Entre las voces líricas femeninas que comenzaron a brillar poco antes del cambio de siglo en Cuba, sobresale la de Leyla Leyva Lima. Cienfueguera de nacimiento, se graduó en la Universidad de La Habana, aunque desarrolló sus estudios preuniversitarios y parte de su trabajo en Matanzas, donde, como periodista, trabajó en la emisora Radio 26. También, como especialista en Gestión Hotelera, aportó su quehacer al turismo en empresas de Varadero y Cubanacán. Asimismo, ejerció en la agencia de noticias Prensa Latina. Perfiló su carrera hacia la crítica literaria, que realizó en varias publicaciones, y como creadora fue premiada en la primera edición del Concurso «Lourdes Casal», convocado por la UNEAC. A raíz de este galardón finisecular, la editorial Letras Cubanas publicó en el año 2000 su primer volumen de poesía, titulado Piélagos. Más tarde vio la luz, por la misma editorial, Ejercicios carnales, y a cargo de Ediciones Unión, en 2012, Estado de espera, dos textos que han engrosado su sólido quehacer poético. En ocasión de celebrar sus seis décadas de vida en este mes de agosto, tuvo a bien ofrecer amablemente a estas páginas unas palabras.
Usted ha manifestado en varias ocasiones que desde muy joven disfrutó el estar cerca de los libros y las buenas lecturas. ¿Cómo se inició en el camino de la literatura? ¿Qué persona de su entorno familiar influyó más en esta cercanía?
Mi padre me entregó el primer libro importante que leí, La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, cuando era casi una niña. Creo que ese fue el detonante para salir a buscar muletas con las que acompañarme de manera segura. Lo demás lo hice sola, poco a poco, todavía lo hago, quizá con menos pasión y ego. Sé que no leeré ya algunos libros y que otros los repasaré hasta el cansancio. Y no pasa nada, transcurro sin cargos de consciencia.
Mi necesidad de leer, como la de muchas personas, se disparó temprano, cuando descubrí en los libros un universo alternativo posible para llenar mi soledad, mis temores y las ausencias del afecto en una época en que las «tareas revolucionarias» eran prioridad en muchos ámbitos familiares, como en el mío. No fui una gran lectora de literatura infantil, así que cuando hallé lo que me calzaba, fui por más. Nunca he dejado de acumular libros, son mi refugio.
¿Qué influencia, a su juicio, cree que ha tenido su formación como estudiante, y luego profesional, como periodista y comunicadora social, en su escritura, en cuanto a la expresión, la síntesis y las técnicas que ha experimentado o ejercitado en el proceso creativo?
Me gradué de Periodismo en 1987 y siempre tuve claro lo que NO me interesaba escribir, en modo y en contenido, aunque con el tiempo mis opiniones se han ido radicalizando. Tampoco fui una redactora de ese «periodismo» que resulta propaganda o cuenta cosas que la mayoría de los mortales cubanos no encuentra revelador, por lo que desde temprano traté de enrumbar mis intereses hacia la cultura: la poesía o la crítica.
Con el paso de los años, en lo formal, he priorizado la efectividad de la comunicación. Pocas expresiones, pero que digan mejor, funciona para mi visión de la escritura. En literatura o en el periodismo soy de las que se siente molesta con la verborrea irrefrenable de algunos autores o la lírica rosa de la prensa. Viví treinta años con un gran periodista y nos asistíamos el uno al otro luego de terminar un artículo, o algo de literatura. No hay nada más conveniente que otra vista sobre tu creación para ubicarte en contexto, revisarlas pasiones, y atajar egos y gazapos.
¿Cómo percibe y qué importancia otorga a la influencia y al rol de la familia, tanto la originaria como la construida, en su visión del mundo? ¿Qué lugar ocupa en su definición como mujer poeta?
Me gusta creer que hago poesía a secas, sin marcar el género, pero soy una mujer y trato de no traicionar una voz que defiendo con franqueza. Eso no quiere decir que con la franqueza baste, hay que pulir las herramientas para sacar algo ventajoso de ese misterio casi inapresable de lo poético.
Mis preocupaciones existenciales, material elemental de mi poesía, pasan por la mujer que soy, con sus afectos y contradicciones, sus lecturas, sus insistencias, sus miedos y manquedades. Y su familia, por supuesto, que está en el centro de la colisión. Amor y abatimiento. Porque la vida duele la mayor parte del tiempo. Y ya sabemos, es también bella.
Fundamos una familia, Rolando [Pérez Betancourt] y yo, sin dejar de priorizar los libros y las lecturas. Cada uno con sus preferencias. Mi hijo Oliver nació en ese entorno, y compra y lee libros con un entusiasmo casi enfermizo. Espero que encuentre su ruta, porque el camino de la escritura es un asunto tan personal como el de las lecturas, y a él, que en dos meses se graduará de licenciatura en Historia en la UH, le motivan las dos cosas.
¿En qué medida considera que ha evolucionado, ha cambiado o se ha mantenido su concepto de poesía, desde sus inicios como poeta? ¿Cómo han influido los avatares de la vida de Leyla Leyva en este cambio o esta firmeza? ¿Es la poesía para usted actualmente un exorcismo, un resguardo, una vía para metabolizar emociones, una expresión de su espiritualidad, o algo más?
Mi concepto de la poesía ha madurado, pero sigue siendo casi inexpresable. Cada día se me presenta como idea en trabajo y de maneras diferentes. Me he puesto vieja y leo menos, pero leo entresacando, despacio, descubriendo la excelencia, queriendo regalarme solo eso. Toda experiencia ha valido, aunque no la pedí ni me veo como heroína o víctima. Quisiera poder escribir mejor, no más. Mejor es la aspiración.
Perder afectos, a tu compañero de viaje por la mitad de tu vida, te da una perspectiva aterradora de la realidad, y piensas tu lugar de aquí en lo adelante. Entonces haces un plan práctico si te llamas Leyla Leyva y recuerdas a diario a la persona que no hubiera querido que callaras o que levantaras bandera blanca. No te lo hubiera perdonado.
La poesía siempre ha sido un modo y un medio de situarme en otra dimensión, donde las preguntas y las respuestas se confunden, pero fijan otra posibilidad de discurrir desde un centro en conflicto, cuyo eje realmente ha sido salvador.
Es evidente la aceptación muy positiva de su obra entre los escritores y artistas, incluso críticos —dentro y fuera del archipiélago—, por la abundancia de reconocimientos en las redes sociales y la publicación en diferentes soportes y registros de reseñas, entrevistas, promociones y críticas de su poesía, incluso desde distintos enfoques y disciplinas. Además de esta confirmación, ¿cómo percibe la respuesta a su obra por parte del público, en general? ¿Ha recibido alguna reacción que le haya sorprendido y que desee comentar?
A veces pienso que ha sido excesiva la recepción de Mataremos al hijo, el libro de Letras Cubanas que solo ha salido en versión digital y que espero ver en papel más temprano que tarde. Me he sentido acompañada hasta el abrumo, pero cada mirada sobre él fue una inesperada revelación.
En mi caso, un cuaderno cierra un ciclo que termina con la publicación de la obra, sobre todo, en soporte de papel. Mataremos… esperaba su hora de salida en físico, pero quedó atrapado entre la Nada y la vorágine del reclamo digital. Entonces dije, sí, publíquenlo, cuando debí decir no, aunque tal vez era ese el curso que debía seguir el libro.
Charo Guerra, Caridad Atencio, Marta Lesmes, Ismaray Pozo y Yanetsy Pino han sido generosas en el examen crítico del cuaderno, al que curiosamente no se ha acercado ningún hombre. Bueno, eso no resulta del todo cierto, porque Alex Fleites, amigo entrañable, sí lo ha hecho, dedicándome una nota de juicio en la entrevista de su columna. Pero navego con calma ante la indiferencia o el desconcierto de una buena parte de los intelectuales hombres frente a la escritura de las mujeres y sus zonas de atención. No soy una poeta de «grandes cosmovisiones», prefiero asumirme escasa, que me ganen los mínimos movimientos, ahí la luz da al cuerpo oculto, y se siente bien.
Los títulos con que bautiza cuidadosamente cada uno de sus poemas, incluso sus libros, logran de inmediato la atención: mueven a la identificación, al dolor, a una tensión, a un estado emocional o a un interés peculiar (Piélagos, Estado de espera, Ejercicios carnales, mataremos al hijo, Las amantes deformes). ¿Cómo procesa la creación de cada libro? ¿Posee un protocolo personal, específico, para escribir, seleccionar, titular? ¿En qué orden lo realiza, si existe? ¿Practica algún ritual o hábito previo a la creación o paralelo a ella, que desee compartir?
No tengo rituales para escribir, lo hago por necesidad, según ordene mi vida. Los poemas salen sueltos, pocas veces me he obligado a crear en racha, pero sí le doy importancia a los títulos. Si vas a titular, debes buscar un hilo tensor que apriete y sirva al discurso. El orden no aparece de golpe, se hace al andar, en la medida en que te obsesionas con esa visión que quieres construir. Unas veces salta el título como una guía de desarrollo que te hace mover un poema de aquí y ponerlo allá, pero otras, ensayo varias posibilidades hasta encontrar la definitiva, que nunca sabré si es la que debería ser.
Como estrategia, me corrijo después del impulso de la primera, segunda, tercera, cuarta… versión de un poema. Pienso mucho en bajarle unos centímetros al listón del drama que me ha llevado a ese lugar, aunque haya tragedia real en el disparador de la historia o la emoción, porque considero crucial pelear la belleza de las palabras y quedarme solo con la utilidad que puede ofrecer un buen poema.
La escasez de materia prima para la fabricación de libros de cualquier formato es preocupante, no sólo en Cuba, sino como tema de la agenda ecológica mundial. ¿Cómo valora la poesía cubana escrita por mujeres en redes sociales y soportes (ePub, Ebook, etc.) dentro del actual contexto cultural internacional mediado por las nuevas tecnologías? ¿Qué criterios podría compartir sobre el uso y abuso de la Inteligencia Artificial en la creación literaria?
A la tecnología no hay quien la pare. No importa que la ignores, ella seguirá su paso feroz y modificará, como lo está haciendo ya, el modo en que entendemos la cultura, la creación, las jerarquías del conocimiento y nuestras propias vidas. Nada más tienes que echarle una ojeada a las redes sociales para advertir lo que viene. No es cuestión de quién ha escrito qué, hombre o mujer, o su nacionalidad, sino la cantidad de basura que se mezcla con lo respetable. Todo cuenta en la plataforma. He regresado a las redes y te confieso que en mucho tiempo no había leído tanta poesía actual trasnochada, fuera de foco y de lecturas, como la que me encuentro ahí. Y lo peor, publicada en libros, cuando muchos de los poemas halagados con corazoncitos, sobre todo de mujeres, no hubieran pasado ni el escrutinio de un taller literario municipal, de los actuales.
La tecnología, más allá de servirnos como herramienta y de lo que ofrece como avance, asusta. Hoy los adelantos de la Inteligencia Artificial, que brinda un elevado nivel de detalle y la posibilidad de reducir tiempo y esfuerzo humano, supone un nuevo paradigma, cuyo germen traía, desde la idea inicial, la posibilidad del error, de la distorsión de los contenidos.
Desde su posición como creadora y también como jurado en certámenes literarios, ¿qué mensaje transmitiría a las poetas jóvenes que intentan insertarse en el ámbito literario nacional e internacional?
Quizá les diría: No lo quieran todo y tan pronto. Hay un tiempo para la cosecha y otro para la siega. O no les diría nada, los dejaría hacer sin meter la cuchareta. El silencio cura y preserva.
¿Podría comentarnos sobre algún proyecto literario que tenga para tiempos futuros?
Vivo en presente. Acabo de cumplir sesenta años y cada día me reinicio. He abrazado la filosofía estoica como una devota su Cruz. Del mañana no sé. Espero este año la salida en papel (edición reducida) y en digital, de Las amantes deformes, un libro de Reina del Mar, dedicado a mi hijo. Hoy escribo lo que puedo, contesto este arduo cuestionario y velo las cazuelas: tengo mis historias con el fuego.
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