
Foto: Juan Carlos Borjas Tomada de Cubarte
No suele ser práctica favorecida seleccionar trabajos de una publicación periódica para darlos de nuevo a la luz mediante una antología, pero se constatan ejemplos. Sin ánimo de ser exhaustiva, revistas en nuestro idioma como El Crepúsculo (1842) y Diálogos (1964-1985), de España; la mexicana Los Contemporáneos (1929-1931); la boliviana Gesta bárbara (1918-1926) y La Nota (1915-1917), de Argentina, entre otras, han disfrutado de tal escrutinio.
En Cuba también se ha seguido igual proceder, no tanto como hubiera sido pertinente, si tenemos en cuenta que uno de los rasgos más sobresalientes de nuestra cultura, en todos los tiempos, en cualquiera de sus manifestaciones y en su amplio espectro, ha sido la proliferación de revistas y periódicos. Han sido favorecidas, desde su perfil literario, publicaciones como Papel Periódico de la Havana en su primera etapa, gracias a una obra de absoluta ejemplaridad: La literatura en el Papel Periódico de la Havana (1790-1805), muestra escogida por Cintio Vitier (poesía), Fina García Marruz (crítica, teatro y polémica) y Roberto Friol (cuentos), aparecida en 1990, mientras que varios de los trabajos incluidos en las revistas románticas El Álbum (1838-1839), La Siempreviva (1838-1840), El Prisma (1846-1847) y Flores del siglo ( 1846-1847; 1852) fueron las preferidas para integrar Prosas Cubanas (Tomo I y II, 1962, 1964, respectivamente).
Otras revistas memorables de aquella centuria, entre las varias que merecen nombradía, como Revista de la Habana (1853-1857), Revista Habanera (1861-1863), Revista de Cuba (1877-1884) y su continuadora, Revista Cubana (1885-1894), para solo citar cuatro de los llamados «monstruos editoriales» de ese lapso, se han mantenido fuera de este tipo de repertorio. Mientras, del siglo XX y XXI, igualmente prolífico en títulos, cito, a desmedro de algún olvido involuntario, después de 1959 han sido objeto de atención desde esta perspectiva Revista de Avance (1927-1930); Casa de las Américas en su etapa inicial 1960 a 1970; Anuario L/L (1970- ), del Instituto de Literatura y Lingüística, y la manzanillera Orto (1912-1957). Publicaciones como La Gaceta de Cuba, iniciada en 1962 y lamentablemente desaparecida, no sé si para siempre, desde hace varios años, se inclinaron por integrar volúmenes desde perfiles temáticos, como los cuentos premiados en su concurso anual, o las bien recordadas Conversaciones en Cinecittá, debidas a Arturo Sotto.
En medio de tantas estrecheces económicas y pandémicas que también nublaron el panorama cultural, la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí no se sumió en la inactividad, más cuando el año 2021 marca los 120 de su fundación. Han sido muchas las acciones realizadas, pues se vio favorecida no solo con reparaciones para engalanarla externamente, tarea a la que no siempre se le presta la atención merecida, sino que mantuvo una constante y dinámica agenda cultural marcada por hechos tan trascendentes como la restauración total de su teatro, ahora Teatro Hart, con motivo del 60 aniversario de Palabras a los intelectuales, espacio donde tuvieron lugar las jornadas de trabajo que propiciaron aquel primer acercamiento entre los jóvenes líderes del proceso revolucionario que recién comenzaba y la intelectualidad. Asimismo, la inauguración de la Sala Eliseo Diego, dedicada a los lectores de menos edad, apertura de exposiciones en la galería El reino de este mundo y en otros espacios, conciertos, presentaciones de libros, etc. Suscribo como otro logro la prestación de servicios personalizados a cuantos estuvimos urgidos de ellos, en ocasiones acercándonos los materiales hasta nuestras propias casas, sirviéndose, fundamentalmente, de los escaneos de los requeridos.
A lo anterior se suma otro reciente y trascendental: la aparición del primero de los dos volúmenes antológicos que aparecerán emanados de la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí (1909-1912; 1949-1958; 1959-), con una selección de trabajos desde sus inicios hasta el último número aparecido, también publicado en fecha reciente, y con esto subrayo que, entre las revistas culturales en papel, ha sido esta casi la única que ha podido sobrevivir y estar al día, como también lo ha estado la revista Matanzas, del Centro Provincial de Libro y la Literatura.
La que ahora comento constituye uno de los «grandes monstruos» editoriales de los siglos XX y XXI cubanos, acaso comparable con la Revista de la Facultad de Letras y Ciencias (1905-1930) de la Universidad de La Habana, o, con otras dinámicas, Cuba Contemporánea (1913-1927) y Universidad de la Habana (1934- ), sin opacar el valor de otras como Casa de las Américas, con un perfil bien definido.
Fundada con espíritu ecuménico y dirigida en su primera etapa por Domingo Figarola-Caneda, la ya más que centenaria publicación —ciento doce años de existencia salvo algunas no deseadas interrupciones— fue dirigida en épocas posteriores por Lilia Castro de Morales, María Teresa Freyre de Andrade, Cintio Vitier, Renée Méndez Capote, Juan Pérez de la Riva, Julio Le Riverend, Elíades Acosta, Eduardo Torres Cuevas y Rafael Acosta de Arriba, su actual conductor. En fecha reciente ha asumido la dirección de la institución Omar Valiño Cedré, destacado ensayista, crítico cultural especializado en teatro, profesor y editor, quien le ha imprimido a este centro su dinámica personalísima, propia de un espíritu inquieto y ávido de trabajar aun teniendo que vencer los más inadvertidos e impredecibles obstáculos. A él se debe también que este logro haya navegado con éxito en medio de tantas dificultades.
Pero la concepción para realizar este número antológico, en dos tomos, no surgió ahora, sino que la venía acariciando, desde años atrás, Acosta de Arriba. Por razones ajenas a su deseo se fue postergando su iniciativa hasta que, finalmente, a dúo con nuestra Bibliógrafa Mayor, Araceli García Carranza, y después de varios encuentros y discusiones enriquecedoras, lograron concretar el primer volumen hoy a la vista, mientras que el segundo se encuentra en prensa. Veinticuatro trabajos lo integran, desplegados en 312 páginas, cifra esta última a tener en cuenta si, como sabemos, padecemos, desde hace años, una sistemática crisis de papel.
Revista de poética poliédrica, la selección, sin dudas, debió ser ardua en medio de tantos trabajos de excelente calidad, constatada con lo repasado por nuestras manos, que da cuenta de una labor meticulosa, pensada y sobre todo equilibrada, inaugurada con un trabajo de Figarola-Caneda, «El doctor Ramón Meza y Suárez Inclán (Noticia bio-bibliográfica)» y concluida con «Para una vida de Santiago Pita», de Octavio Smith, compartiendo espacios con — y quisiera citar todos los elegidos para poder confirmar el alcance de lo realizado— «La Biblioteca Nacional: su historia y propósitos», de Francisco de Paula Coronado; «Poesía afrocubana», de Emilio Ballagas; «Bibliografía de Domingo-Figarola-Caneda», de Juan Miguel Dihigo Mestre; «Ceremonia de la colocación de la primera piedra del nuevo edificio de la Biblioteca Nacional», de Lilia Castro de Morales; «Sugerencias martianas», de Manuel Isidro Méndez; «Mercedes Matamoros. La poetisa del amor y del dolor», de Hortensia Pichardo; «La lengua de Martí», de Gabriela Mistral, con Nota editorial de Jorge Mañach; «El escudo colonial de Cuba», de Enrique Gay-Calbó; «Las reglas y advertencias generales compuestas por Pablo Minguet para tañer los instrumentos mejores», de Argeliers León; «Oda a Julián del Casal», de José Lezama Lima; «Iglesia e ingenio», de Manuel Moreno Fraginals; «Imagen del poeta Milanés», de Salvador Bueno; «Una lámina de cada clase» de Eliseo Diego, con presentación de Juan Pérez de la Riva; «Las grandes corrientes políticas en Cuba hasta el autonomismo», de Elías Entralgo; «El expresionismo en la pintura cubana», de Graziella Pogolotti; «La Real y Literaria Universidad de La Habana: síntesis histórica», de Luis F. Le Roy y Gálvez; «La penetración económica extranjera en Cuba», de Julio Le Riverend; «El resurgimiento del anexionismo en la Cámara de Representantes hacia 1876: antecedente político del Pacto del Zanjón», de Jorge Ibarra; «El negro en la economía habanera del siglo XIX: Agustín Ceballos, capataz de muelle», de Pedro Deschamps Chapeaux; «Martí como crítico», de Cintio Vitier; «La música en las revistas cubanas del siglo XIX», de Zoila Lapique Becali; «De Estudios Delmontinos» de Fina García Marruz; y el citado de Smith. Todos, excepto la oda de Lezama a Casal y una selección de los poemas de Eliseo Diego que inspiraron su libro Muestrario del mundo o libro de las maravillas de Boloña (1968), son ensayos donde se practica un alto proceder investigativo / interpretativo calzado con el sello particular de la expresión cuidadosa y refinada, probadas muestras autorales de quienes representan lo mejor de nuestra tradición literaria e histórica, ponderando también las pinceladas poéticas exhibidas de Lezama y Diego, dos de los más elevados poetas del siglo XX insular.

Foto: Juan Carlos Borjas. Tomada de Cubarte.
Citar en detalle los títulos escogidos por Acosta de Arriba y García Carranza ayuda a esclarecer y a definir cuál fue el perfil, o, mejor, los perfiles de esta publicación, cuya singularidad es, precisamente, dar cabida a múltiples disciplinas: historia, literatura, música, economía, artes visuales, demografía, antropología, entre otros acercamientos diversos a diferentes problemáticas del mayor interés en el campo de las disciplinas humanísticas. Pero si la ponderación prima al conformar este verdadero florilegio, no menos importante es la relevancia de los nombres que firman los trabajos, todos enraizados, como antes expresé, en la mejor tradición de la cultura ensayística, de la que Cuba es ejemplo desde los albores del siglo XIX y quizás desde antes, cuando la oratoria religiosa, en latín, hacía gala de sus recursos retóricos. En este sentido la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, desde su fundación, se ha comportado, tanto con el pasado como con el presente, como un verdadero registrador de inquietudes, de deudas por salvar, de figuras que reivindicar, de rescate y valoración, sumas que reflejan la vida cultural de la nación. Valga aclarar que si bien este primer volumen antológico trata solo asuntos cubanos escritos también por cubanos, excepto el debido a la chilena Gabriela Mistral, muchos colaboradores extranjeros prestigiaron la publicación, dando cuenta así de ese espíritu ecumenista antes señalado.
En tanto investigadora de la literatura cubana, celebro sobremanera la inclusión de dos trabajos de carácter bibliográfico dedicados, uno, al autor de Mi tío el empleado, Ramón Meza, y el otro a Domingo Figarola-Caneda, incansable estudioso de nuestra cultura. Ojalá ambos contribuyan al renacer de esta disciplina tan necesaria como lamentablemente preterida, y de la que la Biblioteca Nacional fue ejemplo a través de las numerosas contribuciones legadas a lo largo de los años, y que hoy, al parecer, no gozan de la necesaria preeminencia. Celebro asimismo el diseño interior, con ilustraciones ad hoc, otro premio a otorgarle, no así, a mi juicio, a la cubierta y contracubierta, bien concebidas, aun cuando el diseño escogido no implica novedad, pero fallidas en cuanto a los colores empleados, una paleta, para mi complacencia, demasiado fuerte en tintes provenientes de gamas generalmente primarias. Pero solo es cuestión de preferencias.
Memoria y legado se unen en este primer volumen antológico de la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, suma memorable a agradecer por todos los estudiosos de la cultura cubana, verdadera indagación en una labor ya asentada en los dominios de los saberes, concierto ofrecido a dos batutas bien acopladas que resume el valor de una publicación que siempre ha enrumbado por los mejores y más sabios derroteros.
Visitas: 160
Deja un comentario