En El Diablo, Giovanni Papini cuenta de una tarde en que John Dos Passos e Indro Montanelli buscan divertirse en Venecia, y el italiano tiene «(…) una imagen felizmente justa, o sea que “cada explosión del motor es un golpe de tos del Diablo”».
«Pero John Dos Passos no comprendió el subsentido de la comparación: “¿Qué? ¿El Diablo? ¿Qué quiere decir por el Diablo?”. Y Montanelli, asombrado por semejante pregunta, añadió: “¡Un hombre que ignora al Diablo! Si yo fuese Dios, no me fiaría de él y lo mandaría al infierno para obligarle a que lo conociese”».
Papini, en su comentario, aduce que tal ignorancia sobre el Diablo «(…) es tanto más escandalosamente afrentosa en un novelista que maneja y trabaja como materia prima el pecado y sobre todo en Dos Passos que describe las formas más diabólicas de la vida americana de nuestros tiempos».
Y concluye su página: «La creación de la obra de arte exige e implica cierta dosis de sensualidad y cierta dosis de orgullo y supone, por eso mismo, algunas complicidades no siempre evidentes con el Diablo. Un artista que no tenga algunas familiaridades con el Diablo, aunque no sea más que para desdeñarlo, no puede ser un verdadero artista».[1]
Más que mostrarse indiferente hacia el Diablo, parece que Dos Passos es tomado por sorpresa y no acierta a comprender la intención de la frase de Montanelli. No obstante su postura lapidaria, Giovanni Papini reconoce la valía del novelista americano, pues ella es la que origina la ironía del escritor florentino alrededor de esta anécdota de fines de los años 40.
En este cierre de siglo, ante el alud de informaciones, de libros y de autores de todos tamaños, habría que ver si John Dos Passos ha sido olvidado o continúa en el interés de los lectores. De cualquier forma, no sería ajeno a lo que recientemente aludía José Emilio Pacheco, a ese «Encanto de los libros que ya nadie lee, de los autores que ya nadie cita», que en el caso de Dos Passos son más de 30 volúmenes de narrativa, crónicas, biografías e historia.
Su padre fue John Randolph Dos Passos, hijo a su vez de un inmigrante portugués y una dama sureña. John Randolph abandonó muy joven la casa paterna y durante la guerra de secesión se enroló como tambor en el ejército del norte; acabado el conflicto bélico, se hizo abogado, profesión que le permitió hacerse de una gran fortuna. Su primer matrimonio fracasó, aunque el vínculo no se disolvió por haberse formalizado dentro del rito católico.
Ovidio Gondi, en un artículo dedicado a Dos Passos, explica que «John Randolph estableció relaciones con Lucy Spring Madison, señora viuda de la alta sociedad sureña, con la que tuvo un hijo, cuando ella tenía cuarenta y un años de edad, y él había cumplido cincuenta y uno. Así nació Dos Pasos en la habitación de un hotel de Chicago (en enero de 1896), y hasta que cumplió los 16 su nombre fue John Rodrigo Madison. Su identidad legal se definió al contraer matrimonio sus progenitores, una vez viudo el viejo John».[2]
Lo que siguió fue una vida acomodada y con tintes de cosmopolitismo, como el hecho de que Dos Passos y su madre vivieran la mayor parte del tiempo en Europa, particularmente en Bruselas y Londres, donde pasó un extenso tramo de su infancia, con viajes intermitentes a Virginia y a Washington.
Con el apoyo de su padre, John Dos Passos estudió en las mejores instituciones educativas, incluida Harvard, donde se graduó en 1916. En el tiempo de la gran depresión, luego de la debacle de la bolsa en 1929, se le conoció como uno de los radicales de la Ivy League, grupo de universidades del noreste de los Estados Unidos famosas por su prestigio académico y proyección social.
Ya antes había iniciado un camino propio en el que se combinaban la acción política y el compromiso con la escritura. En 1920, a los 24 años de edad, publica su primera novela, La iniciación del hombre, en la que evocaba sus experiencias como conductor de una ambulancia en la Primera Guerra Mundial. Por cierto que en 1918, en los Alpes italianos hubo de tener su primer encuentro con Ernest Hemingway, mas al parecer ninguno de ellos le daría demasiada importancia.
En 1921 aparece Tres soldados, obra antibélica que iba a ser bien recibida por los críticos, pero que también sería objeto de numerosas críticas de parte de aquellos en quienes predominaba el espíritu guerrero.
Trabajó como corresponsal de diarios estadunidenses en España y en países de Europa oriental. Un dato importante es que había conocido, en la universidad John Hopkins, a José Robles Pazos, con quien entabló una profunda amistad, al grado de que este profesor español se convertiría en el traductor oficial de sus libros.
En Madrid estudió Arquitectura por un breve período, pero, sobre todo, alcanzó un manejo completo del español, además de ir conformando lo que sería un libro dedicado a temas ibéricos: Rocinante vuelve al camino (1923).
Dos Passos se caracteriza ya por estar dedicado a plenitud a la actividad literaria, lo que no es obstáculo para que lleve sus ideas al plano práctico, lo cual le cuesta ser encarcelado en dos ocasiones, cuando participó en el movimiento en favor de la liberación de los anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. Cabe recordar que su trabajo «Torpe juego de palabras» es una obra espléndida, paradigma del reportaje periodístico de todos los tiempos.[3]
En 1925 publica Manhattan Transfer, su primera novela experimental, en la que se encuentran los elementos de lo que será su peculiar estilo, mezcla de hechos y de ficción con tintes épicos. El escenario es Nueva York, donde se entrelazan las vidas de los personajes, aunque no siempre lleguen a cruzarse. Las escenas que muestra son breves y dramáticas, hace cortes repentinos en la historia, juega con los rompimientos de una continuidad que deja de ser lineal. Es el estilo que hará afirmar a Jean Paul Sartre en 1938: «John Dos Passos inventó una sola cosa: el arte de relatar. Pero esto es suficiente. Considero que Dos Passos es el escritor más grande de nuestro tiempo».
Manhattan Transfer propone tramas individuales, y las articula, las relaciona mediante conflictos separados, pero dentro de la misma corriente vital de la gran urbe. De imágenes vertiginosas y cambiantes —lejanas de la ortodoxia de Tres soldados—, Manhattan Transfer no anuncia, sino que es ejemplo depurado de la forma de Dos Passos para narrar una historia, a partir de lo cual empezará a influir a numerosos escritores de todo el mundo. Ejemplo de esto sería Juan Carlos Onetti, como señala Emir Rodríguez Monegal, al referirse a la segunda novela del uruguayo, Tierra de nadie (1941):
Desde el punto de vista de la técnica… derivaba obviamente de Dos Passos y su Manhattan Transfer, con la presentación simultaneísta de los personajes de una gran ciudad, pero en su espíritu prolongaba una inquisición rioplatense, iniciada por gente tan distinta como Roberto Arlt o Jorge Luis Borges…[4]
En una doble condición, la de escritor-periodista Dos Passos fue miembro de la generación perdida, nombre que acuñó Gertrude Stein, y en la que se incluiría a gente como Ernest Hemingway, William Faulkner, Thomas Wolfe, Sherwood Anderson, Erskine Caldwell, E.E. Cummings, John Steinbeck y Francis Scott Fitzgerald. Dicho de otra manera, escritores imprescindibles en la historia de la literatura norteamericana y, en varios casos, de la literatura universal.
Dos Passos será activista o testigo. Al lado de Teodoro Dreiser y Sherwood Anderson, y estudiantes de la Ivy League, estará en 1932 en Kentucky, para protestar en contra de las violaciones de los derechos civiles de los mineros de esa región. Estará en México y escribirá de Zapata, estará en España y hablará de la dictadura de Primo de Rivera, estará en Boston y, como ya apuntábamos, escribirá sobre y participará en el movimiento para impedir la ejecución de Sacco y Vanzetti, que finalmente no puede evitarse, ante el evidente abuso de un régimen autoritario en un país forjado por los inmigrantes.
En 1930 publicó Paralelo 42, a la que siguieron 1919 (1932) y El gran dinero (1936), que integran una trilogía monumental: U.S.A. Aunque cada una de ellas sea una novela cabal, hay un hilo conductor, que abarca desde personajes a innovaciones técnicas (saltos en espacio y tiempo, elementos como el Newsreel o Noticiario, su Camera eye u Ojo de la cámara que dan una rápida impresión de las épocas en que se van ubicando las historias de sus personajes). U.S.A. conduce a la vez varias acciones, incluye perfiles de personas en las que se resumen periodos específicos de la historia contemporánea de Estados Unidos. El aliento épico domina la mirada de Dos Passos en su recorrido por las tres primeras décadas del siglo.
En su biografía sobre Hemingway, el novelista británico Anthonny Burguess reconoce que este jamás escribiría una obra formalmente más experimental que U.S.A., pero dice que esta trilogía resulta «(…) tosca por su explícita parcialidad política. Dos Passos se inclinaba hacia el comunismo… (mientras que Hemingway) nunca se convirtió en escritor político… Se mantuvo firme en el único derecho y deber del escritor: mostrar las cosas y las gentes como son, no coloreadas por ideologías…».[5]
Empero, además de ubicarse en el ámbito de las decisiones personales, la postura de Dos Passos correspondía a una corriente muy identificada de creadores liberales, como bien lo expresa William Manchester:
Existían (en 1932) múltiples pareceres sobre la forma de gobierno que más convenía a los Estados Unidos. La mayoría de los intelectuales se decantaron hacia la izquierda; el socialismo les parecía una vía intermedia. John Dos Passos lo comparó, desdeñosamente, con un sucedáneo de la cerveza. Entre los que abrazaron sin tapujos la causa comunista se encontraban Dos Passos, Sherwood Anderson, Erskinc CaldweII, Malcolm Cowley, Lincoln Steffens, Granville Hicks, Clifton Fadiman, Upton Sinclair y Edmund Wilson…[6]
Por supuesto, de esa militancia activa a escribir novelas de partido hay una gran distancia. Por caso, U.S.A. es un portento literario, con su diestro manejo de técnicas narrativas de vanguardia, con la rica conformación de sus personajes —desde
Fenian O’Hara Mc Creary, Mac, descendiente de irlandeses, cuyas vicisitudes son recreadas en las páginas de Paralelo 42, o Joe Williams que, en 1919, se perderá en la Europa de la guerra mundial, hasta pasar por Charley Anderson, Mary French y Margo Dowling, en El gran dinero. Aun en las condiciones de mayor desamparo, de alguna oculta manera se percibe un dejo de esperanza en los personajes de Dos Passos, cosa que, por ejemplo, no ocurriría en las obras de John Steinbeck, sin salidas para sus protagonistas.
Tendrá su camino a Damasco, en el que cabrán lo mismo Hemingway los excesos de las facciones en la zona republicana en España, que los gulags soviéticos.
En 1937, es tal la cercanía con Hemingway, que este participa en el rodaje de la película de Dos Passos, The Spanish Earth, filmada con riesgos entre las propias filas de los rojos. El conflicto surge por la misteriosa desaparición del ya citado José Robles Pazos, que se había incorporado a las milicias republicanas. Dos Passos busca por todos los medios a su amigo, sin resultados; le molesta la actitud displicente de Hemingway sobre este asunto, y sus excelentes relaciones con los comunistas, presuntos cómplices de la muerte de Robles Pazos.
Hemingway llegó a afirmar que la actitud de su connacional era «infantil», como señala Ovidio Gondi, y el rompimiento fue inevitable y profundo. Después de eso, Hemingway se referiría a «ese tuerto, bastardo portugués», haciendo alusión al ojo que Dos Passos había perdido, además de su primera esposa, en un accidente de automóvil. Y Dos Passos se vengaría en su volumen Los mejores tiempos, donde pondría en duda las hazañas deportivas de las que tanto acostumbraba hacer alarde el autor de Por quién doblan las campanas.
En el antes citado artículo «Las dos vidas contradictorias de John Dos Passos», Ovidio Gondi habla de esa transformación:
Después de la guerra española, (su) ideología cambió de dirección radicalmente. Las purgas de 1938 en la URSS fueron el golpe de gracia. Siguió escribiendo novelas, reportajes y largas historias semipopulares sobre el desarrollo de la democracia norteamericana. Pero era distinto. Los personajes eran diferentes, aunque seguían siendo los mismos. Los papeles se habían cambiado. En 1932 apareció su segunda trilogía, bajo el título común de Distrito de Columbia. Era como si la vida hubiera comenzado de nuevo para Dos Passos, con un olvido total de la anterior. Los villanos eran ahora los comunistas y la política del New Deal de Roosevelt. El hombre que había colaborado en la revista marxista New Masses escribió ahora para The National Review, órgano intelectual de la derecha más conservadora. El hombre que en 1932 votó por el candidato comunista William Z. Foster, votaría treinta años después por Barry Goldwater, candidato ultraconservador del Partido Republicano.
Ante ese cambio, no es de extrañarse descubrir la firma de John Dos Passos en un reportaje sobre el surgimiento de Brasilia como nueva capital brasileña, dentro de un volumen, «33 ventanas al mundo», publicado en 1959 por… Selecciones del Reader’s Digest, uno de los órganos más conspicuos de propaganda anticomunista en plena guerra fría.
Era otro, y ello le atrajo severos cuestionamientos, pues de haberse distinguido como uno de los principales autores estadounidenses en los años 20 y 30, había pasado a ser un escritor de criterio estrecho, aun cuando siguiera conservando la maestría de su expresión literaria.
Es el «Dos Passos de la primera época el que influye en la estructura de La región más transparente (1958), de Carlos Fuentes, que, como apunta John S. Brushwood, escandalizó a muchos lectores mexicanos conservadores«.[7] Lo mismo podría decirse de El mundo es ancho y ajeno (1941), del peruano Ciro Alegría, o, como señala Esther Seligson, no es sorprendente que «(…) el lector de José Trigo (1966, primera novela de Femando del Paso) se vea remitido al Ulises, a Manhattan Transfer, a El Siglo de las Luces, a El Tambor de Hojalata o a Rayuela…».[8]
De igual manera, Seymour Menton, al referirse a la que clasificaría como la tercera generación de narradores de la revolución mexicana (una generación «mucho más culta y cosmopolita», que estaría conformada por Agustín Yáñez, Mauricio Magdaleno y José Revueltas), afirma:
(…) Estos autores se formaron literariamente durante la época vanguardista de los 20 aunque no publicaron sus novelas hasta los 40. Sirviéndose de una técnica experimental y con un punto de vista más intelectual, ellos lograron colocar la Revolución dentro de su perspectiva histórica. Sus panoramas nacionales, inspirados en parte por los frescos de Diego Rivera y José Clemente Orozco, pueden compararse a la novela (sic) U.S.A. de John Dos Passos aunque estilísticamente deben más a Joyce y a Faulkner.[9]
Hay un episodio feliz que da prueba fehaciente del interés de Dos Passos por México. En 1927 —señala Armando Rodríguez Briseño— viajó a Jalapa para encontrarse con Manuel Maples Arce, el principal hombre del estridentismo, quizás la única corriente de vanguardia nacida en nuestro país en la época de auge de los ismos. Aparentemente, esta reunión habría versado sobre los principios de la estética estridentista, pero para Maples Arce tuvo otro valor, pues lo impulsó a escribir su biografía.
Maples Arce contaría que «(…) John Dos Passos, entusiasmado por los relatos que de su vida le hizo en aquella ocasión, le aconsejó que escribiera sus memorias. Lejos de pensar algo semejante en ese momento —Maples Arce tenía entonces 27 años—, le respondió que “debía acumular más recuerdos y experiencias, y cierto desprendimiento del tiempo, para asegurarme de su interés”».[10]
Dos Passos haría la versión al inglés del libro Vrbe, que se publicó en Nueva York en 1929 aunque con el nombre de Metrópolis, y Maples Arce dejaría como testimonio de ello tres versos en su «Elegía a Ignacio Millán»:
Un otoño bermejo venía de Massachusetts,
donde vivió Dos Passos, que me tradujo Vrbe,
y era el más grande de la generación perdida.[11]
Habría un paralelismo entre ese último verso y la lista que alguna vez elaboró William Faulkner —como recuerda el escritor y dibujante James Thurber—, sobre los cinco escritores norteamericanos más importantes de este siglo: Thomas Wolfe, el propio Faulkner, Dos Passos, Hemingway y Steinbeck (en ese orden).[12]
También optamos por la primera gran etapa de la creación de Dos Passos. Por la manera en que hace la crónica de Estados Unidos como país arquetípico, como crisol de inmigrantes, de personajes lanzados al vacío, que buscan asideros para sobrevivir en una sociedad hostil y, paradójicamente, abierta al «éxito» individual.
Después de todo, como afirma José Luis Martínez: «(…) quiérase o no, la porción más valiosa y considerable de la novela americana es francamente de izquierda, y a ella se debe una labor admirable en pro de la justicia social al revelar las iniquidades que acontecen, ya en las grandes ciudades norteamericanas o en sus estados del sur o ya en cada uno de los países de Hispanoamérica…».[13]
John Dos Passos murió en 1970. En 1996 cumple años, sus primeros cien años.
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* José Luis Herrera Arciniega. Escritor y periodista. Ha publicado seis libros de ensayo, entre ellos se encuentran Un pato gigante. La reina de nieve y otros cuentos (UAEM) y Estación a Venus (Ed. La Tinta del Alcatraz).
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Tomado de Dialnet
[1] Giovanni Papini: El Diablo, 4a. ed. México, Editorial Época, 1991, p. 187.
[2] Ovidio Gondi: «Las dos vidas contradictorias de John Dos Passos», artículo publicado en El Sol y la Cultura, El Sol de México, 1980.
[3] John Dos Passos: «Torpe juego de palabras», en Reportaje, Universidad Autónoma de Sinaloa-Editores Mexicanos Unidos, México, 1985, pp. 47-56.
[4] Emir Rodríguez Monegal: «La nueva novela latinoamericana», en La crítica de la novela iberoamericana contemporánea, 2a. ed. México, UNAM, 1984, p. 27.
[5] Anthonny Burguess: Hemingway, Barcelona, Salvat, 1985 (Biblioteca Salvat de Grandes Biografías, no. 9), pp. 54-55.
[6] William Manchester: Gloria y ensueño. Una historia narrativa de los Estados Unidos, Barcelona,
Grijalbo, 1976, vol. 1, p. 114.
[7] John S. Brushwood: México en su novela, México, F.C.E., 1973 (Breviarios, no. 230), p. 66.
[8] Esther Seligson: La fugacidad como método de escritura, México, Plaza y Valdés, 1988, p. 100.
[9] Seymour Menton: «La estructura épica de Los de Abajo y un prólogo explicativo», en La crítica de la novela mexicana contemporánea. Antología, México, UNAM, 1981, pp. 107-108.
[10] Armando Rodríguez Briseño: «Memorial del viajero», en Revista de la Universidad de México,
vol. XL, Nueva Época, número 44, diciembre/1984, pp. 47-49.
[11] Manuel Maples Arce: Las semillas del tiempo. Obra poética, 1919-1980, México, Conaculta, 1990, (Lecturas Mexicanas, tercera serie, no. 13), p. 116.
[12] El oficio de escritor, 3a. ed. México, Era, 1977, p. 164.
[13] José Luis Martínez: Literatura Mexicana Siglo XX, 1910-1949, México, Conaculta, 1990 (Lecturas Mexicanas, tercera serie, no. 29), pp. 320-321.
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