Alguna vez leí, en un estudio sobre la correspondencia de Marco Tulio Cicerón, que el género epistolar era el más difícil de toda la creación literaria. La razón aducida era simple: es más difícil interesar, atraer e incluso encantar a una persona específica, que a un público lector anónimo. De aquí la importancia de asomarse, siquiera con brevedad, a los fascinantes textos epistolográficos de Gaspar Betancourt Cisneros dirigidos a José Antonio Saco, por lo que revelan tanto sobre el remitente y el destinatario, como sobre la situación de Cuba en los años que preceden a la Guerra de los Diez Años.
El Lugareño,1 cuyo sesquicentenario de muerte debiéramos conmemorar este año con mucho más relieve del que hasta el momento percibo en este complejo año de 2016, solo puede ser con justicia valorado si examinamos su pensamiento en su devenir, sin parcializarnos en una u otra etapa de su evolución ideológica. Hay que reconocer que mucho de la injusta sombra en que ha permanecido el ilustre camagüeyano se debe a la esquemática parcelación que se ha venido haciendo de su trayectoria, una mirada crítica parcializada que se ha fijado solamente en sus años como anexionista, olvidando que, en realidad, el itinerario de su existencia como cubano se inició precisamente como independentista, y precisamente como independentista concluyó su vida. Vidal Morales lo valoró en alto grado, al punto que escribió sobre él:
Era, como decía José de la Luz y Caballero, un patriota a toda prueba, todo hidalguía y buena intención: de los que nunca estuvieron conformes con la dominación española: de los que jamás confiaron ni hicieron caso de promesas de reformas y se burlaba de los que algo esperaban de ellas, demostrando la entereza de sus convicciones hasta en el delirio de su agonía, en que rechazaba la sombra de España, a la que se imaginaba ver ahogando á Cuba, y apostrofándola enérgicamente exclamaba: ¡vete! ¡vete!.2
Es imprescindible traer a colación un juicio de José Martí publicado en Patria el 2 de octubre de 1894 sobre Salvador Cisneros Betancourt, llamado coloquialmente Tina, quien no debe ser confundido con su homónimo Salvador Cisneros Betancourt, marqués de Santa Lucía, que ni siquiera fuese pariente cercano suyo, a pesar de la coincidencia de apellidos; en cambio, era familiar muy próximo suyo Gaspar Cisneros Betancourt. Esa coincidencia antroponímica con el marqués motivó que se lo llamara coloquialmente por el nombre pila de su madre: “[…] dada la identidad de nombres, solían aplicarle [Nota de L. A. A.: según hábito muy extendido en toda Cuba incluso hasta la década del ochenta del s. XX], el mote que le daban a su madre (Tina), de modo que cuando alguien hablaba de Salvador Cisneros, Tina, sabían que todos que aludía al hijo de Tina, y no al Marqués”.3 En ese obituario sobre el destacadísimo patriota Salvador Cisneros, Tina, una referencia colateral a El Lugareño que escribe Martí constituye un mentís cabal para todos los que han querido, en lamentable y mezquino esfuerzo, restarle dignidad a la estatura independentista de Gaspar Betancourt:
Aún viven, aún habrán renovado la promesa al borde de su fosa —porque no basta vivir en el destierro para curarle a la patria la desventura—los que con él, en tiempo de hombres, conspiraron al lado de Gaspar Betancourt. Ellos dieron con el remedio de la deshonra de todos, que ha sido siempre el sacrificio de algunos.4
¿Quién podría cuestionarle a José Martí esta valoración excelente sobre El Lugareño?
Ya en el siglo XX un historiador tan ilustre y confiable como Emilio Roig de Leuchsenring insistía en una cuestión esencial relacionada con la formación primera de Betancourt Cisneros:
A los 19 años de edad se dirigió a los Estados Unidos. No volvería a Cuba hasta doce años más tarde. […]. En la nación americana puede decirse, con palabras de Luz y Caballero, que templó el alma para las luchas de la vida y recibió las lecciones fundamentales que lo armarían para toda su vida de cruzado de la libertad y del decoro de su patria y sus compatriotas, pues en Filadelfia y en las tertulias de su pariente Bernabé Sánchez, conoció las ideas —“oía, aprendía y callaba”— de José Antonio Miralla, Vicente Rocafuerte, Manuel Vidaurre y José Antonio Saco, precursores y apóstoles de la transformación política, social y cultural de la gran patria americana, cuyas doctrinas y pronunciamientos habían de dejar en el corazón y el cerebro del joven camagüeyano imborrables huellas, formando su personalidad de patriota revolucionario.5
Roig de Leuchsenring, acendrado defensor de la identidad cultural y la independencia orgánica de Cuba, no hubiera escrito esas palabras en 1962 —ya en su plena y final madurez de pensador— si no hubiera podido examinar con minuciosidad la evolución de El Lugareño. Por eso no deja de señalar una cuestión sobre la cual el esquematismo que ha tildado con ligereza a Betancourt Cisneros como “anexionista”, sin tener en cuenta la evolución de su pensamiento. Me refiero a su participación en gestiones realizadas por un grupo de independentistas cerca de Simón Bolívar para recabar su apoyo a la independencia política de la isla.6 Nos recuerda Roig de Leuchsenring que El Lugareño: “En 1823 integró, con Miralla, Fructuoso del Castillo, José R. Betancourt, José Agustín Arango y José Aniceto Iznaga, la delegación encargada de visitar al Libertador Bolívar en demanda de apoyo para la libertad de Cuba”.7 La desalentadora respuesta de Bolívar a la delegación cubana es también recordada por Roig de Leuchsenring. El Libertador les habría contestado: “No podemos chocar con el Gobierno de los Estados Unidos, quien, unido al de Inglaterra, está empeñado en mantener la autoridad de España en las islas de Cuba y Puerto Rico”. 8 Estas palabras reflejaban una situación objetiva en relación con la política de ambas potencias en el Caribe y en relación con España. El Caribe durante los siglos XVI, XVII y XVIII había sido una zona peculiar en la que, en ocasiones, se habían microlocalizado y aun solventado las contradicciones entre las grandes potencias europeas y se diría que estas pretendían mantener allí ese status quo. Creo que no puede desatenderse el efecto que esa objeción de Bolívar debió de haber causado en el joven principeño.
Por otra parte, es fácil comprender que para el joven Betancourt, si el Libertador, figura cimera del independentismo latinoamericano, se reconocía incapaz de ayudar a la voluntad libertaria de los cubanos, había que buscar otro camino para deshacerse del horror de la colonia. Lo verdaderamente negativo hubiera sido que Betancourt renunciara por completo a toda aspiración de mejorar el destino de su patria. Y eso era imposible para El Lugareño no ya desde el punto de vista ideológico, sino sobre todo desde el de su noble personalidad. Benigno Vázquez Rodríguez capta muy bien este ángulo de la cuestión al señalar: “Espíritu progresista y generoso, ante el estado de indefensión y de incultura en que se debaten sus paisanos, siente en lo más hondo de su corazón el sincero y desinteresado anhelo de remediar su situación […]”.9 Pero el activismo social y el espejismo anexionista resultaron salidas insuficientes para su compromiso con la sociedad cubana. Una carta suya desde Nueva York a Saco, del 30 de agosto de 1848, nos muestra a El Lugareño detallándole a aquel argumento que a su juicio podrían explicar la tendencia anexionista en ese momento:
Pero tú sabes lo que es un Gobierno y cómo debe y puede presentarse el de los Estados Unidos. Se asegura que están dadas las instrucciones al Ministro [Nota: se refiere al embajador norteamericano en Madrid, Mr. Saunders] americano para entablar las negociaciones de compra pacífica de la Isla. Las razones, los fundamentos no te pueden ser desconocidos. Cuba es necesaria a la conservación de los Estados del Sur; Cuba está en riesgo de caer en manos de los ingleses; Cuba corre el riesgo de una revolución de los blancos o de los criollos disgustados con su gobierno y maltratados y estafados hasta la médula de los huesos; o de otra revolución de los negros, procedentes ya de las sugestiones inglesas, ya del ejemplo de las Colonias vecinas, ya del aumento de negros que constantemente se introducen siendo público y notorio que está reorganizada la sociedad negrera a cuya cabeza figura la Duquesa de Rianzares [nota: sic en vez de la duquesa de Riánsares, María Cristina de Borbón-Sicilia, madre de la reina Isabel II] y su hechura Roncali para traer 10,000 etiopes [sic] del Brasil. Todas estas razones y hechos parece que inducen al gobierno de los Estados Unidos a tomar cartas en el proyecto de anexión por compra; y a mí no me queda duda de que si no les venden, emplearán otros medios.10
Pero su postura anexionista, asumida por sucedáneo de un independentismo considerado en un momento dado como imposible, era actitud influida asimismo por el miedo al negro y al mestizaje que marcó a las clases dominantes de la isla durante las primeras décadas del siglo, habría de ser superado. Betancourt lo trasluce nítidamente en esa misma carta a Saco, en que expresa que quiere:
[…] anexión para tener un apoyo fuerte contra la Europa y contra nosotros mismos que al cabo, Saco mío, españoles somos, y españoles seremos engendraditos y cagaditos por ellos, oliendo a guachinangos, zambos, gauchos […] ¡Qué dolor, Saco mío! ¡Qué semilla! ¡Oh! por Dios, hombre: no me digas que deseas para tu país esa nacionalidad! ¡No, hombre! Dame turcos, árabes, rusos; dame demonios, pero no me des el producto de españoles, congos, mandingas y hoy (pero por fortuna frustrado ya el proyecto) malayos para completar el mosaico de población, ideas, costumbres, instituciones, hábitos y sentimientos de hombres esclavos, degenerados y que cantan y ríen al son de las cadenas; que toleran su propia degradación y se postran envilecidos ante sus señores!11Esta actitud, sin embargo, habría de ser dejada atrás por Betancourt. Otra carta a Saco, del 19 de octubre de 1848, después de haber recibido una misiva de Saco en respuesta a la anteriormente citada, pone de manifiesto su convicción de que la esclavitud debe ser abolida.12 Entre otros historiadores, Benigno Vázquez Rodríguez consigna: “En 1861 regresa nuevamente a La Habana, reconociendo honradamente el error y el fracaso del ideal anexionista”.13
Por otra parte, vivió un tiempo en que los debates ideológicos en Cuba estaban más que enturbiados por una polarización esquemática, conducente a la desunión; él mismo escribió sobre el ambiente insular: “ni aun racionalmente se puede hablar, porque o lo bautizan a uno de insurgente o de abolicionista, que hoy es peor que insurgente”.14 En efecto, las opiniones se encrespaban sobre todo en relación con el asunto capital de la abolición de la esclavitud, que había llevado a algunos a asumir una postura ético-social de gravísimas consecuencias, descrita como sigue por El Lugareño: “hoy es delito tener y hasta manifestar compasión de los esclavos: la humanidad y el buen trato, nada de esto se puede recomendar en el día porque son sinónimos de abolicionismo”.15 Es solo una pincelada del autor, pero no puede negarse que es sobrecogedora: la ética social es un componente de la columna vertebral de toda sociedad, más aún de una que se encontraba en el terrible trance de su nacimiento como nación. Recuérdese que uno de los aspectos más deslumbrantes del pensamiento del P. Félix Varela, de José de la Luz y Caballero y de José Martí Varona es su reflexión enfática sobre los valores de la sociedad cubana. En este sentido, las cartas y el periodismo de Betancourt Cisneros se enfocan, una y otra vez, sobre la eticidad social imprescindible para que Cuba alcanzase su destino histórico. Por eso Roig de Leuchsenring, al valorar el conjunto de las ideas y la obra de El Lugareño, declaraba con incuestionable certeza:
Como Varela también, sin desdeñar la labor regeneradora mediante la educación y el mejoramiento material colectivo, pensó, mantuvo y practicó que la revolución era el medio único de que los cubanos lograran extirpar los graves males que padecían bajo el dominio español.
[…]. En octubre del año 1856 [El Lugareño] afirma, ratificando solemnemente las finalidades de la revolución que ha propugnado y propugna: “La libertad de Cuba y su completa independencia son el único objeto de nuestra Revolución”.16
No podía esperarse otra cosa de un historiador de la fuerza y la perspectiva ética de Roig de Leuchsenring: no se detiene en el árbol, sino que examina el bosque, amplio y bien enraizado en la axiología social, de las ideas de El Lugareño. Por eso agrega una cuestión fundamental que hemos venido olvidando y que ha influido quizás en el silencio sobre El Lugareño, incluso en este sesquicentenario:
Con estas declaraciones, El Lugareño abjura totalmente de los empeños anexionistas a que le llevaron los fracasos de las conspiraciones independentistas de los Soles y Rayos de Bolívar, de la Gran Legión del Águila Negra y de la Mina de la Rosa Cubana, y también la dolorosa perspectiva de continuar bajo el intolerable despotismo español y el espejismo con que seducía a muchos cubanos el ambiente de libertad y democracia que se respiraba en los Estados de la Unión norteamericana.17
De acuerdo con este punto de vista esencial, el prócer camagüeyano — hayan sido las que fueren sus transitorias veleidades anexionistas— culminó su vida en clara y firme posición de independentista. Las cartas dirigidas por él a José Antonio Saco —indoblegable partidario de la autodeterminación de la isla— son documentos que evidencian el proceso mismo de maduración política que llevó a Gaspar Betancourt a abrazar finalmente las posturas de Saco.
Entre las muchas zonas de nuestra cultura que permanecen aún sin investigar, se encuentra el lenguaje coloquial cubano en el s. XIX: ese es el primer valor de las cartas de El Lugareño, quien, firmando Narizotas, se dirige siempre a su amigo Saquete con un lenguaje matizado de sabrosísimos coloquialismos insulares: “Saquete mío: Con el placer que siempre he recibido tu gratísima, fecha en St. Omer a 4 de julio. ¡Qué babujal tan pinchín! No te morirás del cólera, pero sí del miedo que te trae de Ceca en Meca”.18 El expresivo empleo de coloquialismos se combina con la ironía, empleada muy a menudo como ingrediente descriptivo y valorativo en sus comentarios sobre la confusa situación ideológica de Cuba:
¡Así pudiera salvarse nuestra Cuba, Saco mío! Pero aquí [nota: se refiere a los Estados Unidos] hay médicos y asistentes leales que atisben, vigilen y apliquen remedios; mientras que los médicos y asistentes de Cuba en vez de remedios suministran el veneno que apresura la muerte. ¡Qué dolor, Saco! Cuba no muere de la enfermedad; muere asesinada por médicos y asistentes. Pregunta si no, cómo ha sido el combate reciente entre un buque inglés y tres negreros sobre las costas de tu tierra: pregunta cuántas expediciones han salido y se preparan a salir para África, por la Compañía negrera de la [sic] Habana a cuya cabeza está la madre de la Soberana de España y ama de la Colonia de Cuba; pregunta con qué engordan el riñón los Capitanes Generales, todos los empleados, todos los españoles, en fin, nuestros amorosos padres; y pregunta de qué modo y por qué medios se proponen conservar la posesión de Cuba, y el derecho de gobernarnos sin condiciones y estafarnos sin caridad ni mesura.19
Sus cartas al compinche queridísimo, jalonadas de un fino lenguaje reflexivo, sereno y, por momentos, majestuoso, son testimonio imprescindible para un estudio, aún por hacerse integralmente, sobre la norma lingüística nacional en esa centuria. Pero esto no derivaba de una estrecha manera personal de expresarse ni mucho menos de una vulgaridad inconsciente. Muy al contrario, su afición por el lenguaje popular cubano en su periodismo y varias de sus cartas derivaba de una voluntad ética expresamente declarada:
Quiero que al leer El Lugareño entiendan que habla un lugareño. […] Bajo el nombre de El Lugareño ¿qué esperáis encontrar? Un lugareño. Pues no es engaño; acaso hallaréis un mocito bobalicón, guanguero, bullabulla, echador de roncas como un andaluz, y llorón como hijo de vieja, que regaña como marido, suplica como amante, que os tiende lacitos aquí y allí, y os descubre los lazos que os tienden otros, que censura vuestras costumbres, maldice vuestras malas manías y repugna vuestras rutinas.20
En su prosa más apasionada —la de epístolas y la del periodismo— habla como uno más, para advertir y criticar desde el lenguaje de todos. Su interés funcional —y sobre todo patriótico— por el lenguaje coloquial se había iniciado incluso antes de crear su imagen de El Lugareño. Ello no excluía un dominio cabal del idioma, como cuando —en carta del 19 de marzo de 1850— le dice a Saco: “Pero escríbeme algo de esa gran República y de su Presidente con ínfulas de Emperador”,21 irónica y elegante frase con la que evidencia que intuye ya el golpe de estado en la II República francesa y la conversión de su presidente en el emperador Napoleón III. Lo curioso es que seguidamente Narizotas regresa al tono coloquial, que resulta no meramente irónico, sino sobre todo sarcástico:
[…] y échale una zancadilla al Pirineo y llévale algún diente de caimán o brujería de las que gastan en el Bayamo para enfechizar a la gente, al niño Paco 1°, o como se llame el niño que ha de parar Isabelilla para redención de cubanos, según dicen y esperan en nuestra tierra, que nos redimirán y montearán como cabras descarriadas que son las que el buen pastor trata de traer al redil, pues que las otras están seguras. ¿Qué dices? ¿Te meterás en el corral? [nota: feroz alusión al esperado nacimiento de un heredero de la reina Isabel II y de su marido, Francisco, reputado de homosexual por los opositores de la monarquía y a las conocidas infidelidades de ella, cuyos hijas habrían sido procreados por diferentes amantes].22Su interés por el prosaísmo coloquial se vinculaba directamente con una preocupación ética fundamental. En efecto, el 21 de marzo de 1838 había publicado en la Gaceta de Puerto Príncipe, como refiere Emilio Roig de Leuchsenring: “[…] un artículo, Diálogo de Tío Pepe. Tío Pepe y el Lechuguino — donde pone de relieve, por boca del rústico montuno que es Tío Pepe, la inutilidad de la educación, la cultura y el progreso, si no van acompañados de las virtudes eternas”. Betancourt señalaba en dicho artículo por boca de Tío Pepe —encarnación de un típico personaje popular, arraigado en la tradición de la cultura insular— con una afilada ironía con la cual se burla de la cultura sin substancia y sin valores:
Mis hijos son todos caballeros: ni varones ni hembras saben trabajar… ¡Y qué bien me ayudan! Por eso me has encontrado aquí; ofreciéndome varias diligencias y he tenido que venir del campo a agenciarlas personalmente, porque el mayor de mis hijos está siempre hecho un Pilatos sentenciando las causas fingidas que componen allá en la academia de bachilleres; otro vive y muere en un caramanchel, apuntándole [sic] a todos los campanarios y lomas que divisa para calcular sus nimbos y distancias y alturas; otro no hace más que ir y venir al hospital y al camposanto a buscar huesos, diz que para sacar en claro por los chichones y agujeros de las calaveras si los dueños de ellas eran locos o cuerdos, bribones o santos. De mis hijas no digo nada: esta mañana salieron después de almuerzo a buscar ferronées y corcées y quinquées, que Dios me perdone si éstas no son cosas malas, pues ya es una gracia usar palabras que nadie entiende. La infeliz Petronila está más achacosa que yo; y mientras los hijos se ilustran y refinan, no hay quien nos haga una diligencia ni nos traiga una taza de chocolate. ¡Esta es la ilustración del siglo! ¡Estas son las virtudes del siglo!23
En dos pinceladas ha descrito aquí uno de los males mayores que aquejaban la ideología de muchos de los criollos en el s. XIX cubanos, entregados a un tonto mimetismo de modelos culturales extranjeros y entregados a la torcida noción de que el trabajo era una actividad que no correspondía a las personas cultas —postura que todavía Martí critica con dureza, sobre todo en su ensayo Nuestra América, cuando caracteriza a este tipo de criollos como sietemesinos—.
No fue, pues, un costumbrista superficial, sino reflexivo y con marcada finalidad axiológica: se sirvió de la crítica de costumbres para ayudar a despertar la conciencia regional e insular. Los temas tratados en su correspondencia con el intelectual Saco, por otra parte, son de vital importancia para comprender no ya los hitos, sino sobre todo los procesos ideológicos que se desarrollaron en la isla durante la primera y fundamental primera mitad del XIX. Una carta a Saco, del 30 de agosto de 1848, entra de lleno en la polémica suscitada en Cuba y fuera de ella por el decisivo folleto de José Antonio Saco, Contra la anexión. Betancourt, en ese momento posicionado —pero de modo menos categórico de lo que se suele suponer— con los anexionistas, le comenta —respeto la ortografía del texto original— a su amigo bayamés:
El partido anexionista de Cuba es mayor de lo que tú allá en tus Parises i Repúblicas europeas te lo figuras. Es mi deber de amigo i hermano de corazón, que por ti Saquete me las tiro i tiraré contra Cristo decirle: que los hombres buenos, que no te ceden en amor a Cuba, ni en honradez, ni en santidad de principios i de objeto, i que sólo quisieran poseer tus vastos conocimientos i tu inflexible lógica, se han indignado contigo al verse clasificados en tus escritos en el número de los malvados. No lo son, Saco mío, i se han resentido con tanta más razón cuanto que saben cuánto vale i cuánto pesa una opinión, un fallo, una sentencia de Saco en la estimación de los cubanos.24
Las cartas de El Lugareño a Saco fueron escritas cuando el camagüeyano aún consideraba el anexionismo como una posición útil para Cuba. A pesar de ello sus cartas sobre el tema permiten apreciar la debilidad de esa tendencia y trazan un panorama de enorme interés sobre las polémicas ideológicas en la isla. Ahora bien, una carta del escritor camagüeyano, fechada en Nueva Orleans, el 8 de junio de 1851, y destinada a José Joaquín Roura, quien obviamente le había escrito en relación con una supuesta solicitud amnistía por parte de El Lugareño y la posible devolución de sus enormes propiedades en Cuba. Véase el tono gallardo de Betancourt en su respuesta, que es preciso citar aquí in extenso porque pone de manifiesto, plenamente, la hombría de bien de Betancourt y la evolución de su pensamiento en su última etapa:
Ha llegado a mis manos por vía de New York, su atenta carta de 5 de mayo ppdo. en que se sirve V. comunicarme la publicación del R. D. de amnistía de 22 de Marzo último, a virtud del cual se consideraba V. ya legalmente autorizado para comunicarse conmigo como lo deseaba, por el carácter que tenía de administrador de mis bienes.
Muy reconocido a esta atención de parte de V., cumple a mi amistad manifestarle que subsiste en toda su fuerza la causa que me privaba de su correspondencia. El impreso que le acompaño, publicado en esta ciudad el 9 de Mayo, le hará comprender a V. que los que suscribimos ese documento, preferimos la expatriación perpetua a los favores de un gobierno, al cual miramos como al opresor de nuestra patria y usurpador de todos los derechos de nuestros compatriotas.
Desde que me resolví a conspirar contra el Gobierno español, o más bien, contra la dominación de España en Cuba, di por perdidas todas mis propiedades y no he pensado más en recobrarlas sino con la independencia de la Isla y un gobierno propio, libre y digno de la civilización de sus hijos.
[…]
No he dejado de extrañar amigo Roura que V., conociendo mi carácter y mis principios, haya concebido por un momento la idea de que yo podría aceptar un perdón que no he solicitado, y que aceptándolo mejoraría mi bienestar personal; pero no en un ápice la causa a que llevo consagrados 30 años de mi vida. Permítame V. decirle que mis principios, mis convicciones y mi moralidad política ni se sacrificarán jamás a intereses materiales, ni a afecciones de familia, ni de amigos. La causa en cuestión no es mía; es de Cuba y los cubanos, es de un pueblo oprimido y ultrajado por sus propios progenitores, exheredado no sólo de sus derechos de españoles, sino hasta de los naturales de hombres y degradado y condenado a la condición de parias políticos o ilotas.25
Aquí está, entero, el retrato político definitivo de Betancourt. Otra carta de El Lugareño, fechada el 13 de mayo de 1852, dirigida a José L. Alfonso, expresa con claridad la esencia de la trayectoria de El Lugareño: “Yo he sido y soy insurgente, rebelde, independiente, anexionista, incorregible y todo lo que se quiera; pero apóstata, no. Ni yo he abjurado de mis principios político-republicanos ni me he separado un solo día del Partido Revolucionario de Cuba […]”.26 Y esto, por cierto, es un atinadísimo autorretrato. Empero no es el único que aparece en su epistolario. En esa misma carta a José L. Alfonso, Betancourt declara:
Dice usted «que en 1851 me oyó decir que la revolución de Cuba era necesaria a todo trance, y que agregué estas memorables palabras: Cuba libre, o aquí fue Cuba». Me explicaré. Convencido como estoy de que la revolución de Cuba es necesaria, inevitable, y que tiene que atravesar por entre escollos y peligros, creo que es preciso aceptarla con todas sus consecuencias, y una vez lanzados en ella la alternativa es sacarla libre (Cuba libre) o hundirnos en sus ruinas (aquí fue Cuba). Este es el pensamiento que he querido expresar.27
Se evidencia un cambio de rumbo en el pensamiento de Betancourt y, sin discusión posible, el inicio del regreso de Betancourt a sus prístinos orígenes independentistas, claramente retomados en el texto de esta carta que todavía algún que otro historiador debiera leer en el centelleante epistolario del camagüeyano. Otros indudables valores tienen estas epístolas, y no es de los menos importantes el modo en que Betancourt describe la Europa que observó durante un viaje a ese continente. Pero sobre todo, las cartas del prócer camagüeyano constituyen un panorama general de Cuba en uno de los períodos más difíciles de su historia.
Notas:
1Gaspar Alonso Betancourt Cisneros fue conocido como El Lugareño, por su apego al terruño natal y, sobre todo, por dedicarse a la introducción de cambios a favor del bienestar material e intelectual de sus coterráneos y su oposición al dominio español sobre Cuba.
2Vidal Morales Morales: Iniciadores y primeros mártires de la revolución cubana. Imprenta Avisador Comercial, 1901, p. 36.
3Luis Álvarez Álvarez y Gustavo Sed Nieves: El Camagüey en Martí. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello”, Editorial José Martí, La Habana, 1997, p. 233.
4José Martí: Obras completas. Ed. Ciencias Sociales, 1975, t. 5, p. 445.
5Emilio Roig de Leuchsenring: Los escritores. Consejo Provincial de Cultura de La Habana. Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, La Habana, 1962, p. 87.
6Cfr. también una amplia narración de este hecho histórico en: Vidal Morales Morales: ob. cit., pp. 37-52.
7Ibídem, p. 85.
8Ápud ibíd., p. 86.
9Benigno Vázquez Rodríguez: Precursores y fundadores. Ed. Lex, La Habana, 1958, p. 54.
10Federico de Córdoba, comp. y prólog.: Cartas del Lugareño (Gaspar Betancourt Cisneros). Publicaciones del Ministerio de Educación. Dirección de Cultura, La Habana, 1951, p. 302.
11Ápud ibíd., p. 303.
12Cfr. ibíd., p. 307.
13Benigno Vázquez Rodríguez: ob. cit., p. 54.
14Ápud Emilio Roig de Leuchsenring: ob. cit., p. 87.
15Ápud ibíd.
16Ibíd., pp. 86-87.
17Ibíd., p. 87.
18Federico de Córdoba, comp. y prólog.: ob. cit., p. 330.
19Ibíd., p. 342.
20Ápud Emilio Roig de Leuchsenring: ob. cit.., p. 92.
21Federico de Córdoba, comp. y prólog.: ob. cit., p. 343.
22Ibíd., p. 343.
23Ibíd., p. 92.
24José Antonio Fernández de Castro, compilador: Medio siglo de historia colonial. Prólogo de Enrique José Varona. [s. d. e.], La Habana, 1923, p. pp. 86-87. Esta fundamental compilación de documentos, publicada en un año trascendental para el despertar de la conciencia del país, está dedicada “A la memoria de los forjadores que la conciencia nacional, que murieron sin ver realizada su aspiración a la independencia de Cuba”.
25Federico de Córdoba, comp. y prólog.: ob. cit. pp. 357-358.
26Ibíd., p. 361.
27Ibíd., p. 360.
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