A propósito del cuento «Perdón», de Manuel Roblejo
«Perdón», la breve pieza narrativa de Manuel Roblejo Proenza, bien podría calificarse como monólogo o cualquier otra forma textual dramática —quizás basada en lo testimonial o en el texto documental— que se base en la exploración cinética de una sinestesia construida a manera de relato. Insisto en que la base teatral monologada de esta obra no forma parte de una arquitectura ad libitum, sino que es cimiento del edificio escritural, argamasa y cúpula. A medio camino entre la dramaturgia y la narrativa, «Perdón» reutiliza (recicla) algunas buenas maneras de lo teatral, en esa mezcla que es tan recurrente en algunas historias contemporáneas.
Merece un renglón aparte el uso constante del «Yo». Como afirmación. Como recurso. Como cadencia verbal repetitiva. Como esencia del personaje que constantemente requiere una tabla (de salvamento) en la cual apoyar su historia y su discurso. «Perdón» indaga en esas construcciones sociales y familiares que estigmatizan a la figura masculina. Va más allá. No se conforma con eso ni con la construcción genealógica de un árbol que podría explicar por qué un hombre se siente hembra en «tierra de generales». Y está bien que así sea. Es correcto que el autor elija ese molde —lleno de algunas imágenes narrativas muy bien logradas— para su historia. No es tan convincente —desde mi punto de vista— que el relato solo se concentre en la exploración relativamente lineal de sentimientos y acontecimientos, en ese «Yo» que una y otra vez se reafirma y reaparece como cláusula para el abordaje de la narrativa. ¿Es aquí hándicap lo teatral? ¿Lastre? De manera inicial, sería demasiado afirmar que sí. No me atrevería a tanto, pues es bien visto que la historia funciona, que tiene sus resortes y mecanismos colocados en puntos álgidos y esenciales del discurso. Sin embargo, ¿solo discurso?, ¿la acción verbalizada y solo eso?, ¿el recuento monologado del recuerdo? Un poco más no habría sido malgastado en canvas sin óleos, o tela sin puntada.
Existen tela y canvas. Pero falta el material que cubra sus puntas. Los largos saltos narrativos —más largos aún se perciben, quizás, por la brevedad del texto— nos remontan a una escritura que tiene mucho de trepidante pero que aún carece del equilibrio para dosificar la violencia del ritmo con la manera —muchas veces poética— del discurso.
Sin embargo, sí es meritorio destacar cómo el escritor trabaja al doble. La contraposición entre la criatura que es el personaje y la criatura que desea ser, es la dicotomía vital que enriquece la historia. Esta comparación —su reborde filoso— es la mayor riqueza que el autor logra. Eso, y ciertos momentos narrativos de una solidez sin quiebra: instantes en los que solo una oración o una frase constituyen y articulan el universo de la historia.
El perdón es más que leitmotiv narrativo. Es su raíz más esencial. Esencial en el sentido de que conforma las dinámicas de relaciones entre los personajes, también entre el protagonista y su contexto externo e interno. Finalmente, el perdón es la nebulosa que penetra en la dicotomía de ser y desear de ese hombre que escribe mientras sueña cicatrices. Es la justificación. La arquitectura. El decorado. Los esenciales óleos que, quizás, han aparecido para demostrar que no todo necesita ser dicho.
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Manuel Roblejo Proenza. Poeta y narrador cubano, nacido en Bayamo, Cuba, en 1982. Es graduado de Ingeniería en Telecomunicaciones y Electrónica en la Universidad de Oriente, en el año 2006. Ha sido merecedor, entre otros, del Premio Relatos Asombrosos, Argentina, 2016; Premio de Literatura Félix Pita Rodríguez, 2017; Premio de Literatura Emilio Ballagas, 2018; y del Premio Gregorio Samsa de Novela Breve, España, 2019.
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Tomado de País de fabulaciones, texto de Elaine Vilar Madruga publicado por Cubaliteraria en 2019.
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