Menudo compromiso el de un poeta nacer en la ciudad de Camagüey, cuna de Gertrudis Gómez de Avellaneda, de Nicolás Guillén, de Emilio Ballagas… Pues bien, Luis Suardíaz también allí vio la luz, por estas fechas estaría cumpliendo 85 años y desde estas páginas digitales de CubaLiteraria rendimos tributo al escritor nacido el 5 de febrero de 1936, un autor que sin estridencias supo honrar a su Camagüey e insertarse en el selecto conjunto de poetas de la Ciudad de los Tinajones.
Fue vasto el perfil intelectual y revolucionario de Suardíaz. Miembro del Movimiento 26 de Julio, contaba 23 años al triunfo de la Revolución, y a partir de entonces se multiplicó en diversas responsabilidades de la vida socio-política del país, sin que ello le impidiera estructurar una obra expuesta en numerosos libros y recogida en la memoria de los lectores de poesía:
Es como la tristeza.
Mira como los hombres en invierno.
Y, como el huérfano, apenas pone
sus huellas en la yerba.
Es como la tarde.
Crece su piel hacia la soledad oliendo el monte.
(Por su perfil transcurren el disparo y la noche,
la memoria imprecisa del acoso.)
Pero bajo su angustioso ramo de cuernos
no cabe el pensamiento y muere, como de un salto,
con los ojos abiertos.
(«El venado»)
Activo, profesional, dotado de la capacidad de mantenerse insomne y lúcido, Luis Suardíaz es parte de una época de afianzamiento cultural a nivel colectivo, sin dejar de escribir y cronicar esos tiempos.
Escribió, porque así lo sintió, que «la poesía es siempre una anticipación y un reto, una aventura que puede llevarnos al pasado y al futuro sin desprendernos del presente». La definición es, en nuestro criterio, muy acertada.
Su primer libro se tituló Haber vivido, se publicó en 1966 y alcanzó mención en el Concurso Casa de las Américas. Le sucedieron, entre otros, los siguientes títulos: Como quien vuelve de un largo viaje, 1975; Leyenda de la justa belleza, 1978; Todo lo que tiene fin es breve, 1983; Siempre habrá poesía, 1983; Tiempo de vivir, 1988; Estas son mis sagradas escrituras, 1988; Un instante que sostiene toda la luz, 1988; Nuevos cuadernos de clase, 1989; Papel mojado, 1991… También preparó antologías y redactó ensayos, entre ellos el titulado Para llegar a El Gran Zoo, de 2002, sobre la obra poética de Nicolás Guillén. Súmense poemas, crónicas, ensayos y prólogos suyos que se incorporan, traducidos a más de veinte idiomas, en revistas y periódicos.
El fuego de la tarde
una y otra vez
ha sido hostigado por la lluvia.
El tronco quebrado de un flamboyán
cae sobre las buganvilias
y los pétalos rojo naranja
derraman su delicada sangre
sobre las aceras.
La humedad deshace los montículos
nde viven las hormigas locas,
la casa en el filo del aire
de las mariposas
y los nidos.
(«El dorado fuego y la lluvia», fragmento)
Hijo Ilustre de Camagüey, Suardíaz se licenció en Ciencias Sociales. Perteneció al ejecutivo de la Editorial Nacional de Cuba (dirigida por Alejo Carpentier), fue director de la Biblioteca Nacional José Martí, vicepresidente primero de la Uneac, subdirector general de la Agencia Prensa Latina, de la Editora Política…
Por la obra profesional de toda la vida se le entregó el Premio Nacional de Periodismo José Martí, en tanto la Universidad de Camagüey le otorgó con carácter post mortem el título de Doctor Honoris Causa, en ceremonia solemne efectuada en el salón de Protocolo de la Plaza de la Revolución Ignacio Agramonte, el 5 de febrero de 2006, en el aniversario 70 de su natalicio.
Fallecido el 6 de marzo de 2005, a la edad de 69 años, Luis Suardíaz dejó como legado una obra que invitamos a consultar, leer y comentar por los lectores que hoy se aproximan al quehacer creativo de los poetas cubanos. Este 5 de febrero en que cumpliría 85 años, es fecha idónea para iniciar, cada uno, nuestro descubrimiento personal de la poesía de Luis Suardíaz.
Los clásicos laureles y los almácigos de la ciudad
caminan hacia los transeúntes. La noche reciente es
de un extraño violeta y será de un azul relampagueante,
cuando resuene el golpetazo de las nueve. El invierno trajina
en las cúpulas predominantes y en los sótanos.
Está más alto que nunca el cielo.
(«En lugar de la tristeza», fragmento)
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