con «Detén el tiempo», tal ruego debería haber sido hecho a la Divinidad, fuera del texto, pero el siguiente es claro: «Forma de los seres / detén la muerte»; el poeta pide a la forma de la materia, a la arcilla constitutiva del cuerpo humano, que pare de morir, de ir muriendo día a día, y las «letanías» que siguen así lo ratifican, todas de alguna manera relacionadas con la muerte: «Cubre mis ojos», «Quiebra el olvido», «Sostén la nada»: muerte, olvido y nada conjurados, se ven contradichos en el reclamo final de la primera estrofa: «Madre de hojas ciegas / Apaga el tiempo cada vez». La complejidad del poema se asienta en esa contradicción entre el reclamo de una vida ¿inmortal?, y la inevitabilidad de la muerte del ser efímero: «Rama de los sueños, / Apaga el tiempo…», «Vuelo de la sed, / Quiebra la noche…». Entre apagar el tiempo, cerrar por tanto la vida, y quebrar la noche, la densa oscuridad, la muerte misma, hay una diferencia radical. Lo inevitable surge siempre cuando el sujeto lírico se convierte de hecho y sin rodeos en un «yo»: «oscura puerta de palomas / Cubre mi muerte». Pero el ruego vuelve a su contradicción cuando el poeta letaniza: «Transparencia en noche / Cierra la muerte, alumbra con palomas la muerte». Aquí, de pronto, cierra el poema. Y se ha dicho tres veces: «Detén la muerte», «Cubre mi muerte», «Cierra la muerte». Tres formas sumamente diferentes: detener, no hacerla avanzar; cubrirla, darla como hecho consumado o que se consumará; y en todos los casos, aparece (cuatro veces en un poema de dieciocho versos), la paloma, que no puede dejar de tener aquí un valor simbólico.
Como no le da color a la evocada paloma, no sabemos si es el símbolo de la paz, cuando viene al arca de Noé con una ramita para mostrarle que el diluvio ha acabado; tampoco se especifica si es blanca, lo que le daría la connotación del Espíritu Santo, o del cristiano bautizado en sentido general. Siempre puede pensarse que ella es el símbolo de la reconciliación con Dios. Pero lo divino no aparece nunca directamente en el poema, el asunto de detener o de no hacer avanzar a la muerte inexorable no tiene connotaciones de «milagro», solo de ruego. Y la paloma puede ser también símbolo del mártir, si tuviese un laurel en el pico. Me inclino más al sentido alegórico de la paloma como el alma en estado de inocencia, porque en el poema hay una cierta inocencia de solicitud, un cierto tono de templanza (que también simboliza la paloma), como moderación, sobriedad, continencia, puesto que no es un ruego enfático, es una letanía, algo que un ser obsesivo repite hasta el cansancio, obcecado por la idea de la muerte. También la paloma se relaciona con Afrodita y por tanto con eros, con lo erótico, con el amor frente a thanatos, la muerte. La paloma puede ser aquí una constancia de la resistencia de la vida. Un deseo de proseguir.
Oraá se las arregló para, en tan breve poema, introducir un mundo de ideas contrapuestas, lógicas, de imprecación y de ruego. Para rogar, es necesario un ser superior a quien dirigirle la súplica, que contiene la letanía. Aquí se aplica sin titubeos aquellos versos de Lezama Lima en Fragmentos a su imán: «la contradicción de las contradicciones / la contradicción de la poesía». Entre la inevitabilidad y el deseo de parar a la muerte, debe haber en el texto un Dios escondido, un Ser superior al que se dirigen las súplicas, sutiles súplicas que a veces no parecen serlo, y hasta se sintiera un sutil mandato como sermón o encargo que se hace el hombre a sí mismo. Menos probable esta última interpretación, cabe sin embargo en el deseo de parar a la muerte, cuando el hombre, pequeño-dios, lanza su letanía al viento para conjurar lo que no quiere que ocurra.
Hay mucho más, cada verso, o mejor sea dicho, cada ritmo encabalgado, trae un nuevo reto ante el poema: no hay una uniformidad de la letanía, por eso el título es en plural, letanías; no se trata de la repetición automática de un «Dios te salve María…», sino de una conjunción de ideas en torno a la vida y a la muerte, a la fugacidad del tiempo, a la sed de vivir más. Repite la palabra sed: «Agua de la gracia / Mi sed cobija», «Vuelo de la sed / Quiebra la noche», dos miradas diferentes a esa sed simbólica que no es de agua pura y simple, sino que debe ser apagada por el «Agua de la gracia», para quebrar la noche, las tinieblas, la muerte misma.
Un poema que comenzó con una «introducción»: «Detén el tiempo», culmina con un ruego ante lo inevitable, el tiempo no puede ser detenido: «alumbra con palomas a la muerte». Y como al final la paloma aparece dos veces en plural, «palomas», habría que evocarlas como símbolos del amor, dos palomas enlazadas. El amor es otro trasfondo del texto, otro Dios escondido, o el mismo Espíritu Santo que aparece en el bautizo y en la redención de la carne, en el culto cristiano.
Bello, breve, arduo y complejo texto de Francisco de Oraá, que no debería ya faltar jamás en ninguna rigurosa antología de la poesía cubana.
Letanías con un dolor antiguo
Detén el tiempo, forma de los seres Detén la muerte, Torre de los vuelos Cubre mis ojos, Vientre de palomas Quiebra el olvido, Piedra de sonrisas Sostén la nada, Madre de hojas ciegas Apaga el tiempo cada vez, ala en la noche Sostén mis ojos, Agua de la gracia Mi sed cobija, Rama de los sueños Apaga el tiempo, Boca de las luces Bocado solo, Tú que piensas noche Llamea en el tiempo, Vuelo de la sed Quiebra la noche, oscura puerta de palomas Cubre mi muerte, Espejo de la gracia Sacia mi noche, Idea de los vuelos Corta los pasos, Árbol en el olvido La muerte apaga, Copa de palomas Detén la nada, Transparencia en noche Cierra la muerte, alumbra con palomas la muerte.
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