Fue en el 2013 cuando recibí, de manos de la distinguida investigadora María Eugenia Mesa Olazábal, el libro El furor de las palabras, seria investigación de la autora, cuya dedicatoria decía, entre otras cosas, que me recreara con la emoción juvenil de Dulce María Loynaz.
Pensé siempre, que la edición del libro no correspondía a la importancia de los trabajos investigativos que lo conformaban, pero a pesar de ello, los textos me condujeron a la gran poetisa que hoy representa una verdadera joya de nuestra cultura. Siempre he agradecido a la autora de este libro su fina entrega y su profunda dedicación a tan importante trabajo.
Es un ejemplar de gran valor documental. Dos investigaciones sobre la poetisa, seis anexos importantísimos, un grupo de artículos publicados del hispanista Chacón y Calvo y una magnífica Bibliografía. Con gran gusto disfruté los primeros poemas recogidos y las notas adicionadas que constituyeron para mí, «un verdadero deleite» —como diría don Alfonso Reyes.
Las búsquedas de algunas publicaciones de la época le permitieron recopilar los primeros trabajos de la gran dama de la poesía, que aunque no lograra en ellos el vuelo poético que caracteriza a la Loynaz, sí mostraron todo el reflejo de emociones y sentimientos de sus creaciones. En estas composiciones se advierten las influencias predominantes de dos movimientos artísticos: Neoromanticismo y Modernismo.
Dulce María Loynaz (así conocida) nació en la Habana, en 1902, a principios de siglo, hija nada menos que del General mambí Enrique Loynaz del Castillo y de la que era su mujer, María de las Mercedes Muñoz Sañudo. Como informa Ecured fue Dulce María una poetisa, ensayista, periodista y abogada galardonada con el Premio Nacional de Literatura en 1997 y el Premio Miguel de Cervantes en 1992.
Al principio del libro unas palabras del propio Chacón y Calvo que formula el título de estas investigaciones:
Los hallazgos de expresión, el fulgor de las palabras, nos acompañan en la deliciosa lectura. Pero no es la novedad de la luz purísima de la forma la que más impresiona en este viaje a través de mares y de ríos, hay una poesía interior…
Es esa misma poesía interior, quien lleva a la investigadora a esa atracción y a la búsqueda de múltiples interrogantes sobre la gran dama.
El furor de las palabras, de María Eugenia Mesa Olazábal, nos lleva, casi sin darnos cuenta, a aquellos años en aquel hogar encantador de la naciente cantora, con sus cuatro hermanos, Enrique, Carlos Manuel y Flor —la más pequeña—, por cierto, esta última fue bautizada con ese nombre, gracias a la admiración que siempre tuvo el General por su amigo Flor Crombet.
Dulce María la calificó como «la más irreverente» de todos sus hermanos.
El padre, entre grandes cosas, autor del «Himno Invasor»; la madre —tan instruida—, amante de la poesía y la música, de las flores y los animales, con las coloreadas carátulas de las primeras ediciones de Julián del Casal y los poemas de Juana Borrero y de otros, como aquellos versos luminosos de José Martí y los que fueron viniendo después. Poemas de bardos franceses, y españoles inundan las lecturas en aquella casa.
La poesía femenina cubana, desde la Avellaneda pasando por otras grandes creadoras, crearon en la poetisa, una atmósfera muy especial.
Había sido una adolescente ilustrada —afirma la investigadora. Logró sus primeros poemas a los diez años. Para ella, años después, la poesía estaba dentro de cada persona, como los ríos que corren gran trecho bajo la tierra hasta que al fin encuentran cualquier grieta por donde brotar.
Más adelante, reveló que los versos que a ella le fueron creciendo, germinaron de un gran impacto emocional, de profundas heridas de un drama familiar que laceró su vida en una época en que junto a sus hermanos y primos prefería la música. Estaban apasionados por ese arte y habían confeccionado una pequeña orquesta pero el luto los obligó a clausurarla y a transformar los acordes musicales en poesía… Surgieron así versos sonoros contemplando los crepúsculos, mirando el mar y leyendo los poemas de los grandes bardos que poco a poco fueron descubriendo.
Por cierto, es interesante destacar aquí que en un principio, a Chacón y Calvo le llamó mucho la atención la poesía de Enrique, uno de sus hermanos.
Es importante ratificar que José María Chacón y Calvo fue un importante intelectual cubano, y por sobre todo, un acertado crítico que le fue fiel a Dulce María, hasta los últimos momentos de su vida.
Según aparece en el libro, fue un 14 de noviembre de 1919 , cerca del Aniversario de la Ciudad, aquel día que el padre le escribe una carta al director del Diario de la Nación, llamado Osvaldo Bazil, un dominicano, poeta modernista y diplomático radicado en Cuba. Aprovecha la oportunidad de los quince años de su hijita, cuando la más pequeña descubrió que su hermana mayor era poetisa. Enviaba el feliz padre dos poemas: «Vesperal» e «Invierno», el primero dedicado a la madre, y el segundo, a una prima lamentablemente huérfana de madre. Fueron los primeros textos de Dulce María publicados, junto con unas palabras introductorias de Bazil tituladas «Dios salve a la poetisa».
De «Vesperal»: «Se mecen los naranjos dulcemente / de refrescante brisa al susurrar / y el agua dormida y transparente / se desgrana en una lluvia de azahar /».
Años después la propia creadora confiesa que quizás Bazil publicó estos poemas porque deseaba complacer al General… La poetisa consideraba que los poemas no tenían gran valor.
De «Invierno» son estos versos: «La alegre primavera se ha alejado / llevándose tras ella / un cortejo de flores y de pájaros, / de trinos, de susurros y de estrellas /».
Así comienza:
Lector, el hallazgo de una poetisa en la tierra, es como el encuentro de una nueva estrella en el cielo y debe ser celebrada su aparición, con una sonrisa y flores como el nacimiento de un amor o de una esperanza.
«El General Loynaz del Castillo, es un hombre que tiene la paloma en el alma y el águila en su corazón, y sobre la paloma y el águila, la estrella» —comenta el Director Bazil—, y termina diciendo entre otras cosas: «¡Dios salve a la poetisa aun en flor de todos los días de bruma y de todos los días de olvido!».
En «Vesperal», según Mesa Olazábal encuentra el lector el homenaje de la creadora hacia su amada madre con la naturaleza y el agua limpia, el agua dormida, el agua quieta o el agua espejo, símbolos, que la misma desarrollará a plenitud en sus posteriores poemarios.
En «Invierno» —dedicado a la prima—, se observa en todo su esplendor la vena lírica que la acompañará toda su vida. Esta composición resultó ganadora en un Concurso literario. El primero y el último en que participó.
Mucho tenemos que seguir buscando en El fulgor de las palabras. Han quedado brechas —como dice la estudiosa—, algunas de nueva factura, pero todas podrán ser abordadas para seguir indagando y ampliando el conocimiento sobre la vida y la obra de esta gran creadora. Sigo estudiando estos maravillosos hallazgos. El furor de las palabras, resulta un libro de consulta.
Como afirma María Eugenia, «el tiempo lo puede casi todo«. Aquí solo se cierra una puerta. Con esta se marca una etapa. El camino merece ser continuado.
Si al hacer alusión a este libro, he motivado a mis lectores y he logrado mostrar un camino hermoso hacia una búsqueda inteligente de la investigadora sobre los primeros pasos de Dulce María Loynaz, esta cubana universal, como la llamó Virgilio López Lemus, me he sentido, ante ustedes, queridos lectores, gratamente complacida.
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Tomado de Cubarte
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