El año en curso, que ya casi toca a su fin, nos depara el 120 cumpleaños de la escritora y periodista Renée Méndez Capote, «la cubanita que nació con el siglo», tal cual ella se autocalificó en el título de uno de sus libros más populares (sí, porque aclaremos que Renée fue una autora popular, de numerosísimos lectores). El fausto suceso ocurrió en La Habana el 12 de noviembre de 1901 y es como para celebrar porque se trató de una muy amena cronista de su época, con la particularidad de que fue testigo de cuanto narró.
Ahora rogamos al lector que nos permita una digresión. El escritor, periodista y combatiente revolucionario Pablo de la Torriente Brau nació justo un mes después, y a ambos los unió una sincera amistad, de ahí que no dejemos pasar la ocasión para entresacar esta anécdota, que debe datar de septiembre de 1933, al regreso de Pablo de su primer exilio político en Nueva York. Sucede que antes de partir hacia el exilio, Renée prestó al amigo un baúl para el equipaje y como Pablo poseía un carácter muy jocoso, leamos en palabras de la propia Renée lo que sucedió después, que se nos antoja como una escena de ingeniosa hilaridad:
Yo le presté un baúl, que a su vuelta me devolvió rebosante de mangos. Cuando yo abrí el baúl y el oro y el verde de los mangos se volcó en mi sala, con aroma a campo de Cuba, me parecía oír la risa de Pablo gozando de la amable sorpresa.
Renée mantuvo un intenso vínculo vivo con su época, que es como decir con el siglo XX completo, puesto que vivió 87 años. Para ello reunió en sí algunas características esenciales: una existencia larga, gracia natural, entusiasmo narrativo, conciencia de cubanía y palabra amena. Fue lo que hoy llamaríamos ‒en el lenguaje televisivo‒ una comunicadora por excelencia.
A diferencia de la mayoría de sus contemporáneas, Renée no se encaminó por la poesía, sino por la narrativa, la prosa coloquial y sin rebuscamientos. Aun cuando primero escribió los libros Oratoria Cubana, Apuntes y Domingo Méndez Capote, el hombre civil del 95, fue a partir de Memorias de una cubanita que nació con el siglo, de 1963, que se echó en un bolsillo a los lectores. Escribiría: «Yo nací inmediatamente antes que la República. Yo en noviembre de 1901 y ella en mayo de 1902, pero desde el nacimiento nos diferenciamos: ella nació enmendada y yo nací decidida a no dejarme enmendar».
A las Memorias… sucedieron, entre otros, Relatos heroicos, de 1965, con anécdotas de la Guerra del 68 y la del 95; Dos niños en la Cuba colonial, de 1966; De la maravillosa historia de nuestra tierra, de 1967; Episodios de la Epopeya, de 1968; Cuatro conspiraciones, de 1972 y Por el ojo de la cerradura, de 1977, reeditado con posterioridad en 1981.
En este último escribiría:
En ambiente cubanísimo, criollísimo y rellollísimo me crié yo con los ojos muy abiertos, una curiosidad terrible y don de observación (…) ¡Cuántas cosas he visto, he oído y he olido en esta Habana tan bella y tan amada!
Hija del doctor Domingo Méndez Capote ‒presidente de la Asamblea Constituyente de 1901 y vicepresidente de la república durante el gobierno de Tomás Estrada Palma‒, tanto Renée como sus hermanos recibieron en el propio hogar buena parte de su instrucción, con los mejores educadores de la época.
Pese a lo anterior, jamás mostró un carácter acomodaticio y su espíritu antidictatorial la enfrentó al régimen de Gerardo Machado. Después de la caída de este, durante el denominado Gobierno de los 100 Días, fue nombrada directora de Bellas Artes en la Secretaría de Instrucción Pública. También pasó jornadas en el Reclusorio de Mujeres por su adhesión a la huelga decretada por los estudiantes universitarios y luego generalizada a otros sectores, en marzo de 1935.
El más dramático de los episodios de su vida ocurrió el 8 de septiembre de 1934, cuando el lujoso crucero trasatlántico Morro Castle en que ella viajaba fue devorado por un incendio generalizado que causó la muerte de decenas de pasajeros ahogados frente al litoral de Nueva Jersey, Estados Unidos. Muchos quedaron atrapados por las llamas en sus camarotes. Aún ardiendo, el buque embarrancó frente a las costas ante el espanto de todos y allí permaneció durante años como derrelicto capaz de atraer las miradas de los curiosos, hasta finalmente ser desarbolado y vendido como chatarra.
El currículo autoral de Renée se completa con los libros Che, comandante del alba, de 1977; Cuentos de ayer y Lento desarrollo de la colonia, ambos de 1978; Fortalezas de la Cuba Colonial, de 1979; Amables figuras del pasado, de 1981 y Hace muchos años, una joven viajera, de 1983 (todos en tiradas masivas al alcance del público juvenil). Como periodista, Renée desarrolló una activa carrera que puede rastrearse en publicaciones de un amplísimo diapasón como: Social, Bohemia, Mujeres, La Gaceta de Cuba, Pionero…
«Nací grande y gorda, alegre, sana, rebelde y vigorosa», dijo de sí en sus Memorias.
¡¡¡120 años, Renée, en su caso, no son nada!!!
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