
Me parece escuchar la voz campechana de Enrique cuando se me acerca y me dice:
―Chico, ¿pero por qué mejor no esperas al año que viene, el de mi centenario? ¿Qué es eso de estar homenajeando mis 99? ¡Mira que yo no me pienso morir!
El gran humorista, guionista y periodista que fue Enrique Núñez Rodríguez cumple por estos días 99 años: nació el 13 de mayo de 1923, en Quemado de Güines, y de esa condición de quemadense sintió orgullo toda su vida. Así pues, quien redacta estos apuntes le rinde homenaje «en las vísperas», como para asegurarse de ser el primero cuando se trate de su centenario.
Enrique murió el 27 de noviembre de 2004, y todavía se le extraña en su columna dominical del periódico Juventud Rebelde. Pero también se le extraña en las charlas, en los encuentros ocasionales, dondequiera, porque el intelectual se prodigó e hizo de su palabra y su presencia un acontecimiento disfrutable.
Sin considerarse «escritor», nos legó varios de los libros más amenos y útiles de memorias y anécdotas que el lector pueda imaginar, y leer. La picaresca elegante, el buen decir, la chispa del autor conocedor de los gustos del público, alumbraron la inteligencia de Enrique Núñez Rodríguez, quien desde «la era radial» se adueñó como libretista de la preferencia de los oyentes.
Enrique no es solo un imprescindible de la radio cubana, lo es también del teatro y de la televisión, y lo fue asimismo del periodismo y de la cultura nacional, lo cual es bastante decir.
De su andar por el teatro, como libretista, es difícil encontrar un cubano que peine canas que no escuchara comentar de su comedia Dios te salve, comisario, que llevó la música del también inolvidable maestro Enrique Jorrín y que su amigo, el historiador y autor teatral Eduardo Robreño, citaba como ejemplo de crítica satírica del dogmatismo. Pero cuidado: también caben en la enumeración de sus obras otros textos como Gracias, doctor, El bravo, Voy abajo y muchas piezas más de las carteleras del Martí y otros teatros.
Si de libros se trata, publicó primero la novela Sube, Felipe, sube y después su autobiografía titulada Yo vendí mi bicicleta, que no solo da una visión de la vida de Enrique sino además de su sensible humanidad, de su profundo respeto al prójimo y de su conocimiento del ser humano. «Nací bajo el signo de Morse. Un signo que no figura en los horóscopos, ni forma parte del Zodíaco», afirma en alusión a su condición de hijo de un telegrafista.
Aunque se trató de un humorista notable, cuando Enrique se propuso escribir historias serias lo hizo con la suficiente maestría como para dejar su impronta: el serial televisivo Finlay, dedicado al sabio cubano, es, al cabo de unos cuantos años de filmado, uno de los materiales más logrados artísticamente por nuestra septuagenaria televisión.
Los últimos años de Enrique fueron de apreciable fecundidad literaria, lo vieron convertirse en funcionario del secretariado de la UNEAC y figura pública. Pero seguía siendo el mismo, el sempiterno amante del béisbol, el conversador inagotable, el escritor que asumía su responsabilidad como un servicio a los demás.
Muchos pormenores serios y humorísticos de su vida los resumió en un libro autobiográfico que devino bestseller [no sé si a él le gustaría la palabra] y que recoge su paso como redactor del semanario Zig-Zag y otras revistas [incluida Carteles] que hicieron época. En verdad, Enrique colaboró en infinidad de publicaciones y nunca se aburrió de hacerlo con un estilo desenfadado, de suma sencillez, pulcro y cubanísimo, como él.
Felicidades, maestro, en tus 99. ¡Y sirvan estos apuntes como anticipo de los 100!
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Recuerdo una anécdota de Enrque Núñez Rodríguez en la UNEAC. Enrique estaba sentado delante de mí, y en un momento determinado, le digo: maestro, leo su columna dominical en JR. Él se voltea, de mira con esa sonrisa picaresca que lo identificara, y me dice: “pues no deje de leerla”