
En «Pórtico», la página inicial de Cuatro copas llenas (Editorial Letras Cubanas, 2025), Virgilio López Lemus escribe:
Abrir un libro de poemas es una apuesta por la vida. No se escribe poesía para propiciar la muerte. Abrir un poema ante los ojos equivale a un acto de re-creación de la existencia. El poema vive sólo en la lectura o en la evocación, su muerte es el olvido.
Al reunir cuatro poemarios inéditos hasta el momento: «Tristeza de las cosas que no fueron», «La inmensa edad», «Concierto con variantes» y «Copas llenas», nos obliga a la pregunta de rigor, por qué estos libros han permanecido, algunos más de siete años, sin ver la luz. La respuesta, al menos la que puedo ofrecer dentro del marco de la literatura, entronca directamente con algunas de las características fundamentales de la poesía como ejercicio o práctica espiritual, razón de vida, y fe, género muchas veces inclasificable más allá de lo literario.
Pienso, primero, en la sencillez como dimensión estética, en la búsqueda de ella en la llaneza del verso medido, bien escrito. Lo sabemos, más difícil que el agua, o ser agua, viento, piedra, es querer, por imitación, a fuerza de metáforas, ser ellos, personificando su radical e ineluctable naturaleza. La sencillez de la que hablo, implícita por elección en la poética de López Lemus, consiste en ser agua sin imitar el agua. Así, más que el poema o la poesía, Virgilio y sus creaciones buscan desaparecer en la sustancia de las cosas, transparentándose, sin duplicidad.
En segundo lugar aparece, y reparo en ello, la autopreparación, el entrenamiento al que López Lemus somete a su persona para encontrarse con el poema; el descubrimiento o la detentación del mismo en los pliegues, limaduras, deterioros y curso del día, e incluso en lo sórdido. Virgilio escribe separando luz y oscuridad, belleza y fealdad, vida y muerte, implicándose en la purificación del primer elemento. Lo puro, si acaso existe, continúa siendo motivo de desvelo en la poesía del autor; sacrificio y plenitud, su irradiación, más que la claridad o el resplandor de la bonanza que brota de ella es el horizonte perseguido por cada poema, lo que desde adentro y sin palabras, nos dice la pureza, el acto de purgación.
El tercer punto consiste en la convivencia con el poema, el ritual de consagración, parecido a los oficios de un asceta, o un monje que hace de la literatura monasterio, aprendiendo a convivir con lo escrito: el misterio encarnado en palabras, a la altura de la poesía, digno de ella.
Cada libro, por separado, es una ventana a través de la cual el poeta observa la realidad y los erige, antenas que le permiten captar los síntomas de la cotidianeidad, en límpidas superficies, paisajes muy bien podados, correctamente afeitados, podría decir, encima de los cuales pasean el amor y el erotismo, la condición insular, la fascinación de ser cubano y pertenecer a este tiempo donde lo épico deja de ser cantado en verso y elige un prosaísmo demoledor, absolutamente chato, frente al cual Virgilio se resiste y a riesgo de pasar inadvertido, escribe carente de oscuridades, sin desaprovechar el humor, fino, elegante, antiguo, sorpresa que, inesperada, irrumpe en el tejido verbal y separa uniendo de la misma forma que ensambla o articula desmembrando.
Seis años de poesía, de 2016 a 2022, aunados en un solo volumen que el lirismo ensancha, hacen de López Lemus alguien semejante a un ceramista que al volver sobre las mismas obsesiones, devastado el molde de sus figuras, sin más buril que el lápiz y la mano, y frente al desgaste de la materia, no le queda más remedio que esculpir en el tiempo.
«Poesía: expresión y desplazamiento, carrera de la materia hacia dónde, hasta cuándo», sentencia en el Pórtico, antes citado y nos deja, como regalo, en la página 51 su definición de «El poema»:
El poema se abre como una inteligencia que modela el universo:
viento oloroso a lluvia es el instante el viento
que labra el verso, el viento es el desastre
aquí despierto armado de silencio.
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Tomado del diario 5 de Septiembre
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