No conozco personalmente a Rodolfo Alpízar. Conocía, desde luego, su labor literaria, lingüística, su empeño como traductor. Jamás nos habíamos escrito un correo. Jamás, según creo, nos hemos cruzado en sitio alguno. En un medio en el que reseñas y entrevistas asoman desde las tierras de la amistad esta no tiene esa génesis. Desde el impredecible azar y sus veleidosas leyes supe que Rodolfo había escrito una novela acerca del ataque, por parte del Directorio Estudiantil Revolucionario, al Palacio Presidencial aquel inolvidable y luctuoso 13 de marzo de 1957. Empecinadamente vivos es el título. Yo amo la historia. Quizá más de que lo que amo la literatura. La Historia Universal hace mis deleites; la de Cuba me alza de entusiasmos, admiraciones, devociones, y me hunde, he de confesarlo, de la mano de tristezas y… hasta lágrimas. El propio autor anunció que el libro estaría libre para ser logrado desde Internet, free, gratis, sin costo alguno. No logré bajarlo, sin embargo. Me tomé la libertad de hacérselo saber al autor. Él tuvo la gentileza de enviármelo, vía e-mail. Ese mismo día lo leí. Más que leerlo… lo devoré. Más que devorarlo… aquel libro me devoró a mí. Me lanzó arriba –de emoción–, bien alto, y me hundió, bien hondo –de tristeza–; me hizo reír y exaltarme, leer a todos en casa ciertos inolvidables pasajes, también me hizo, debo confesarlo, brotar cierta humedad desde los ojos. No es un libro, le escribí a Rodolfo, tras aquella emotiva lectura: es la vida. Y es que si empecinadamente vivos ellos estarán para siempre acá, de este lado, el lado de la vida, con nosotros, Rodolfo logró hacerlos vibrar y hablar y sentir y luchar y reír y amar y vivir en las páginas de su obra. Ese libro merece un filme. Merece una serie. Merece que todos lo leamos. Rodolfo Alpízar, de la mano de continuas analepsis y prolepsis, de líricos o rotundos soliloquios, de muy bien logrados flujos de conciencia, impactantes viñetas, diálogos de pasmosa naturalidad, una estructura que nos arma y desarma y un efectivísimo uso del lenguaje ha logrado que cada intersticio de su obra llegue y llene y anegue y alce y hunda cada intersticio del lector. Cuba bulle en su libro, seducen el alto vuelo poético, el lirismo, la emoción. Los héroes y los mártires se mueven en su libro como se mueven nuestros amigos, como si desde este aquí y este ahora que nos circunda nos moviéramos a aquel allá y a aquel entonces para compartir aquella tarde aciaga, para vivir o morir con ellos, con Gómez-Wangüemert en el Parque Zayas bajo una andanada de balas; con Menelao herido y espalda sobre una pared de Palacio esperando ser asesinado; con Pepe Peligro contestando un teléfono en plena batalla para anunciar a un ministro que atemorizado llama el ajusticiamiento del tirano; con Machadito que lo sorprende y –asombrado de aquella loca audacia– le dice: «Pero, Pepe, ¿qué tú haces a esta hora hablando por teléfono, mi hermano?». Empecinadamente vivos es un libro que lleva alto, bien alto. Que mueve duro, bien duro. Que conmueve.Y es que, repito, no es un libro: es la vida. Recuerdo una novela, también singular e inolvidable, sobre la lucha clandestina: Ciudad rebelde, de Luis Amado Blanco. Recuerdo los libros de Newton Briones Montoto, que desgraciadamente no pueden ser hallados en librería alguna. Llevado y traído por la lectura de la novela de Rodolfo Alpízar tuve el empeño de escribir una reseña. Bosquejada ya una página… decidí proponer al autor una entrevista. Más que una reseña, conversar. Inquirí, desde luego, si lo aceptaba. Respondió afirmativamente. Acá va:
- Rodolfo, se mira a la Historia, así, con mayúsculas, con gran respeto, un respeto que deriva de una suerte de halo / hado, de un ente místico / mítico. Como escritores muchos sentimos el ansia de novelar la historia o -historiar la novela-, quizá ese pudor de los afectos grandes que nos legara Martí, nos inhiba. Ello me ocurre a mí, por ejemplo. De ahí que mi primera pregunta se dirija precisamente a eso. ¿Qué te movió? ¿Cómo llegó a ti la necesidad de emprender este libro? ¿Desde qué zonas, atenazado por qué causas y condiciones te movió y removió la idea de escribirlo? ¿Cómo logras dejar a un lado eso que llamo dualidad místico / mítica y desde nuestro aquí y ahora desvelar el allá y el entonces de aquellos jóvenes valerosos y singulares?
La motivación para escribir Empecinadamente vivos fue personal, casi familiar. Oscar, un amigo de esos insustituibles, desde jovencitos a menudo me hablaba de su tío Pepe, muerto en la acción de Palacio, con una admiración casi mística, aunque sus recuerdos de él eran mínimos. Ya formado yo en Letras, en varias ocasiones me sugirió escribir la historia del héroe; hasta me entregó una copia de la síntesis que aparece en el Salón de los Mártires de la FEU, pero siempre pensé que el proyecto sería superior a mis posibilidades, pues para esos empeños están los historiadores, quienes cuentan con las herramientas científicas para hacerlo.
Pasados los años, ya con varias novelas escritas (una de ellas de tema histórico, por cierto, Evangelios, encuentros y desencuentros, recientemente publicada en España, aunque terminada en el 2004), y habiendo perdido al amigo, conversando con Magda, su mamá (la Sofía de la novela, y una segunda madre para mí), surgió la idea de, si no podía escribir una historia, al menos arriesgarme a novelarla. Cuando comenté: «Creo que sí, que voy a escribir una novela sobre Pepe», Magda exclamó: «No sabes cuántos años llevo esperando oírte decir eso».
Mayor impulso que esa frase no podría existir. Ya no se trataba de escribir sobre un héroe caído en combate (en realidad, herido y posteriormente asesinado), sino de satisfacer el deseo de un amigo que ya no estaba, y cumplir el sueño de alguien a quien quiero como a una madre.
Ya no vivían los dos grandes amigos de Pepe, Enrique Rodríguez Loeches y Humberto Castelló, que hubieran aportado material para más de una novela, pues fueron amigos de muchos años (estuvieron los tres juntos en Cayo Confites, experiencia sobre la cual Pepe publicó en la revista Carteles varios reportajes; dígase de pasada que con ellos formó grupo un joven llamado Fidel Castro), de modo que debía acercarme a Pepe por otras vías; por ejemplo, leyendo sus textos sobre Cayo Confites.
Decidí crear un personaje ficticio con quien identificarme para estar más dentro del tema. Le puse Oscar, por razones obvias; le creé una biografía y lo convertí en mí (y a mí en él, pues por momentos no hay diferencias); esto quiere decir que con Oscar como personaje describí acciones mías en la realidad, como mis visitas al Museo de la Revolución. Incluso trasladé a la novela un texto que escribí y circulé acerca de mi frustración al visitar un lugar que dice muy poco, casi nada, del heroico hecho que ocurrió en él. Por tanto, me transformé en personaje de la novela que escribía, y a ese personaje lo convertí en ocasiones en el narrador, y hasta lo hice viajar al tiempo y al lugar donde Pepe cayó herido.
Como los personajes suelen dictarme sus biografías en no pocas ocasiones (puede que eso lo consideren una falta de seriedad algunos académicos y colegas), Oscar, el personaje, me proporcionó una anécdota de su vida como niño limpiabotas, y con ella me dio respuesta literaria a una pregunta que, en la vida real, me he hecho con frecuencia: ¿Cómo cayó Abelardo Rodríguez Mederos? Un combatiente, Machadito, testimonió que lo vio durante la retirada disparando contra Palacio; sin embargo, apareció como muerto en el combate. La respuesta me la dio el personaje Oscar, que sitúa a Abelardo vivo en una calle de La Habana, limpiándose los zapatos para engañar a la policía, para posteriormente ser asesinado. Recuerdo con orgullo que al comandante Guillermo Jiménez, Jimenito, le gustó mucho ese capítulo cuando leyó los originales. Me comentó que veía como un acierto poner a la gente común en medio del hecho histórico.
- En una de las primeras páginas del libro puede leerse un Reconocimiento: tu agradecimiento a los combatientes del Directorio Revolucionario, a los que sobrevivieron, a los héroes; y a familiares de los combatientes caídos, los mártires. Esta es una novela histórica. Una novela que asume reconstruir, minuto a minuto, sangre a sangre, voz a voz y piel a piel, no solo el deshilvanar de hechos anteriores y posteriores al ataque al Palacio Presidencial y a la Toma de Radio Reloj aquel inolvidable 13 de marzo, sino las interioridades mismas de tales hechos. Enfrentaste, de seguro, una muy laboriosa investigación histórica, entrevistas, búsqueda de testimonios directos, en función de aprehender, de hurgar, de lograr llevar a las páginas el espíritu, los hechos, las palabras, los sentimientos, las vidas, las heridas y las muertes vinculadas a aquel dramático hecho. ¿Cómo fue ese proceso? ¿Cómo planificaste, desarrollaste y ejecutaste ese trabajo y, aún después, cómo enfrentaste la necesaria labor de analizar y transmutar a la novela cada una de esas vivencias y recuerdos?
La investigación consistió en lo fundamental en buscar en libros, periódicos, revistas e Internet. Ello sirvió para elaborar esquemas temporales, para identificar hechos y personajes y preparar los primeros esquemas generales (casi nunca hago esquemas complejos, solo enumero las líneas principales de acción, tanto de la investigación como de la obra, lo demás lo voy modificando hasta el último día).
Pero lo que de veras armó la novela en mi mente fue conversar con participantes directos e indirectos en la acción. A todos los menciono en los agradecimientos.
Nunca grabé nada en mis entrevistas; solo oía y, de cuando en cuando, anotaba algo que no quería olvidar. Como proceso investigativo es un error, y lo sé, pues se pierde información. Pero me dije que no estaba escribiendo un libro de historia, sino algo que llevara la historia al sentimiento de los lectores, que los hiciera identificarse con lo que les presentaría, que les tocara el corazón. No datos, sino sensaciones quería dar.
La historia que se queda en la gente cuando los datos se le han borrado, eso quería entregar al lector, porque es la manera más segura de que la amen. La memoria es selectiva, y a ella quería remitirme mientras escribía; no a la historia documental, sino a la que me quedara grabada al oír a mis informantes, más allá de allá de datos, nombres, hechos, pues estos, en su mayoría, estaban en blanco y negro, aquí o allá, solo hay que buscar en bibliotecas y archivos para encontrarlos; en cambio, los gestos, la entonación, la emoción al contar los recuerdos que cada uno de mis informantes atesoraba (también selectivamente, de ahí que no siempre coincidieran), ese tesoro de emociones, no lo encontraría en otra parte, y para ello no necesitaba aparatos. Creo que me funcionó, aunque soy consciente de que mucho me dejé en el camino. Lo sé: no soy un buen ejemplo de escritor profesional; espero que nadie tome eso como una recomendación.
- El centro medular de la novela resulta una historia de amor. Una muy conmovedora historia de amor. Bellísima. Muy moderna, además. Modernidad que asombra: se trata de un amor que todos podríamos confundir con el nuestro. ¿Cómo llegaste a avizorar que precisamente la historia de amor que uniera –para siempre– a José Luís Gómez-Wangüemert –Pepe, Peligro– y a Natalia Bolívar –la Bruja–, podría y debía constituir la espina dorsal misma, el élan vital –al decir de Henry Bergson– emocional y sentimental de la novela?
El amor es el hilo conductor de Empecinadamente vivos; es una novela de amor, aunque clasifique como novela histórica.
Eso tiene su historia: Comencé a leer e investigar, a tomar notas y a garabatear algunas ideas, sin avanzar mucho. Trabajaba, pero la musa no me había sorprendido en el taller todavía. Faltaba el «algo más» que me llevara al «estado de gracia» que me hace ver a mis personajes, conversar con ellos, vivir con ellos, convertirme en ellos.
Un día Magda me comentó: «Si quieres escribir sobre Pepe tienes que conversar con Natalia Bolívar» (la Bruja de la novela). Yo sabía, pues desde el año 1967 frecuento a la familia, que habían sido amantes, pero nada más; la alerta de Magda me avisaba de que había un camino que no había explorado y que podría conducirme a conocer, en lo íntimo, al hombre cuyo cuerpo habitaba el héroe. El único problema era cómo llegar a ella.
Alberto Granado lo resolvió. Le comenté, en la Casa de África, mi proyecto y el momento en que me encontraba. Tomó el teléfono, marcó un número y habló. Solo dijo, «Toma, habla con ella, es Natalia». No tuve que esforzarme, en cuanto le dije lo que deseaba, y mi relación con la familia, me invitó a su casa.
¿Qué agregar?, con Natalia tuve acceso al revolucionario, pero también al ser humano con debilidades y grandezas que dio vida a un héroe de leyenda.
Conocer a Natalia fue tener la novela en la mano, pues me dio la fórmula para hacerla realidad. Pero no fue solo eso. También por Natalia llegué a Jimenito, que me dio la llave de acceso a otros combatientes que acaso no hubieran accedido a darme lo que les pedía. No es fantasía mía: Un informante me comentó, cuando nos despedíamos, que no daba entrevistas, que si me la había concedido (por única vez) era porque «el jefe» (Jimenito) se lo había indicado. En cuanto nos despidiéramos lo llamaría para informarle que «la misión» había sido cumplida. Admito que me sentí importante en ese momento.
Los resultados objetivos de la investigación bibliohemerográfica me proporcionaron la información que necesitaba para escribir un texto bien escrito, pero no para convertirla en novela. Faltaba la parte subjetiva, la que me avisa de los estados de ánimo, de la intimidad de las personas. Eso me lo proporcionaron las conversaciones con Natalia y las entrevistas con los combatientes.
Un primer resultado de esos encuentros fue la modificación del objetivo inicial: Ya no me bastaba con escribir una novela dedicada a la vida de un héroe a quien me unían lazos sentimentales; advertí que tenía la oportunidad de escribir la novela que los escritores cubanos le debíamos a un movimiento revolucionario y a una circunstancia histórica. El amor de Pepe y Natalia guiaría para no perderme en el laberinto de hechos, pero el personaje principal sería colectivo: el Directorio Revolucionario, los hombres y mujeres que aglutinó, incluidos los miembros de otras organizaciones que apenas se mencionan, o nunca se mencionan, como la Triple A y la Organización Auténtica, cuyas filas aportaron la mayoría de los mártires de aquella tarde del 13 de marzo de 1957.
Conducido por el amor de Pepe y Natalia, pude internarme en la trama de la novela. Pero ese amor me sirvió para algo más, para no ver ante mí héroes de mármol, sino de carne y hueso, como yo, capaces de amar, temer, dudar…, y seguir adelante. Los héroes aman. Quien no ama tal vez llegue a ser un héroe, pero lo será de piedra, no de carne, no podrá servir de modelo a lo humano, porque la fortaleza es falsa sino es de amor.
El héroe humano verdadero es débil, si es fuerte lo es por amor, pues la única fuerza verdadera en el mundo es la del amor. Por eso son fuertes y humanos los héroes de Empecinadamente vivos. Al menos, yo los siento así.
- La novela narra hechos que conmueven. Esa conmoción se logra desde la emoción que desde tales hechos emana y, desde luego, desde la fuerza que despliegas como escritor, esa que logra hacer sentir, sufrir, rondar, penetrar. Ahí están la despedida de Peligro y la Bruja en Bellas Artes pocas horas antes del asalto; los detalles que rodean los momentos finales de Menelao Mora; el postrero encuentro entre Peligro y Juan Pedro Carbó en el Parque Zayas bajo las balas de una ametralladora calibre 30; Daniel ordenando a Osvaldito retirarse para vender bien cara su vida logrando con ello salvar la vida al amigo; las reminiscencias de alto vuelo poético, los soliloquios, ora rotundos, ora líricos, el intento de pago por la Bruja de la deuda contraída por Peligro con un garrotero, las palabras del garrotero, y otros muchos hechos. ¿Cómo llegaste a hacer tuyos, a aprehenderlos, a vivirlos, seguramente a sufrirlos –ese pathos y cumpathos que es la parte inicial de escribir– cada uno de esos momentos?
Creo que en las respuestas a las preguntas anteriores está la respuesta a esta. Sucedió que me involucré sentimentalmente con mis personajes, me hice uno con ellos, sentí con ellos, sufrí con ellos, me entusiasmé con ellos, al punto de todavía hoy sentir que soy uno más entre ellos; el último en la lista, pero uno de ellos.
Y a veces los personajes reales, no los de la ficción, me hicieron pensar que mi fantasía es la realidad.
En otras palabras: Yo conocía del Directorio Revolucionario, incluso de José Antonio, ese mínimo que conoce quien haya pasado por una carrera de letras, no mucho más. José Antonio era, antes de comenzar con mi novela, un líder estudiantil que había organizado una acción heroica contra la dictadura y había muerto en el empeño. Al comenzar a informarme para escribir la novela descubrí que decir eso es no decir nada. José Antonio fue uno de los revolucionarios más preclaros que ha dado este país. Su figura trascendía las aulas universitarias de La Habana y alcanzaba a todo el estudiantado nacional y a una parte importante de los sectores obreros. Era un líder político con ideas muy claras acerca de los males que aquejaban al país y de las vías para erradicarlos (el Manifiesto del Directorio Revolucionario, de febrero de 1956, documento que debería ser más conocido, es una muestra de la claridad política de José Antonio), un líder que, cuando hablaba, toda la prensa estaba al tanto de sus palabras. Su figura se proyectaba incluso fuera de las fronteras nacionales. Al conocer todo eso sentí que José Antonio era el líder a quien yo hubiera seguido al combate si me lo hubiera pedido.
Esa empatía fue fundamental para la forma como concebí la novela, pues en ella no hablo de algo ajeno mí, sino de algo totalmente mío, de mis héroes de carne y hueso.
(Continuará)
Visitas: 177
Deja un comentario