Dudo que exista un elemento más socorrido por los humoristas que la alusión al sexo. Ya sea el más elemental de los comediantes, directo y soez, ya el más sublime e ingenioso, acuden con frecuencia a la alusión sexual para asegurar la reacción de comicidad. Dicho así, tan general, no hacemos otra cosa que dejar el asunto en la conformidad típica de que, «si no me lo preguntas, sé bien de qué se trata; pero si lo preguntas, no podría responderte». Y esto es válido no solo para los humoristas, sino además para la epistemología que rodea a su trabajo.
La expresión «humor de doble sentido» suele entenderse solo como relativa al sexo, por más que todo enunciado humorístico requiera de un sentido doble, o múltiple, para conseguir su comicidad. Esto indica hasta qué punto las preocupaciones acerca del comportamiento sexual son fundamentales para la sociedad en general.
El argumento de Lisístrata, comedia de Aristófanes que data del 411 antes de Cristo, gira alrededor del sexo mientras intenta desacreditar la importancia y necesidad de la guerra, concretamente, de la participación de los hombres en la guerra del Peloponeso, lo que priva a las mujeres de las relaciones sexuales. Y aunque su argumento original se halla estrechamente vinculado a los sucesos de ese momento histórico relativo a los conflictos bélicos con Esparta, se ha seguido representando sin que ese referente se haga imprescindible para su efectividad. Incluso el activismo feminista se ha basado en el Juramento de Lisístrata para convocar a las huelgas sexuales como estrategia legítima de lucha aun en el siglo XXI.
En la primera escena de la comedia, Lisístrata —cuyo nombre significa la que disuelve ejércitos— se muestra molesta porque las mujeres no han respondido a su llamado a asamblea, a pesar de que anunciara que sería algo de máxima importancia. Se acerca solamente Calónice, su vecina, y hallamos de inmediato el siguiente diálogo de «doble sentido»:
Calónice: Pero sepamos para qué nos convocas… ¿De qué cosa se trata? ¿Es grande?
Lisístrata: Grande.
Calónice: ¿Es gruesa?
Lisístrata: Gruesa.
Calónice: Pues si se trata de una cosa grande y gruesa, ¿Cómo no han venido todas corriendo?[1]
Si bien la comicidad de esta pieza de Aristófanes no depende solamente de las alusiones sexuales, estas sirven de hilo conductor al argumento, es decir, a la necesidad de concertar la paz. Hacia el final, cuando la tensión de los conflictos se ha desarrollado, se representa una simpática escena entre Cinecias —cuyo nombre significa el fornicador— y su esposa Mirrina. Mientras él insiste, desesperado, en tener sexo, ella le da largas, fiel al Juramento que ha hecho ante Lisístrata. Nada, ni el hijo, ni la familia, ni los valores religiosos, que dicen llevar entrañablemente, se salvan de la necesidad de hacer de inmediato el amor, en un juego que a cada puesta en escena corresponde sacar el mejor partido cómico.
También en su comedia Las tesmoforiantes[2] las alusiones directas al sexo, y específicamente a los órganos genitales, garantizan la risa en tanto avanza la trama. Aunque esta no ha logrado la misma vigencia que la anterior.
El comediante inglés Benny Hill [Alfred Hawthorne Hill (1924-1992)], cuyo programa The Benny Hill Show fue mundialmente famoso, reconocido por los premios BAFTA y Ammy, acudió al recurso en todos y cada uno de los episodios. A tanta insistencia, en un programa que duró más de treinta años, desde sus primeras temporadas en blanco y negro hasta los veinte últimos de la productora británica Thames, es de esperar que fuera de momentos exquisitos a otros de elemental gestualidad. Y no se trata, a mi juicio, de que hubiera más o menos calidad, sino de que se trabajaba en función de un estudio de recepción lo más masiva posible, alternativo a propuestas como las de Monty Python, por ejemplo.
Un sketch de 1971 que ocurre en un hotel nudista, presenta a un Benny Hill que llega a ese lugar con otro objetivo y, por lo tanto, no comparte la desinhibición del resto de las personas. El sketch es magnífico, de una tensión argumental que jamás pierde la comicidad. Lejos está de otros más enérgicos, propios de la payasada inmediata. Cada persona está desnuda en escena, como corresponde a un sitio de nudistas, por supuesto, pero solo vemos sus torsos, protegidos por una oportuna cerca perimetral. El personaje de Benny Hill, también desnudo tras la cerca, se las arregla para moverse delante de la cámara, siempre a punto de ser revelado totalmente desnudo y salvado en cada ocasión por un elemento imprevisto que aumenta gradualmente la comicidad.
En este sketch, la tensión entre el inevitable momento de la desnudez total del personaje y los recursos que se emplean para que ello no ocurra, crean una complicidad de verdadero doble sentido entre el actor y los espectadores. Si de repente quedara completamente desnudo ante el espectador, o sea, desprotegido, no llamaría a risa, a menos que se añada un elemento ajeno a la propia desnudez humana que va a revelarse. Que logre salvar la situación, sin quedar expuesto, permitirá que cada acción resulte cómica y nos mantenga en un ambiente distendido y, sobre todo, de sano humor, por «diabólico» que pueda parecer.
En otro sketch del mismo show, catorce años después, el juego con la sensualidad femenina —parte ya de la propaganda audiovisual propia de la época— es abrumador y mucho menos creativo. No obstante, un breve pasaje parece decirnos que todavía no ha perdido el don de ser exquisito al valerse del sexo, y los órganos que lo representan, como recurso humorístico. La cámara toma a una mujer detrás de un mostrador que parece mostrar sus senos desnudos, ambos rematados en rojos pezones. Un instante después ella se moverá, dejando ver al espectador que los senos son, en apariencia, dos bultos redondos, como dos cocos sin cáscara, encima del mostrador. Un equívoco al que, acto seguido, se impondrá otra sorpresa: los falsos senos, supuestamente cocos, corresponden a las cabezas calvas de los dos actores que le sirven de pala, o papeles secundarios, quienes estaban, también, detrás del mostrador. Cuando tomen en sus manos las rojas cerezas y se marchen, nuestra percepción se habrá entregado a risa escalonada.
El juego visual presentado —una mujer que exhibe un par de voluminosos senos desnudos— quedará roto por la realidad revelada, reconvirtiendo la engañosa sugerencia anterior en una denuncia. No solo no sería efectiva si se limita a este ejercicio de desvelar lo oculto y lo aparente, sino que depende, por supuesto, del tabú humano acerca de la desnudez y, por supuesto, del sexo. En buena medida esto se ha preparado, a modo de elementos que van a saturar el código informacional, mediante la acumulación de escenas profusamente sensuales que preceden a este momento del sketch. Por tanto, si se trataba de una exigencia de la producción que buscaba un receptor más amplio, elemental, supo sacarle partido alguna que otra vez, demostrando hasta qué punto el talento resuelve las dificultades.
En una simpática escena del film Hollywood Ending, de Woody Alen, el personaje que este representa —el director de cine sin relevancia Val Waxman— le reprocha a su exesposa, Ellie —interpretada por Téa Leoni— en un concurrido bar, que lo haya abandonado. Ella insiste en decirle que no se comunicaban, motivo lógico de que se separaran, y él argumenta que, no obstante, tenían sexo. Ante la insistencia de ella, quien le dice: «No hablábamos», Waxman responderá: «Tener sexo es mejor que hablar, pregúntale a quien quieras en este bar. Hablar es lo que hacemos para tener sexo».
El contrapunteo entre el concepto ideal, sublime del amor, y el acto sexual mismo distanciado de ese amor, y por lo tanto parte del tabú que lo rodea, permite una comicidad semejante a la del Show de Benny Hill, aunque esta de Alen pase por un registro culto que asume una falsa diferencia.
En otra escena de esa misma película, agobiado por el abandono, este frustrado director de cine se lamentará ante una interlocutora de que estuvieron casados por diez años, que hacían el amor y que él sostenía su cabeza sobre el inodoro cuando ella vomitaba. De inmediato, esa interlocutora le preguntará: «¿Vomitaba por hacer el amor contigo?» En este caso, la contigüidad de los elementos nos conducirá a lo cómico, dando por hecho que hacer el amor con semejante paranoico debe llevar a vomitar.
Ambos chistes, deudores del modo expositivo de la Stand up Comedy, acuden al sexo como elemento clave para la respuesta explosiva que conduce a la risa; el primero, que aparece posteriormente en el filme, trascendente y vital, capaz de dar fuerza al humor por encima del llamado «doble sentido» al que va a aludir. El otro, en tanto, cumple la función de mantener en tono lo risible, sin otra pretensión que sacar una sonrisa al compás de la trama.
Otra comedia emblemática, Cuando Harry conoció a Sally, de Rob Reiner, magistralmente interpretada por Meg Ryan y Billy Cristal, nos ha dejado una escena inolvidable, en un concurrido Café. Luego de discutir —la discusión a partir de criterios encontrados es la base argumental del film— acerca de si le es posible a una mujer fingir un orgasmo, Sally (Meg Ryan) lo finge ante la observación de todos, sobre todo de Harry (Billy Cristal), demostrando así cuán verdadera es la hipótesis que ha sostenido. Luego de la transición histriónica de los protagonistas, al más alto nivel de la gestualidad expresiva y sin ningún alarde, la escena concluye, sin embargo, con la línea de parlamento de una espectadora, señora madura que ha estado observando atentamente la conducta de Sally. A la pregunta del camarero de qué desea ordenar, responde: «Ordenaré lo mismo que ella». O sea, la perspectiva del orgasmo, o el sexo, en su más espléndida manifestación.
Quizás quien más me recuerda a Benny Hill sea Seth MacFarlane, creador, escritor y voz de Family Guy, una serie animada para adultos que recurre sistemáticamente al sexo para conseguir la risa sin que dependa de esas alusiones sexuales para su argumento. Como en Lisístrata, y a la distancia salvada por las muchas ganancias de la época, el espectro humorístico se amplía hasta sacudir el tabú del que, paradójicamente, depende.
Así se reconcilian lo cómico y el sexo, como los inseparables y polémicos Harry y Sally, o como Waxman y Ellie, sin que ninguno del otro se desprenda totalmente. Tal vez, no hay que dudarlo, porque los seres humanos tampoco podemos separar humor y sexo, aunque lo mantengamos en sana discreción.
[1] «Lisístrata» en: Comedia Griega, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1989, pp. 277-311. Traducción: R. Martín Lafuente. En cualquiera de las traducciones, que son varias, queda claro que «la cosa» de interés para las mujeres es «grande» y «gruesa».
[2] Ob. cit., pp. 313-345.
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