El episodio es conocido y forma parte de los hechos gloriosos de la historia de Cuba. Ocurre en Costa Rica y corre el mes de noviembre de 1891. En la nación centroamericana se han establecido numerosos patriotas cubanos que conspiran por la independencia, el general Antonio Maceo entre ellos. Pero también allá, en la ciudad capital de San José, existe presencia española al servicio del colonialismo.
Maceo y sus acompañantes asisten a una función de teatro que se desarrolla con normalidad, cuando a la salida son agredidos a tiros. Maceo es herido y un agente español se dispone a rematarlo cuando Enrique Loynaz del Castillo lo derriba de un balazo. El joven que salva la vida del Titán de Bronce tiene fama de arrojado, es de pequeña estatura y tiene 23 años. Alcanzará el grado de general de brigada del Ejército Libertador, y entre sus compañeros de armas lo llaman Enriquito. Será además, autor de la letra del Himno Invasor y padre, ya en los años primeros del siglo XX, de una prole de intelectuales encabezada por la eximia poetisa Dulce María Loynaz.
Del nacimiento de Enriquito se conmemoran ahora 150 años. Él es, también, probablemente el único general cubano de la contienda emancipadora del cual existe una grabación de su voz. Así nos parece haber escuchado, no podemos precisarle dónde.
Es la de Enriquito una existencia trepidante. Sus dotes para la versificación son evidentes y han quedado registradas:
Martí, Máximo Gómez, ministros del destino,
de pie sobre el esquife, juguete de las olas,
por fieros arrecifes abriéronse camino,
retando las tinieblas, las iras españolas.
Fijaron en Playitas la Estrella Solitaria;
cayeron de rodillas y besaron la tierra,
y fue un ardiente beso, de intensa luminaria,
que prendió sobre Cuba las llamas de la guerra.
Y fue un trágico beso, de sangre redentora
en la frente de Cuba! Y al teñir sus palmares,
orló con rojo nimbo de una triunfal aurora
de Libertad y Patria los bélicos altares…
(Poema «El beso de Playitas»)
Ya lo señalamos como autor del Himno Invasor. Ahora narremos cómo sucedió:
Era el 15 de noviembre de 1895 y la tropa invasora se hallaba en un campamento recién abandonado por las fuerzas españolas, en la provincia de Camagüey, cuando después de leer lo que allí habían escrito las tropas enemigas, el entonces comandante Enrique Loynaz —poseedor del don de la improvisación y perteneciente al Estado Mayor del Lugarteniente General Antonio Maceo—, escribió con lápiz las inspiradas estrofas del himno, dedicado al general Maceo. La aceptación instantánea de sus versos fue tal que se hicieron numerosas copias para ser aprendidas por los mambises.
¡Orientales heroicos, al frente:
Camagüey legendaria avanzad:
¡Villareños de honor, a Occidente,
por la Patria, por la Libertad!
De la guerra la antorcha sublime
en pavesas convierta el hogar;
porque Cuba se acaba, o redime,
incendiada de un mar a otro mar.
A la carga escuadrones volemos,
que a degüello el clarín ordenó,
los machetes furiosos alcemos,
¡Muera el vil que a la Patria ultrajó!
Es el crítico y compilador José Manuel Carbonell quien suscribe este comentario: «Es poeta por naturaleza y por sentimiento. Ideales, banderas, combates, heroísmos, martirios, amor y fe en la patria eterna, son sus fuentes inspiradoras (…) Hay en sus versos una como ternura de volcán».
En torno a una personalidad tan carismática como la de Enrique Loynaz del Castillo nos quedan dos singularidades por recoger. Una, que no nació en Cuba sino en Puerto Plata, República Dominicana, donde se hallaban sus padres, cubanos, en una vivienda de la delegación revolucionaria cubana. La otra, que fue el último de los generales de la Guerra de Independencia en morir, el 10 de febrero de 1963, a los 92 años, en La Habana.
Del nacimiento, el 5 de junio de 1871, se cumple ahora el sesquicentenario. Desconocemos si habrá otros homenajes, sin duda los merece. Pero Cubaliteraria no dejará pasar la fecha sin rendirle este modesto tributo de recordación.
Foto tomada de Mesa redonda
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