Acerca de lo que representó el Grupo Minorista que nucleó a la intelectualidad cubana de vanguardia del decenio del 20 del pasado siglo, se ha escrito abundantemente. No es para menos. Los minoristas abrieron caminos en las diversas manifestaciones artísticas e influyeron en el quehacer profesional y ético de las generaciones posteriores de intelectuales.
La composición del Grupo Minorista no debe verse como una plantilla fija. Lo integró una membresía con criterios coincidentes en aspectos importantes de la cultura y la cubanidad, pero libres en el ejercicio de su ideología y modo de pensar. El devenir mostraría estas diferencias aunque resaltaría también el extraordinario talento, cultura y capacidades que cobijó.
Un asunto nos concierne aquí: destacar la apreciable cantidad de ensayistas que en él figuraron, muestra de la excelente salud de que entonces gozaba este género literario. La Revista de Avance fue el órgano natural de estos autores y una publicación donde podemos encontrar hallar numerosos trabajos ensayísticos, que en algunos casos desvelan los pasos iniciales de estos autores.
Las dos figuras cumbres de la ensayística cubana de la etapa republicana pertenecieron al Grupo Minorista. Fueron, y nadie lo cuestiona, Jorge Mañach y Juan Marinello. Uno y otro revelaron su devoción por la obra y la personalidad de José Martí, y en uno y en el otro el quehacer político regateó tiempo al intelectual. La carrera de Mañach a partir de la publicación de su Indagación del choteo, en 1928, siguió un curso invariablemente ascendente. En cuanto a Marinello, inicialmente poeta, las ocupaciones de su pensamiento literario se movieron por un amplio diapasón en que las artes —en lo particular y en lo general— siempre hallaron espacio.
José Antonio Fernández de Castro y Félix Lizaso también trabajaron profusamente el ensayo. El primero, periodista, indagador, promotor de la cultura, muy laborioso, trazó perfiles sugerentes de colegas escritores, asumió el estudio crítico de otros, se sumergió en la historia. Asombra la variedad de sus intereses intelectuales. A Lizaso le apasiona José Martí, vuelve una y otra vez sobre su obra, su personalidad, su vida, pero incorpora además los temas de la cultura cubana, que asume con un sentido crítico.
Fernando Ortiz y Emilio Roig de Leuchsenring, generacionalmente anteriores, son grandes animadores del panorama cultural cubano y constituyen algo así como el tronco del árbol minorista–avancista. La producción ensayística de uno y de otro es más que valiosa: resulta sencillamente patrimonial y decisiva para la valoración acertada de la cultura cubana. No son las de ellos las mejores plumas, pero sí las más significativas, como el tiempo ha demostrado.
El por entonces muy joven y ya talentoso periodista Alejo Carpentier es otro de los animadores de las reuniones sabatinas de los minoristas y de los contribuyentes a las páginas de la Revista de Avance. Alberto Lamar Schweyer no puede faltar a este convite, aun cuando años más tarde se convierta en cómplice exégeta del dictador Gerardo Machado.
Más allá de haber pertenecido o no al Grupo Minorista, otros ensayistas relevantes figuran en la relación de colaboradores de la Revista de Avance. Muy joven aún lo es Raúl Roa, ensayista, profesor, periodista, escritor de palabra precisa, cuya firma se incluye entre los colaboradores. Otro más, de una generación anterior, lo es José María Chacón y Calvo, de fecunda y variada obra, un humanista en el cabal sentido de la palabra, quien no cesa de investigar y de publicar para su tiempo y los posteriores. Igualmente aparece la firma ilustre de Enrique José Varona, ya en su senectud gloriosa.
Pueden quedarse nombres sin recordar, mas lo cierto es que se trató de una generación de ensayistas que confluyeron en el tiempo y en el espacio cubano de la década del 20 en adelante y, en varios de los casos, afianzaron su nombre con los años.
Todos ejercieron el criterio desde sus puntos de vista, algunos resultaron polémicos, otros alcanzaron categoría internacional, los hubo también que trabajaron varios géneros literarios con acierto. Lo esencial es que el ensayo vivió sus mejores momentos con ellos, y como suele suceder, todos tuvieron cabida en la viña del Señor.
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