Bitácora Literaria
Nace una columna en Cubaliteraria que requiere de una mínima introducción: trataré en ella, siempre, de la literatura cubana de todos los tiempos, a veces a modo de ciclos, como la que la inaugura, dedicado a algunas de las grandes revistas culturales del siglo XIX; otras sobre autores específicos, de los cuales me interesan los bien llamados «escritores olvidados» de la Colonia, de la República y hasta de los tiempos que corren; curiosidades en el campo de nuestras letras, que las hay, y muchas son desconocidas o, al menos, solo se guardan en la memoria de los estudiosos. Estas y otras similares son mis propuestas, más otras que puedan surgir en el camino. Solo pretendo contribuir a iluminar zonas y a ofrecer lecturas diferentes.
Revista de Cuba
En la octava década del siglo XIX, aunque Cuba continuaba manteniendo su condición de colonia de España, la situación no era la misma. Quizás el hecho más trascendental ocurrido entre 1820 y 1868, cuando, este último año, estalla la Guerra de los Diez Años, fue precisamente la necesidad, y el convencimiento, por parte de los patriotas cubanos, de que la lucha armada era la única opción. De la Conspiración de los Rayos y Soles de Bolívar en la década del veinte al alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes transcurrieron años que permitieron avanzar, paulatinamente, hacia una consolidación del «ser» cubano. A conseguirlo dio también su aporte la literatura: Heredia, Plácido, Milanés, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Zenea. Martí, con dieciséis años, y gracias al apoyo financiero de Fermín Valdés Domínguez, publicó el único número de El Diablo Cojuelo el 19 de enero de 1869, que de hecho, constituye, su primer texto impreso: «Nunca supe yo lo que era público, ni lo que era escribir para él, mas a fe de diablo honrado, aseguro que ahora como antes, nunca tuve tampoco miedo de hacerlo». Conscientes de la necesidad de divulgar los principios de la Revolución y para orientar e instruir a los ciudadanos —incluidos los esclavos liberados, ahora bajo en condiciones de igualdad social— se fundaron en la manigua periódicos como El Cubano Libre, La Estrella Solitaria y, fuera de Cuba, órganos tan importantes como el Boletín de la Revolución. Como contraparte, los españoles fundaron, entre otros, La Voz de Cuba, en tanto que el Diario de la Marina, iniciado en 1844, proseguía su línea españolizante y reaccionaria, mantenida hasta el año 1961.
El período conocido en nuestra historia como La tregua fecunda, que abarcó de 1879 a 1895, vio aparecer la prensa autonomista con El Triunfo y su sucesor, El País. Asimismo surgieron periódicos dedicados a la mal llamada raza negra, que abogó por la abolición de la esclavitud desde posiciones independentistas, autonomistas o, incluso, integrista, aupada por aquellos que, en franca minoría, estuvieron en disposición de respaldar esta postura. Proliferó también la prensa obrera con La Aurora y El Productor como sus máximos exponentes.
Es en la década del 80 que se inicia la etapa de las grandes revistas culturales cubanas del siglo XIX, representadas por Revista de Cuba, Revista Cubana, La Habana Elegante, El Fígaro y Hojas Literarias. La aparición de estas publicaciones está condicionada por factores de diversa naturaleza, tales como los de carácter propiamente político, los adelantos tecnológicos y también razones de orden filosófico y literario. Tras el Pacto del Zanjón, España no tuvo otra posibilidad que dar ciertos espacios libres — se abolió la llamada censura previa—, aunque se establecieron los llamados tribunales de imprenta, suprimidos en 1886, con amplias facultades para deportar de la Isla o llevar a la cárcel a aquellos que infringieran lo reglamentado. Fue importante el paso dado en 1890 por la metrópoli de permitir que, en letra de molde, se expresaran ideas separatistas, siempre que no incitaran a la separación violenta del ya decadente imperio ibérico.
Técnicamente, la impresión había gozado de cambios notables, entre ellos el paso de la manufactura a la industria, y se importaron maquinarias desde los Estados Unidos y Europa que mejoraron notablemente la calidad de la impresión y, además, permitió la ampliación de las tiradas, introducir ilustraciones con mayor calidad y utilizar los colores. Literariamente, comenzaba a gestarse el modernismo y en el campo filosófico culminaba la lucha contra el escolasticismo emprendida por José Agustín Caballero a comienzos del siglo, en tanto que se discutían las ideas del positivismo spenceriano, defendidas por Enrique José Varona, y el idealismo hegeliano preconizado por Rafael Montoro.
En estas circunstancias, el primer órgano en aparecer fue la Revista de Cuba, que vio la luz el 31 de enero de 1877. Pero desde 1876, aún en plena guerra, un grupo de jóvenes liderados por José Manuel Cortina y Ricardo del Monte, entre otros, de ideales autonomistas y con inquietudes culturales, habían manejado la iniciativa de crear una publicación que, con las características propias de los nuevos tiempos, diera continuidad a la Revista Bimestre Cubana, fundada en el ya lejano 1831. Alcanzado el propósito forjado, apareció la Revista de Cuba, con el subtítulo «Periódico quincenal de ciencias, derecho, literatura y bellas artes». Fue dirigida por el citado Cortina y finalizó en diciembre de 1884 debido al fallecimiento de este destacado tribuno sobresaliente y dirigente del mencionado partido. Para organizar su empresa, Cortina contó con el apoyo de Julián Gassie, José Manuel Pascual y el citado Ricardo del Monte. En el número inicial se expresaba, a modo de declaración de principios:
No se nos oculta que no son estos los momentos más oportunos para la publicación de una revista que, extraña por completo a las luchas de partido, a las controversias de escuela, a las contiendas políticas y religiosas, aspire a reflejar en sus páginas el movimiento intelectual de esta Isla, impulsado en otros tiempos por no pocos periódicos literarios, y hoy solo representado por los diarios políticos, estrictamente limitados al cumplimiento de su misión especial […] Fundar una publicación en la que puedan tener cabida a un mismo tiempo la ciencia, la literatura y las bellas artes; en las que haciendo abstracción de los males que nos afligen y rodean, encuentren ancho espacio a la vez el entendimiento, el corazón y la fantasía, esos grandes elementos de la existencia individual y social; en la que puedan manifestarse todas las opiniones que la legalidad ampare bajo su manto […] en la que, en fin, pueda verse escrita, comentada y defendida toda enseñanza dirigida a la educación moral y estética de nuestros lectores; tal es la empresa que nos proponemos en la revista de cuba, con el objeto de que ella pueda presentarse, si a tanto alcanzaren nuestras fuerzas, como el barómetro de nuestra cultura y la síntesis de nuestra vida de inteligencia.
Se propuso también informar sobre los adelantos científicos y sobre literatura para, de esa manera, divulgar «el resultado de las múltiples y profundas investigaciones de otros pueblos que adelantándose a nosotros a gran distancia en saber y cultura, debemos tomar por lumbrera y guía». Dejaban aclarado que la publicación no sería «campo de batalla de personalidades ni de pasiones [y] dejará la responsabilidad de los escritos que publique a los autores que la honren con sus producciones, que la sostengan con sus talentos, que la ayuden, que la animen […] y de reunir dentro de un mismo círculo a nuestros escritores y literatos».
A Revista de Cuba se unieron, en 1878, Enrique José Varona y Antonio Govín, quienes propusieron que la publicación se abriera a las «ciencias morales y políticas, aunque cuidando mucho de no perder el carácter que la distingue». Proponían asimismo abstenerse «de cuestiones concretas de actualidad, o directas discusiones de nuestras circunstancias locales». A fines de 1878, al fallecer Julián Gassie, dos reconocidos intelectuales se incorporaron a la publicación: Vidal Morales y Morales y Antonio Bachiller y Morales, quien, desde la década del treinta, se había involucrado en numerosas revistas culturales.
Las plumas más prestigiosas del momento se comprometieron con ella y la prestigiaron: Juan Gualberto Gómez, Manuel Sanguily, Rafael Montoro, Enrique Piñeyro, Diego Vicente Tejera y Domingo Figarola Caneda, entre una nómina de reputados intelectuales. Dio espacio a materiales inéditos debidos a Buenaventura Pascual Ferrer y José Antonio Echeverría. Firmas de autores ya fallecidos como José Agustín Caballero, Zacarías González del Valle, José María Heredia y José de la Luz y Caballero estuvieron presentes en sus páginas, donde figuran, junto a trabajos relativos a problemas filosóficos y científicos, aquellos que trataban temas vinculados a la antropología, la lingüística, las ciencias biológicas, la educación, la arqueología cubana y americana, la geología, además de las dos series de las conocidas «Conferencias filosóficas» de Varona, entre otros escritos dedicados a la crítica literaria, en verdad escasos, la biografía, por lo general de figuras cubanas destacadas en la literatura y las artes, la estética y la historia literaria. Pocos materiales de carácter político ocuparon sus páginas, donde figuraron poemas de Luisa Pérez de Zambrana, Joaquín Lorenzo Luaces y José Joaquín Palma; también temas dedicados a las antigüedades, así como novelas y textos traducidos de otras lenguas, como los debidos a Herbert Spencer y Lavy-Bruhl. Obras consideradas perdidas, como Impugnación de los discursos de Cousin sobre el Ensayo sobre el entendimiento humano de Locke de José de la Luz y Caballero y la Historia de la esclavitud en las Indias, de José Antonio Saco, enriquecieron sus páginas. Eusebio Valdés Domínguez contribuyó con notables trabajos bibliográficos.
Durante su existencia mantuvo la sección «Miscelánea», en la que se publicaban notas de interés sobre la vida científica y literaria nacional. También reseñó las veladas que se efectuaban en la redacción de la propia revista, de modo que el lugar se convirtió en un verdadero centro desde el cual se irradiaba la cultura cubana y se actualizaba la internacional. Como noticia curiosa, Cortina incluyó datos estadísticos de la mortalidad habanera durante un período determinado.
La Revista de Cuba, integrada por dieciséis gruesos tomos, merece ser reconocida, como apunta Salvador Arias, porque:
Rescató parte de lo mejor de la producción intelectual precedente con un sentido ilustrador que se complementó con informaciones sobre lo más avanzado de las ciencias humanísticas de Europa. Al surgir los partidos políticos, especialmente el Autonomista, del que Cortina, Del Monte y Gassié fueron fundadores, se solicitó el permiso correspondiente para publicar escritos de esa índole. No obstante, una vez obtenida la autorización, poco fue el uso que de ella se hizo y no llegaron a media docena los artículos sobre el tema que imprimiera.
En diciembre de 1884 falleció José Antonio Cortina, fundador, director y animador principal de la Revista de Cuba. El último número publicado se dedicó, por entero. a honrar su memoria. Su labor se vería continuada por Enrique José Varona al fundar, en enero de 1885, la Revista Cubana que, como su antecesora, marcaría pautas en la vida cultural cubana de finales del siglo XIX.
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