Visitantes y transeúntes se detienen ante la tarja que marca el número 162 de la calle Trocadero, en el municipio de Centro Habana, donde vivió desde 1929 y murió el 9 de agosto de 1976, uno de los primerísimos autores cubanos en el contexto nacional y extranjero. Entonces, la noticia estremeció el ámbito cultural pero apenas trascendió en los medios. 45 años después, José Lezama Lima es considerado uno de los autores de mayor influencia y universalidad del siglo XX cubano y desde el forzoso silencio de los muertos vive más que nunca su esplendor literario.
Sin olvidar que Lezama era abogado ‒en los inicios de un bufete, luego de las oficinas del Consejo Superior de Defensa Social, en el Castillo del Príncipe‒, se trató de un hombre de quehacer vario dentro del terreno intelectual. Y ese vario para él significó innovador.
Su producción poética, la prosística (novela y cuento), la ensayística y su no menos sólida faceta de editor lo revelan como un incansable propagador de la cultura y un autor con marcado ascendiente en el contexto literario.
Del poeta Lezama apuntará Cintio Vitier que «lo primero que resalta en estos libros ‒se refiere a Muerte de Narciso (1937), Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945), La fijeza (1949) y Dador (1960)‒ es la absoluta imparidad poética de Lezama. Será inútil buscarle filiaciones, influencias determinantes, parentescos».
Téngase un ejemplo en «La mujer y la casa»: Hervías la leche / y seguías las aromosas costumbres del café. / Recorrías la casa con una medida sin desperdicios. / Cada minucia un sacramento, / como una ofrenda al peso de la noche. / Todas tus horas están justificadas / al pasar del comedor a la sala, / donde están los retratos / que gustan de tus comentarios. / Fijas la ley de todos los días / y el ave dominical se entreabre / con los colores del fuego / y las espumas del puchero. / Cuando se rompe un vaso, /es tu risa la que tintinea. / El centro de la casa / vuela como el punto en la línea. / En tus pesadillas / llueve interminablemente / sobre la colección de matas / enanas y el flamboyán subterráneo. / Si te atolondraras, / el firmamento roto / en lanzas de mármol, / se echaría sobre nosotros.
Al respecto abunda Max Henríquez Ureña: «No es que prescinda de la metáfora, sino que la dosifica y solo la engarza donde pueda causar efecto cabal». De modo que no cabe aquello que se le imputó de poeta impenetrable, si bien difícil, de lectura paciente, como quien realiza un ejercicio cuya solución ha de causarle asombro y satisfacción, porque la obra de Lezama, en cualesquiera de sus vertientes, es compleja, erudita, significativa.
En cuanto a la novelística lezamiana, Paradiso es su obra cumbre, la más controversial, sujeta a apreciaciones interminables, con reediciones continuadas y siempre noticia al descubrirse aquí o allá rectificaciones léxicas, apuntes críticos y detalles en cada nueva edición que nos acercan más a lo que Lezama quiso decir y en verdad dijo. Paradiso es novela leída en España e Iberoamérica, con traducciones a las lenguas más importantes.
Tampoco debe olvidarse al compilador y seleccionador de un texto como Antología de la poesía cubana, desde sus orígenes hasta José Martí, que se acompaña de enjundioso estudio preliminar.
Para el final hemos dejado su labor como fundador y editor de revistas que, en el caso de Orígenes (1944-1956), «representa el mayor esfuerzo de cultura realizado durante la República anterior al triunfo de la Revolución de 1959», en opinión de Cintio Vitier.
Pero a los 40 números de Orígenes antecedieron otras publicaciones. Verbum (1937), en la Escuela de Derecho, fue la primera; Espuela de Plata (1939-1941), la segunda, donde ya lo acompañan Guy Pérez Cisneros, Mariano Rodríguez, Gastón Baquero, Ángel Gaztelu, Virgilio Piñera, Eugenio Florit y algunos pintores, y Nadie parecía (1942-1944), junto a Gaztelu.
En Orígenes, no lo habíamos apuntado, tiene a José Rodríguez Feo a su lado, y entre los colaboradores a Lino Novás, Alejo Carpentier, Eliseo Diego, Octavio Smith, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eugenio Florit, Roberto Fernández Retamar, Fayad Jamís y Pablo Armando Fernández, además también pintores y músicos.
Al triunfo de la Revolución ocupó la dirección del Departamento de Literatura y Publicaciones del Consejo Nacional de Cultura, fue uno de los vicepresidentes de la Uneac en 1962 y trabajó para el Instituto de Literatura y Lingüística y para Casa de las Américas.
La tranquila apariencia de Lezama ocultó tras de sí un carácter dinámico, insatisfecho, a la búsqueda de las esencias. Había nacido en 1910 en un campamento militar, el de Columbia, en Marianao, donde su padre ingeniero era coronel de artillería.
Su vida, básicamente insular, no le impidió ver muy lejos. Estuvo seguro de su trascendencia, sin importarle que se le tachara de oscuro. De la Enciclopedia Cubana en la Red (nuestra EcuRed) nos permitimos tomar estas opiniones:
«Gracias, José Lezama Lima, por su bellísimo poema Muerte de Narciso». (Alfonso Reyes).
«Con usted, amigo Lezama, tan despierto, tan ávido, tan lleno, se puede seguir hablando de poesía siempre, sin agotamiento ni cansancio, aunque no entendamos a veces su abundante noción ni su expresión borbotante». (Juan Ramón Jiménez).
«Su libro (Analecta del reloj) quedará siempre como el triunfo de la libertad acrisolada sobre el medio fofo que no sabe exaltarla pero que la respeta y la teme. Sabia manera de quedarse solo porque a distancia, núcleos brillantes, los mejores nos acompañan». (Emilio Ballagas).
«Es indudable que la generación nacida de Orígenes ha dado con una manera de ver y de sentir lo cubano que nos redime del abominable realismo folclórico y costumbrista visto hasta ahora como única solución para fijar lo nuestro». (Alejo Carpentier).
«Voluptuosidad de lo extenso, pero no gigantismo de lo desmesurado. Sabe Lezama la deliciosa tentación de lo extenso y sabe también su peligrosa mano que lo empuja». (Virgilio Piñera).
«Paradiso es, en principio, el viaje ritual que Dante Alighieri cumple en La Divina Comedia, al tener que descender a los infiernos para luego reaparecer dejando en prenda su luz en la oscuridad. Eso hace de Paradiso una obra auténticamente dentro de la tradición órfica, excepto lo señalado. El horror que en ella se manifiesta para el sexo de la mujer podría estar en los cuadernos de Leonardo de Vinci. Eran para Lezama los ínferos la relación sexual, fuese con quien fuese». (María Zambrano).
Si quiere comprobar cuan modesta fue su existencia, lléguese a la casa que habitó, entre cuadros de amigos y libros, en la calle Trocadero, este escritor que marcó derroteros y es de los autores cubanos que más rápido desaparece de las librerías tanto aquí como acullá.
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