Esta vez intentamos sorprender al lector —desconocemos si lo conseguimos o no— trayéndole a nuestro espacio una conmemoración que mucho lamentaríamos se pasara por alto: la de los 250 años del natalicio en Santiago de Cuba del poeta Manuel María Pérez y Ramírez, quien pertenece al grupo de figuras literarias de la primera mitad del siglo XIX que, por la lejanía cada vez mayor en el tiempo y escasa difusión de su obra en nuestros días, se nos pierde en la memoria y nos resulta hoy casi un desconocido.
Nacido el 11 de enero de 1772 (saque la cuenta), fue amigo de otros dos Manueles importantes en la literatura de aquellos tiempos, Zequeira y Arango (1764-1846) y Rubalcava (1769-1805). Los tres autores, perfectamente coetáneos, poetas y militares además, conforman un capítulo interesante de los inicios de la literatura cubana.
Pérez y Ramírez se educó en el Seminario de San Basilio el Magno, en Santiago de Cuba, e hizo campaña militar en la Península de La Florida y en la isla de Santo Domingo, aunque no por mucho tiempo, pues se licenció en 1796 con el grado de capitán. Y así tuvo más tiempo para llevar una vida intelectual activa, dígase que influyente, entre la juventud de su natal Santiago de Cuba, aunque también residió en La Habana. En su época, defendió las ideas progresistas y liberales a través de la prensa.
Fundó más de diez publicaciones, colaboró en otras, fue redactor de El Noticioso, escribió autos sacramentales musicalizados por Esteban Salas, un drama (perdido) y su diálogo «El pastor y el eco», en que las sílabas finales de cada estrofa son reproducidas por un eco, modalidad que luego tuviera otros seguidores, es la más antigua de tales características en las letras cubanas.
Tras la muerte de Manuel Justo de Rubalcava, en 1830, se encargó de la edición y el prólogo de La muerte de Judas «el cual le exigió un cuidadoso trabajo de reconstrucción, que incluyó el componer versos complementarios», como apunta el profesor Salvador Bueno. Al saber que uno de los poemas más conocidos de Pérez y Ramírez es el dedicado «A Manuel de Zequeira, con motivo de la publicación del poema épico Batalla de Cortés en la laguna en 1803», se comprende mejor la estrecha relación establecida entre los tres autores y el grado de amistad que entre ellos fluyó.
No es abundante la obra que se conserva de Pérez y Ramírez, ni —según la opinión de ilustres críticos—, es grande su mérito como versificador. Pero sí queda un soneto titulado «El amigo reconciliado» que nos revela a un Manuel María Pérez y Ramírez filosófico, elegante, capaz de acertar en el blanco. Nos satisface compartir este soneto, extraído del valioso volumen Panorama histórico de la literatura cubana, con el lector de hoy:
Por algún accidente no pensado suele quebrarse un vaso cristalino; trátase de soldar con barniz fino y lógrase por fin verlo pegado. Pero por más que apure su cuidado el ingenio más raro y peregrino, dejarlo sin señal es desatino: siempre quedan señales de quebrado. Así es una amistad de mucha dura: quiébrase la amistad que hermosa fuera, suéldala el tiempo con su gran cordura; cierto es que la amistad se mira entera, pero con la señal de quebradura nunca puede quedar como antes era.
Solo nos resta afirmar que, por este soneto, solo por este, si así concuerda, merece Pérez y Ramírez una reverencia en la columna del tiempo.
Manuel María Pérez y Ramírez murió el 16 de diciembre de 1852 y no es un autor que pueda pasarse por alto cuando se recorren las páginas de la historia de la literatura cubana.
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