El pasado 30 de noviembre se presentó en la Sala Villena de la UNEAC el libro del actor, investigador y autor teatral Carlos Padrón, titulado Lo que fuere sonará, publicado por la editorial Tablas-Alarcos; 646 páginas en dos tomos, resultado de una investigación de más de cuarenta años sobre los primeros tres siglos de la expresión escénica en Cuba (1511 y 1812).
Fue presentado por Francisco López Sacha, quien ofreció una clase magistral sobre la historia de nuestro teatro, y enfatizó que el texto de Padrón ha profundizado en asuntos que otros investigadores no han alcanzado a descubrir.
Lo que fuere sonará es, en la práctica, una cronología comentada cuyo título alude a una obra teatral que un dramaturgo español, radicado en Cuba hacia 1811, escribió especialmente para Francisco Covarrubias, el gran cómico habanero que desde hace años es reconocido como el fundador del teatro cubano.
La idea de iniciar esta investigación surgió en 1971, cuando Rine Leal, sin dudas el más completo historiador de nuestro teatro, viajó a Santiago de Cuba para impartir en la Universidad de Oriente un ciclo de conferencias sobre el quehacer escénico en lo siglos XVIII y XIX. Rine solicitó la colaboración del Conjunto dramático de Oriente para ilustrar con sus actores escenas de las obras que iba a destacar, como El príncipe jardinero y fingido Cloridano, de Santiago de Pita; El conde Alarcos, de Milanés; El fantasmón de Aravaca, de Luaces; La boda de Pancha Jutía con Canuto Raspadura, de Crespo Borbón; Los negros catedráticos, del autor emblemático del bufo, Pancho Fernández, y otras. En aquel elenco figuraba Carlos Padrón, quien nos confiesa que aquello le sembró el amor por la investigación. El entonces joven actor decidió dedicar su tiempo libre a la historia del teatro cubano. Tenía 24 años.
Padrón se trasladó a La Habana en 1989. Hasta hoy, ha trabajado en más de 40 filmes, como actor y director en unas 70 obras teatrales, y más de 40 novelas y series de TV, además de centenares de programas radiales y espectáculos para eventos y fechas históricas. También escribió obras teatrales y guiones para la TV y el cine. A eso hay que añadir los 26 años que fue dirigente en la UNEAC, 23 de ellos como presidente de la Asociación de Artistas Escénicos. Todo eso le limitó encontrar tiempo y espacios para la investigación. Pero al final lo logró.
En el volumen Lo que fuere sonará se encuentran hallazgos muy interesantes y desconocidos, como el de los areítos y las leyes de Burgos, que según don Fernando Ortiz y Rine Leal, dichas leyes habían prohibido estas manifestaciones. El autor encontró una publicación con la copia de esos documentos originales, en los que ser expresa lo contrario, que los areítos debían ser permitidos por los encomenderos. Y dicha instrucción estaba firmada por el rey de España.
Se investigó todo el proceso de consolidación de un teatro profesional propio, teniendo en cuenta las primeras expresiones pre-dramáticas, integrando los areítos de los taínos, la influencia de las culturas africanas, así como las de influencia española, sobre todo las de carácter religioso, y sus sucedáneas en lo profano.
Uno de los aspectos que acentuó Sacha en su conferencia es la preponderancia que Padrón le da a las procesiones del corpus christi desde el siglo XVI hasta principios del XIX, que como se trataba de una procesión con variadas secciones expresivas, en la que intervenían indios, negros, mulatos, blancos pobres y blancos de alta posición, junto a los religiosos también divididos en castas, como el cura de parroquia, el jefe de congregación y hasta el propio arzobispo, constituía una parafernalia que luego influiría en la estructura de las comparsas y congas del carnaval o carnestolendas y mamarrachos, como se le llamó entonces, que se desarrollaban tanto en La Habana como en Santiago, siempre como expresiones itinerantes donde reinaban las máscaras, los disfraces, la representación, la poesía, la música, la danza y la plástica en la confección de pendones, banderolas, y telones.
En el libro se encuentran estrenos de obras teatrales de autores peninsulares que aparecen mucho más tarde en Madrid o Barcelona en los tratados de reputados especialistas españoles contemporáneos.
El libro intenta también acentuar el peso que tienen en la creación escénica profesional los “trabajadores” del teatro, o sea, actores, músicos, bailarines, tramoyistas o maquinistas como se les llamaba entonces; pirotécnicos, escenógrafos, incluso los críticos. Generalmente las historias del teatro solo mencionan obras y autores, y esta investigación defiende la pertinencia de estos trabajadores, sin los cuales no se produce el hecho cultural más importante, que es la comunicación directa con el público.
En general esta obra pretende ser útil no solo a los teatristas de hoy y de mañana, sino también a historiadores, sociólogos, sicólogos y economistas, porque hay informaciones sobre comentarios del público, salarios, derechos de autor, por solo citar algunos.
Los lectores tienen en sus manos una obra esencial y clásica, que costó muchos años de investigación y dedicación, pero que aporta luces nuevas a la historia del teatro cubano, y para nadie es un secreto que conocer la historia nos permite avizorar el futuro.
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