* Hemos seleccionado como título una de las frases del traductor y autor del texto pues en la edición consultada no tenía título, más allá de la indicación de que se trataba del prólogo.
Ninguna comedia de Luis Pirandello es tan comentada, como Seis personajes en busca de autor: ninguna es tan audaz y nueva como ésta. Si escénicamente vive ante el espectador con los atractivos de una originalidad o de una novedad reveladoras de una técnica felicísima, literariamente, estéticamente palpitan en ella las inquietudes y los afanes de un innovador, no por jactancias o alardes que tienen su sede en el rebuscamiento o en el culteranismo, sino porque una pasión agita su alma o grita y pide vivir, vivir en el arte.
Luis Pirandello, no sufre la superstición del éxito: tiene la devoción de la naturalidad. No hay en sus obras concesiones que las afeen, ni vacilaciones que las debiliten. Escribe de la vida como siente que la vida es: sus asuntos, ni son paradójicos, ni inverosímiles. Aunque lo fueran, gustarían por su agudeza y por la felicidad de sus imágenes, de sus contrastes, de sus recursos, de una inventiva y de un ingenio inagotables. Pero, además, y sobre todo esto, que ya es estimable (cuando serenamente nadie ha de negar la extrema angustia del Teatro en este período y en todas las culturas), Pirandello no se ha propuesto puesto o no ha deliberado una originalidad chocante, presuntuosa, sólo de epígrafes y vacía de texto, como tantos otros en quienes descubrimos ruínas de ideas asomando por los entresijos de unas palabras que serían bellas como hallazgo filológico, si no sirvieran para embadurnar, ya que no barnizar, de nuevo, la flaca y avejentada imagen de su decadencia. Y cuenta que, para la crítica, que es la dama del pensamiento de todo escritor que se estima, nada hay tan fácil (va siéndolo, también, para el público) como esa distinción entre los escritores, sequerizos y jadeantes minadores de frases, y estos otros creadores de espíritu, sin más retoricismos ni filigranas que los que fluyen de la vida misma, que también los da con exuberancia, y sanos, cuando no se rebuscan las ideas en la gramática o en el artificio. Nada está tan lejos del arte de Pirandello, como la vanidad de un éxito fácil. Y si alguna vez, en el gran escritor, alentase la tentación del aplauso, sin duda alguna lo buscaría más en quienes un aplauso es un sacrificio, que en los que lo ofrendan casi involuntariamente.
Cuando el asunto que mueve la pluma de Pirandello no es sino una página de dolor, las lágrimas acuden a nuestros ojos como subiendo de la emoción más ingénua y franca. Porque este gran humorista no hace de la vida un juego de escarnios, ni una feria de burlas. ¿Por qué ir a la caza de inverosimilitudes y rarezas, ni divagar por lo peregrino o absurdo, si es la misma humanidad la que, cotidianamente, con maña y discurso que maravillan, ofrece realidades que parecerían mixtificaciones y burlas y paradojas, si no fuera porque ya es cosa averiguada que el artista no es sino un cautivo en el alma laberíntica de la vida misma?
Tampoco hay en las obras de Pirandello una crueldad meditada como un delito, ni una manifestación de sensibilidad de enfermo, tortuosa, ni una especulación sobre las desesperanzas y sobre las miserias de las criaturas. Antes al contrario, Pirandello es un enamorado de la vida, es una mente sana; y cuando a su pensamiento acude diligente por verdes y plácidos senderos la musa festiva, se advierte cómo se congregan alegremente las inspiraciones más risueñas y chanceras, los tonos más varios y agudos del ingenio, sin trivialidades ni impurezas, sino que suavemente, naturalmente, con la familiaridad y fluidez que solo es arbitrio y reino de maestros, brotan de su pluma las escenas más deliciosas, animadas de gracia y de donaire.
Es cierto que, el humorista Pirandello, no siempre tiene en sus labios la sonrisa, ni las burlas en el pensamiento. Él es, quizás, quien con mayor variedad ha «desdoblado», en sí mismo, su propia estética, su propia escuela. Y nadie como él sufre las tentaciones o la atracción de una teoría que en sus libros y en sus comedias se funde con las palpitaciones de una fuerte convicción. De tal suerte, que lo que él escribe trae hasta nosotros, no un juego de artificios ajenos o apartados del sentimiento del autor como calculada obra de análisis, sino una suma de su propio espíritu, fundida espontáneamente en la acción.
Seis personajes en busca de autor, es una de las comedias que invitan a lectura meditada. Más que comedia, aun con ser de las llamadas «desconcertantes» por una crítica poco escrupulosa y un público adversario de las incomodidades de la reflexión, es una obra que, como todas las suyas (excepto, sin embargo, algunos de sus cuentos y novelas), nos fuerza a entrar en ella. Son muchas las comedias de fácil éxito que entran en nosotros sin esfuerzo y se marchan también sin él. Precisamente, esta es la dolencia que aqueja al Teatro: está enfermo de simplezas, diría mejor, enfermo de lo indefinido. Muy pocas obras levantan una ligerísima tolvanera; el soplo más tenue de la crítica y del buen gusto, las disipa. Nada se sostiene con firmeza en el cartel, porque nada hay que salga con arrogancia de la mente de nuestros autores. Y cuando es más rico el contenido espiritual de una época como la presente, heredera de las mayores maravillas que sospecharon los siglos, realidad ya, y aun anacrónico, alguno de los atisbos que nuestros antepasados llamaban utopias; cuando más vivos son los centelleos que animan y definen todo un período histórico, sin ejemplo ni recuerdo parecidos en el pasado, mayor es la flaqueza, la insubstancialidad de nuestro Teatro, atontado, sin sentido, pueril donde debe ser fuerte y aventurero; mejor hablado, eso sí, que nunca, pero sin que de tan bellas palabras salga con rumores de vuelo, una idea audaz, una proeza que exalte los ánimos, que los remueva y los renueve.
Luis Pirandello ha escrito Seis personajes en busca de autor, comedia «da fare» (después nos ocuparemos de lo genérico, que no es otro el fin de estas notas), como una altiva afirmación de independencia. No es Pirandello de los que siguen, sino de los que preceden; no son sus asuntos la floja y vana urdimbre de una acción de fáciles emociones, correcta, lindamente combinada, donde el espectador se siente ligeramente a su gusto y hasta el menos inteligente acierta un juicio crítico. Ni eso puede ser teatro del siglo XX, ni en eso hay autor, ni obra, ni arte, ni la altísima misión del drama o de la comedia, educadora, social, psicológica, alentadora, penetra en ía conciencia para renovarla o conducirla a través de la lenta y fecunda paciencia de los siglos. Luis Pirandello es el primero entre los autores modernos afiliados a esa limitadísima formación no revolucionaria de las apariencias, sino de lo más recóndito en lo más íntimo, que ilumina, en el arte, nuestra vida interior.
¿Por qué es aquél más fuerte que tú, si a todos os empuja la misma miseria hacia la muerte? ¿A quién ha aprovechado hasta ahora la sangre de todos los sacrificios? ¿Qué féretro no se lleva, llorando, una idea? ¿Por qué se es vida, sino porque se es espíritu? La verdad, como la noche, está escrutada por millones de luces. No desaparecerá la poesía del espíritu mientras la verdad, como la noche, vista sombras. ¿Habrá placer tan inefable como tomar un baño en la inmensidad de lo que se ignora? La civilización es como una mujer fecunda: concibe ideas, sistemas, dogmas: estos son sus hijos. Forzosamente ha de darlos a luz para no morir: unos son bellos, robustos; otros deformes; aquéllos juiciosos, éstos dementes. No he creído y creo no creer en ello; pero son tantos los hombres que en ello creen, que ya dudo de mis dudas, que es como comenzar a creer.
Ciertamente, no traducimos ahora palabras o pensamientos escritos por Pirandello. Traducimos el Pirandello no escrito, sino el que se vislumbra a través de tantas y tantas páginas reveladoras de ansias infinitas y de dolores inmateriales.
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Tiene Seis personajes en busca de autor un trastítulo: «Commedia da fare». No podría hacerse la traducción literal de esta denominación característica sin confundir al lector, porque nada hay en lengua castellana, mejor dicho, en nuestro teatro antiguo y moderno, que observe una rigurosa analogía con estos espectáculos de exclusiva creación italiana, conocidos en la literatura de aquella nación con el nombre más amplio de «Commedie dell’ arte», a cuyo género se le opuso la «Commedia erudita», escuela esta última que constituyó un esfuerzo de los poetas para depurar el teatro de aquella época.
Y aun siendo innumerables los nombres y las formas de nuestro teatro, nada hay que corresponda, espiritualmente, con la «commedia da fare», que no es en substancia sino la «commedia dell’ arte». Quizá conserva este género un parecido con las comedias atelanas. Pero en la historia del teatro español no hay género entre los conocidos con los nombres de farsa, comedia (de enredo, de figurón, de costumbres), paso, auto, entremés, coloquio, etc., etc., que tenga más que un leve parentesco. A título de curiosidad tan sólo, y porque juzgamos, además, exacta la razón del dicho de Cervantes: «No hay traducción que no sea un tejido visto del revés» (pero más enrevesada, todavía, la urdimbre, si no se intenta poner luces allí donde el genio de la lengua propia fué menos expresivo que el de la lengua extraña), hemos creído que al lector debíamos ofrecerle un desagravio a nuestra licencia; pues, si Pirandello apellida «commedia da fare» la bautizada con el nombre de Seis personajes en busca de autor, y nosotros, libremente, le atribuímos un linaje, no diferente en el espíritu, pero sí en la letra, sin otra garantía que la del silencio, sobre ser descortesía hacia quien lee, pudiera parecer otra cosa. ¡Tantas han ocurrido desde que el traductor de César Cantú supuso que éste no había leído el Quijote porque se atrevió a escribir en su Historia universal: «el ingenioso hidalgo Don Miguel de Cervantes Saavedra», como muchísimos años después había de repetir nuestro Navarro y Ledesma…!
Pues bien: «commedia dell’ arte», que no es tampoco la comedia a noticia y la comedia a fantasía de nuestro Torres Naharro, no tiene nada de común con las representaciones de Lope de Rueda, autor y actor, aun siendo también autores y actores algunos de los cómicos «dell’ arte», no es sino la invención de una fábula o intriga («commedia a soggeto»), o un argumento que se da a los cómicos para que éstos improvisen el juego escénico y la forma literaria. Intrigas amorosas, combinaciones extraordinarias de la vida, tipos tradicionales como el pedante, el usurero, la celestina, el tonto, el bufón, son el fondo de estas representaciones populares, de las que han nacido Colombina, Arlequín, Pantalón, Polichinela, el capitán Spavento, etc.
Este teatro «dell’ arte» obtuvo en París un éxito clamoroso, representado por el célebre Flaminio Scala, autor de argumentos escenificados. El mismo género trajo a España, según las crónicas italianas en 1570 y según las españolas en 1574, el más famoso Arlequín, Giovanni Ganassa, «que ganó mucho dinero bajo el reinado de Felipe II». De estas comedias «da fare» no ha quedado sino el esqueleto. Todo lo que añadía la imaginación improvisadora ha desaparecido.
¿Por qué, Pirandello, ha recurrido no a un arte como el ligerísimamente apuntado, sino a una ficción parecida, sobre todo cuando presenta al público un asunto de la vida moderna y el juego de las pasiones y de los dolores morales de su comedia traduce visiones de la conciencia de nuestros días? ¿Por qué unos personajes creados por la fantasía buscan a un autor que escenifique el terrible drama que angustia y lacera sus almas? Pirandello, al evocar aquella técnica aludida en nuestras líneas anteriores, no ha hecho sino revelar la riqueza de una inventiva que le permite mostrar ante el público de un modo indirecto lo
que no podría representarse de otra forma.
Ha sido el sentimiento mismo de las dificultades, en apariencia insuperables, el que inspiró el medio de descubrir a un auditorio indecibles dramas de la vida interior. No presencia, pues, el público, aparentemente, una comedia escrita sino un argumento a escenificar, una tragedia del espíritu que, por los procedimientos deja técnica al uso, era de imposible teatralización.
La traducción de Seis personajes en busca de autor, no puede hacerse por efusión puramente literaria. Aun cuidando con la mayor delicadeza su estilo y sus bellezas originales, es lo más importante, en este libro, la fidelidad en la interpretación de una trama tan compleja que solo una fuerza genial ha podido erguir sobre la escena. Y para que esta concepción llegase al lector con luces clarísimas no podía hacerse sino una versión de lo íntimo, no exclusivamente metafrásica, pero sí disciplinada en el sentido y alcance de que ha dotado Pirandello a la más nombrada de sus comedias.
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Leer también Luigi Pirandello: «La tragedia de un personaje»
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