La Habana Elegante
La Habana Elegante (1883-1891; 1893-[1896]) tiene una larga y no poco accidentada historia en nuestro ámbito cultural. En el año 1883 un redactor de la sección «Gacetillas» que publicaba el periódico El Triunfo, Casimiro del Monte, apostó por fundar una revista que fuera de carácter comercial en busca de captar el interés del público femenino, gustoso de conocer acerca de las modas, de leer folletines donde la maldad nunca triunfaba y, sobre todo, de ver representadas, con ilustraciones y textos, las fiestas más sobresalientes de la sociedad habanera: bodas, bautizos, cumpleaños…
El 4 de agosto apareció el primer ejemplar, con el subtítulo «Periódico bisemanal de noticias interesantes a las señoras y señoritas». El formato era el de las revistas, aunque, como era costumbre en la época, se anunciaba como «periódico». El director no era otro que el señor Casimiro y sus colaboradores respondían a los nombres de Ricardo Diago, Ignacio Sarachaga, que se destacaba como autor teatral del género bufo, Juan Miguel Ferrer, Carlos Ayala y el poeta Enrique Hernández Miyares. Se iniciaba así la primera etapa de la revista, que en años sucesivos se subtituló «Periódico bisemanal de noticias interesantes al bello sexo» y también «Semanario dedicado al bello sexo». O sea, hubo un cambio de periodicidad: de publicarse dos veces a la semana pasó a una vez. Sucesivamente fueron apareciendo y desapareciendo redactores, entre los que hubo firmas notables como la de Manuel de la Cruz, que entró como jefe de redacción a partir de 1885, Julián del Casal, Ramón Meza y Aniceto Valdivia, más conocido por el seudónimo de Conde Kostia. Desde el 1º. de enero de 1888 y hasta su total desaparición en 1896 estuvo bajo la dirección de Hernández Miyares. Su formato también se modificó en varias oportunidades y desde 1884 a 1889 fue órgano oficial del Círculo Habanero y, posteriormente, del Habana Yacht Club. Fue entonces, sucesivamente, «Semanario de literatura, bellas artes y modas. Dedicado al bello sexo», «Semanario ilustrado, literario y artístico. Crónica de los salones» y «Semanario artístico y literario».
En sus inicios fue una publicación baladí, que dedicaba sus páginas a entretenimientos, al santoral, a noticias breves, a reflejar pensamientos tomados de los almanaques y a dar a conocer las modas de París. Su impresión era de calidad inferior debido a dificultades económicas. Gustó de reflejar panoramas internacionales sobre países como Francia, España y los Estados Unidos. Pero de manera paulatina los trabajos literarios fueron incorporándose a sus páginas, los cuales contribuyeron a cambiar sustancialmente su carácter a partir de 1885, debido a la presencia como redactor del citado Manuel de la Cruz, que venía colaborando con la revista desde España, donde adquirió una sólida formación cultural. Su presencia en La Habana Elegante con un cargo de responsabilidad, aunque fuera por breve tiempo, así como la incorporación a su cuerpo de redactores de los antes mencionados Casal, Meza y Kostia contribuyeron, sin dudas, a que la revista comenzara a dar un giro sustancial. Comenzaron a parecer muestras poéticas de autores como el francés Sully Prudhomme y, como en una verdadera catarata, poemas del nicaragüense Rubén Darío, adalid del movimiento modernista. También las primeras colaboraciones, en verso, de Julián del Casal.
Cuando Hernández Miyares se hizo cargo de la publicación, se reafirmó su giro como portavoz del modernismo, no solo cubano, sino latinoamericano, además utilizó sus páginas, de manera abierta o velada, para abogar por la separación de Cuba del yugo español. En este sentido, el golpe más fuerte ocurrió cuando en el número del 25 de marzo de 1888 apareció la primera crónica de la serie «La sociedad de La Habana», con el subtítulo de «Ecos mundanos recogidos y publicados por el Conde de Camors», seudónimo de Julián de Casal, dedicada al general Sabas Marín, capitán general de la Isla, y su familia. Por sus notas satíricas tuvo una gran repercusión, y fue la causa de que se secuestraran por las autoridades todos los ejemplares y que su autor fuera cesanteado de su humilde empleo en el Departamento de Hacienda.
Al leer esta crónica se entiende la actitud asumida por el gobierno, pues Casal habla en ella de las «recepciones vulgares» del Capitán General, de su «arbitrariedad de monarca absoluto, según lo prueban sus disposiciones», de que el general se había hecho «antipático a sus subordinados», y agrega: «Tanto a la prensa, a quien persigue tenazmente, como el comercio, a quien no ha querido escuchar, lo han dejado en el más terrible aislamiento. Todos comentan desfavorablemente sus actos gubernamentales».
El 16 de agosto de 1891 la revista se despidió de sus lectores y se refundió con otra titulada La América, bajo el rubro de La Habana Literaria, que puede considerarse su sucesora. Esta nueva publicación fue «Revista quincenal ilustrada» y comenzó a salir el 15 de septiembre del citado año, también bajo la dirección, durante breve tiempo, de Hernández Miyares, al que se unió Alfredo Zayas, quien, ya en la República, sería presidente de Cuba entre 1921 y 1925. En esta nueva revista se unieron la prosa y el verso, además de artículos «de amena literatura, serias e instructivas disertaciones, que sin árido tecnicismo si fatigosa amplitud, den a conocer el movimiento progresivo de las artes y las ciencias». Para conservar el antiguo público mantuvo una sección fija, «La Habana Elegante», donde se reseñaban fiestas y eventos sociales. En ella colaboraron Julián de Casal, Enrique José Varona, Manuel Sanguily y Juana Borrero, entre otros. El último número apareció el 15 de junio de 1893, pero desde el 8 de enero de ese mismo año había reaparecido La Habana Elegante, de nuevo bajo el mando de Hernández Miyares. En dicho ejemplar se lee: «La Habana Elegante es la misma de ayer. Su programa y sus ideales no son necesarios definirlos… Bien puede decirse que no es tal resurrección la de nuestro semanario; porque en verdad [el] espíritu que lo informaba siempre quedó latente cuando la aparición de La Habana Literaria, que actualmente dirige con meritísimo acierto nuestro ilustrado amigo don Alfredo Zayas». Al sempiterno director se unieron, en calidad de redactores, Manuel de la Cruz, el Conde Kostia y los hermanos Carlos Pío y Federico Uhrbach, entre otros.
La Habana Elegante resurge, pues, no de sus cenizas, sino de una trayectoria de permanente desvelo por divulgar la poesía, en particular la de corte modernista, por lo que puede estimarse como una verdadera portavoz de este importante movimiento literario, el primero surgido en tierras americanas. Volvía a la palestra como una revista literaria con todas las de la ley, estimada no solo en Cuba, sino también en Centro y Suramérica. Su papel y sus grabados fueron de superior calidad y se percibe una fuerte influencia francesa: sus páginas se inundaron de nombres de poetas de ese origen, como Goncourt, Loti, Gautier y, entre los latinoamericanos, Rubén Darío, por supuesto, José Asunción Silva, Salvador Díaz Mirón, Manuel Gutiérez Nájera. Nuestro Julián del Casal fue presencia permanente hasta su desaparición física en 1893. El Conde Kostia desplegó una galería de retratos literarios de señoras de la alta sociedad habanera y artículos sobre arte, en tanto que Hernández Miyares redactó las gacetillas. Cuentos, poemas, leyendas, noveletas, artículos costumbristas, crítica literaria, deportes, trabajos sobre artes plásticas, historia, ciencias, crítica teatral y musical aparecieron en sus lujosas páginas, cuya revisión en la actualidad nos proporciona, además de indudable placer estético, acceder de manera directa a la práctica modernista en el campo de la literatura.
Entre las secciones fijas que mantuvo figuran «Mesa revuelta», que comentaba acontecimientos de cualquier índole; «Variedades», semejante a la anterior; «Cuentos blancos», con material costumbrista; «Sección literaria»; «Biblioteca de La Habana Elegante», que publicaba cuentos y artículos periodísticos; «Medallones cubanos», con biografías de cubanos notables; «Notas bibliográficas» y «Notas literarias», ambas dedicadas a la crítica literaria.
La Habana Elegante abrió sus páginas a las figuras más destacadas de la literatura cubana del momento, algunas ya citadas, a las que habría que añadir los nombres de Rafael María de Mendive, Mercedes Matamoros, Fray Candil (seudónimo de Emilio Bobadilla), Raimundo Cabrera, Cirilo Villaverde y otros muchos más. Publicó una carta de José Martí dirigida a Enrique Hernández Miyares, quien se encontraba en Nueva York, fechada el 2 de julio de 1894, donde le expresa: «Visito poco o nada, sobre todo a quienes influyen en la opinión, porque me puede parecer lisonja. Pero con usted no tengo miedo. Usted sabe de almas. Usted conoce la mía». Ya muerto Martí, se publicaron en sus páginas algunos de sus Versos Sencillos.
En 1887 la revista invitó a destacados escritores cubanos a colaborar en una sección que titularon «Cuentos de La Habana Elegante», la cual dio cabida a veintidós narraciones debidas a las mejores plumas del momento, entre ellas Ramón Meza, Aurelia Castillo de González, Conde Kostia, Justo de Lara y otros. En el propio año fueron recogidos en un volumen de título homónimo al de la sección, impreso por La Universal. Es un libro prácticamente desconocido por los investigadores de nuestra literatura. Su estudio nos conduciría a negar, en cierta medida, la afirmación de que el género fue de tardía presencia entre nosotros. Se reimprimió en 2014 por la Editorial José Martí.
La Habana Elegante no publicó artículos de carácter político, ni nacionales ni internacionales, aunque no es menos cierto que si la revista finalizó con el número del 4 de julio de 1896 ello se debió a que al estallar la llamada Guerra Necesaria su cuerpo de redactores se disgregó, pues la mayoría, o bien se incorporó a las fuerzas insurrectas o se fue a la emigración.
Culmina así la trayectoria de una de las revistas culturales cubanas más importantes del siglo XIX, entre cuyos méritos de más sonado brillo estuvo propiciar la divulgación de composiciones de carácter modernista y, por consiguiente, contribuir a que este movimiento se expandiera por todo el continente latinoamericano e, incluso, llegara a costas europeas.
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