Era la primera lectora de sus libros, su asesora en cuestiones de música y una de sus mejores y más exactas biógrafas. «Pero la principal función de mi vida, es la de prepararle a Jorge las condiciones para que pueda escribir…»
Conocí y entrevisté a Zelia Gattai en diciembre de 1986, durante la celebración en La Habana del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Tenía ella ya unos cuantos libros publicados, pero mi interés al abordarla fue el de conocer detalles sobre la intimidad de Jorge Amado con quien llevaba entonces más de cuarenta años de relaciones maritales.
Se definía ella como una memorialista. Había comenzado a escribir a los 63 años de edad. Su libro inicial, Anarquistas, gracias a Dios, acaparó los primeros lugares entre los títulos más vendidos. A partir de ahí dio a conocer ocho libros de memorias, tres, infantiles, una foto biografía que tituló Reportaje incompleto, y una novela, libros que se tradujeron al español, francés, alemán, italiano y ruso.
«Reportaje incompleto recoge un buen trecho de la vida de Jorge contada en imágenes. Él no es el único objetivo de mi trabajo fotográfico, pero sí mi personaje principal», comentó en aquella entrevista de 1986, y añadió, no sin humor, que de haber tenido un marido corriente jamás hubiese acometido su biografía, como lo hizo en Un sombrero para viajar. En cuanto a su literatura, recordó el consejo que le dio Amado en los comienzos de su carrera. «Escríbela como la sientas. La historia es buena siempre que la cuentes de dentro hacia fuera».
Yo era la más indicada
Aunque los estudios acerca de la obra de Amado eran numerosos, ella pensó que la vida de su marido merecía ser más conocida en detalle. Siempre le llamaron la atención las contradicciones que se advertían en los apuntes biográficos que se publicaban sobre él, y con Un sombrero para viajar quiso aclarar las cosas de una vez y ofrecer al mismo tiempo una visión del hombre en la que no estarían ausentes sus raíces, su energía, su compromiso social, las prisiones que padeció, sus sufrimientos.
―Yo era la persona más indicada para hacerlo, no ya por nuestra larga convivencia, sino porque durante años escuché de labios de mi suegra el relato de la infancia y la primera juventud de Jorge.
Volví a encontrarme a Zelia en México, donde coincidimos en la presentación de un libro del ex presidente brasileño José Sarney. Ya Amado había muerto, y ella, que no había dejado de publicar, ocupaba el sillón número 23 de la Academia Brasileña de las Letras, el mismo que ocupó su esposo y, en su momento, Machado de Assis. Me acerqué a saludarla con reserva y al finalizar el acto, hicimos un aparte.
Me contó acerca de los últimos momentos del autor de Tierra del sinfín. Había perdido la visión central y las dolencias cardiacas y los edemas pulmonares lo obligaban a reiteradas reclusiones hospitalarias. Aun así, trabajó todo lo que pudo. Falleció el 6 de agosto de 2001, a los 89 años de edad.
Zelia lo sobrevivió siete años; falleció en 2008, a los 91. Por voluntad propia, sus cenizas fueron esparcidas en el jardín de la casa del barrio de Río Vermelho, en Salvador de Bahía, que Amado pudo construir gracias a los derechos de filmación de Gabriela, cravo e canela pagados, en 1963, por la Metro-Goldwyn-Mayer, residencia donde Jorge y Zelia vivieron su tórrida relación y que, a su muerte, quedó convertida en centro cultural.
Zelia Gattai encarna, dijo el presidente Lula, la fuerza, la dulzura y persistencia de la mujer brasileña.
Amado íntimo
―Jorge tiene la virtud de no darse importancia. Presta la misma atención a un rey que a un pescador. Y tiene siempre las antenas conectadas para captar lo que sucede a su alrededor. En la casa quiere estar al tanto de todos los detalles. Pregunta, por ejemplo, ¿qué comeremos hoy? Pollo. ¿Cómo se va a preparar? Así y así…le pondré ese vino que conseguimos… Entonces va a la cocina y dice a la cocinera: échele al pollo la garrafa de vino completa. Resultado: el pollo se arruina. A veces se altera, no cabe dentro de sí, pero yo lo comprendo y trato de que se sienta bien.
Es un escritor que no se cuida ni protege su privacidad, puntualiza Zelia.
―No puede escribir en espacios cerrados, si estamos en nuestra casa de la ciudad de Salvador, insiste en hacerlo en la terraza o en la sala principal, con todas las ventanas abiertas.
«Cuando suena el teléfono quiere siempre atender las llamadas o saber al menos quién habla; si tocan a la puerta es lo mismo, no es remiso a recibir al visitante o conocer qué asunto le trae. La situación se hizo tan insoportable que decidimos mandar a construir una casa a la orilla del mar, en la playa de Itapoa.
» Jorge se sentía allí a sus anchas hasta que una mañana vimos que un ómnibus abarrotado de turistas se detenía ante nuestras narices. Por la tarde el ómnibus regresó con su carga y volvió al día siguiente y al otro y al otro. Una empresa había incluido el sitio de trabajo de Jorge Amado en sus programas e itinerarios turísticos, mientras nosotros nos pasábamos el tiempo encerrados en el lugar, ocultos como bandidos.
» Fue entonces que Jorge empezó a escribir en apartamentos que le prestaban sus amigos, en casas de campo o en el extranjero. Su novela más reciente la escribió en las montañas de Río de Janeiro, y otro de sus últimos libros en Londres. Este año pasaremos dos meses en Paris a fin de que trabaje en la novela que tiene entre manos».
Apuntó que, en esos años, Amado pensaba cada vez más sus novelas antes de escribirlas, y que solo se sentaba a hacerlo cuando tenía la historia concebida en todos sus detalles.
Ella ponía en limpio lo que iba saliendo de cada una de las jornadas de trabajo del escritor, ansiosa porque llegara el día siguiente para saber cómo continuaría la historia. Cuando ponía punto final a una novela, Amado la revisaba en conjunto y lo habitual era que le hiciera muchas enmiendas y adiciones. Zelia volvía a pasar en limpio otra vez su trabajo y el escritor lo revisaba de nuevo, varias veces.
―Nadie leía sus libros antes que yo, que era su mecanógrafa.
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