
El Fígaro
Dos años después de que viera la luz La Habana Elegante apareció en la capital cubana El Fígaro (1885- [1933]; [1943]- ¿?), exactamente el 23 de julio, bajo la dirección de Rafael Bárzaga y, en sus inicios dedicada, mayormente, al deporte: «Semanario de sports y de literatura. Órgano del baseball», era su subtítulo. Su salida se debía, según se explicaba en «A nuestros lectores», a la necesidad de que «existiese un periódico consagrado a defender los intereses del sport en general y muy especialmente los del juego de baseball», que ya para esa fecha había cobrado gran auge en nuestro país. Entre los fundadores de la revista estuvieron Manuel Serafín Pichardo, Crescencio Sacerio y Ramón A. Catalá. En el número del 12 de noviembre de 1885, y como señal del carácter que progresivamente iría adquiriendo la publicación, y que, a la postre, la alejaría de sus propósitos iniciales, se alteró el orden de las palabras sport y literatura, al colocarse esta última en primer lugar. A inicios de 1886 deja de ser «Órgano del baseball».
Adquirida en propiedad por el escritor —discretísimo poeta— Manuel Serafín Pichardo, otro escritor, Ramón A. Catalá, asume la gestión económica de la revista. Notables mejoras se observan en su formato, ahora ampliado, y el subtítulo asumido es «Periódico de literatura, artes y sports». Más tarde sería «Semanario de literatura y sports», «Periódico literario y artístico», «Periódico artístico y literario» y «Revista universal ilustrada», el cual perdurará hasta su desaparición. A partir de 1895 contó con imprenta propia, reflejo de que, en el plano financiero, no había dificultades. En lo referente a su relevancia, se le consideraba la mejor revista de su tipo en América Latina, lo cual le valió que, debajo del título, en algunas oportunidades apareciera como «Órgano de la intelectualidad latinoamericana».
La designación de Manuel Serafín Pichardo como primer secretario de la Legación de Cuba en Madrid, ocurrida en 1909, y aunque su nombre continuó apareciendo en el machón de la revista, propició que el poeta Federico Uhrbach comenzara a fungir como su secretario de redacción, cargo también ocupado posteriormente por René Lufriú, Bernardo G. Barros y el reconocido poeta José Manuel Poveda. A partir de 1915 hubo algunas irregularidades en su salida, hasta su desaparición en mayo de 1933. Diez años después, en 1943, apareció otra revista con igual título, considerada por sus editores como continuadora de la anterior. Su subtítulo la caracterizaba como una «Revista mensual ilustrada». Su director propietario era Pedro Anyaumat. A nuestros días han llegado algunos ejemplares de los años 1944, 1945, 1948 y 1949. Se editaba mensualmente y aparecía con el subtítulo de «Revista universal ilustrada».
La larga historia de vida de El Fígaro permite hablar de una evolución progresiva, pues de revista iniciada con carácter deportivo, la literatura fue, poco a poco, cubriendo sus páginas hasta convertirla, de manera íntegra, en una revista literaria. Como se apunta en el tomo 2 del Diccionario de la literatura cubana, estaba dirigida a la burguesía:
Las principales actividades de la misma quedaron reflejadas —tanto en los momentos finales de la colonia como en los albores y desarrollo de la seudorrepública—, a través de la crónica social y de los numerosos grabados, ilustraciones y fotografías que insertaba. Pero lo que dio a El Fígaro todo su valor y trascendencia fue el aspecto literario, y dentro de este, fundamentalmente, su adscripción al movimiento literario más avanzado que se desarrollaba cuando comenzó a publicarse: el modernismo.
A lo anterior puede agregarse que en ella colaboraron notables caricaturistas, como el español Ricardo de la Torriente, creador del personaje simbólico de Liborio, y en sus páginas interiores hubo dibujos, una galería cómica con caricaturas de escritores y artistas y retratos de peloteros famosos, sin dejar de plasmar fotos de acontecimientos sociales del más variado carácter.
En sus páginas aparecieron poesías, prosas poéticas, crónicas y trabajos de figuras de primer relieve: Julián del Casal, Juana Borrero, los hermanos Uhrbach, Rubén Darío, Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón, José Santos Chocano, Rufino Blanco Fombona y Amado Nervo, entre los más notables. El ensayo y la crítica literaria y estética ocuparon un espacio importante, con trabajos calzados con las firmas más notables de la época: Enrique José Varona, Rafael Montoro, Nicolás Heredia, Ricardo del Monte, Manuel Sanguily. La ausencia de José Martí se justifica por su compromiso con las actividades políticas, que desarrollaba desde los Estados Unidos.
Uno de los principales logros de El Fígaro durante su aparición en la etapa colonial fue «haber hecho periodismo gráfico con un sentido moderno de la información, no sólo de la contemporánea )de su época), sino en forma de reportajes especiales sobre acontecimientos importantes», como ha subrayado el estudioso Salvador Arias.
Ya en la República, la revista continuó desarrollando su labor literaria, pero dedicó mayor espacio a problemas de actualidad, tanto de carácter cultural como aquellos relacionados con aspectos sociales y políticos de Cuba y del extranjero. Se siguieron publicando cuentos, poesías, crónicas, fragmentos de novelas, artículos de historia y crítica literaria, notas bibliográficas y artículos de carácter histórico, así como crónicas deportivas y sociales ampliamente ilustradas. De esta etapa se destacan también las convocatorias que la revista realizó a certámenes poéticos y de belleza y las encuestas sobre candentes problemas de actualidad. Una de las secciones más importantes de este segundo momento fue la titulada «Motivos de la semana», que a modo de editorial reflejaba los problemas de actualidad.
Muchos escritores jóvenes colaboraron en estos años, que, como se ha apuntado, «no compartían los ideales estéticos de la publicación, pero veían en ella una puerta abierta en sus aspiraciones de darse a conocer». También otros escritores ya consagrados prestaron su concurso a la revista, a la vez que otros alcanzaron su triunfo definitivo a través de ella. Todas las figuras de las letras cubanas de aquellos años colaboraron en sus páginas: Alfonso Hernández Catá, Luis Rodríguez Embil, Jesús Castellanos, Miguel de Carrión, Carlos Loveira, José Antonio Ramos, ―son solamente una muestra―, así como muchos escritores conocidos de Latinoamérica. Lamentablemente, en la etapa que se inicia en la década del 40 puede afirmarse que El Fígaro deja de tener la relevancia alcanzada. En no pocas ocasiones se reprodujeron trabajos de la etapa anterior y se publicaron artículos de crítica e historia literaria, cuentos, poesías, notas bibliográficas y otros asuntos de interés general. De estos años datan colaboraciones de Manuel Moreno Fraginals, Antonio Martínez Bello, Luis A. de Arce y Waldo Medina.
Tanto La Habana Elegante como El Fígaro constituyen dos de las expresiones más altas del periodismo cultural cubano y latinoamericano a partir de la década del 80 del siglo XIX. Si bien la segunda continuó su labor durante la seudorrepública, el valor de lo publicado se inscribe con mayor lustre en el lapso colonial.
Revisar las páginas de ambas significa no solamente el placer de leer literatura en sí misma, sino tener en nuestras manos páginas de altísimo relieve artístico, concebidas por verdaderos maestros del diseño gráfico y la ilustración. El empeño de hombres como Enrique Hernández Miyares, Manuel Serafín Pichardo, Ramón A. Catalá, y otras muchas firmas que coadyuvaron al logro de ambas empresas, los coloca en una posición relevante en el orden del periodismo cultural a partir de una concepción moderna del mismo. Contradictoriamente, ninguno de los tres ocupó posiciones notables por sus respectivas obras personales, discretas y de escasa trascendencia. Incluso Hernández Miyares, en vida, no gozó de la satisfacción de ver publicado un solo libro de su autoría, hasta que, en 1915 y 1916 aparecieron, respectivamente, sus Obras Completas en verso y en prosa. Pichardo ingresó en el cuerpo diplomático y falleció en Madrid en 1937. Legó tres obras prescindibles: La ciudad blanca (1894), crónica de una exposición en Chicago; dos poemarios Cuba a la República (1902) y Canto a Villaclara (1907). Catalá publicó solamente el libro Miguel Teurbe Tolón, poeta y conspirador (1924). Sin embargo, los atenazó el amor a la letra impresa de las revistas y a ellas consagraron todo su esfuerzo, quizás en detrimento de sus respectivas obras personales.
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