¿Cuántas ideas pueden nacer en la mente de un hombre que está presentando su primer libro? ¿Sensación de que es lo máximo, de que va a transformar el mundo? ¿Miedo a que no pase nada, o tal vez a pasar sin penas ni glorias? O puede que lo que esté en su mente solo sea esto que ha dicho Luis Enrique Mirambert: «No es algo más que sentir que se está rompiendo el hielo».
Mirambert, aunque muy vinculado a la AHS matancera, asegura no hallarse cómodo en los gremios. Asumió durante algunos años la presidencia de la sección de Literatura. Y ahora es Aldabón, la casa editora de la AHS yumurina, la que ha puesto en manos de los lectores su primer libro: Los hijos del invierno.
Es un libro de relatos que se presentó en el Pabellón Cuba, como parte de FILCUBA 2020, donde Aldabón dio a conocer, además, la antología de cuentos La ciudad dormida, en la que hay un texto de Mirambert. Aunque no pude estar allí, vi unas imágenes que pusieron en la televisión. Vi a Mirambert leyendo; vi a Mirambert con la mirada fija en el público… ¿Cuántas ideas podrían haber nacido en la mente de un hombre que está presentando su primer libro? —pensé.
Poeta y narrador, Luis Enrique Mirambert del Valle (Matanzas, Unión de Reyes, 1991) es egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso en 2011, donde ganó la beca de creación El Caballo de Coral. Ha ganado también los premios Casa Seoane de Poesía 2018 y el de minicuentos La cola de la serpiente en 2017, convocado por la UNEAC en Matanzas. Ha recibido menciones en los certámenes Premio Amor Varadero 2011 (poesía), de microrrelatos por SMS convocado por Papeles de la Mancuspi (2014)y de ciencia ficción y fantasía Oscar Hurtado (2015). Textos suyos aparecen publicados en las revistas Matanzas, Korad y Papeles de la Mancuspia.
—Después de varios años destacándote entre un grupo de jóvenes creadores matanceros, ganando algunos premios, publicando en algunas revistas, ya tienes en la mano tu primer libro…
El primer libro es algo difícil porque uno tiene que romper el hielo, enfrentarse al hecho de ver los textos terminados, puestos al alcance de los lectores, y esto siempre da un poco de miedo porque ya el libro deja de pertenecer al autor y va a ser juzgado, para bien o para mal, por la persona que lo está leyendo, haciéndolo suyo, viviendo las historias desde su propia experiencia y llenándolo con las imágenes que le propone el autor, y a su vez,recrea. Tal vez por eso me demoré tanto en publicar. Soy muy inconforme y muy crítico con lo que escribo.
Realmente estoy feliz con lo que terminó siendo Los hijos del invierno y espero que le guste a la gente. Al lector común que lee solo por placer y sin tanto patrón predispuesto como lo hacemos los que escribimos, que nos enfrentamos a los libros buscando siempre desentrañar algo, y por supuesto, que los muchos amigos escritores encuentren que es una obra digna de releerse al menos una vez. Pero sobre todo, espero que el lector puro lo disfrute, y que se lea mucho.
—¿Cómo creció Los Hijos del Invierno, qué podremos encontrar en estos relatos, a qué apuestas en los mismos?
Si te digo que tenía una idea fija y tangible y que me puse a escribir alrededor de ella hasta hacer el libro, te voy a mentir. Creo que los ocho cuentos que componen Los Hijos del Invierno, son hijos también de un proceso de maduración, en el que supongo que todavía estoy, de llevar tiempo escribiendo y, por supuesto, de leer mucho, pero sobre todo de intentar expresar lo que soy, lo que podrían llamarse presupuestos teóricos que conforman a un hombre de veintiocho años que vive en Cuba, en Matanzas, en un municipio del interior de la provincia y en el siglo XXI.
Desde hace algún tiempo me viene rondando la idea de que escribir tiene que ser, por lo menos para mí, una forma de transformar el medio en que vivo o tratar de que otros entiendan que hay que transformarlo. Puede parecer un poco ingenuo y realmente lo es, porque hay demasiadas fuerzas que actúan sobre la sociedad actual como para que un libro de un joven que empieza a escribir cause cambios, pero esa intención, esa necesidad de querer trasformar el medio es suficiente para hacer que los textos adquieran forma, fuerza y dirección y se conviertan en textos valederos.
Soy del criterio de que un escritor tiene que ser un pensador. Decía Cortázar que en un momento de su vida escribía por escribir, con solo fines estéticos, hasta que conoció (tomó conciencia de) de las revoluciones sociales, la necesidad de cambio que tiene el hombre y que a partir de ahí su literatura adquirió connotaciones más humanas, impregnadas con la realidad latinoamericana de su momento y con los conflictos que el propio Cortázar identificaba en su mundo, en el ambiente por el que se movía que podía ser París, La Habana o Buenos Aires. Yo intento hacer eso, no sé si lo logré en este primer libro, pero lo voy a seguir intentando en los demás.
—Tu vinculación con la AHS y a un activo movimiento de jóvenes escritores matanceros ha sido algo esencial para ti…
A finales del 2015 los amigos Daniel Zayas y Ailín García me invitaron al evento literario Mangle Rojo, en la Isla de la Juventud, donde ellos se habían encargado de reavivar el movimiento de los jóvenes escritores e insuflarle nueva vida a la editorial Áncoras. Estando en el evento, donde compartí con otros amigos del Onelio que llevaba cuatro años sin ver, y sin saber nada de ellos, me convencieron para que formara parte de la AHS.
Así que fue en el 2016 cuando me acerqué a la vida literaria que se hace en Matanzas. Lo cierto es que soy un poco reacio a los gremios y tengo la idea de que el escritor tiene que estar solo, metido entre la gente pero solo en la creación, escribiendo en la madrugada las sensaciones que acumuló durante el día. Además, no me gustan los intelectuales puros, esos que solamente viven del pensamiento. Quizá por eso admiro las figuras de Hemingway, Charles Bukowski, José Martí. Pero la AHS no es un grupo de gente sentada sobre la obra que pueda hacer y vanagloriándose de ello mientras mira con desdén a los demás, sino que brinda la oportunidad, a los que la saben aprovechar, de mostrar el arte a los demás, de expandirla e intentar mejorar el medio en el que nos desarrollamos como artistas, con ella. Claro que siempre, como en todo grupo conformado por humanos, hay diferencias y algún que otro choque de ideas pero si uno lo toma por la parte buena puede utilizarlo a su favor.
Cuando llegué a la Asociación, casi por casualidad, quedé de jefe de sección de Literatura e inmediatamente me puse en contacto con el resto de los asociados. Así fui descubriendo la vida que llevaban los jóvenes escritores de la ciudad. El taller Cintio Vitier impartido por la poeta Yanira Marimón, y el taller de la Universidad de Matanzas, de donde venían parte de los asociados que ya hoy son periodistas o que todavía estudian la carrera. También volví a formar parte de la vida literaria de los “mayores”, entre los que te encuentras tú, por supuesto, y que conste que no te estoy diciendo viejo y sí persona con mayor experiencia en la literatura y la vida, Hugo Odelín Santana, Alfredo Zaldívar, Derbys Domínguez, entre otros, que son muy buenos y con los que tengo muy excelentes relaciones. En Matanzas hay muchos poetas y muy buenos escritores en general, que en casi todos los casos nos han abierto las puertas a los jóvenes.
Otro grupo de jóvenes escritores: Guillermo Carmona, Náthaly Hernández, Brian Pablo Leonard, Cecilia Borroto, Raúl Piad, y quien les habla, creamos, desde la AHS, Los Grafómanos, un taller, en realidad un espacio para la reunión, para debatir un poco cualquier tema y vernos la cara de vez en cuando, y una peña que se realiza todos los segundos martes de cada mes en el Patio Colonial y que ha tenido sus buenos y malos momentos, pero que se mantiene como un espacio fijo, para que cualquier escritor joven y no reconocido lea su obra, y también los consagrados, además de artistas de otras manifestaciones, raperos, grupos de rock, teatristas y, por supuesto, trovadores.
—¿En qué genero te sientes más cómodo?
Realmente quisiera escribir todos los géneros, y creo que lo voy a hacer. Imagino que pretendes que te diga qué me gusta más entre la poesía y la narrativa. Sinceramente me gustan las dos cosas, y creo que no hay interferencia de un género en el otro, aunque la poesía contamina mi prosa estoy seguro que para bien. Lo que quiero decir con eso de que no hay interferencia es que me parece que son modos de expresión diferentes. El acto de narrar historias que se van desarrollando en un tiempo imaginario y real, el tiempo del lector que pasa los ojos sobre la línea conformada por letras, supone ordenar ideas y desplegarlas después en un discurso lógico más o menos ordenado pero que está atravesado por las líneas, los ejes, que conforman el pensamiento del autor, y en ellas van, desde la postura política hasta el gusto estético, los preceptos que uno tiene como norma en la vida. La poesía es algo parecido a la fotografía, en cuanto a instantánea se refiere. Es fijar una imagen con palabras y la musicalidad, la respiración interna del lenguaje. Algo rápido, sensorial, orientado a provocar sentimientos, un sabor en los labios del que la lea, que puede ser amargo, dulce, agrio. Claro que la poesía también debe a nuestros preceptos y nuestra postura civil pero debe agazaparse más en lo incógnito, en lo inefable. Esto no es más que mi concepción en este mismo instante, puede que te encuentres por ahí a un narrador desde lo incognoscible y a un poeta inmerso en lo sobrio y lo político, y si me preguntas de aquí a unos días a lo mejor yo mismo cambié de opinión.
—Cuéntame del cuaderno de poemas que tienes escondido…
No es uno, son dos. El primero se titula «Los lejanos países», fue con una parte de él que gané el Casa Seoane. Ha ido mutando en otra cosa, algo con un nombre que contenga la palabra fuego y que todavía no he encontrado. El otro cuaderno que tengo es bastante pequeño, se llama «Origami» y le debe el nombre a mi gusto por la filosofía oriental, contiene textos bastante minimalistas. Espero este año dejar alguno en plan editorial, mandarlo a concursos.
—En el Casa Seoane también habías quedado de finalista en narrativa…
Todo fue una gran sorpresa. El Casa Seoane, que convoca en poesía y narrativa, se entrega en el Encuentro Hispanoamericano de Escritores y cuenta con el valor añadido de que los finalistas son invitados a participar en el evento. Confieso que participé porque quería ir a Villa Clara. Con ser parte del evento me bastaba. Así que mandé. Entonces llegaron las sorpresas, la primera que quedara finalista en los dos géneros, y la segunda que no fuera en cuento sino en poesía.
—Rutinas al escribir…
Casi siempre escribo de noche, en la madrugada, con música, preferiblemente jazz, aunque depende un poco de la emoción que lleve el texto. Cuando estoy trabajando consulto mucho, diccionarios, enciclopedias, Internet —si tengo datos… Me gusta conocer el universo en el que se desarrollan los textos. Desde saber en qué estación florece determinado árbol que aparece en una escena, hasta los materiales que componen los cascos de los pilotos de Fórmula uno. No sé, cosas que tal vez a otros le parezcan insignificantes a mí me sirven.
En el momento en que se me ocurre una idea trato de escribirla, poner lo negro sobre blanco, como dice Carver que decía Maupassant; y ya cuando tengo al texto cogido por las riendas, cuando sé a dónde voy, paro, descanso un tiempo que puede ser desde diez minutos a diez días, y luego continúo.
Por lo general, voy reescribiendo en la medida que escribo, esto significa quitar y poner cosas, cambiar el orden sintáctico de las frases, agregar palabras que suenen mejor. Entonces los cuentos terminan la primera versión bastante limpios. Esto en la narrativa. La poesía es cosa del momento; aunque tenga pensado un libro, una visión con unidad temática, el poema surge de un tirón, dentro de una guagua o mientras camino por ahí, sin rumbo. A veces cuando estoy leyendo se me aparece un poema y tengo que ponerme rápido a escribirlo porque si no nunca más vuelvo a verlo, se me olvida. Por eso tomo bastantes notas, esa es la ventaja de andar con celular, uno puede tomar notas o tirarle fotos a algo que cause inspiración.
—¿Qué piensas que aporta la literatura desde el punto en que te encuentras ahora?
Creo que ya te contesté un poco esa pregunta pero me gustaría agregar que los libros son la memoria de toda la humanidad, en ellos está todo lo que hemos hecho y lo que quisiéramos hacer. Lo que nos hace humanos, en mayor medida, es el lenguaje, nuestra capacidad para nombrar las cosas y comunicarnos mediante palabras que pueden describir el universo y nuestra forma de estar en él. Solo basta con ponernos a pensar en que, con una frase pequeña, por ejemplo: La vía Láctea es nuestro barrio, la tierra, nuestra casa. Estamos abarcando un espacio inconmensurablemente grande en comparación con el que ocupan nuestros propios cuerpos. Cualquier persona que haya ido a la escuela y visto dos o tres documentales tendrá una imagen del planeta y de la galaxia que es una galaxia espiral, tiene más o menos forma de huracán cuando lo vemos desde arriba, desde un satélite. Pensar que con esta frase alguien visualiza por un instante una galaxia, un planeta, y además entiende que el planeta se ubica dentro de esta, porque la galaxia es el barrio, simple analogía, y además entiende que el planeta es nuestra casa y que hay que cuidarlo como debemos cuidar las construcciones donde vivimos para tener una vida más llevadera, otra simple analogía y todo esto con solamente diez palabras. En diez palabras la Vía láctea y sus estrellas, el sistema solar y la tierra que flota azul en el vacío con sus millones de seres humanos a bordo, dentro de países, y las guerras, y el cambio climático, y la conclusión de que si no cambiamos de actitud nos quedaremos sin casa. Si todo esto puede venir a la mente de un hombre con solo diez palabras, qué no podrá aportar un libro que tiene centenas de miles. ¿Cuántas ideas pueden nacer en la mente de un hombre que lee? Es algo tan difícil de imaginar como la magnitud de las estrellas…
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