
Hace 70 años, el 29 de abril de 1954, falleció en La Habana Luis Rodríguez Embil —hoy perfectamente desconocido, olvidado y maltratado por la memoria— intelectual y diplomático de quien necesariamente debemos apuntar algunos datos biográficos a manera de presentación para el lector de hoy.
Rodríguez Embil figuró entre los escritores cubanos de hacer más activo en la primera mitad del siglo XX. Periodista, narrador, poeta, ensayista, cónsul… he ahí algunas de las facetas en las que se movió este capitalino nacido el 30 de agosto de 1879, educado en Estados Unidos, donde estudió cuando su familia emigró en 1895 y que no regresó a Cuba hasta 1901.
Incluido en el libro Ensayistas contemporáneos (Félix Lizaso, Editorial Trópico, 1938), allí se lee:
Si la voz de Rodríguez Embil nos ha llegado siempre de la distancia, ha sido también, cada vez más, una voz recóndita y entrañable, una voz grave encarada con los secretos del ser y de la vida (…) La vida representada, la vida en apariencia primero; la vida en sí, la vida en su mecanismo íntimo, en su razón misma de ser, después.
Tal «distancia» le viene por su prolongado servicio en el cuerpo consular: en Hamburgo, Alemania, por muchos años, y después ministro en Uruguay. Muchos, muchos años alejado de Cuba. Sus libros aparecieron, varios de ellos, impresos en Madrid, París y Santiago de Chile.
Desde la condición de colaborador escribió para las revistas El Fígaro, Cuba Contemporánea, Cuba y América, Bohemia y Carteles.
Además de desarrollar en su obra el tema literario, le atrajo el enfoque filosófico, que vuelca también en su poesía. El soneto «Búscate a ti mismo», tal vez explique la interioridad del poeta:
Búscate a ti mismo, si quieres hallarte mas no en tus palabras, ni en tus obras, ni en tus actos, ni en nada que pueda enturbiarte la visión, y te haga pensar que eres quien habla, actúa, crea; tan solo al negarte podrás poseerte; si ciñen tu sien coronas, de todas has de despojarte antes de ser libre y alcanzar el Bien. Porque tus coronas te son tan extrañas como los torrentes, como las montañas —que, al igual que todo, son sueño y no más—. En la oración tácita que pronuncia el hombre, él es el sujeto, sin forma y sin nombre, y es el predicado todo lo demás.
Soneto bien difícil de escribir, ¿no cree usted?
Los premios literarios abundan en su currículum desde 1903, cuando el diario El Mundo lo galardonó por su cuento «Almas de ave», en ocasión del primer aniversario de la constitución de la República; dos años después ganó los Juegos Florales de Salamanca con otro cuento o novela corta, Pecado mortal; la narración Córdoba triste obtuvo el primer premio del concurso Mundial Magazine (revista dirigida por Rubén Darío); en 1925 ganó premio en el Certamen Literario Interamericano y en 1938 su biografía titulada José Martí, el santo de América, mereció el primer premio del concurso internacional convocado por el Estado Cubano.
En Madrid publicó el libro de cuentos Gil Luna (1908), «donde campea la gracia del estilo más que el arte del narrador», como observa el crítico Max Henríquez Ureña; en 1920 aparece su única novela, La insurrección, sobre el tema de la independencia de Cuba y en 1920 ve la luz su libro La mentira vital.
Laborioso hasta el tuétano, es también autor de los libros de ensayos, crónica y otros géneros De paso por la vida, 1913; El imperio mudo, 1928; El señor de Segismundo, 1937; José Martí, el santo de América, ya citado, y Trabajo al Primer Congreso Nacional de Periodistas, 1941.
Aunque tuvo largas permanencias en el exterior, Luis Rodríguez Embil murió en La Habana natal, como buen cubano, el 29 de abril de 1954, a los 74 años. Era miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras y de varias instituciones académicas más.
¡Qué manera de pesar el polvo sobre la sepultura de este ilustre intelectual!
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