Desde que abrimos la primera página de este libro nos percatamos de que es un libro diferente, y no quiero decir diferente a otros libros, pues todos lo son. Me refiero más bien a la sensación de estar en él, de haber sido incluido, de formar parte de una religión de vida y fe…o de fe de vida, en el punto en el que su autora agradece a los niños que le han enseñado qué es la libertad, ya nos sentimos niños y libres.
Por si alguien piensa exagero, lean no más este fragmento de “El señor Lichtenberg”: “El señor Lichtenberg, que vivió en la lejana Alemania hace más de trescientos años, consideraba que la primera página de un libro es como un pararrayos. Para (es decir, detiene) la mala corriente. Para (detiene) la dificultad. Para los nubarrones, para (detiene) la caída de un mal rayo. Así comienza este libro: detiene la dificultad entre nosotros dos. Tú y yo. Porque tú y yo seremos, más o menos, los autores. Y ya colocamos delante nuestro pararrayos”.
Soleida Ríos, nadie lo dude, es un mundo en ella misma, acoge a todos por igual y rinde tributo a sus más caros afectos. Existen libros de poesía, cuentos, investigación, teatro, entre otros; pero este desborda a todos, en él podemos encontrar cuentos escritos por niños, por la autora, poesías, teatro, semblanzas, homenajes, anécdotas, enseñanzas de una mujer sencilla y grande, humilde y meritoria.
Por eso este es un libro de profundo humanismo. Si tuviera que definir a la autora esa sería la palabra: humanista. Prefiero escribir así, aproximada al instante, tal vez muchos prefieran escribir sobre ¿Libro, puerta o garabato? desde otra perspectiva, o luego de varias lecturas. Yo prefiero la emotividad, la honestidad de ese primer encuentro y la sensación extraña de estar ante un libro irrepetible, uno que habrá de quedar en la impronta de cada niño o adulto que lo lea, pues permite sincerarse y escribir en él, como un diario.
Una de esas historias interminables, que nos hermanan con la vida, la naturaleza, y con esa esencia humana, cual el soplo de aire y lluvia que ahora mismo entra por la ventana, y me llena de esa rara ternura mágica que requerimos todos.
Primero abramos el libro…o como escribe Soleida en “Parrarayos”:
Es el libro ¿un estuche?, ¿una cajita cerrada?, ¿una cajita
abierta…?, ¿un cubo? (hey!, que no hablamos de vasija
de agua sino de algo cerrado… de lo que llaman llaman
Geometría). ¿Es el libro un poliedro…?
¿Es el libro oropel… o es joya real…?
¿Es el libro un librador…?
¿Libreto…? Pues puede ser.
¿Librejo libraco librotón…?
¡¿Parte tercera del estómago de una vaca…?!
– ¡¡¡Pues… sí, señor!!!
¿Amarillo? ¿rojo? ¿azul?
Cualquier color.
De Cuentas… de Horas… de la Sabiduría… de la Vida.
Entonces… ¿cuál es
el QUÉ
del libro?
Que descubran y redescubran, es como siempre, deseo amable de quien escribe.
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