O.C.: Bueno, entonces vamos a empezar ahora con los libros…
L.R.N.: Sí…
O.C.: ¿Tu primer libro?
L.R.N.: En el año 67 se convoca por primera vez el concurso David, que es un concurso que, como sabes, continúa existiendo hoy día, y que me atrevería a decir que por él han pasado un grupo notable de jóvenes que hoy son escritores conocidos y con una obra importante. Estoy pensando, para decir algunos nombres, en el caso de Raúl Rivero; estoy pensando en el caso de Senel Paz, en el caso de Daína Chaviano, de Eduardo Heras León, de Osvaldo Navarro, etc., un grupo de compañeros que empezaron, se publicaron sus primeros libros en este concurso, y que hoy son escritores conocidos.
Aquella primera convocatoria al concurso David, tuve la suerte de ganarla; mi primer libro, Cabeza de zanahoria, obtuvo el primer Premio David que se otorgó en el año 67, y que salió publicado el año siguiente. A partir de aquel primer libro estuve un período relativamente largo sin publicar libros.
O.C.: ¿Es Cabeza de zanahoria un poemario?
L.R.N.: Mi primer poemario. Pues te decía que después de Cabeza de zanahoria, que salió en el año 68, yo estuve un largo período sin publicar libros, aunque seguí colaborando en revistas y publicaciones periódicas, un proceso de maduración interna, por decirlo así, de aceleramiento de algunas búsquedas formales en que yo estaba trabajando; y en el año 77 seguí por la poesía, luego nos desviamos un poquito hacia la prosa, publico mi segundo libro, Las quince mil vidas del caminante. El libro fue publicado por las Ediciones Unión en una tirada grande, relativamente grande, pensando en un libro de poemas de 5 000 ejemplares, y que he tenido la satisfacción de que es un libro —está mal que sea yo quien lo diga, pero quién mejor que yo para decirlo, que soy de la casa—, un libro que tengo la satisfacción, el orgullo y la alegría de que tuvo una buena acogida de crítica, y también de público, ya que el libro está agotado; incluso te había prometido traerte uno, pero no me he aparecido con él aquí, aunque prometo solemnemente traértelo de todas maneras…
Y en el año 81, acabo de obtener el Premio Casa de las Américas, con mi tercer libro de poemas, que ya no es el tercero, es el cuarto, porque yo tengo un tercero en imprenta, que debe salir este año, con un título curioso, tiene un título de novela policial, pero bueno, no es un libro de poemas policiales, es sólo el título, se llama El último caso del inspector. Por supuesto el título es irónico, paródico, y tiene hasta el sentido de gancho.
Obtuve el Premio Casa de las Américas 81, con el poemario Imitación de la vida. Para mí, haber obtenido este Premio Casa de las Américas es algo que significa no sólo una alegría y no sólo una enorme felicidad, sino también al mismo tiempo un compromiso; este premio, como tú sabes, como saben los oyentes, está íntimamente ligado con el entrañable recuerdo de la querida compañera Haydée Santamaría, y también está ligado a la memoria de un grupo de escritores latinoamericanos que en diversos años estuvieron aquí entre nosotros, o como jurados o porque obtuvieron este premio, como Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Haroldo Conti y Roque Dalton, y el hecho de que este premio está vinculado a esos nombres y al nombre, para nosotros los jóvenes cubanos, sagrado, de Haydée Santamaría, lo hace un premio que significa un compromiso, un compromiso moral enorme y una enorme responsabilidad.
Y por otra parte es una alegría haberlo obtenido, porque el jurado que lo premió, integrado por el argentino Juan Gelman, el mexicano José Emilio Pacheco, el peruano Antonio Cisneros y el cubano Fayad Jamís, es un jurado de un rango literario continental; son cuatro poetas que yo admiro de cerca y de lejos, cuyas obras he leído con verdadero interés y verdadera atención. Haber obtenido el premio, y luego haberlo obtenido de ese jurado es para mí una enorme satisfacción, una alegría y ya te vuelvo a decir, un compromiso.
O.C.: Hablamos ya del Premio David del año 67… y de este Premio Casa de las Américas 1981; pero tú has obtenido otros premios en otros géneros…
L.R.N.: En otros géneros, sí… Obtuve en el año 1976, junto con el compañero Guillermo Rodríguez Rivera, aquel que en el año 64 me habló de fundar una publicación que se llama El Caimán Barbudo, el Premio Aniversario del Triunfo de la Revolución, que otorga el Ministerio del Interior, con una novela policial escrita a cuatro manos, o a dos realmente, porque la derecha mía, que soy zurdo, y la izquierda de Guillermo no tuvieron que ver nada en eso; obtuvimos aquel premio con una novela policial que se llama El cuarto círculo, que ha tenido muy buena fortuna editorial: tiene dos ediciones ya con un total de 130 000 ejemplares en Cuba; tiene una edición en Portugal y una edición en Eslovaquia.
Después, en el año 77, obtuve el Premio Nacional de Novela Cirilo Villaverde, que otorga la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, con una novela de contraespionaje, titulada Y si muero mañana. Esta novela tiene ya dos ediciones, una de 40 000 ejemplares, de la propia Unión de Escritores, y una reedición, salida recientemente en diciembre del 80, de 70 000 ejemplares, hecha por la Editorial Letras Cubanas, en la colección Radar.
A mí me interesa de modo particular la literatura que llamamos policial en un sentido generista, pero que creo que pudiéramos subdividir en policial y de contraespionaje; yo pienso que la literatura policíaca, en Cuba hoy, puede de alguna manera alcanzar excelencias artísticas notables.
Como tú sabes, el género policial es un género que surgió —como diría Marx— del lodo y la sangre del capitalismo, y sin embargo es un género que ya ha comenzado a dar frutos también en el socialismo. Creo que la literatura policial cubana, que ya va por un buen rumbo, pensando en que se han publicado obras de una calidad excepcional, como es el caso, por ejemplo, para sólo citar un caso, de Joy, de Daniel Chavarría; creo que va por un buen camino, creo que es posible que en algunos años —no quiero dármelas aquí de pitoniso— es fácil prever ya desde aquí, a partir de las obras que se han ido publicando, que en un lapso más bien breve habrá un reverdecimiento de este género que, despojado de los elementos espurios a los que es sometido este género en el capitalismo, los elementos de comercialización: sexo, violencia, etc., y armados de nuestra ideología, de nuestra moral, de nuestra óptica, de nuestro modo de ver las cosas, se va a producir una literatura policial a la altura de las exigencias, de aquí y de ahora en este terreno.
O.C.: ¿Qué género prefieres, la poesía o la narrativa?
L.R.N.: Quizás antes de responderte esta pregunta, que es un acento, una disyuntiva, un callejón casi sin salida, me gustaría también introducir una especie de cuña para incluso ponerme una soga al cuello y que fuera más difícil, y hablar un poco del cine…
O.C.: …Sí, es que te iba a hablar de esa parte, pero bueno… es mejor así…
L.R.N.: …Para que me pongas la triple disyuntiva…
O.C.: …Claro, claro, un guionista, además eres un guionista de gran éxito…
L.R.N.: Bueno, como tú sabes, Castellanos, yo continuaba vinculado al cine sólo por aquellas experiencias primeras de las que hablamos ya largamente, relacionada con el dibujo animado, pero también ya en el cine de largometraje de ficción, yo trabajé en el año 77 en el guión del filme El brigadista, con el realizador Octavio Cortázar, filme que como bien tú me señalas tuvo un enorme éxito de público; tiene en Cuba acumulado dos millones de espectadores, lo cual es una cifra impresionante, teniendo en cuenta que nuestro país es relativamente pequeño… un filme que obtuvo premio en el Festival Internacional de Cartagena, obtuvo el Oso de Plata en el Festival de Berlín Occidental en el año 78, premio en el Festival de San Sebastián, en España, y que tuvo tanto reconocimiento internacional como nacional.
En el año 1980, emprendí con el propio Cortázar mi segundo guión, Guardafronteras, un filme que se estrenó en La Habana, en diciembre del año 80, y que batió récord de taquilla; es la película cubana que, en la arrancada, como se suele decir en este terreno de los cómputos de taquilla, ha barrido con los récords.
Y terminé también hace apenas un par de meses, junto con el cineasta Miguel Torres, un guión para el realizador Rogelio París, guión de contraespionaje titulado Leyenda.
O.C.: Si tuvieras que optar por ser guionista de cine, poeta o narrador, ¿cuál sería tu decisión?
L.R.N.: Es difícil, me pones en un aprieto; pero, si yo tuviera que optar, y ojalá nunca tenga que hacerlo —digo que ojalá nunca tenga que hacerlo, porque cada medio expresivo tiene un lugar común—; pero bueno, lo repito, cada medio expresivo tiene su especificidad, ¿verdad? Las cosas que se pueden hacer en cine no pueden pasar a la poesía, desgraciadamente, y ciertas cosas que sólo la poesía posee no pueden pasar a la narrativa, y por tanto cada género tiene su propio perfil; pero si tuviera que escoger, me quedaría con la poesía, no sólo porque me inicié como poeta, sino sólo porque tal vez sea la poesía lo que con más gusto hago, aunque no quiero decir que lo demás no lo haga con gusto; me refiero al gusto íntimo… tal vez es que también la poesía es un arte de soledad… al contrario del cine que es el arte de las multitudes; la narrativa, que aunque es un arte relativamente solitario, también sólo lo es en un sentido, puesto que la narrativa es un arte de continuidad, es decir, uno no puede escribir una novela en el tiempo en que uno escribe un poema, que es un rato, a partir de un hecho que le ocurrió, o en un ómnibus.
La novela requiere todo un aparato, sentarte a trabajar, y la poesía, pues, sin que yo crea demasiado en que la poesía solamente es resultado de la inspiración, creo con lógica, es 90% técnica y 10% de inspiración; sí es evidente que la poesía está más cercana a eso que pudiéramos llamar, aunque la frase suene un poco demodé, inspiración. La novela es un problema más paciente, más profesional; tiene que haber inspiración, si no, no hay arte; pero es más de oficio y de trabajo, y de darle taller, ¿verdad? Así que me quedaría con la poesía. Desde luego, con esta declaración pública estoy haciendo quedar mal a don Alfonso Hernández Catá, que si me estuviera oyendo ahora pensaría que no, que debía haberme quedado con la narrativa; pero bueno, confieso que me quedaría con la poesía.
Casi de manera casual, puesto que no lo pensé detenidamente ni fue un tanto premeditado, yo he ido intercambiando títulos de libros y obras cinematográficas, libros de poesía, de narrativa y de obras cinematográficas. Por ejemplo, te contaba que mi tercer libro de poemas se llama El último caso del inspector, el título obviamente de una obra de carácter policial; mi próxima obra se llama como un libro de poemas: Ama al cisne salvaje; el libro que acaba de premiar Casa de las Américas se titula como un filme célebre de Deborah Kerr, Imitación de la vida; y ahora, pensándolo un poco, me doy cuenta de que ha habido quizás inconsciente voluntad de mezclar, ambiciosamente, todas estas cosas en un solo gran todo, que es tal vez quién sabe si sea el cine, que es el gran aglutinador.
O.C.: Háblanos de tu Premio Casa Imitación de la vida…
L.R.N.: Te puedo decir que Imitación de la vida intenta ser un resumen, si cabe esta palabra hablando de poesía, de las experiencias que yo ya había acumulado anteriormente desde Cabeza de zanahoria, hasta Las quince mil vidas del caminante. Cuando yo digo resumen debía haber dicho mejor, más que la palabra resumen que suena un poco a cosa de contabilidad y este tipo de cosas, quizás influencia de mis estudios de contabilidad de juventud; más que resumen debía haber dicho una palabra un poco más filosófica entre comillas, una suma, ¿no? Yo creo que en este libro he logrado conseguir, con toda la modestia del mundo, que se interprete esto, conseguir algunas cosas que había venido buscando en los libros anteriores, algo sobre todo desde el punto de vista formal.
Pienso que este libro, en relación con los dos libros míos anteriores, aunque no así en relación con los libros futuros, es un libro que agota un terreno de investigaciones formales en el que yo he venido trabajando y que creo que en este libro alcanza, en mi nivel, y en el marco de mi obra poética, alcanza una especie de culminación. Creo que a partir de Imitación de la vida, que como te decía es mi cuarto libro en realidad, porque está este en imprenta, El último caso del Inspector, las cosas que yo escribo en poesía y, de hecho, las cosas que estoy escribiendo más recientemente, van a dar un vuelco formal, van a ser un poco de otra manera, van a tratar de ir por caminos distintos.
Creo que aquí yo con este libro cierro un camino, agoto por lo menos hasta la medida de mis fuerzas y de mis posibilidades, de mi imaginación, mi talento y mi cultura, cierro un camino. En ese sentido es un libro resumen-suma, como decía un poco en broma, usando una palabra un poco pedante, y me gusta, es un libro que me satisface mucho.
Yo no tenía en mente mandarlo a Casa de las Américas. Fue una especie de rapto, de inspiración. Incluso el concurso ya había cerrado cuando me cruzó por la mente la idea de armar con los poemas que tenía, que había ido escribiendo y había acumulado en un file, armar un libro. Me senté una tarde, me puse a ver los poemas, a ver si tenían efectivamente una unidad, si había la posibilidad de que esos poemas que había ido escribiendo como se escribe la poesía: poema a poema, salvo cuando se escriben ciclos de poemas uno escribe poemas, no libros ¿no?
Pero, bueno, fui viendo y comprobé que efectivamente había una unidad hasta donde era ello posible, y bueno, pues decidí enviarlo al concurso, aunque ya este había cerrado. Los compañeros de la Casa de las Américas, siempre dispuestos a ayudar a los escritores, tuvieron la gentileza de aceptarme el libro aunque ya había expirado el plazo, porque se daba también la coyuntura de que estaban todavía llegando libros de América Latina y… Y, bueno, pues así envié el libro.
Yo no voy a mentir diciéndote que envié, no para ganar, sino para ver qué se sentía; para ganar, por supuesto, uno siempre cuando envía a un concurso lo hace para ganar, pero también puede perder, puede llevar las dos jabas famosas, las dos cestas: la de ganar y la de perder. Y realmente no me sentía seguro —sería una pedantería decirte eso— en un concurso de un gran prestigio, un concurso que en ese año participaron 135 libros de poemas de 18 países; es un concurso de un gran rigor, con un jurado muy riguroso.
Para mí fue una gran sorpresa cuando recibí, la mañana del día en que otorgaron los premios, la noticia de la Casa de las Américas de que había obtenido el premio de poesía. Por cierto, lo había obtenido también, porque sabes que Casa otorga, con el nuevo sistema del concurso que tiene hace algunos años, más de un premio en cada género, y lo había obtenido también el libro de una cubana, fallecida lamentablemente no más de dos semanas antes del concurso, la compañera Lourdes Casals, compañera que como se sabe abandonó el país en los primeros años del triunfo de la Revolución, pero que sufrió en el exilio un proceso de concientización que fue transformando su pensamiento hasta llegar a convertirse en una compañera más, reincorporar su vida personal a la Revolución como un hecho vital, y bueno, murió incluso aquí entre nosotros, murió en Cuba y fue enterrada, en justo reconocimiento a su valor, a su valor personal, a su calidad humana, fue enterrada en el panteón de los emigrados revolucionarios.
El libro de Lourdes Casals obtuvo también el premio Casa en el año 81; así que es un nuevo honor que puedo sumar al que ya tengo, haber compartido con la querida e inolvidable compañera Lourdes Casals este premio.
También debo decirte que para mí fue una sorpresa y una alegría —este esto otro factor más a sumar a las muchas alegrías— el hecho de que este concurso no lo ganaba un autor cubano desde hacía 19 años; es decir, el último en obtenerlo es justamente Fayad Jamís, en el año 62, con el libro Por esta libertad; y bueno, pues, te podrás imaginar lo que significó haber recibido esa llamada telefónica providencial que era la de que había obtenido el Casa de las Américas 1981 con mi libro Imitación de la vida.
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Tomada del blog Me quedaría con la poesía
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