
Para quien ha seguido muy de cerca la evolución de la más reciente narrativa cubana en los últimos veinte años, y ha tenido incluso una participación directa en la formación y desarrollo de un importante grupo de jóvenes narradores cubanos, presentar un nuevo libro de uno de sus representantes más característicos es siempre motivo de profunda satisfacción.
La llamada generación de los «novísimos», a la que pertenece el autor del libro que presentamos en el día de hoy, irrumpió en el panorama de la cuentística cubana a mediados de la década de los años ochenta del siglo pasado, renovando con inusitado vigor, no solamente asuntos y temas, sino también maneras de contar, de concebir el propio acto de la escritura. Muy lejanos quedaban ya los años iniciales de la Revolución, la marea épica que penetró todos los rincones de una narrativa que en la década de los sesenta tenía la fuerza y la inmediatez del testimonio e intentaba reflejar los momentos finales de un mundo que se destruía y los espasmos iniciales de un mundo que pugnaba por nacer. Luego, en los ochenta, los dramáticos acontecimientos relacionados con el fenómeno migratorio través de Mariel y sus significativas secuelas, caracterizaría los primeros años de esa década que tuvo en la desaparición del campo socialista, además, el digno colofón de un siglo convulso.
Dentro de este prolongado diapasón de acontecimientos que influye de manera concluyente en la realidad cubana de esos años, surge un numeroso grupo de jóvenes narradores que comienzan a abordar con mirada nueva, desprejuiciada y libre de autocensuras conscientes, temas considerados conflictivos en unos casos, tabúes en otros, buscando formas novedosas, influidos por las teorías de la posmodernidad, rescatando para la literatura el espacio autónomo que siempre debió corresponderle, liberándola de la fuerte carga ideológica que caracterizó la narrativa anterior.
A este grupo pertenece Ángel Santiesteban Prats, un joven narrador nacido en 1966, que pertenece a una tendencia (y perdónenme la manía clasificatoria que solo utilizo para que puedan comprender mejor el fenómeno al que me refiero), que yo he bautizado con el calificativo de «neoviolenta». Sus cuentos recuerdan a los narradores de la violencia que marcaron la literatura cubana en la década de los sesenta, solo que sus presupuestos estéticos son diferentes: la mirada de este joven narrador se centra no sobre la figura del héroe, sino sobre su reverso: la del antihéroe. Cuando aborda un tema épico (en su caso, la guerra internacionalista de Angola), lo hace desde una óptica antiheroica. Le interesan, como a otros representantes de su generación, los aspectos éticos de la conducta de los hombres, y no se detiene, sino que se sumerge en los vericuetos de esa conducta, sin obviar sus miserias, sus lados oscuros, sus excrecencias. De ahí que muchas veces sus cuentos se acercan al naturalismo en los detalles, se revuelcan en el fango del marginalismo social, y no solo lo describen, sino que lo asumen con toda su amplitud y crudeza, fenómeno muchas veces obviado por la narrativa anterior.
Estas características se hicieron evidentes en su primer libro: Sueño de una noche de verano, Premio Nacional UNEAC 1995, dedicado al tema de la guerra de Angola; pero se subrayan en el libro que tengo la satisfacción de presentarles: Los hijos que nadie quiso, Premio Alejo Carpentier 2001 de Cuento, el más importante certamen de su tipo en el país.
En este libro, el autor penetra en zonas de la realidad y en asuntos no abordados antes en la narrativa de la Revolución. Dos cuentos: «La puerca» y «La perra», recrean el mundo de la cárcel, el marginalismo de los condenados a prisión con su particular mundo de violencia, sexo y sangre, con una intensidad no vista en la narrativa cubana desde los tiempos de Carlos Montenegro. «Lobos en la noche», uno de los mejores de la colección, es un buceo a profundidad en el mundo marginal de la delincuencia, en los duros tiempos del Período Especial, y «Los olvidados» es un acercamiento, casi con la lupa de un moderno Zola, al comportamiento de un grupo humano en una situación límite: olvidados por todos, perdidos en la selva, el grupo de hombres casi se vuelve grupo de fieras.
No voy a seguir convenciéndolos de las bondades de este libro desgarrado, crudo, casi agónico, magnífica muestra de la mejor narrativa cubana de estos tiempos. Literatura no complaciente, no panfletaria, libre de mensajes ideológicos o políticos directos, en una palabra, literatura verdadera, de la que quema los ojos y el corazón porque es un intenso recorrido por lo mejor y lo peor del hombre.
Les aseguro que no van a salir ilesos de su lectura.
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Texto incluido en El libro de las presentaciones, de Eduardo Heras León, publicado en 2018 por Editorial Oriente.
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