
La poesía de Lord Byron
Si nos referimos a la revolución literaria que operó el movimiento romántico en Inglaterra, la voz de Byron puede ser señalada como la más alta en poesía, de la misma forma que Walter Scott fue el creador de la novela histórica, Tomás de Quincey, el artífice del estilo, Dickens el psicólogo acabado de la novela, Ruskin, el crítico de arte por excelencia y Gibbon y Carlyle, dos de los historiadores más grandes de los tiempos modernos. A este respecto, para conocer en su totalidad la poesía de Lord Byron, hay que discriminar primero cuáles fueron los motivos que más generalmente le interesaron; en segundo lugar cuáles fueron sus influencias poéticas y, por último, qué legado dejó a los poetas de las sucesivas generaciones. Acerca de los temas que más abordó en su poesía podemos decir que fueron sobre todo cuatro: el amor, la política, las guerras y la lucha por la libertad. Eso sí, lo especial de su acercamiento a ellos es que todos ellos estuvieron sazonados con reflexiones filosóficas y existenciales y tratando en ellos a los hombres de todas clases y jerarquías, pudiendo ser considerado, en este sentido, un poeta de registro universal.
Respecto a cuáles fueron los autores que más influyeron en la formación artística de Byron, hemos de señalar a algunos grandes poetas y escritores de su tiempo, como Walter Scott y Göethe. También hay, sobre todo en su obra de madurez, una influencia más profunda que se remonta a Milton y Shakespeare, a los enciclopedistas, a Voltaire sobre todo, y a los clásicos griegos, Homero, Esquilo y Platón. Estos grandes maestros de la literatura universal le enseñaron a contemplar la realidad con ese escepticismo de la sabiduría que, sin negar todo lo horrible que puede haber, y que hay, en la vida, hace creer y amar el destino del hombre.
Centrándonos ahora en las influencias de Byron en las siguientes generaciones de poetas, podemos decir que nuestro vate puso su sello en todos los hombres libres o que buscaban la libertad de su época, como quizá no se haya repetido otro en la historia de la humanidad. De él salieron los libertadores y de él salieron los cantores de las emancipaciones y las libertades del hombre. Byronianos son José de Espronceda, que conoció la cárcel y el exilio, y el Duque de Rivas, en España. Alejandro Pushkin y Lérmontov en Rusia; y en Francia nos encontramos con Víctor Hugo, Dumas, Lamartine y Musset. En definitiva, tal y como señala Blanco y Quiñones (1971:97) «Byron fue el poeta de los rebeldes, de todos los que en Europa desesperaban de la libertad política tanto como sentimental».
Reflexiones existenciales
Es el estilo poético de Lord Byron muy prolífico a la hora de incluir reflexiones de manifiesto carácter existencial debido, fundamentalmente, a lo bien trazados que están los protagonistas que aparecen en sus obras. Esto se puede relacionar con el hecho de que la mayoría de sus composiciones son autobiográficas, pues se puede identificar a Byron prácticamente con todos los protagonistas de sus obras. En este sentido, es importante considerar la difícil personalidad de un autor que, a pesar de llevar una vida marcada por la gran cantidad de relaciones sociales y políticas que estableció, sintió siempre dentro de sí el peso de la soledad y de la existencia. A este respecto, de entre nuestra selección de poemarios, vamos a destacar cuatro en los que las reflexiones alcanzan el mayor grado de abstracción y condensación: Las peregrinaciones de Childe-Harold, El corsario, El cautivo de Chillon y Caín.
Dentro de Las peregrinaciones de Childe-Harold son varios los fragmentos en los que el protagonista da muestra de su hastío vital y del cansancio que siente ante una sociedad consumista que vive demasiado de las apariencias. Transcribimos uno que nos parece bastante significativo:
Childe-Harold tenía el corazón enfermo. Quería alejarse de sus compañeros de crápula; y aseguran que alguna vez viose en sus sombríos y humedecidos ojos brillar una lágrima, que su orgullo helaba repentinamente. […]. Muchas veces una extraña angustia se reflejaba en la frente de Childe-Harold, como si el recuerdo de alguna fatal querella o de una pasión burlada, se despertase súbitamente en su corazón. Todos sus compañeros ignoraban aquel secreto, y quizá no mostraban muchos deseos de conocerlo, pues no era su alma de las abiertas y francas, de las que hallan consuelo comunicando sus pesares. Cualesquiera que fuesen las penas que no podía olvidar, no buscaba ni los consuelos ni los consejos del amigo. No era amado por nadie, porque los jóvenes disolutos de todos los países, que a su palacio acudían, si le prodigaban lisonjas en los días de festines, constábale que eran parásitos sin corazón. ¡Sí! Nadie le amaba.
Otra parte de la misma obra en la que también se hace muy evidente el tono existencial es aquella en la que el poeta se cuestiona por la naturaleza del hombre y la de su alma. En la misma también aparece una reflexión acerca de si los sentimientos y la sensibilidad del ser humano pueden agotarse totalmente por las experiencias vividas o si, en cambio, siempre queda algo que puede volver a encenderla. Presentamos las evidencias:
Aquel que ha vivido mucho por sus acciones y no por sus años, iniciado en todos los misterios de la vida, sin hallar nada que le admire; insensible en adelante a los crueles dardos con que el amor, el odio, la ambición o la gloria desgarran en secreto el corazón de los mortales, aquel podrá decir por qué el pensamiento busca un refugio en las solitarias grutas, que están para él pobladas de imágenes aéreas y de aquellas formas que el tiempo conserva siempre las mismas en la encantada mansión del alma […]. ¿Qué soy? Nada; pero no te sucede eso a ti, alma de mi pensamiento; contigo cruzo la tierra: invisible, pero pudiendo contemplarlo todo, asociándome a tu espíritu, participando de tu origen espiritual, y volviendo a hallar por ti una nueva facultad de sentir cuando toda mi sensibilidad parecía agotada. Pero debo pensar con menos desorden: he meditado demasiado tiempo y entregándome a ideas excesivamente sombrías, hasta el punto que mi ardiente y agotado cerebro llegó a parecer un torbellino en llamas y de extravagantes caprichos: no habiendo en mi juventud aprendido a moderar las expansiones de mi corazón, las fuentes de mi vida han sido emponzoñadas. Hoy es demasiado tarde. He cambiado mucho; pero me queda bastante fuerza para soportar lo que el tiempo no puede destruir y para alimentarme con amargos frutos sin acusar al destino.
Refiriéndonos ahora a los discursos existenciales que podemos encontrar en El corsario, podemos señalar fundamentalmente dos. El primero de ellos se refiere a la caracterización de la personalidad de Conrado que, al igual que Childe-Harold, es un personaje que ha conocido todos los sinsabores de la vida demasiado pronto. Como nuestro protagonista anterior, Conrado es un alter ego del propio Lord Byron, esto es, una persona solitaria que se odia a sí misma y también el contacto con los demás. Vemos el fragmento en el que se nos muestra lo dicho:
Tímido, repelido, calumniado, antes que la juventud hubiese perdido su fuego, detestaba demasiado a los hombres para conocer los remordimientos, y creyó que los consejos de su resentimiento eran inspiraciones secretas para vengarse de todos por causa de las injurias de algunos. Él se reconocía culpable; pero los demás no eran mejores según su modo de pensar; y detestaba a todos los que se le asemejaban como a unos hipócritas que cometían con sigilo lo que su espíritu audaz no tenía embarazo de confesar. No ignoraba que era odiado; pero los que no le apreciaban, temblaban, y al menos le temían. Solitario, feroz y arrogante, si su nombre causaba espanto, sus acciones admiraban, y los que le temían no se atrevían a despreciarle.
El segundo fragmento de tintes existenciales es algo más positivo, aunque también nos muestra la desesperación interior del protagonista. En él se nos describe la que es la sola ilusión de Conrado por vivir: el amor por su esposa Medora, única persona que le da sentido a su existencia. En este sentido, es muy frecuente encontrar en la poesía de Lord Byron el amor de pareja como la única salvación para mantener las ganas de continuar habitando en la tierra. Presentamos el texto en que Medora muere y, con ella, toda la alegría de Conrado:
El manantial de sus más dulces deseos y de su más tierna solicitud, el solo ser viviente a quien no ha podido odiar; todo le ha sido arrebatado […]. Inmóvil de estupor, ha quedado tan débil, que sus ojos enternecidos se llenan de lágrimas lo mismo que los de un niño: ¡confesión de una desgracia irreparable! Nadie vio los lloros que inundaban sus mejillas; y delante de testigos quizá no hubieran corrido. Su mano los enjuga luego, y se aleja con el corazón despedazado e inconsolable…El sol aparece; el día es oscuro para Conrado. La noche viene, y sus tinieblas no le abandonarán jamás. No hay ningún punto más oscuro que el que extienden sobre los ojos las nubes del alma; y no hay ninguna ceguedad comparable a la del desgraciado que no se atreve a ver, y que huyendo hacia las sombras más espesas, no quiere admitir el socorro de un guía.
Centrándonos ahora en el poemario El cautivo de Chillon, señalaremos también dos fragmentos que nos parecen los de tono más existencial. En el primero de ellos se nos describe la situación del protagonista, François de Bonnivard, encarcelado y encadenado en los calabozos de la prisión de Chillon junto a sus dos hermanos pequeños. En este fragmento que presentamos se nos relata cómo era el carácter de sus hermanos y como, poco a poco, sus vidas se van apagando sin que él pueda hacer nada más que sufrir por ellos. Veámoslo:
Yo era el mayor de los tres, y mi deber era aconsejarles y animarles; al respecto, hice todo lo posible. Cada uno trataba de hacerlo, a su modo. El menor […] incitaba mi piedad, pues verdaderamente resultaba penoso ver a un pájaro así en semejante nido […]. Era hermoso como un día polar que no ha de ver su ocaso hasta que transcurra el estío, prolongado en su luz. Lo mismo que el manto de la nieve fulgurando al sol, igual era él de puro y de bello. Era tan alegre su natural espíritu que sólo tenía lágrimas para los males de los demás; y así brotaban como arroyitos de la sierra, si por casualidad no lograban atenuar la pena ajena, la que tanto odiaba. El otro hermano, puro igual de espíritu, se había acostumbrado a luchar con sus semejantes. Rudo de formas, no hubiese tenido temor de morir en un encuentro, pero sí en cautiverio, cargado de cadenas. Su espíritu se iba agostando cuando las oía rechinar, y yo lo contemplaba aniquilarse en silencio. Lo mismo me pasaba a mí; pero procuraba darle ánimos haciéndole recordar la casa en donde habíamos vivido. Fue un cazador montañés, perseguía venados y lobos; el calabozo representaba para él lo mismo que un precipicio, y los grillos de sus pies el más horrendo de los males.
En el segundo fragmento se nos presenta el estado de inexistencia al que llega nuestro protagonista tras la muerte de sus hermanos. En él, el protagonista desea su propia muerte porque ya nada tendrá sentido sin sus dos compañeros. La libertad para él no tiene ningún sentido si no tiene con quién disfrutarla. Lo vemos:
No recuerdo exactamente lo que me ocurrió en esos momentos. Sé que la vista se me nubló; luego, me faltó la respiración y me rodeó la oscuridad. Ningún sentimiento había en mí, y era lo mismo que una piedra entre otras piedras. Carecía casi de consciencia, y casi nada distinguía entre la tiniebla que me rodeaba. Todo era esfumado, negro, gris, y no vivía en el día ni en la noche. Ni en el calabozo me parecía estar, aunque tan aborrecido era a mi nublada visión; la nada cubría todo el espacio que me rodeaba. Todo parecía inmóvil. No había estrellas, ni tierra, ni tiempo, ni cárcel, ni cambios, ningún bien; ni siquiera crímenes. Únicamente vivía el silencio y una forma de respiración extraña, que no se parecía a la de la vida ni a la de la muerte. Parecía como un mar de quietos ocios, ciegos, sin límites, mudos, y además inertes […]. La muerte hubiera representado la liberación de mis penurias.
Llegamos al último poemario que hemos considerado más relevante a la hora de tratar los motivos existenciales de la obra de Lord Byron: se trata del poema dramático Caín. De él vamos a entresacar, como de los anteriores, dos fragmentos de naturaleza existencial. En el primero Caín hace una reflexión sobre la naturaleza —buena o mala— del Dios que los ha creado y sobre la necesidad de que la vida terrena sea tan amarga y haya que soportar tantos trabajos y penurias. He aquí:
¡Y es esta la vida!…¡Trabajar!…¿Y por qué debo yo trabajar?…¿Por qué a tomar mi padre su puesto en el Edén no se atreviera? ¿Qué culpa tuve yo? Yo era innacido. Yo no pedí el nacer, ni amo el estado a que ese nacimiento me condujo. Mas, ¿por qué a la mujer y a la serpiente débil cedió? ¿Por qué, ya que cediera, tiene que padecer? ¿Qué mal había? Plantado estaba el árbol. ¿Por qué causa para él no estaba allí? ¿Por qué motivo, no estándolo, lo puso allí tan cerca, en el centro brotando, el más hermoso? A todas las preguntas, una sola respuesta dan: «su voluntad tal era, y él es bueno». Mas, ¿cómo sé que es bueno? ¡Qué! ¿Tal vez porque sea omnipotente, que es la suma bondad ha de inferirse? Yo juzgo por los frutos (bien amargos) que han de nutrirme por ajena culpa.
En el segundo fragmento, el protagonista Caín, una vez que Lucifer le ha mostrado el futuro que espera a los hombres en la tierra, se queja a su mujer Adah sobre el tipo de mísera vida a la que está condenada la humanidad. A este respecto, señala que tanto ellos como sus hijos son la fuente de la maldición y del sufrimiento de todos los hombres y que, si ellos quisieran, podrían acabar allí mismo con todas las desgracias que están por venir. Sería tan fácil como acabar con sus vidas (incluyendo la de su hijo Enoch) y asumir ellos solos el peso de la muerte. Lo presentamos:
Yo he trabajado, yo sudé bajo el sol, labré la tierra con nuestra maldición así cumpliendo: ¿puedo hacer más? ¿por qué he de estar alegre, por la incesante guerra contra todos los elementos, antes que nos cedan ese pan que comemos? ¿por qué tengo que estar agradecido? ¿por ser polvo y arrastrarme en el polvo, hasta perderme en el polvo otra vez? Si no soy nada…¿Iré por nada, hipócrita, a mostrarme contento del dolor? ¿Y por qué habría de estar contrito yo?…¿Por el pecado de mi padre, expiado ya de sobra por cuanto todos hasta aquí sufrimos, y que aún habrá de ser más que expiado en la futura edad de nuestra raza? ¡Ah! ¡Cuán poco sospecha nuestro tierno y lozano durmiente que los tristes gérmenes de miserias eternales a millares de seres destinados lleva dentro de sí! Mejor sería que en su inocente sueño le cogiese y contra duras rocas le estrellase, que dejarle vivir para…
Denuncia social
Igualmente importante dentro de la poesía de Lord Byron es la aparición de fragmentos de denuncia social en contextos de esclavitud y de tiranía de los monarcas absolutos. En este sentido, se trató de un poeta revolucionario y liberal en sus escritos, y de una persona activamente implicada en numerosas revueltas populares. Entre estas últimas cabe destacar su participación en la liberación de Grecia del poder otomano o la de Italia del imperio austríaco. Al respecto de su posición ideológica, son bastante significativas sus propias palabras:
El pobre pueblo ya está cansado de imitar al despreciado Job. Al principio el pueblo se lamenta, después comienza a maldecir y luego —así como David tomó la honda y se enfrentó al gigante—, así el pueblo se apodera de las primeras armas que la desesperación le ofrece y la guerra se incendia. Yo sería el primero en sentirlo si no estuviera seguro que sólo una revolución purifica el infierno. Entonces lucharé con palabras (y tal vez con hechos) contra todos los que sean enemigos de la idea, que son los peores déspotas e intrigantes. No sé quién podrá triunfar. Aunque lo supiera no se suavizaría tampoco mi odio ferviente y sincero a todas las formas de despotismo que existen en el mundo.
Por otra parte, de entre los textos poéticos que hemos seleccionado de nuestro autor, son cuatro los que destacan por la presencia de elementos de compromiso social, y a los cuales nos vamos a referir: Las peregrinaciones de Childe-Harold, La novia de Abidos, El cautivo de Chillon y las Poesías dispersas.
Refiriéndonos a Las peregrinaciones de Childe-Harold, vamos a destacar dos fragmentos de la obra en los que se nos muestra el compromiso por la libertad de nuestro poeta y su lucha contra la tiranía. El primero de ellos es una exhortación realizada al pueblo español para que se libere de las cadenas del déspota invasor francés (durante la Guerra de la Independencia Española) y asuma su propio destino de acuerdo con la voluntad de sus habitantes. Lo presentamos:
Despertad, hijos de España, despertad y acudid. Escuchad la caballería, vuestra antigua diosa, que os grita: «¡A las armas!» […]. Ella os dice: «¡Despertaos, a las armas!» […]. ¿No oís cómo se estremece la tierra bajo los precipitados pasos de los corceles y el choque de las armas en la llanura? ¿No veis a los que hiere la ensangrentada hoja del sable? ¿No volaréis a socorrer a vuestros hermanos, que sucumben a los golpes de los tiranos y de los esclavos de la tiranía.
El segundo fragmento que vamos a ofrecer aquí habla sobre la necesidad que tienen los habitantes de Grecia de liberarse del yugo otomano. Instiga a la revolución nacional (sin ayudas extranjeras) a través del recuerdo de los gloriosos antepasados del país, poniendo especial énfasis en sus héroes y en la existencia de la antigua democracia. Helo aquí:
¡Genio de la libertad! […] ¿Se atreven los griegos a insurreccionarse como antaño? No, todo ha cambiado en ellos, excepto los rasgos de su fisonomía. ¡Oh libertad! ¿Quién al ver el fuego que brilla en sus ojos no cree que su corazón arde de nuevo en tu llama, que ya no conocen? Sueñan aún algunos que se aproxima la hora en que podrán recobrar la herencia de sus padres; suspiran por un socorro extranjero e invocan las armas de Europa sin atreverse nunca a marchar solos contra sus enemigos, borrando así su envilecido nombre de la lista de las naciones esclavas. Vosotros, que no tenéis más que cadenas por herencia, ¿no sabéis que los que quieren ser libres deben romper sus hierros por sí mismos y con sólo su brazo conquistar la libertad? ¿Creéis que ella os será dada por el francés o el moscovita? Desengañaos; ellos podrán abatir a vuestros opresores; pero vosotros no encenderéis ya el fuego divino sobre el altar de la libertad. ¡Sombras de los ilotas, triunfad de la cobardía de vuestros tiranos! ¡Oh Grecia! Al cambiar de señor, no verás el término de tus infortunios: pasaron ya tus días de gloria y tu afrenta se eterniza.
Abordando ahora el segundo poemario, La novia de Abidos, vamos a dar cuenta de dos fragmentos en los que el poeta se involucra en cuestiones sociales relacionadas con la tiranía, la esclavitud y la falta de autonomía de los hombres. El primero de ellos se refiere a la manera dictatorial que tenían los padres de la época para elegir al marido de sus hijas. Éstas, no podían casarse con quién quisieran, sino con la persona designada por su padre, aún en contra de su voluntad. Vemos el ejemplo:
¡Hija de la más gentil de las gentiles, oh Zuleika! […]. Tengo que conducirte a otra morada, perdiendo lo que tanto amo. Irás con Carasmán y estarás magníficamente dotada, y los poderes de tu esposo y del mío propio a otros harán temblar con sólo leerlos. Ya sabes cuál es la voluntad de tu padre, que es todo cuanto las mujeres deben saber. He de enseñarte cómo debe acatarse la obediencia y cómo sólo el padre ha de ser el que decida sobre los amores de sus hijos.
Por su parte, el segundo fragmento que vamos a mostrar, está relacionado con el tema de la libertad de Grecia, aunque esta vez a través de la rebelión personal del protagonista Selim. Tanto él como un grupo de hombres de sangre griega, han decidido salir a la mar como piratas a tratar de devolver las riquezas y las mujeres que les han robado los invasores otomanos. Éste es el fragmento:
Nuestro grupo participa de los anhelos de una anticipada libertad y muchas veces, en torno al vivac de una caverna, exponemos visionarios proyectos para liberar de su destino a los griegos. De ese modo, todos ponemos contento en el corazón con la esperanza de una igualdad de derechos que los hombres no han conocido jamás.
Si nos referimos al tercer poemario escogido, El cautivo de Chillon, encontramos en él dos fragmentos bastante significativos en cuanto al posicionamiento social de Lord Byron. En el primero de ellos, nuestro poeta nos hace la presentación del protagonista del mismo, François de Bonnivard, en términos de héroe del pueblo de Ginebra y de luchador por su libertad. Lo vemos:
Aquel gran hombre (merece Bonnivard este título por la fortaleza de su ánimo, la rectitud de su corazón, la pureza de sus intenciones, la discreción de sus consejos, la temeridad de sus hechos, la extensión de sus conocimientos y la vivacidad de su espíritu), aquel gran hombre, en una palabra, conmoverá siempre el corazón de aquellos a quienes excitan las cualidades heroicas, y ha de inspirar siempre el más caluroso reconocimiento en el seno de los ginebrinos que aman Ginebra. Siempre fue Bonnivard uno de sus puntales más firmes. Con el fin de consolidar la libertad de su república, no trepidó en perder con frecuencia la suya, descuidó el descanso, desdeñó sus riquezas, y no olvidó nada a favor del bienestar de una patria que había elegido como la suya propia, dándole con ello honor.
El segundo fragmento que vamos a transcribir habla sobre el miedo a la libertad que sintió Bonnivard tras sus años de cautiverio. Este temor se puede extrapolar al de los pueblos que llevan mucho tiempo siendo tiranizados y que no se atreven a romper sus cadenas. Es bastante significativo puesto que se puede traslucir de él que Byron ve en este hombre un ejemplo de lucha por la libertad que debería ser seguido por todos los oprimidos. Dice así:
Finalmente, unos hombres llegaron a darme la libertad. No pregunté por qué, ni tampoco me interesaba a dónde me iban a llevar. Con los grillos o sin ellos me había habituado a amar la desesperación. Por eso, cuando esos hombres se me presentaron y me libraron de mis prisiones, me pareció que ellas habían sido para mí como una ermita, lo único que poseía en el mundo. Tanto que al sacarme de allí pensé que me quitaban de mi segundo hogar […]. Hasta mis cadenas y yo nos habíamos hecho amigos, ya que una larga relación nos lleva a que sintamos así. De modo que, al recuperar la libertad, lo hice con un suspiro.
En cuanto al último poemario titulado Poesías dispersas, hemos seleccionado dos fragmentos de dos poemas diferentes. El primero de ello se titula «Himno a Grecia». En él, Lord Byron lleva a cabo un repaso histórico por los diferentes periodos que ha atravesado el país. Al llegar al de su época, reniega de la raza de hombres que viven en ella y les anima a levantarse contra sus opresores y ser un pueblo libre. Aquí lo tenemos:
¡Ay! ¿Qué me resta en mi dolor inmenso?/ Llanto y vergüenza por la patria esclava;/ bañad en lloro las que a Grecia oprimen./ Duras cadenas/ […]. ¿En vuestra afrenta dormiréis tenaces?/ ¿Por qué no suena el belicoso canto?/ ¿Por qué no emprende la falange altiva./ Pírrica danza?/ […]. Nunca esta tierra habitarán esclavos;/ arme las diestras el fulmíneo acero.
El segundo poema significativo al respecto del tema que nos ocupa es el que se titula «Soneto a Chillon». El mismo es una versión corta del poemario narrativo que hemos visto antes —El cautivo de Chillon— y, en él, el autor describe como sagrada la prisión de Chillon desde que el héroe de la libertad de Ginebra, François de Bonnivard, estuvo encarcelado en ella. Es éste:
Eterno espíritu de la mente aherrojada,/ libertad que brillas como nunca en las mazmorras,/ porque allí su morada es tu corazón./ Sólo el corazón que te ama se une a tu destino./ Y cuando ponen grillos a tus hijos/ y los cubre la lúgubre bóveda,/ su martirio hace triunfar a su patria/ y la fama de la libertad vuela en todos los vientos./ Chillon: sagrado lugar son tus prisiones,/ y tu triste suelo un altar/ desde que Bonnivard posó allí sus plantas./ ¡Que nunca se borren esas huellas,/ para que puedan presentar a Dios/ apelación contra la tiranía!
Motivos marginales
La presencia de motivos marginales constituye otro de los pilares básicos de la obra poética de Lord Byron. Así, es muy frecuente encontrarnos en sus composiciones con protagonistas de las clases sociales más bajas e incluso individuos fuera de la propia sociedad como, por ejemplo, esclavos, piratas o guerreros mercenarios. La utilización de los mismos en sus creaciones suele ser un paradigma de lucha por la libertad; esto es, a través de ellos nuestro poeta señala el camino que el resto de los desfavorecidos debe seguir en su lucha contra la tiranía. De entre nuestra selección de textos poéticos, los tres más destacados en cuanto a la aparición de seres marginales son La novia de Abidos, El corsario y Mazeppa.
Respecto a La novia de Abidos, son dos los fragmentos que vamos a destacar de la obra. El primero de ellos se refiere a la condición de hijo de esclavo que tiene el protagonista de la obra, Selim, lo que le deja en una posición social inferior respecto a su pretendida Zuleika, y respecto al padre de ésta, Giafar. Presentamos el fragmento:
Dijo el bajá: «Hijo de esclavo, y criado por una madre indigna de confiar en ella: era vana la esperanza de un padre de que arribases a ser un hombre digno. Estabas destinado a tensar el arco, lanzar la flecha y domeñar el potro». El segundo fragmento se centra en describir quiénes son los piratas, a los que Selim se ha unido por no estar de acuerdo ni con la tiranía de Giafar en particular, ni con la de los turcos sobre los griegos en general. Los piratas son seres marginales que no se rigen por ninguna ley, y que tienen como profesión vengarse de los poderosos por el trato que dan a los desdichados. He aquí la evidencia: «En verdad, los piratas son de una estirpe sin ley, rudos en su exterior, poco tiernos en apariencia, y todas las creencias y todas las razas encuentran o pueden encontrar lugar entre ellos. Así la franqueza de su lenguaje, la rapidez de sus manos, la obediencia a las órdenes de sus capitanes, y su ánimo para intentar cualquier empresa sin mirarla con ojos atemorizados, se enlazan con la amistad que sienten entre ellos y la fe que se tienen entre sí y la venganza que toman contra los poderosos».
El siguiente poemario de Lord Byron en el que podemos encontrar la existencia de elementos marginales es El corsario. En él se nos cuenta la historia de unos corsarios que tienen su morada en una pequeña isla de Grecia, desde la que organizan sus expediciones de combate contra los tiranos jefes turcos. En el texto se caracteriza a los piratas como valientes guerreros, apátridas y ajenos a toda ley impuesta. Únicamente luchan para tratar combatir la esclavitud y la tiranía. Vemos el fragmento:
Cuando navegamos sobre las llanuras azuladas, nuestras almas y nuestros pensamientos se hallan tan libres como el océano. Tan lejos cuanto los vientos pueden llevarnos, y en todas partes donde espuman las olas, encontramos nuestro imperio y nuestra patria. Ved, pues, nuestros estados; ningún límite los circunda. Nuestro pabellón es el cetro al que todas las naciones obedecen. En nuestra vida pasamos con igual alegría de la fatiga al reposo, y del reposo a la fatiga. ¿Quién será capaz de poder explicar la dicha de esta alternativa? […]. ¡Ah!, conviene esto al mortal audaz que confió su fortuna a los peligros del mar, a él es sólo a quien pertenece el describir los latidos del corazón y los transportes de los hombres que pasan su vida en recorrer la inmensidad de los mares.
De igual modo, en nuestro texto también encontramos el protagonismo de otro personaje marginal. Se trata de Gulnara, la esclava preferida del bajá turco, la cual, tras haber sido salvada por el pirata Conrado del incendio que su mismo grupo de piratas provocó, se enamora de él, lo libera de la prisión donde lo tenía Seïde encerrado y se escapa con él. Antes de eso, le ha contado lo siguiente:
¡Yo amar al feroz Seïde!, ¡no, no, jamás! En vano ha sido el haber intentado corresponder a su pasión; el amor no habita sino con la libertad; yo soy esclava, esclava favorita sin duda, destinada a participar del esplendor que rodea a Seïde y a parecer dichosa […]. Seïde coge esta mano que ni doy ni rehuso; el frío latido de mis venas no se demuestra ni más lento ni más rápido, y cuando la suelta, cae como un cuerpo inanimado, alejándose del hombre a quien nunca se ha amado bastante para ser aborrecido. La impresión de sus labios encuentra los míos sin calor, y sus caricias me causan escalofríos y me hielan. Sin duda, si yo hubiera experimentado el fuego del amor, hubiera podido hacerle suceder el odio; pero veo siempre con la misma indiferencia a Seïde, que me deja y que vuelve cerca de mí: suspira frecuentemente, y está bien lejos de mi pensamiento. Temo el porvenir, y sólo me causará nuevos disgustos. Soy favorita del bajá; pero a pesar del orgullo de su rango, sería más funesto para mí el tenerlo por esposo que por señor. ¡Qué no pueda olvidar el capricho que lo une a mí! ¡Ah!, si él quisiera tenerlo a favor de otra, si él quisiera abandonarme…
Por lo que respecta a Mazeppa, se trata del tercer y último poemario de nuestra antología en el que podemos encontrar protagonistas de un estrato social bajo. En primer lugar, hemos de señalar que el propio protagonista, aunque en la actualidad es un guerrero reconocido y ha llegado a erigirse en «hetman» de los guerreros ucranianos, empezó siendo un humilde paje al servicio del rey polaco. Lo vemos:
Tenía veinte años, según creo; sí, veinte años; era Casimiro quien gobernaba Polonia, y habían pasado seis primaveras desde que yo fuera recibido en el número de sus pajes […] Y, aunque paje, había allí pocos hombres galantes, pecheros o caballeros, que pudiesen competir conmigo en el arte de agradar.
Una segunda muestra del empleo de personajes marginales en este texto la encontramos en la joven que libera a Mazeppa de las cadenas que lo ataban al caballo salvaje. Se trata de una bella campesina ucraniana que, junto con sus padres, llevan a Mazeppa a una choza y allí velan por él hasta que se recupera de sus heridas. He aquí:
Me despierto… ¿en dónde estoy? […]. Una joven, con el cabello flotante y de arrogante talle me contemplaba, apoyada contra el muro de la chimenea. Desde que recobré los sentidos, fui herido por el brillo de sus negros ojos, algo salvajes, que no había apartado nunca de los míos. A mi vez yo la contemplaba, para convencerme de que vivía todavía y que no había servido de pasto a los buitres. Cuando la joven cosaca me vio abrir mis pesados párpados, sonrió. Quise dirigirle la palabra, pero mi boca se negó a ello. Ella se acercó y me hizo con los labios y el dedo una señal que significaba que no debía aún intentar romper el silencio hasta que, restablecidas mis fuerzas, permitiesen a mi palabra hallar un libre paso; y después puso una de sus manos sobre las mías, levantó la almohada que sostenía mi cabeza, se alejó en puntillas, abrió suavemente la puerta y pronunció algunas palabras a media voz. No hubo jamás música que me pareciera tan dulce; el ruido de su ligero paso tenía también algo de armonioso. Los que ella llamaba no respondieron. Salió entonces de la habitación, pero antes me dirigió otra mirada y me hizo otro signo como para decirme que no tenía nada que temer, que todo en aquel sitio estaba a mis órdenes, que no se apartaba mucho y volvería pronto. Cuando dejé de verla, sentí verdadera pena de hallarme solo. Ella volvió con su padre y su madre… pero ¿qué más os diré yo? No os fatigaré con el largo relato de mis aventuras entre los ucranianos. Me habían encontrado sin movimiento en la llanura. Me transportaron a su choza y me volvieron a la vida.
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Tomado de Tonos Digital, Revista de Estudios Filológicos No. 24, enero de 2013.
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