Aunque en ocasiones la “antigua” costumbre de nombrar al primogénito como al padre puede ocasionar alguna confusión, en el caso de Enrique Loynaz del Castillo y de Enrique Loynaz Muñoz, no se dio el caso… aun cuando uno y otro fueron poetas.
Veamos. El primero, general de brigada del Ejército Libertador y autor de la letra del Himno Invasor, era conocido entre sus compañeros de armas como Enriquito. Poseedor del don de la improvisación, perteneciente al Estado Mayor del Lugarteniente General Antonio Maceo y su ayudante de campo, la tropa invasora se hallaba en un campamento recién abandonado por las fuerzas españolas, en la provincia de Camagüey, cuando el entonces comandante Enrique Loynaz, después de leer lo que allí habían escrito las tropas enemigas, escribió con lápiz las inspiradas estrofas del himno, dedicado al general Maceo. La aceptación instantánea de sus versos fue tal que se hicieron numerosas copias para ser aprendidas por los mambises. La fecha, 15 de noviembre de 1895, quedaba recogida para la historia.
Aunque no sea el objetivo fundamental de estos apuntes reseñar su vida como patriota, resultan ilustrativos algunos datos.Por instrucciones de José Martí, en marzo de 1894 introdujo en Cuba un cargamento de armas por la Aduana de Nuevitas, pero al ser descubierto logró escapar hacia Estados Unidos. Se le envió a Costa Rica como secretario del general Antonio Maceo y su comportamiento heroico en el atentado contra este fue decisivo en la salvaguarda de la vida de Maceo.
Se incorporó a la contienda libertadora como expedicionario del James Woodall, en 1895. Participó en más de 60 acciones y concluyó la guerra con el grado de general de brigada. En la república, durante la cual llevó una vida plena de actividad, se le confirió el grado de mayor general.
Como poeta fue muy inspirado, la contienda libertadora y sus héroes le dieron abundantes motivos y sus versos se popularizaron en los labios de muchos combatientes que los memorizaban con ardor. Estos corresponden a su poema titulado “El beso de Playitas”:
Martí, Máximo Gómez, ministros del destino,
de pie sobre el esquife, juguete de las olas,
por fieros arrecifes abriéronse camino,
retando las tinieblas, las iras españolas.
Fijaron en Playitas la Estrella Solitaria;
cayeron de rodillas y besaron la tierra,
y fue un ardiente beso, de intensa luminaria,
que prendió sobre Cuba las llamas de la guerra.
Y fue un trágico beso, de sangre redentora
en la frente de Cuba! Y al teñir sus palmares,
orló con rojo nimbo de una triunfal aurora
de Libertad y Patria los bélicos altares…
Nació el 5 de junio de 1871 en Puerto Plata, República Dominicana, donde se hallaban sus padres. Recordado como patriota y autor de la letra del Himno Invasor, también cultivó la poesía y escribió un libro, Memorias de la guerra, que en su caso, son las de un protagonista y testigo de excepcional valor.
También, y esto es capital a los efectos de nuestro artículo, fue el padre de Dulce María, Enrique, Carlos Manuel y Flor Loynaz Muñoz, por ese orden.
En cuanto a Enrique, ser hermano de Dulce María e hijo de un brigadier del Ejército Libertador pudo significar un duro fardo de responsabilidad, que en su caso él resolvió de un modo revelador de su talento: mediante la búsqueda perenne de una voz propia.
Nació en 1904 y murió en 1966. Ambos sucesos ocurrieron en La Habana. Los estudios iniciales los cursó en el hogar, que en el caso de los Loynaz fue un espacio caracterizado por un ambiente acomodado y profundamente interesado en la cultura.
En la Universidad de La Habana se graduó de abogado en 1928. Viajó por Europa y Estados Unidos, y ya por 1923 aparecieron en la revista El Fígaro algunos poemas suyos. El ensayista José María Chacón y Calvo, quien lo presentó en la citada publicación, escribió de sus versos: “Las palabras se hacen cada vez más interiores, las palabras tienen cada vez más el valor de los símbolos”.
El poeta se explica por sí mismo en esta composición que titula “Mi métrica”:
Yo tengo ya mi métrica:
esta.
Y mi literatura,
la mía antigua —pura.
Y tengo de tenerla y mantenerla
porque la voluntad divina es cuerda,
no revuelta ni vuelta (ni simétrica).
-Así: la una que no se parece
siempre
a sí misma queda sujeta
a la palabra exacta y decisiva;
la otra se va en la brisa,
en la risa de un niño,
cada día,
cada hora esclarecida
—con ritmo y sin rima—
como la voz del ave…
acaso tú —mi pájaro— ¿lo sabes?
Enrique no publicó sus libros en vida. Dejó igualmente inéditos algunos textos ensayísticos. No le interesó para nada la publicidad. En consecuencia, no es de los autores más conocidos en Cuba y, sin embargo, es de los que mayor interés despierta.
Padre e hijo, dos poetas unidos por los nexos de consanguinidad, aunque muy diferentes. El doctor Enrique falleció solo tres años después que su padre, a los 62 años… solo que el general, al morir en 1963, sumaba ya la respetable cifra de 92 años. Nuestro tributo para ambos.
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