Cuando de casta le viene…
La familia Borrero echó firmes raíces en la literatura cubana del siglo XIX y sus ramas se extendieron hasta casi mediado el siglo XX. Decir que Dulce María Borrero recibió al nacer un apellido de raigambre literaria es poco menos que pretender a estas alturas descubrir el té con limón. El abuelo, Esteban de Jesús, principeño —hoy camagüeyano—, se conoció por sus artículos costumbristas, poemas y traducciones del inglés y del francés; el padre, Esteban Borrero Echeverría, llegó más lejos: ejerció el magisterio, se graduó de médico, colaboró con las revistas más importantes del XIX, escribió poemas, tradujo libros e hizo patria desde la manigua en la guerra del 68 y comprometido en la del 95, emigró para desde el exterior colaborar con la causa libertadora.
En cuanto a las hijas, la célebre Juana, ya habanera, albergó un temperamento poético precoz, conoció a José Martí, mostró dotes para la pintura, dejó un fogoso epistolario, todo ello en el lapso de 18 años, antes de extinguirse en Nueva York. Juana Borrero escribió un soneto antológico: «Las hijas de Ran».
Si es posible, pues, hablar de herencia literaria, Dulce María —hermana de la anterior y nacida en el barrio de Puentes Grandes de La Habana— la tuvo en alta dosis.
A Nueva York emigró la familia completa en 1895 y desde allí publicó, siendo casi una niña Dulce María, los primeros versos. Pasó a Costa Rica con el padre y solo regresó a La Habana al término de la guerra, en 1899, a los 16 años.
A la instauración de la república desarrolló una vida cultural intensa. Aparte de su poesía, que le valió algunos premios, se le eligió miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras desde su fundación en 1910.
En ocasión de su primera visita a Cuba en 1922, Gabriela Mistral dijo que «en Dulce María Borrero, la poetisa ilustre y la mujer llena de sencillez y cordial señorío, me llevaré yo la visión de todas las mujeres cubanas que aquí me han recibido…»
Al ocupar la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, por el decenio del 30, hizo sentir su labor en favor de la divulgación de las artes, pero también abogó por un mayor apoyo a la enseñanza en los sectores oficiales.
Como poetisa, Dulce María Borrero escribió sonetos y otros tipos de estrofas, revelando notable lirismo dentro de un estilo intimista. Un único libro de versos publicó, Horas de mi vida, en 1912.
Muchas de sus composiciones, escritas con posterioridad a la edición del citado libro, quedaron en publicaciones diversas. Por varias generaciones también han aparecido poemas de Dulce María en los textos de los escolares cubanos. Conferencista —imagen inusual para una mujer— y oradora— más inusual aún— halló tema preferencial en la educación y el reclamo de los derechos de la mujer.
La faceta ensayística de Dulce María es reveladora de sus intereses y preocupaciones sociales con particular énfasis en la enseñanza. Los titulares de sus conferencias publicadas —«El matrimonio en Cuba», «El arte característico y su libre desarrollo fuera de la tiranía escolar», «El magisterio y el porvenir de Cuba», «La mujer como factor de paz»…— revelan el diapasón de las inquietudes de la escritora, considerada una figura relevante como educadora, conferencista y representante del incipiente movimiento feminista.
Nacida el 10 de septiembre de 1883, por estas fechas cumpliría —aunque preferimos decir cumple— 140 años. Recordémosla con esta bella estrofa de su soneto «El remanso»:
Bajo el arco fresco del ramaje umbrío
de los arrayanes que bordan la orilla,
entre la guirnalda florecida, brilla
como una pupila de esmeralda el río.
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