
Hace ya trece años, con motivo de un homenaje ofrecido a Félix Pita Rodríguez en Bauta, entre otras cosas dije:
Félix Pita Rodríguez fue para mí, siempre, una imagen mítica, una especie de leyenda literaria que se iba agigantando con el tiempo. Uno tiene siempre una diminuta antología personal de textos inolvidables que el tiempo y el conocimiento van enriqueciendo lentamente a lo largo de los años. Es, por así decirlo, una antología infalible, porque para expresarlo con palabras de Félix «no son de las que se clavan en la cabeza, sino de las que se clavan en el corazón, de esas que se doblan por la punta y hacen un garfio». Así, colgados de ese garfio están siempre esos textos que uno recuerda siempre, aunque desaparezcan de la vista, porque lo que uno no puede matar —y sigo parafraseando a Félix— es lo que uno sintió cuando leyó aquellos textos. Eso se queda fuera y sigue viviendo.
Dentro de esa estricta antología personal, uno de los primeros textos que la enriqueció fue «Tobías», joya de la cuentística cubana de todos los tiempos, una verdadera obra maestra. Podrán venir los eruditos, semióticos estructuralistas y despiezar su espléndida arquitectura; pueden venir los especialistas en semántica a descubrir los ocultos matices de ese lenguaje en el que cada palabra parece ocupar un lugar inamovible en el troquel de cada párrafo; pueden realizarse todos los análisis científicos que se quieran, pero estoy convencido de que no podrán develar el misterio de su atmósfera, el aura de reciedumbre de ese maravilloso personaje, el implícito mensaje de solidaridad que, de mano maestra, se va enhebrando a lo largo de sus páginas.
Podrían preguntarse ustedes por qué he citado estos párrafos de aquellas palabras, si de lo que se trata es de presentar una nueva y bellísima edición de la Editorial Letras Cubanas de Los textos, aquel inolvidable libro de Félix Pita que nos alegra la existencia y la hace más llevadera desde la lejana década de los años setenta. Y voy a revelarles un secreto que tiene que ver con mi personal manera de acercarme a la obra de determinados autores: cuando la voluntad o el azar me obligan a volver sobre alguna figura literaria, lo hago a través de alguna obra inscrita en mi íntima antología personal de textos inolvidables. Para volver a Félix Pita, lo hago a través de «Tobías».
Y he aquí que estoy nuevamente con él, participando en el mágico juego que él sabe establecer en cada libro. Él es el magister ludi que nos dice:
La memoria tiene archivos Que no puedes consultar, Fichas en clave, registros Que tú ignoras, y además Tiene la memoria el juego Que llaman imaginar, Y que no es más que su forma Secreta de recordar.
Acompañémoslo entonces en ese juego, en su maravillosa, secreta manera de recordar a través de las páginas de Los textos, ese extraño viaje a través de una historia imaginada y de sus personajes que, por obra y gracia de la fabulación poética del autor, tienen la virtud de abrirnos esos archivos inconsultos, esas fichas en clave, esos registros ignorados de la memoria, y sobre todo, darnos acceso a esas puertas nunca antes abiertas o abiertas solamente por los privilegiados de la imaginación, por los elegidos de la sensibilidad.
Acerquémonos a sus páginas que son como un sueño que se trasmuta en realidad: de repente, nuestras manos sentirán la caricia de los pétalos de la flor que acompañaba a la madonna pintada por Gianángelo Pienudi; asistiremos a las reflexiones más humanas que divinas de fray Alosyus, el demonólogo de Delft; perseguiremos, con el gran matemático Abdul-el-Ramán, el secreto de las exteriorizaciones; Ozaías de Pamplona nos enseñará una extraña alquimia de las palabras; el monje Asabelio nos revelará sus profundos descubrimientos gramaticales con la semántica de las palabras; desapareceremos con Yango, el juglar gitano; aprenderemos de las lecciones de vanidad de Lupus Albo; violaremos las fronteras del tiempo con Ludovico Amaro; seguiremos el rastro perdido de Sir Geoffrey I. H.; soñaremos con la aparición de nuestra Loyson Labiche; Jirik de Opocno nos mostrará el arte de los taumaturgos; Yuda Benzamel nos hablará del don de la ubicuidad; Bartolomeus, el impresor, quedará como un símbolo de todas las víctimas de la intolerancia sexual, y enloqueceremos con Rusticello de Pisa tras las aventuras fabulosas de Marco Polo.
Que no queden dudas: Los textos es un muestrario del mundo, un libro de las maravillas que solo conocemos por la febril imaginación de un artista de la palabra, como lo fueron, a su manera, también Marcel Schwob y Jorge Luis Borges, creadores de mundos y personajes imaginarios similares.
Una sola objeción tengo que hacerle a este libro. Después de una cuidadosa lectura que los años han enriquecido de experiencias, emociones, recuerdos entrañables sobre la figura de su autor, que se va agigantando con el tiempo, me parece que le falta un texto que debió resultar imprescindible, un texto cuyo título me atrevería a sugerir; un texto que se nombre: «Maese Félix, soñador y alquimista». Porque gracias a escritores como tú, Félix Pita Rodríguez, nuestros sueños nos revelan constantemente el mundo maravilloso de la poesía; gracias a maestros de la palabra como tú, respiramos, vivimos, sufrimos y amamos mejor, en el sueño de esa vigilia eterna que es nuestra propia vida.
Esta es una fiesta de la imaginación. Entremos en ella.
***
Texto incluido en El libro de las presentaciones, de Eduardo Heras León, publicado en 2018 por Editorial Oriente.
Visitas: 47
Deja un comentario