Chérie[1], de Dazra Novak es, por encima de varias clasificaciones, una novela de riesgos. El primero al que se enfrenta es extraliterario, pues aparece bajo el aval de haber ganado el premio Ítalo Calvino en 2020. Un reconocimiento de tal envergadura, que garantiza un boom de inmediatez que bien viene a estos tiempos de caos informativo, pudiera convertirse en lamentable bumerang si, a la postre, la obra no cumple con lo prometido. La intrascendencia de no pocos libros salidos bajo el colofón de premios que suponemos relevantes, tanto en Cuba como en otros velorios extranjeros, pudiera darnos fe de hasta qué punto la duda es razonable.
En segundo lugar, primero en el ámbito de lo literario, el riesgo emerge a partir de que la novela se apropia de la vida de una artista contemporánea –Rocío García– para convertirla en una narración que rinde tributo a las normas de la ficción narrativa, desplazando por completo a las del testimonio. La descripción de acciones, ambientes, circunstancias históricas y eventos personales de la biografiada, responden a ese ejercicio de apropiación que brota de lo que ella misma calificará como «romántico subyacente». Empatía y sobresalto que pasan al servicio del discurso narrativo. De modo que no se cuenta una vida, sino apenas la línea argumental que la autora ha elegido en esa vida a partir de su propio interés de creadora y, sin paradojas informacionales de por medio, arrastrada por un sentimiento personal, o un simple gesto enamorado. Consciente de este riesgo, Novak intenta dejarlo claro desde la portadilla del libro: «Esta historia está basada en hechos reales, que en buena medida dejan de serlo al introducir su autora algunos cambios sustanciales».
Cambios sustanciales que, a mi juicio, conforman el bloque de sentido que la novela se propone, y desarrolla, con mejor resultado que si acudiera a los elementos testimoniales que se han quedado en el trasfondo de la percepción, más allá, incluso, de la imaginación del lector. Definiciones metaliterarias antes de encontrarnos con el texto de la historia. Según añade esa nota de presentación, la pretensión de Chérie es «catapultar al lector a la vida pictórica de Rocío García», o sea, que la lectura sea más un viaje impulsado por una catapulta que el acto de inspección y de descubrimiento personal en que esta suele darse.
¿Cumple la autora su promesa de catapultarnos a través del relato?
No por gusto lo he señalado como el primero de los riesgos literarios del libro, pues el sentido pictórico de la vida contada es también parte de lo subyacente en relación con la cadena de sucesos que se narran. Los estamentos de mayor complejidad de esta novela se dan a través de este tópico de sacudida y, aunque no siempre el vértigo es el mismo, el fallo es positivo y regular. Los contados descensos de nivel, en momentos en los que el sentido insiste en cierto tic de redundancias, no malogran el discurrir casi vertiginoso de la historia ni la avalancha constante del discurso.
Otro riesgo, que es también mérito ganado, se halla en la capacidad de la autora de saltarse tabúes y prejuicios, dando por superadas sus limitaciones. Ni la sicología social ni los descargos de moral colectiva intervienen en la narración. No hay normas de conducta que medien en la historia y condicionen su línea argumental. La infancia rebelde y singular del personaje, marcada por las dicotomías entre la madre y el padre, será una clave semiótica esencial en su aprehensión de la femineidad, siempre en tensión con los arcanos antagónicos de lo masculino. Como Novak, a través de García, no se adentra en un sistema conceptual de este fenómeno, sino en la esencia sentimental de lo aprehendido, logra cumplir lo prometido en ese aspecto, quizás, y siempre en juicio propio, como el mayor de los méritos de la novela.
Otro riesgo importante de Chérie se halla en sus periplos conceptuales relativos al arte y las maneras de asumirlo en el contexto cubano de la revolución, donde se abrieron los cauces de las posibilidades, pero no la capacidad de entendimiento general, desde aquellos a cargo de las instituciones facilitadoras hasta el más difícil de todos, aún desconcertado y arisco a la dádiva a su alcance: el público. Si nos permitimos la licencia de salirnos de la propia narración y detenernos un momento en los sentidos segundos a los que esta nos remite, la autora sale a medias con el riesgo. Digo que a medias porque, si bien lo consigue con su personaje —real y ficticio al mismo tiempo—, entrañablemente humanizado y a la vez, aunque solo por momentos, demasiado convencido de sus convicciones, esquematiza al extremista, oportunista sin alma ni matices que cumple la función estructural de antagonista. Puede ser real, como Rocío, pero no literario como ella. No hay elección para el lector en este aspecto; la novela no busca en el antagonista un personaje, sino un rol actancial, una función que tribute al esquema perceptivo. Mucho más acentuado en el periplo soviético de la protagonista que en el de su infancia y el curso posterior de aprendizaje.
Literariamente esto es legítimo y no vendría al caso cuestionarlo, a menos, como he dicho, que nos pasemos al bando de la sociología de la literatura, diferente, aunque relacionado, con la crítica o el estudio del texto y el discurso. Sería legítimo hacerlo, por supuesto, pero, en calidad de sociólogo —confieso que lo soy—, no le veo dividendos epistemológicos. A fin de cuentas, como lo expresará la narración más adelante, se trata de «dejarse pintar uno mismo por el objeto, por el modelo». No es este, por fortuna, uno de esos casos que reifican la literatura para convertirla en banderín simbólico, de interesada ideología.
El proceso de formación como artista de Rocío García —la persona a que alude el personaje del discurso narrativo— también arriesga un tópico importante de Chérie, ese sí con valiosos dividendos sociológicos, sea dicho con justicia. Para ello Novak no comete el error —común y lamentable en buena parte de nuestro espectro literario— de intentar historiar, o testimoniar, o incluso juzgar, la suma de contradicciones dogmáticas que marcaron la época de transformación revolucionaria en Cuba, sino que opta, con mucho acierto, por una actualización de lo que en la modernidad se llamara el flujo de conciencia, es decir, el discurrir de cuánto el personaje es capaz de pensar en la plena libertad de su conciencia o, fundamental, de sus dudas y anhelos. Hay un cuidado de humanización que es meritorio, digno de un elogio que no todos nuestros colegas merecen, aunque lo consigan. La tercera persona en el plano narrativo le permite alternar la introspección con la sentencia.
Chérie responde a un signo esencialmente literario y, por tanto, es en ese ámbito en el que mejor vence el riesgo y en el que debe, por supuesto, recibir los juicios, sean coincidentes o no con los que asumo. Mientras la novela realista que emerge en el siglo XIX para tener culminación relevante en la modernidad del siglo XX, pactaba con la realidad sus tópicos, concediéndoles siempre el derecho esencial de identidad, la novela de la posmodernidad va a intentar seducir a ese estamento real y transformarlo a su modo, en interés del ingenio discursivo. Así, por sacrílego que pueda parecer, en esta novela no es relevante saber si existe o no Rocío García, la persona aludida y biografiada que ha adquirido valor en tanto personaje. Un personaje real que el subyacente romántico de Dazra —persona y sujeto de la narración al mismo tiempo— transforma en ficcional. Transformación que usa los recursos narrativos para significar, y hacer sentir, antes que para atestiguar, o dar fe de lo ocurrido realmente.
Esa tensión entre lo real y lo supuesto es también riesgo constante de Chérie, resuelto, a mi modo de ver, con impecable oficio. Creo que es algo que Dazra Novak tenía claro antes de redactar la primera oración o, incluso, dar con la idea de la obra. Como lector lo agradezco, feliz de disfrutar un texto que me lleva a equilibrar sentido y reflexión, acuerdo y desacuerdo, emoción y recurso narrativo. Como crítico, y empedernido analista de la literatura, mucho más.
Si retornamos al riesgo extraliterario que al inicio nombramos —el del premio obtenido—, podríamos dejarlo en un valor relativo, de subalterna importancia y pragmática salida. La mayoría de esos catapultados lectores de Chérie lo pasarán por alto, indiferentes al aval, seducidos, sin más, por su relato.
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Ver también Invención y deseo en Chérie, de Dazra Novak
[1] Dazra Novak: Chérie, Ediciones Unión, La Habana 2023. Premio de Novela Ítalo Calvino 2020. Jurado: Roberto Méndez, Carlos Zamora & Caetano Longo.
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