
Revista Cubana y otra Revista Cubana
Con el subtítulo de «Periódico mensual de ciencias, filosofía, literatura y bellas artes» Enrique José Varona, activo colaborador de, la precedente en el tiempo, Revista de Cuba, hizo circular, a partir de enero de 1885, la Revista Cubana, que constituye un valioso aporte a nuestro acervo cultural. En dicho número expresaba su director:
- La Revista Cubana será meramente la continuación de la Revista de Cuba. La inspiran los mismos propósitos y cuenta con los mismos medios intelectuales y materiales. Presentar un cuadro tan fiel como nos sea posible del estado de nuestra cultura, brindando campo neutral a todas las opiniones y todas las escuelas, mientras se sustenten con elevación y mesura, y recoger cuidadosamente los testimonios y documentos que acreditan los esfuerzos perseverantes de los que nos han precedido y enseñado, para conservar de esta suerte siempre vivo el sentimiento cubano contra los desfallecimientos de la hora presente y ante las seducciones falaces de un incierto porvenir, es el primero de sus fines […] Quiere ser así el resumen de cuanto sabemos, y el indicador de cuanto nos falta por saber.
Durante diez años — el último número correspondió a diciembre de 1894, apenas dos meses antes de que estallara la Guerra de Independencia— la revista publicó trabajos que representan, a través de sus autores, tantos nacionales como extranjeros, las distintas tendencias y disciplinas entonces imperantes. A través de artículos y ensayos de diverso carácter: literarios, sociológicos, históricos, de ciencias puras y aplicadas, filosóficos, jurídicos, estéticos y antropológicos informó sobre las ideas más avanzadas que por entonces se debatían en el orbe. Firmas como las de Manuel de la Cruz, Manuel Sanguily, Enrique Piñeyro, Rafael Montoro, Ramón Meza, Aurelio Mitjans y Nicolás Heredia fueron frecuentes en sus páginas.
Se publicaron trabajos donde se estudiaron figuras de otras épocas que alcanzaron enorme prestigio, como José de la Luz y Caballero, José Antonio Saco, Domingo del Monte, José María Heredia y Gaspar Betancourt Cisneros, de quienes se reproducían algunas de sus obras, con los correspondientes comentarios. En materia política, Varona no tuvo reparos en brindar sus páginas a un ferviente independentista como Manuel Sanguily, que publicó el titulado «La autonomía de Cuba», y a un connotado autonomista como Rafael Montoro, que dio a conocer «La expansión nacional y los estados modernos». Varona, fiel al independentismo, expuso su posición a través del artículo «El poeta anónimo de Polonia», donde, en indirecta alusión a Cuba, expresó:
- Bien sé que hay quienes pretenden que forzamos las semejanzas, cuando evocamos estos testimonios de la historia; y que nos dispensan su sonrisa escéptica o desdeñosa, cuando suena en nuestros labios el nombre de alguno de estos pueblos oprimidos y martirizados. Mas no pienso incurrir en su enojo. No me propongo establecer comparaciones. Si alguna surge de mi discurso, o será flaqueza de nuestro espíritu predispuesto a encontrar su propio dolor en el dolor ajeno, o severa lección de los hechos de la dura realidad, que no se prestan a ser cómplices de las atenuaciones sutiles de los que se hallan bien hasta en el lecho de Procusto.
La Revista Cubana publicó traducciones de obras de autores sobresalientes, tanto en la ciencia y en el arte como en la crítica. Allí pueden leerse textos de Charles Darwin, Herbert Spencer, J. M. Charcot, J.M. Guyau, Hipólito Taine, Ernest Renan, Paul Bourget y Eça de Queiroz, entre otros muchos nombres. El periodismo activo estuvo representado por la pluma de Juan Gualberto Gómez y del propio Varona. El primero comentó la vida política cubana entre 1892 y 1894, y el segundo la vida cultural y temas de la actualidad local y mundial. En la sección «Notas bibliográficas» reseñaban los últimos libros aparecidos, tanto en Europa como en América; en «Miscelánea» se reflejaban noticias literarias, científicas e históricas y se resumían actos y conferencias. Las «Notas editoriales» abordaban temas científicos y literarios.
Otros importantes colaboradores fueron Enrique Collazo, Martín Morúa Delgado, Carlos M. Trelles, Manuel Valdés Rodríguez y Emilio Blanchet. En total, aparecieron veinte volúmenes que dan fe de la proyección de la vida cultural cubana durante diez años.
Sobre la Revista de Cuba y su sucesora, la Revista Cubana, escribió José Antonio Portuondo que en ambas «(…) se agrupa toda una generación criticista y científica que encara con criterios positivistas, principalmente spencerianos, los problemas todos del país».
Pero es necesario aludir que, muchos años después, en 1935, la Dirección de Cultura de la Secretaría de Educación, entonces bajo la responsabilidad de José María Chacón y Calvo, fundó otra Revista Cubana. En el primer número, correspondiente al mes de enero, expresaba su también director:
- Aspiramos solamente a recoger una tradición; la que va de la Revista Bimestre a las Revistas de Cuba y Cubana: la tradición de cubanidad, que no cierra sino abre múltiples perspectivas sobre la universal cultura». Añadía que se ofrecería «(…) una revisión de nuestros valores más genuinos: estos cuadernos serán, en uno de sus aspectos, capítulos de nuestra historia nacional. Pero también nos sentiremos de una manera profunda, hijos de nuestro tiempo, preocupados, dominados por la inquietud universal de nuestros días. No será la nuestra una revista histórica, ni muchos menos arqueológica. Queremos, sí, que sea un Repertorio cubano, que recoja los imperativos históricos de la conciencia nacional, las mil ansias oscuras, complejas y dramáticas de este momento decisivo para la afirmación permanente de Cuba, y también un Repertorio de las cosas y las ideas centrales que viven en el mundo en este año de mil novecientos treinta y cinco.
La Revista Cubana del siglo XX, que alcanzó hasta el semestre julio-diciembre de 1957, y sin que Chacón y Calvo dejara de ser, primero, director, y después, cuando Félix Lizaso y Salvador Bueno la dirigieron, director de honor, contó con un consejo de asesores donde figuraban Lydia Cabrera, Juan José Sicre, Francisco Ichaso, Mario Carreño, Gastón Baquero y Arturo Alfonso Roselló, entre otros nombres notables. Estuvo dedicada a divulgar la obra de los escritores cubanos en el campo del ensayo y de la crítica. Publicó trabajos referentes a cuestiones literarias, lingüísticas, filosóficas, estéticas, históricas y de artes plásticas. Tuvo varias secciones fijas, como «Libros», dedicada a comentar las últimas publicaciones aparecidas, y «Hechos y comentarios», en la que se reseñaban actos culturales, se reproducían conferencias y, en general, se ofrecían noticias del campo cultural. Dedicaron número monográficos a Miguel de Cervantes y José Martí.
En ella colaboraron prestigiosas figuras extranjeras como Ramón Menéndez Pidal y Juan Ramón Jiménez y entre los cubanos está la presencia de Antonio Sánchez de Bustamante y Montoro, Emeterio Santovenia, Alfonso Hernández Catá, Alejo Carpentier, Cintio Vitier, Samuel Feijóo, José Lezama Lima y Carolina Poncet, entre otros muchos nombres representativos del acontecer cultural cubano.
La Revista Cubana del XIX, inscrita dentro de los llamados «monstruos editoriales», así como la que surge en 1935, son exponentes de una línea de continuidad que hace de nuestras publicaciones culturales una especie de guía ineludible para conocer y recorrer la vida intelectual cubana. Repasar y valorar sus páginas tiene un hondo significado para comprobar cómo fue trenzándose, desde el siglo XIX, el tejido cultural de una nación que, si en dicho siglo estaba urgida de definiciones, no menos lo estaba en el año 1935, cuando surge la homónima, a poco tiempo de derrocada la tiranía de Gerardo Machado y la consiguiente frustración de una revolución que, como dijo Raúl Roa, «se fue a bolina».
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