
Los besos duermen en la piedra
Sonriendo, con el pelo castaño cayéndote en la frente, diciéndome: tú eres y no sé cuantas cosas que no fueron, con esa voz tuya como hablabas en aquellos días; hace tanto. Tengo el periódico sobre los muslos y los ojos cerrados y así yo te veo como fuiste una tarde y otra; momentos que quiero perduraran en mí, hacerse eternos. ¡Son tiernos Lalo!. Ahora te lo digo. Paso la mano bajo el periódico y acaricio mis muslos y veo cosas que no llegaron a ser. Siento a Pablo moviéndose en el cuarto, abrir el escaparate y rodar los percheros.
– ¿Me acompañas?
Abro los ojos, poco a poco, temiendo lo que es. Pablo se está poniendo la camisa y me mira.
– No, Pablo. No tengo ganas.
– ¿Qué te pasa?
– ¿Cómo que nada si estás como lela? ¿Te sientes mal?
– No, Pablo.
– Bueno, cambia, no me gusta verte así. Si te quedas te vas a aburrir. ¿Me acompañas?
_ No, Pablo.
_ Me voy.
Se inclina y me besa. Pablo se ha ido dando un portazo. Es desagradable decir esto, pero a ratos me sorprende tenerlo a mi lado. A Pablo no lo conoces, me casé con el hace apenas un año. Es distinto a ti. Todos son distintos a ti. Todos son distintos a ti, pero no es mal muchacho. ¡Lalo verte después de siete años! No fui ayer porque temí hacer un papelazo, echarme a llorar, querer tocarte, abrazarte y soportar las miradas de la gente, pero sé que hoy me esperas en el parque.
Recorto la nota. La guardo en la caja de bombones que me regalaste aquel 14.Tu anillo de graduado que nadie sabe que lo tengo. Las tarjetas que llegaban cada jueves con la flor. Una sola flor. Ventajas de que tu padre tuviera una florería. Así me decías, ¿te acuerdas? Las notas de tu primer año de medicina. Las querías romper. Tu pistola tan solemnemente entregada en el parque.
Ni unas fotos. Porque cuando estabas en Tampa y ya no me escribías, le mandaste aquellas a tu mama y Lidia quedó en pedirlas para que yo las viera, pero no quiso, o no se atrevió, y después nos mudamos y no hubo modo. Tres cartas nada más guardo de ti, ilegibles ya de tanto manoseo. Recortes, dos: uno de Revolución y otro de Bohemia, pero no eres tú, no te pareces, no eres mi Lalo en ellas. No sé por qué no puedo conocerte en esas fotos. Y ahora a pensar que faltan apenas unas horas para verte, para que tengas tu cabeza en mis manos y pueda hacer contigo lo que pienso, y decirte algunas cosas, hablar un rato. Tiemblo nada más que de pensarlo. Lalo, ¿estarás igual a como te recuerdo? Esta noche, ahorita. La impaciencia me cosquillea en todo el cuerpo. Es igual que antes. No, la emoción es más que antes, como si durante todos estos años hubiera estado creciendo, fortaleciéndose, alimentándose de la espera y los recuerdos. Siento que algo se agrupa en mi vientre, en mis muslos, me cosquillea dentro; me tiembla en todo el cuerpo, cruza mis senos, mis dedos, mi pelo. Tenía que pasarme. Sabía que me iba a pasar. Iré vestida como te va a gustar. Llevo tu anillo en mi dedo y tu pistola en la cartera.
Me bajo en Sorrento. Esto no lo entiendes. Donde estaba el café Apolo, hay ahora una pizzería que se llama así allí, en la esquina donde nos conocimos, ya no hay parada. Te lo voy explicando desde ahora. Han cambiado el tránsito; santos Suárez ahora es para abajo, y Santa Emilia es para arriba. Esto, ahora que vengo a revivirlo todo, me desconcierta un poco. No sé si lo hago para recordarlo todo, para ver cada rincón donde nos vimos, cada acera que caminamos juntos, o porque no me atrevo a llegar a verte. Me da escalofríos saber que me estas esperando en el parque, donde siempre.
Aquí te conocí con el uniforme de los Maristas. El otro día vi un muchacho con una camisa azul y el letrerito en el bolsillo. Fue por 23, y aquello me golpeó.
Hacía tantos años que no veía ninguna, y en la guagua que cogíamos se veían tantas!. Casi entre nosotras las del Edison y ustedes llenábamos la guagua. Paso frente a la florería de tu padre. Está cerrada. La puerta metálica está sucia: Tu padre se fue con tu madrastra y tu hermanito. Después del triunfo, cuando pensó que tú llegabas y no llegaste, lo vi en algunos actos; después no lo vi más. Evito venir por este barrio donde está enmarcado nuestro amor y cada golpe de vista es un recuerdo. Santa Emilia, doblo por rabí para volver a Santos Suárez y no llegar al parque. No quiero verte todavía, no puedo, no me atrevo, mejor será cuando oscurezca. Puedo demorar el verte porque sé que me esperas, que no te iras sin verme, que a partir de hoy te tendré, que podré hablar contigo cuando quiera.
Aquí, en la esquina, donde estaba la Sociedad de los Curros Enríquez ahora la regional de la reforma Urbana, en este salón que veo lleno de archivos y escritorios, celebramos mis quince y bailamos por primera vez. Ahora llego a San Benigno y miro la casa de tu madre, en la que vivías, en la que vives. Ella se dedicaba a alquilar trajes y cosas para novias y tenía en la sala un maniquí de novia y yo pasaba y lo miraba y le cambiaba el rostro y le ponía mi cara. Tú casa está cerrada. Enfrente, el cine, al que no íbamos porque estaba muy cerca. Doblo por Flores para pasar por donde vivía. La enredadera que trepaba por la columna hasta el techo del portal, no está en el cantero donde estaba cuando pasaste aquella tarde mirándome, dando vueltas a la manzana, mirando cada vez que pasabas mientras disimulaba hablando con mamá de mis clases de piano. Después llegó cada jueves, aquella flor rosada, en aquel sobre de celofán con aquella tarjeta sin firma que yo sabía que era tuya.
Cada calle es un recuerdo, cada esquina un encuentro o una despedida. A ratos me confundo porque han cambiado algunas cosas y hay rincones que busco y no los encuentro porque están transformados y me parece que nunca existieron. ¿Has existido tú, Lalo? Todo es tan diferente. ¿Existí yo en aquellos años? ¿Aquélla soy yo? Caminamos por estos lugares cuando salíamos del colegio. Nos encontrábamos en san Mariano y 10 de Octubre y veníamos a pie hasta nuestras casas; yo me quedaba primero, nos separábamos en Zapotes para que no nos vieran juntos. Por aquí mismo, este cemento fue pisado por nuestros pasos, nuestras sombras unidas resbalaron por estas aceras tomadas de la mano, sin hablar, sin mirar a los grupos, con temor de que alguien nos viera. Pensábamos que los demás eran muy tristes y le teníamos lástima porque nadie podía ser más feliz que nosotros, y nada había mejor en el mundo que caminar juntos tomados de la mano, diciéndonos sin decirnos, lo que nunca logramos explicarnos bien, pero que algo tenía que ver con el roce de nuestros cuerpos y con la sangre que se agolpaba en nuestras caras y el sudor que sentíamos en las manos, y los puntitos luminosos que pisábamos en la sombra de los árboles.
Allí está el cine Alameda. No ha cambiado, está casi igualito; por dentro no sé. No he vuelto a entrar. Ahí adentro te atreviste por primera vez y yo sentí aquello que corrió por todo mi cuerpo, eso que nada más sentí contigo. Ahora el cine Santa Catalina; ahí me enseñaste a fumar esos Chester largos y me tragaba el humo y tosía y me atoraba. Después Los Ángeles y el Mara, todos están más o menos igual; no he vuelto a entrar en ninguno. Aquí, en el Mara, te atreviste más, me daba una pena tremenda. Hacía mucho rato que estábamos en eso y yo tenía miedo de que alguien viniera. La acomodadora nos descubrió, nos iluminó con la linterna y fue terrible. Nos miraba sin decir nada y no sabíamos que hacer, y casi nos morimos de la vergüenza. Cuando salimos trataba de hablar y no podía. Estás muy colorada, me dijiste, pero tú estabas rojo.
Después ya no usabas uniforme te habías graduado y entraste a la Universidad. Aquí en la cafetería, me hablaste un día de los problemas con tu padre, del disgusto que tuvieron, de la discusión mientras comían, de que rompió los platos y regó la comida por la mesa; de que él quería que tú estudiaras Medicina y a ti no te gustaba.
– Matricularé Derecho, Ciencias Sociales, Filosofía cualquier cosa no sé bien.
Después caíste preso varias veces. Tu padre era amigo del coronel, le mandaba jarras de flores a las queridas del capitán, bebían juntos, visitaba sus casas.
– Me jode que el viejo haya tenido que ir a sacarme varias veces. Nada más sabe decirme si no es por mí ya te hubieran matado. No puedo pensar que un hijo mío sea tan loco y comemierda. ¿Tú crees que esto es un juego?
Cerraron la Universidad y un día, en el parque donde me estas esperando, me dijiste:
-Voy a irme, Miriam. No puedo seguir viviendo aquí .Aquí no se puede vivir. Es como si no fuéramos cubanos, como si no tuviéramos ningún derecho en nuestra patria, como si tú o yo hubiéramos nacido parias y esclavos en esta tierra gloriosa.
Fue todo un discurso, dicho bajito, apretándome las manos. Me acuerdo que saltabas de mis ojos a la razón de mi saya al idealismo, de mi pelo al decoro, de mis senos a la decisión. Fue todo un discurso extraño y hermoso. Desde aquel día nos vimos solamente en el parque donde voy a encontrarte. Casi no lo reconocerás de lo lindo que lo han puesto. Ahora además de lo que te gustaba, tiene una escuela con columpios y todo.
Ya estoy llegando y me tiemblan las piernas y te recuerdo aquí una tarde y otra. Tú allí en aquel banco, a lo lejos, bajo la sombra de un árbol que ahora no veo, rodeado de amigos, gesticulando con las manos. Viéndome y levantándote, despidiéndote de ellos y dándoles palmadas en los hombros para venir hacia mí corriendo y estrechar mis manos y besarme en la frente delante de cualquiera. Tú Lalo, sentado a la puerta de la pequeña biblioteca esperando que abrieran. Levantándote y esperándome con los brazos abiertos diciéndome:
– Me gustas tú y me gusta este parque porque creo que es el único que tiene biblioteca aquí en La Habana.
Allí después los dos juntos leyendo aquel libro que escondías en los estantes burlando al viejo bibliotecario que te tenía a precio porque durante noches eras el único lector. Se hacía el que no veía cuando nos besábamos y te dejaba hablar un poco en alta voz cuando los reunías para leerles algo de aquel libro, y salía o se paraba en la puerta para dejar que echaras aquellos discursos tan solemnes. También a veces se ponía a dar vueltas por el parque y a recogerme florecitas, porque no venía nadie y entonces nosotros nos besábamos y hacíamos todas esas cosas.
Y ahora, aquí, frente a ti, aquí en el parque, donde nos despedimos un día y te fuiste una tarde, canturreando por la acera con las manos en los bolsillos, prometiéndome volver, escribirme, regresar como querías. Aquí estás, y te miro y no me pareces tú, casi no te conozco. Me sorprende que no te pueda recordar como realmente fuiste, como te movías, o como me mirabas. Me abalanzo hacia ti y mi mano recorre tu rostro, te acaricia la frente; mi mano temblorosa roza tu nariz, se detiene en tus labios. Pego mi cara a tu cara. No puedo contenerme y te beso, te beso muchas veces, te beso y lloro. Y de repente tengo el mismo temor de aquel día en el cine temo que alguien venga y nos descubra, nos ilumine con la linterna. ¡No se puede hacer eso! ¡Es falta de respeto! ¡Profanación! ¿Por qué? ¿No comprenden que soy como una perra que espera tu caricia, el gesto tuyo que cortó una bala?
Me separo de ti, y ahora que te veo así, inmóvil, con esa expresión en la cara que no te pertenece, que no te conozco, me sorprende, me angustia no poder recordarte como realmente fuiste, como me mirabas cuando te besaba. Deberé recordarte para siempre inmóvil, detenido, así como te veo. Te debieron haber hecho como eras: largo y delgado; y no aquí en medio del parque, si no sentado en aquel banco, ligeramente inclinado hacia delante, tu pierna izquierda cruzada sobre la derecha, tu mano a la altura de la boca sosteniendo un cigarrillo. Así te vi. de lejos muchas veces cuando me esperabas, y entonces emprendía una ligera carrerita, cruzaba la calle y llegaba junto a ti con algún brusco ademán para asustarte.
Si te hubieran hecho así, ahora me sentaría a tu lado como antes y estrecharía contra mi pecho tu pobre cuerpo helado. Además, te han hecho muy serio. Pareces un hombre importante. ¡Tú que siempre estabas riendo, con el pelo cayéndote sobre la frente!
Visitas: 39
Deja un comentario