Los abuelos de los almendrones, del escritor Alfonso Cueto Álvarez, es el título del libro publicado por la Editorial José Martí (Colección Catalejo), y dirigido a los investigadores y amantes de la historia del automovilismo en la mayor isla de las Antillas.
«Almendrón» puede ser lo mismo un automóvil de principios del siglo pasado, que otro llegado a Cuba poco antes de que una conga les dijera a sus constructores que nuestra formación socioeconómica era —es— «socialismo criollo».
Cómo se las ha ingeniado el cubano para mantenerlos rodando será tema seguro de futuras enciclopedias, pero lo cierto es que desde el extranjero, con un reduccionismo que linda con lo ofensivo, muchos asocian a Cuba solo con esos autos-postales, que para nosotros devienen un gran alivio ante el infortunio de nuestro transporte urbano.
Para convertir esos «almendrones» en objeto de estudio aparece Cueto Álvarez, quien dirigió —hace más de medio siglo— la Empresa de Autos de Alquiler, que fue conocida en la década de los sesenta de la pasada centuria, o funcionó juntamente con la Asociación Nacional de Choferes de Alquiler (Anchar).
Con un currículo privilegiado, era de esperar que el escritor habanero deviniera un exhaustivo estudioso del tema en el archipiélago cubano, por donde circulan aún miles de autos norteamericanos con más de seis o siete décadas de uso.
Como bien dice el sagaz investigador en la introducción a Los abuelos de los almendrones:
Han quedado bautizados e inscritos en algún imaginado Registro Civil vehículos que, al cabo de varias décadas de explotación, […] aún [se permiten el lujo de estar] en pleno funcionamiento, [así como ser exhibidos como objetos arqueológicos o museables, y ofertar] servicio por nuestras calles y avenidas.
Para hacer más detallada su pesquisa, el autor nos remite a la continuidad, más allá de la década en que dejaron de entrar a la ínsula caribeña cada una de las principales marcas que hoy transitan por nuestras carreteras, y lo hace mediante la utilización de un testimonio gráfico profuso, alimentado en muchos casos por el obturador de su propia cámara, desde la óptica del cubano común y corriente, que anda y desanda la Ciudad Maravilla.
Agradezcamos al hábil narrador que nos ayude a incursionar en los vericuetos de una historia fundida con el sudor de los obreros estadounidenses y los mecánicos y choferes de la Perla del Caribe.
Ojalá en el futuro le sea dado al lector aventurarse en otros capítulos de tan fascinante relato cronicado, ya que Alfonso Cueto Álvarez está conduciendo un almendrón sui generis y tiene en el intelecto y en el espíritu «gasolina» para rato. ¡Que así sea!
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