―Cuando yo tenía 25 años y dos novelas publicadas, que, más que tales, eran cuadernos de un aprendiz, poseía una opinión sobre mí que ahora me avergüenza confesar: me sentía un gran escritor… Hoy, con 30 libros en mi haber, cuando me enfrento a mi propia obra, pienso en verdad que soy solo un escritor con muchas limitaciones —me dijo Jorge Amado una mañana del mes de diciembre de 1986 cuando, luego de 23 años sin hacerlo, vino a La Habana a fin de participar como jurado de guiones en el VIII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Me lo topé en el vestíbulo del hotel Capri y le pedí una entrevista. «Ahora voy a desayunar; espéreme, a la vuelta nos vemos». Volvió y conversamos sin prisa en un rincón del lobby bajo la mirada de Zelia Gatai, que no perdía una sola palabra del marido. Tuve suerte. Hay mucho de suerte en una buena entrevista.
Jorge Amado era entonces —lo sigue siendo― uno de los escritores latinoamericanos de más éxito. Era el novelista de América Latina más leído; vendía más que García Márquez, lo que es mucho decir. En ese momento las tiradas de sus libros sumaban, en conjunto, más de veinte millones de ejemplares y se decía, en broma, que estaba traducido incluso a lenguas que no existían. Las tiradas de sus libros sumaban en conjunto más de veinte millones de ejemplares. Sus novelas, publicadas hasta entonces en 48 países, se habían vertido a 54 idiomas. Sólo hasta 1982 se hicieron de ellas 684 ediciones en Brasil, 40 en Portugal y 377 en otras naciones.
En más de una ocasión fue candidato al Premio Nobel de Literatura. Nació en 1912, en Itabuna, Bahía, y falleció en la misma ciudad en agosto de 2001.
―No releo mis libros una vez publicados. Y no los rescribo, por supuesto. Cada libro representa un momento de la vida del autor, de su calidad y de su pensamiento. Rescribirlos me pareció siempre una falta de respeto al lector, fundamentalmente al que se acercó a la novela cuando apareció por primera vez —dijo y puso un ejemplo.
―En los años 40, 50, la figura y las ideas de Stalin tenían un gran peso en la vida política internacional, influían, sobre todo, en gente de izquierda como yo que entonces militaba en el Partido Comunista de Brasil. Por aquella época escribí la trilogía que apareció bajo el título de Subterráneos de libertade… eran libros estalinistas… Louis Aragon escribió por ese tiempo una novela excelente, una gran novela diría yo, Los comunistas… En 1956, cuando en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética se revelaron los grandes errores y los crímenes de Stalin, Aragon se sintió obligado a cambiar, punto por punto, su novela. Estaba en su derecho y yo no lo critico. Subterráneos de libertade quedó, sin embargo, tal como se concibió y apareció por primera vez. Nunca hice nada en lo que no creyera, y no quiero ocultar nada de mi vida.
Inquirí entonces acerca de la construcción de sus personajes. Respondió que siempre tenía muchas criaturas en la cabeza y que jamás sabía qué les sucedería ni en qué realidad querrían desenvolverse. No pienso que ninguno de ellos es totalmente imaginario, precisó. Muchos de sus amigos se reconocían en sus libros, pero cuando alguno de ellos «entra en la realidad de mi novela, deja de ser ya la persona real».
Entonces, ¿en cuál de sus personajes se reconoce usted? Se le identifica con Vasco Moscoso, de Os velhos marineiros…
Asintió. Pero se identificaba asimismo con el Quincas de A mortey a morte de Quincas Berro D’Agua. Si bien se reconocía en ellos, pensaba que, de todos, el que mejor encarnaba sus ideas era Pedro Arcanjo, de Tenda dos milagres. Se trata de un científico de extracción muy humilde que escribe sobre la realidad de Bahía, una realidad que no oculta sus influencias africanas ni su mezcla de razas y culturas. Pedro es discriminado, pero mantiene firme sus convicciones y su fe, y no niega su origen. Es creyente del candomble y es también materialista. «Aunque Pedro se inspira en un ser real, su lucha contra el racismo y a favor de la libertad religiosa, y su desvelo por la cultura popular, son también los míos», puntualizó el escritor.
La crítica habla de una primera etapa en la obra de Jorge Amado en la que se pone de manifiesto una literatura política —panfletaria, para emplear el término que se ha manejado― y que da paso a una literatura picaresca que da entrada al humor.
El autor de Mar morto no estaba de acuerdo con esa clasificación. Creía que solo había escrito dos novelas políticas; la ya mencionada Subterráneos da libertade y Farda, Fardao e camisola de dormir. Hay un mismo tema en ambas; la lucha del pueblo brasileño contra la dictadura de Getulio Vargas.
El mismo tema visto, en la primera de esas obras, desde el ángulo de los comunistas, y en la segunda desde el punto de vista de los intelectuales. Todo lo demás que he escrito es literatura social, muy marcada por una función de lucha contra la miseria, la opresión y los prejuicios. Tampoco creía que el humor apareciera tardíamente en su obra. Precisaba que lo había hecho en su momento, como fruto de la madurez, cuando su visión de la realidad se hizo más compleja.
Afirmó en una ocasión que los libros que le hubiese gustado escribir, ya estaban escritos. Eran el Quijote, Gargantúa y los cuentos de Boccaccio. De cualquier manera, reconocía las influencias de José de Alencar, Mark Twain, Zola, Eça de Queiros, y, por supuesto, Dickens, «por su humanidad».
Pregunté su opinión sobre los que, leyéndolo en portugués, hablaban de sus descuidos formales. Añadí, sin embargo, que a mi juicio la eficacia de un lenguaje literario no dependía de su apego a la gramática, y que, por otra parte, me parecía muy brasileña esa actitud de repudiar la forma, contra la que se rebelaría la generación del 45 y, sobre todo, Guimarães Rosa.
Amado respondió que él era un escritor, no un intelectual; trabajaba sobre la realidad de su pueblo que conocía íntima y profundamente. Quiso construir un lenguaje literario basado en la lengua popular. El deber de un escritor es recrear la realidad y no jugar con las palabras. De ahí que lo importante para él era que sus libros fueran una recreación de la vida y no meros ejercicios de estilo.
―Usted alude a Guimarães Rosa, un gran escritor nuestro, un hombre que además fue mi amigo. Sé como trabajaba.; cada cuartilla le llevaba un quehacer de monje. Yo escribí el prefacio para la edición en inglés de Grande sertao: veredas, y dije que cuando esa novela se tradujera al español era posible mantener algo de su experimentación estilística, pero que esa experimentación se mantendría menos si la obra se vertía al francés o al italiano, y mucho menos si se llevaba al inglés o al alemán. Cuando llegue a China, Japón, Birmania… ¿qué quedará de su escritura? Muy poco, casi nada. Pero expresé también que lo que hace grande la escritura de Guimarães en cualquiera de las lenguas a la que se traduzca, es el hombre brasileño que alienta en ella, la vida y la sangre que logra insuflarle a su obra, la pasión con que la escribió.
«Escribí ese prólogo y quedé preocupado pues no sabía cómo reaccionaría Guimarães cuando lo leyera. Pero quedó encantado. Me manifestó su inquietud. Se había percatado que su experimentación lo separaba de una gran masa de lectores y me confesó que buscaba una literatura que lo acercara cada vez más al lector».
En 1942, Amado publica en Brasil O cavaleiro da esperança, Vida de Luis Carlos Prestes, que alcanza su primera edición en español (Fondo de Cultura Económica) en 2021. Había tenido en 1979 su vigésima edición en portugués. Un libro que se sitúa entre el relato político y la biografía novelada sobre una figura que es, en Brasil, leyenda y símbolo.
Terras do sem-fin (1944) en la que ahonda en la vida de los trabajadores de las plantaciones de cacao, está considerada su obra maestra.
En 1958 da a conocer Gabriela, cravo e canela. Ya para entonces había renunciado a su militancia comunista y en 1959 recibe el título de Obá Arolu en el Axé Opô Afonjá. Aunque era un materialista convencido, admiraba el candomble, que consideraba una religión «alegre y sin pecado», y en 1986, fecha de nuestro encuentro, era figura mayor de la santería en su país, y ostentaba la distinción más alta en esa religión, el título de Ogún, del que solo existían doce en todo Brasil. En 1972 la Escuela de Samba Lins Imperial, de Sao Paulo, desfiló con el tema «Bahía de Jorge Amado», y en 1988 la Escuela de Samba Vai-Vai triunfó como campeona del carnaval de Sao Paulo, con el tema «Amado Jorge; la historia de una raza brasileña».
En 1966 publica Dona Flor e seus dois marides, y en 1969 Tenda os milagres. Algunas de sus obras se llevaron al cine y a la televisión. En Estados Unidos se han hecho más de 17 ediciones de bolsillo de sus libros.
Pese a la valoración que críticos y lectores hacen de Terras do sem-fin y de Gabriela…, el escritor consideraba que Tenda os milagres era su mejor novela. Dijo: «La escribí en el peor momento político de Brasil, a fines de la década de los 70, esto es, en los años de la tortura, los asesinatos, las desapariciones».
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