
Auspiciado por el Instituto Cubano del Libro, se celebró este 28 de septiembre a las 3 de la tarde, el espacio Libro a la Carta en la Librería Fayad Jamís, en Obispo 261, entre Cuba y Aguiar, en La Habana Vieja. Dirigido por el periodista y crítico, Fernando Rodríguez Sosa, tuvo como invitada a la poeta, narradora y artista visual, Giselle Lucía Navarro Delgado.
Conocida más por sus escritos para niños y adolescentes, Giselle reconoce que siempre tuvo por la literatura una necesidad espiritual. Una abuela bibliotecaria tuvo a bien adentrarla al mundo de la lectura, y a través de las ilustraciones que portaban algunos de los libros rusos le hacía crear a ella nuevas historias.
No sabe a ciencia cierta cuándo comenzó en serio en la escritura, lo cierto es que —como nos reveló—, lo fue haciendo en el camino, y ese sendero la llevó, desde los 13 o 14 años hacia la escritura que atesoraba en sus libretas. Cuando deja el baile como afición la escritura toma su lugar.
Llegó primero a la narrativa, género donde se ha sentido siempre «como en casa»; y en el taller literario incursiona en la poesía. La universidad le enseña cómo puede pensar un niño, su sicología, y considera que eso es el mayor reto para ella. Es un mundo fascinante descubrir la inocencia y la sabiduría infantil y poder hablar desde esa voz, «ser su piel» —expresó.
Escribir para niños es sumamente difícil —opina—, pues se está escribiendo para un público doble, el padre y el niño, donde el primero escoge lo que se va leer y los dos «lo consumen», hay entonces que «enamorar a los dos». Por eso no ve bien la discriminación que aún perdura hacia este género.
La poesía la ve importante en la enseñanza de las palabras para un niño, pues los puede ayudar en desarrollar su memoria visual, sobre todo a esta generación de la imagen y la electrónica, para ella es la forma impresionista del lenguaje.
Al hablar de uno de sus libros, El circo de los asombros (Gente Nueva, 2019) —del que se ha hecho una versión para teatro—, confesó que está inspirado en su abuela, porque para ella era un asombro ver aparecer el circo por aquellos lugares donde vivía, en medio del campo.
No escribe por encargo, ni siquiera el periodismo, debe sentir y creer lo que apunta. Quizás por eso al escribir se inventa una atmósfera, de la que no sale hasta ver terminada su obra y ha venido pensando durante todo un año.
Deudora de los talleres literarios opina que estos no crean escritores, sino que les dan forma, le trazan una senda a seguir. Un escritor debe leer para saber que hay una tradición y una historia de la escritura, le preocupa que muchos no quieran hacerlo.
Cuando escribe para adultos le interesa reflejar las temáticas sociales. Sus novelas para adulto son más filosóficas, como ejemplos, La Habana me pide una misa (Extramuros, 2022) y Criogenia (Ensemble Edizioni, 2021) —esta última es un recorrido del mundo desde el cuerpo.
Estudiar Arquitectura y Diseño industrial, le dieron una base que quiso aprovechar para estudiar luego en el ISA; a ello se unió el diseño gráfico, textil y latinoamericano con toda su mística, para finalizar con la intención de diseñar libros.
Para leer al auditorio escogió, del libro El circo de los asombros, un poema homónimo, «Cómo sueñan los payasos» y «Danza»; de Criogenia: «Visceral» y de Sostener una casa: «La mesa de mi madre tiene dos tazas y algunos platos de más».
Inmersa en disímiles proyectos como son: «El niño poderoso» —donde el personaje principal padece una enfermedad mental—; en proyectos visuales y en promover el diálogo entre culturas, como en «Árboles ilustrados» —donde se unieron poetas en paralelo de Cuba, Italia y España—; cree haber realizado todas las cosas con las que soñó.
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