El jurado del prestigioso Premio Hans Christian Andersen de Literatura Infantil y Juvenil , conocido en todo el mundo como el “pequeño Nobel”, concedió hoy por unanimidad su galardón bianual en la categoría de promoción de la lectura a la organización Casa Cuna Cuenteros , un grupo de “apasionados” voluntarios que narra historias en el hospital de una ciudad: Buenos Aires.
El reconocimiento destaca el trabajo de esta organización argentina fundada en 2013 por las narradoras profesionales Verónica Álvarez Rivera, Laura Ormando y Alejandra Alliende, y compuesta por una veintena de integrantes que trabajan ad honorem en el Hospital General Pediátrico Pedro de Elizalde (ex Casa Cuna).
“La lectura tiene un impacto en los chicos y en la comunidad de una ciudad poblada por numerosos habitantes en situación de vulnerabilidad y que en ocasiones tienen que dejar la escuela. Las historias y los libros les sirven para aprender y les aportan diversión y entretenimiento que generan cambios en su salud y levantan sus ánimos”, resaltó Ahmad Redza Khairuddin, presidente del jurado, al anunciar el premio que se otorga en el marco de la Feria del Libro de Bolonia, suspendida en su edición 2020 por la pandemia de coronavirus . El Andersen fue para la escritora estadounidense Jacqueline Woodson mientras que la suiza Albertine obtuvo el galardón como ilustradora.
Dotado con 10.000 dólares, la distinción recae en una iniciativa con sello argentino por tercera vez. En 2002, la institución cordobesa Cedilij (Centro de Difusión e Investigación de Literatura Infantil y Juvenil) triunfó en la misma categoría en la que diez años más tarde lo hacía la Fundación Mempo Giardinelli por su plan de abuelas cuentacuentos.
Nominada a los premios por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina (Alija), Casa Cuna Cuenteros fue elegida ganadora por IBBY, la Organización Internacional del Libro Infantil y Juvenil, entre veinticinco propuestas de distintas partes del mundo.
“Nuestro objetivo es la promoción de la lectura dentro de un marco de promoción primaria de la salud. El cuento se dirige a los niños y también a los adultos que los acompañan, e integra al personal médico y a todo el staff del hospital”, explica Alejandra
Alliende, cofundadora del proyecto. “No se trata de contar cuentos para que el niño atraviese el dolor sino para restablecer el tiempo lúdico a través de las historias. Nuestra narración no es únicamente oral sino que tiene un soporte visual.
Utilizamos libros con ilustraciones grandes, potentes y poderosas, de autores nacionales y de otros países.
Trabajamos con donaciones de distintos sellos editoriales, con libros en los que los animales son protagonistas, donde la fantasía está presente, que apelan a la imaginación y que tratan temas amables y divertidos y no enfermedades ni terrores. También con poesía, libros de adivinanzas y trabalenguas. El material se lleva a una biblioteca que inauguramos en la Sala de Juegos de Hemato Oncología (Sala Esperanza) que coordina la Fundación Flexer dentro del hospital”, aclara la narradora.
La voluntarios acuden al hospital cada semana generando espacios de promoción de la lectura en ámbitos donde los libros rara vez llegan y toman por un rato con éxito el lugar de tablets y celulares. Con remeras verdes y coloridos adornos sobre sus cabezas, los encargados de poner voz a los cuentos realizan su tarea en las salas de espera de internación y en el patio del hospital, donde a veces hacen picnics.
Con una iniciativa que incluye la capacitación de voluntarios y consejos para la réplica del programa en otras latitudes, Casa Cuna Cuenteros cumple siete años de una labor sostenida que ha dado amplios frutos. Una estampa repetida en la sala de Hemato Oncología se da cuando los chicos son llamados por los médicos para recibir los resultados de sus análisis y sabrán si deberán permanecer internados o no. “Muchas veces los médicos los llaman y los chicos nos dicen: ‘no se vayan, queremos escuchar el final del cuento’, y luego nos buscan para que se los contemos”, relata Alejandra Alliende.
“Muchos papás nos preguntan por los libros, toman nota, y estamos hablando tal vez de una comunidad de familias de no lectores o que no tenían en cuenta el libro como un momento de esparcimiento, o papás que se quedan mirando y disfrutando a la par de sus hijos y dicen: a mí nunca me contaron un cuento. Esas cosas nos pasan todo el tiempo, como la participación de los médicos, ya que trabajamos con toda la comunidad hospitalaria. Y si pasa el personal de limpieza lo incorporamos al cuento de alguna manera. Pasan cosas muy lindas y recibimos mucho cariño de los chicos”, comentan las fundadoras.
Algunos voluntarios disfrutan susurrando poesías a los chicos en una suerte de ida y vuelta que concluye con los niños replicando palabras en sus oídos o se dan situaciones como la de un pequeño a quien recientemente su mamá filmó, tras superar una enfermedad, leyendo en el jardín a sus compañeros un cuento con el que una narradora lo había entretenido en el hospital.
“No pensamos la actividad como una cura pero es una realidad que esos cuerpitos que están cansados porque viajaron mucho para llegar al hospital se activan y las caritas sonríen, los brazos se levantan, las manos aplauden y corporalmente hay un impacto. Anímicamente, repercute: no es lo mismo una niña que llora porque tiene que ir a la consulta o esa niña que dice: ‘me pierdo el final del cuento’. ‘Tranquila, nosotros te esperamos para contártelo’, le decimos”, cuentan los voluntarios.
Casa Cuna Cuenteros nació de una iniciativa conjunta entre las narradoras Verónica Álvarez Rivera y Alejandra Alliende, y la escritora y psicóloga Laura Ormando, en una conversación surgida en una edición de la Feria del Libro de Buenos Aires. Con el premio, la agrupación realizará acciones para implantar su proyecto en distintos ámbitos de la salud, generando contenidos para la capacitación de nuevos equipos que puedan replicar este modelo.
Tomado de La Nación
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