Ya ha comenzado a aparecer en algunas librerías el volumen Detalles en el órgano. Cuerdas y claves en la Cuba de hoy, del doctor Luis Toledo Sande (Velasco, Holguín, 1950), que ha sido publicado por la Editorial Extramuros de La Habana.
Toledo Sande, periodista, ensayista y profesor, es uno de los colaboradores más notables del periódico digital Cubarte, espacio que valora profundamente sus trabajos, los que contribuyen en mucho a la conformación del pensamiento intelectual cubano más vigente.
Detalles en el órgano…, reúne veintidós textos de Toledo Sande que originalmente fueron publicados en la sección «Letra con Filo», de Cubarte, entre junio de 2010 e igual mes del pasado año, a los que se suma el que da inicio al libro y que vio la luz el 21 de octubre de 2008.
Estos trabajos han recibido una buena recepción por parte de los lectores de esta publicación y de diferentes sitios digitales de la Isla y de otros países que han tenido a bien reproducirlos, y ahora llegan juntos a públicos diferentes que, conocedores de la obra del autor o interesados en los temas tratados unos, y otros por carencias tecnológicas o apego al libro «de verdad», ponderarán seguramente su advenimiento.
Usted es un dedicado estudioso de la obra del Maestro, de José Martí. ¿Cómo considera que ha influido él, su pensamiento, en su apreciación crítica de la realidad?
Al menos teóricamente, con Cristo, con Buda o con Carlos Marx, por solo citar algunos ejemplos, cabe tener modos de relación que pueden oscilar, respectivamente, entre la cristología y el cristianismo, entre la budología y el budismo o entre la marxología y el marxismo. En cada caso, esos «extremos» y sus interconexiones pueden obedecer a perspectivas y actitudes diferentes, con mayor o menor grado de honradez y acierto, y de falseamiento involuntario o consciente. Actitudes similares pueden darse en el acercamiento a José Martí. Ni la desvergüenza hay que descartar, pues no han faltado intentos conscientes de tergiversarlo, e incluso de calumniarlo. Pero no vale la pena detenerse en ellos. Concentrémonos en lo preguntado.
La vida y la obra de Martí han tenido grandes, dignísimos estudiosos. Sin salirnos de Cuba, merecen ser recordados, entre otros, de antes y de después, y de hoy, dos relevantes autores que ya no viven pero cuyas contribuciones perdurarán: Juan Marinello y Cintio Vitier. Ahora bien, incluso ante ellos, viendo cuánto ahondaron, uno siente que el legado martiano no es coto para especialistas. Se resiste a la especialización, no solo por su vastedad y su riqueza colosales, que reclaman un abordaje multidisciplinario a esa altura, sino porque acercarse honradamente a él incluye una dimensión movilizadora, que brota de su profunda eticidad y de su condición de luchador a quien ninguna realidad humana, ni próxima ni remota, le fue indiferente. En el caso de Cuba esa condición tuvo el sello de la entrega total, y Cuba sigue reclamándonos pensamiento y voluntad de sacrificio. Desoír ese reclamo sería traicionar su ejemplo.
¿Cree que ese reclamo en su esencia es escuchado hoy por los cubanos más jóvenes?
Toda generalización corre el riesgo del extremo, ¿no?, porque, además, en este caso, uno puede hacerse ideas muy abstractas y prejuiciadas de cómo piensan los jóvenes. Tengo un amigo sabio que dice que no sabe por qué se cita tanto esa frase de Martí, «Los niños son la esperanza del mundo», porque está lejos de ser la mayor revelación martiana: es una verdad de Perogrullo, y habría que añadir entonces que niños y niñas son la esperanza del mundo en todos los sentidos, y los jóvenes son los que siguen, y entre ellos está la vanguardia patriótica del futuro, pero está la vanguardia del antipatriotismo del futuro, están las personas honradas del futuro y los bandidos del futuro, están los revolucionarios del futuro y los contrarrevolucionarios del futuro…
Una sociedad como la cubana merece estar formando una juventud mayoritariamente identificada con el proyecto nacional, y creo incluso que en esencia eso se ve en manifestaciones diversas, pero hay realidades económicas, cambios políticos, o hay a veces torpezas que favorecen que los jóvenes no asuman el proyecto tan masivamente como uno quisiera… Pero, pensándolo bien, ni siquiera estoy seguro de que sería muy bueno que los jóvenes fueran tan unánime o mayoritariamente abrazadores —no digamos ya acríticos— del proyecto, porque eso supondría entonces que habría un cierto tipo de inercia en la evolución de la sociedad; y la negación de un proyecto es parte de su evolución. Cuando digo negación no estoy diciendo que los jóvenes se vuelvan contrarrevolucionarios, sino que exijan cambios, ajustes…
Para un joven pelotero cuando yo era muchacho, y hasta no hace mucho, plantearse ir a jugar a las Grandes Ligas de cualquier país, era un insulto nacional. Ahora —y no juzgo, solamente describo, sin menospreciar el peso ni las resignaciones que pueda haber en frases como «los tiempos cambian»— los jóvenes están pensando, y el país les propone y les viabiliza, hacerlo en Japón y otros países, y no en los Estados Unidos porque el gobierno de allí no lo acepta: si lo aceptara decentemente como en otros lugares, también lo harían allí sin que mediara el acto de la penosa deserción. Más allá de eso, que parece anecdótico, en la inconformidad de los jóvenes pueden estar algunos de los resortes para la transformación y el mejoramiento del país. No creo que todas las insatisfacciones juveniles sean iguales, porque no todo el mundo está insatisfecho por las mismas razones, como tampoco ocurre entre los adultos, y sabemos que no todos los cubanos adultos apoyan la Revolución y abrazan a Martí, no. Hay cubanos adultos que no saben quién era José Martí, que no les interesa, y tienen una imagen muy distorsionada, grosera e insuficiente de Martí, incluso irrespetuosa a veces. ¿Eso distingue a Cuba? No, esos son casos.
Por otra parte, si hablamos de Martí y de la juventud, él a los 16 años era tan joven como el que más, y tan maduro como el que más, pero era un caso excepcional; y a veces se hace un uso oficioso o equivocado, quizás oportunista, de algunos términos suyos. Cuando habló de «los pinos nuevos» se refirió a los que abrazaban un proyecto nuevo: «Cuando venía por la tierra calcinada por el fuego, entre los pinos quemados se alzaban gozosos algunos pinos nuevos, esos somos nosotros, pinos nuevos» —lo cito de memoria y seguramente aligerado—, y ese «nosotros» incluía a Máximo Gómez, mucho mayor que él; a José Francisco Lamadrid, mucho mayor que Gómez; a Antonio Maceo, mayor también que Martí, quien tenía entonces treinta y siete años, y a otras personas que eran mucho más jóvenes. Cuando oigo, dicho mecánicamente en términos generacionales estrechos, que hay que dar paso a los pinos nuevos, me digo: bueno, los pinos nuevos pueden ser honrados o bandidos. Escojámoslos bien.
De lo que se trata es de que la juventud se defina también ideológicamente; no quiere decir que para ser joven haya que ser comunista, sino que ojalá los jóvenes abracen una digna transformación hacia el porvenir, que no estén pensando en un pasado capitalista, ni en las banalidades y superficialidades que el capitalismo les vende y que a veces nuestros medios les venden también en los llamados productos audiovisuales, en los que a menudo la imagen que se da es que hay que tener cuatro automóviles y unas cuantas mujeres semidesnudas. No estoy en contra de las mujeres semidesnudas, o desnudas. Al contrario, pues son uno de los grandes espectáculos de la naturaleza y del arte. Me refiero a la banalidad de la vida fácil, y un clímax de esa deformación estuvo recientemente en el caso de un reguetonero de Guanabacoa, y digo reguetonero sin que parezca que estoy tratando de condenar el reguetón, ni considerarlo malvado, pero da la casualidad de que ese género prospera en una época en que están prosperando ciertos valores y desvalores que frecuentemente se aprecian en él.
Por otra parte, si la juventud formada por la Revolución no siguiera a la Revolución, habría que ver qué hay en ello de influencia externa, pero también qué hay de defectos internos y carencias, no solo materiales, porque cuando yo tenía veinte años, los jóvenes de mi generación teníamos un solo pantaloncito y un par de botas, y a veces al par de botas rústicas que nos daban para que cortáramos caña le pasábamos lija para que parecieran de gamuza y hacíamos unos zapatos que ahora darían mucha risa, pero en aquella época eran nuestros zapatos de vestir, y no nos sentíamos avergonzados por eso; también es verdad que había un grado mucho mayor de igualdad en Cuba. Salvo «los hijos de Papá», como se les llama sabiamente a nivel de pueblo, y otros que más o menos recibían ropa por distintos caminos, en general todos estábamos igual.
Ahora los proyectos igualitarios son mal vistos, son de mal gusto, empezamos a apostar contra el igualitarismo, lo cual me aterra porque en esa lucha contra el igualitarismo puede estar el rechazo a la justicia social, a la equidad. No creo que sea justo que el bandido viva igual que el trabajador, y lo que es peor, a veces vive mejor que el trabajador. Pero tampoco debemos aspirar a que crezcan las desigualdades, ni verlas como lo más natural del mundo. Si crecen, que sea porque no quede más remedio, pero la aspiración, el ideal, debe estar más cerca siempre de la equidad que de la desigualdad, y cuando echamos por la borda el igualitarismo podemos tirar la palangana y el niño, y sería muy peligroso.
Se corre también el peligro de quedar atrapados en uno de los grandes «logros» de la llamada academia posmoderna, promovida desde los Estados Unidos, que es magnificar la importancia de los sectores a expensas de soslayar la importancia de las clases sociales, y de las luchas entre ellas.
Vuelvo al inicio: las generalizaciones son todas peligrosas, como las comparaciones, pero si hay sospechas en ese terreno, se debe acudir a los estudios sociológicos, no para que lo que haga una institución científica en Cuba sea engavetado, disimulado, o envuelto en una caja de lo peligroso que no se puede divulgar; las ciencias sociales no pueden seguir siendo las escuderas de las decisiones políticas, tienen que ser las exploradoras, no para que se erijan en palabra sagrada, porque no hay palabra sagrada en la sociedad, salvo para los creyentes. Pero se debe oír lo que las ciencias sociales tengan que decirnos, y pueden estar equivocadas; pero ¿por qué las equivocadas no pueden ser las decisiones políticas, que después de todo no son ajenas a las ciencias sociales? ¿Son sagradas e infalibles las decisiones políticas?
La Editorial Extramuros, de La Habana, le acaba de publicar un libro titulado Detalles en el órgano. Cuerdas y claves en la Cuba de hoy. ¿Por qué ese título?
Este no es un libro acerca de Martí, sino con él. No lo asume precisamente como tema, ni persigue erudición al citarlo. Tampoco lo hace en pos de su aval para lo que, como país, estemos haciendo, pues resulta preferible la desaprobación del propio Martí antes que fabricarse a partir de él un resguardo que nos complazca y nos sirva para soslayar nuestros errores. Si con respecto a nuestra América en general, y al mundo, Martí —como dijo él de Bolívar— tiene mucho que hacer todavía, en Cuba nos convoca un deber todavía mayor de buscar y hallar en él enseñanzas y reclamos fundamentales, y hasta recriminaciones. No con la pretensión de hacer al pie de la letra lo que él demandó, y menos aún para responsabilizarlo de lo que hagamos mal, sino porque el mundo —y de ahí su gran vigencia— no ha cambiado tanto desde que él vivió y luchó con la vista puesta, son sus palabras, en el «fin humano del bienestar en el decoro».
Además, tuvo una gran capacidad para entender dialécticamente la realidad, aunque usaba el término dialéctica en su acepción original, vinculada con diálogo, de donde viene —salpicado por los debates, diálogos, de la Grecia fundadora— el actual entendimiento filosófico de la dialéctica. Él fue capaz de apreciar que «un pueblo es en una cosa como es en todo», y que «un detalle en el órgano es a veces una revolución en el sistema». Con ello, de lo que toma título el libro, no apuntaba precisamente al instrumento musical, sino al órgano como conjunto integrado de una realidad concreta o de la realidad en sus abarcamientos mayores. Tenía en mente, sobre todo, la sociedad. Y a ello remiten las cuerdas y las claves del subtítulo.
En eso se debe pensar seriamente cuando se emprenden cambios —actualizaciones, ajustes, modificaciones, reformas…, como se les quiera llamar— en un modelo social, en un país. Los detalles pueden revolucionar ese modelo para bien o para mal, incluso convertirlo en otro, y en esa brega el pensamiento resulta determinante, de acuerdo con su índole y con su aplicación. No cabe entregarse al pragmatismo, que es otra forma de voluntarismo, pero no afincada en la voluntad justiciera, sino en la voluntad mecánica de hechos asumidos como palabra divina, y entre los cuales pueden campear por sus desafueros las groserías del mercado. Frente a este se requiere poner en máxima tensión la voluntad justiciera, sin la cual no habrá sociedad que valga la pena. No confundamos voluntad con voluntarismo, ni igualitarismo con equidad. Sin voluntad y equidad, ¿qué valdría realmente la pena construir?
Detalles… está formado por veintidós textos suyos aparecidos originalmente en el periódico digital Cubarte. En las palabras introductorias usted plantea: «Este libro contiene briznas de preocupaciones y esperanzas que desvelan al autor». ¿Cuáles son esas preocupaciones cardinales?
Que los detalles aplicados a nuestro órgano, a nuestra sociedad, le impriman la eficiencia económica necesaria y deseada, pero se pierda la brújula de la justicia social, lo que podría ser una fiesta para pragmáticos exitosos o ávidos de serlo, no para quienes, en el camino de la historia de nuestra patria y, en ella, de la Revolución en que Fidel Castro reconoció a Martí como autor intelectual, se mantengan fieles al ideario de justicia que esa continuidad histórica y moral ha fundamentado.
Que no seamos capaces de cumplir un mandato que Martí plasmó con respecto a lo que la independencia política lograda en esta zona del mundo debió haber representado y no fue capaz de conseguir: hacer causa común con los oprimidos para afianzar —cito aquí, o gloso, del ensayo «Nuestra América», palabras de alguien que verdaderamente echó su suerte con los pobres de la tierra— un sistema opuesto no solo a los intereses de los opresores, sino también a sus hábitos de mando. Que las golosinas de la llamada modernidad, invención del imperialismo llamado neoliberal, nos saquen del camino de raigalidad y justicia en que Martí se afianzó para todos los tiempos.
Que el sentido de responsabilidad por el cual se deben regir nuestras instituciones y nuestros medios informativos pueda permanecer anclado en silencios y resignaciones cómplices de lo que debemos combatir y erradicar. Que las chapucerías de la época, combinadas con las que prosperan en nuestro entorno inmediato, nos dejen sin la fineza necesaria para la plenitud del alma.
Parece difícil que entre tantas preocupaciones profundas usted pueda tener briznas de esperanzas. ¿Estas son racionales o viscerales?
Lo que en el pórtico del libro digo es que en él aparecen briznas tanto de preocupaciones como de esperanzas que desvelan al autor, o sea, no están en él —no cabrían— todas las preocupaciones ni todas las esperanzas en su plenitud. Tengo preocupaciones no por tenerlas, sino porque a nadie bien nacido podrán resultarle ajenos problemas tan serios como los que debemos resolver, y porque sin tenerlas se carecería de fuerza para defender las esperanzas, cuya ausencia resulta paralizante: que sin esperanza, cubano, ¿dónde va el amor?
Pero es muy difícil establecer lindes rígidos entre lo racional y lo visceral: quien piensa, y ha escrito esas páginas, no es una computadora, sino un ser humano, y un ser humano que se acerca a sus temas con la preocupación propia de quien reconoce la gravedad de los obstáculos que urge vencer, y con el deseo de contribuir al empeño de vencerlos, de participar en él, único que puede salvarnos las esperanzas.
¿Piensa usted que existe alguna manera, desde la cultura artística y literaria, de paliar los motivos de sus preocupaciones?
Desde la cultura artística y literaria se pueden hacer muchas cosas distintas: regulares, malas, horribles, buenas, excelentes, como en toda esfera humana, y se hacen. Se pueden abonar los más importantes valores humanos. También hay quienes han encontrado un filón rentable en regodearse magnificando cuanto huela a anticomunismo, a devaluación de las ideas socialistas. Con mayor o menor disimulo vienen a decirnos: desde la izquierda no se ha hecho nada bueno, y ese juicio, si para algo sirve, será para legitimar los horrores que se han hecho desde la derecha. Pero frente a esa actitud, si de veras se quiere luchar contra ella, no vale idealizar lo que defendemos y queremos que triunfe. De ahí el gran reto que el pensamiento revolucionario tiene por delante.
Vivimos una época en la cual, por distintas razones y sinrazones, un elogio a la obra revolucionaria, por muy justo y muy bien facturado que sea artísticamente, no tarda en catalogarse de teque, o incluso en ser ubicado dentro del realismo socialista, sintagma que ya parece insalvable, pues ha parado en dar nombre a una bola que acumula defectos, solo defectos, mientras que un teque contrarrevolucionario más o menos disfrazado, o ni siquiera tan disfrazado, puede ganar premios internacionales y entusiasta promoción. Pero cuidémonos de quien, echando mano a esos ejemplos, quiera convencernos de que lo prudente es renunciar a la crítica, tan necesaria si no se reduce a ser un fin en sí.
Ahora bien, no idealicemos la importancia del arte y la literatura, en ningún sentido, por muy relevantes que sean, y lo son. Están presentes, como tema, en el libro; pero la cultura es un tesoro mucho más vasto y abarcador. El camino para la salvación o el hundimiento de un país se hallará, o no se hallará, en un sentido más amplio y raigal de la cultura como obra de los seres humanos, y se hallará en la política, y si lo deseado no se logra ni con ella, debe quedar claro que no se logró porque los obstáculos fueron de veras insuperables, no porque la política aplicada fue torpe, o más. ¿Es que acaso en el mundo predominan como realidad victoriosa, en la práctica, los valores de la justicia y la decencia asociados a Cristo y a Buda? ¿Por qué habría de ser más fácil el triunfo para los ideales de Marx, o los de Martí, quienes, que sepamos, no encarnaron fuerzas divinas? Ahora bien, que las ideas de sus inspiradores no hayan triunfado, ¿autoriza a cristianos y budistas honrados a desertar de ellas?
¿No teme ser criticado por la defensa que hace en su libro del proyecto social de la Revolución? ¿No teme que lo supongan un teque en alguna medida?
Preferiría que me criticaran antes de que me ignorasen. Es más, creo que merezco la crítica y el rechazo de algunos a los que yo rechazo en ese libro (y fuera de él). Rechazo no solamente a contrarrevolucionarios, sino rechazo algunas actitudes que son contrarrevolucionarias, aunque las asuman personas que quieran ser revolucionarias, se crean revolucionarias y hasta honradamente quieran defender la Revolución.
Si esas personas me critican no tengo solo que aceptarlo, aparte de que todo autor que publique un texto tiene que estar abierto a la crítica, y aunque aspiro a que haya quienes disfruten el libro, habrá quienes se despachen contra él. Creo que el libro es respetable y que lo que dice ahí merece respeto —de lo contrario no lo hubiera escrito, ni lo habría publicado—, pero hay actitudes que, más que no respetar, rechazo.
Lo que sí me gustaría es que, criticado o aceptado, aprobado o desaprobado, el libro sirviera para estimular aunque fuera en 15, 20 o 30 lectoras y lectores —si fueran un poco más, sería mejor— preocupaciones, porque coinciden o porque discrepan, y porque a algunas personas lo que digo ahí les despierten preocupaciones que no habían tenido hasta ahora, o se las refuercen.
A raíz de la aparición de estos textos en soportes digitales, algunas amistades no cubanas me han comentado que es muy bueno que en sus países vean que en Cuba se pueden decir y publicar esas cosas, porque —y en eso confluyen muchos elementos, empezando por la propaganda tendenciosa lanzada contra nosotros, pero no es el único— algunos creen que solo se puede publicar las notas oficiales del Granma, que suelen ser muy aburridas. Me gustaría que tuvieran el encanto del Quijote, o de un poema de Rubén Darío, o de un cuento de Julio Cortázar, ¡o del periodismo martiano!; pero no es posible. Una nota de prensa es una nota de prensa, y los autores aludidos no se dan todos los días. Lo más importante es que el pensamiento se mueva, y eso se puede conseguir con recursos mucho más modestos. Lo que no puede faltar es la voluntad, ni debe abundar la inercia.
Yo me siento revolucionario, pero no quiero andar proclamándolo. Me gustaría que el saldo vectorial que salga de las páginas que escribo demuestren que las rige un pensamiento revolucionario, que hay alguien que si sufre, sufre porque quiere que su país sea mejor, y que si está angustiado es porque le preocupa que su país no sea mejor de lo que es, y le inquieta que su país pueda desbarrancarse.
Y en cuanto al teque, bueno, hace poco fui a ver una obra de teatro de un autor amigo, talentoso, al que le tengo aprecio; pero la obra —haya sido o no haya sido ese su propósito— acaba siendo un teque, solo que un teque de crítica a la Revolución, y ha sido premiada en el exterior. Si algo parecido a eso se hiciera en apoyo a la Revolución, algunos lo considerarían detestable, y tal vez hasta lo sería.
Debemos, sí, debemos criticar la Revolución para que sea mejor; pero también corremos el peligro de no recordar que por mucho de lo bueno que hemos hecho o estamos haciendo, debemos darle gracias a la Revolución, que ha hecho cosas maravillosas por este país y que puede dejar de hacerlas si no la mejoramos, porque puede desbarrancarse por el pragmatismo capitalista, pragmatismo que es malvado; cada vez que elogian a alguien llamándolo pragmático, me aterro, porque es un insulto, igual que incondicional. Debemos cultivar, practicar la lealtad reflexiva, no la incondicionalidad, que para el fascismo puede ser algo extraordinario, pero no para el pensamiento revolucionario emancipador.
Creo que también en eso Martí tiene mucho que enseñarnos; en medio de su discurso de 1893 en elogio a Simón Bolívar con ocasión del aniversario 110 de su nacimiento, señaló cuál es el Bolívar con quien debemos identificarnos, que no es el que careció de la fuerza moderadora del alma popular porque no le venía ni del hábito ni de la casta, y antes e inmediatamente después dijo por qué era grande, inmenso, el Bolívar cuya obra debíamos abrazar reflexivamente, y eso recuerda que ya en 1889, en La Edad de Oro, había dicho algo que suele interpretarse mal: aquello de que «los desagradecidos no hablan más que de las manchas», mientras que «los agradecidos hablan de la luz». No dice que no ven más que la luz. Para defender bien la luz hay que ver también las manchas; las causas patrióticas, las causas políticas tienen manchas, tienen defectos y debemos ser capaces de ver qué es lo que vamos a defender: defenderemos la luz, y para erradicar las manchas hay que conocerlas, no ignorarlas.
Esto tiene que ver con una preocupación presente en el libro y fuera del libro, y no solo mía, sino de muchos ciudadanos del país: la calidad que aún nuestra prensa no tiene y necesita alcanzar.
¿Por qué reunió en libro esos textos?
Por varios motivos. Un grupo de textos, juntos, adquiere connotaciones que no se perciben quizás cuando se leen dispersos. El papel impreso sigue dándole a la lectura un sentido del contacto físico, sensual incluso, que no se disfruta del mismo modo con el soporte digital, por lo menos para quienes nos formamos en el predominio del primero.
No todo el público cubano tiene el mismo nivel de acceso a sitios digitales, y está pasando entre nosotros algo que tal vez no sea tan casual: mucho de lo más interesante y sugerente ante nuestros problemas escrito y publicado hoy en Cuba —no digo que sea el caso de mis textos— queda marginado en meandros digitales, no pasa al controlado cauce central de los medios impresos, que tienen una especial responsabilidad con la información entendida como el patrimonio público que es, y en los cuales tantas carencias se sienten y se padecen. El secretismo parece estar extinguiéndose como tema en las agendas de las discusiones; pero ¿ha desaparecido como realidad? Esperemos que en el Décimo Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba no tengan que plantearse más o menos los mismos problemas que se debatieron en el Noveno.
Y un punto más: tal vez una de las maneras más efectivas de tener sin grandes demoras libros sobre la realidad que se vive sea publicar compilaciones o selecciones —de autor, o temáticas— de escritos aparecidos en publicaciones digitales o impresas. Puede suceder, aunque no es forzoso que así ocurra, que un libro más orgánico o extenso demore años en escribirse, otros años en revisarse y procesarse editorialmente y algunos más en imprimirse y circular. Cuando sale a la calle, tal vez ya sepa a viejo.
Vuelvo a los jóvenes. ¿Espera usted que su libro tenga buena acogida entre ellos?
No estoy seguro de que tenga alguna acogida. ¿Pasará inadvertido? Toda página publicada, todo libro es en gran medida una botella lanzada al mar, y ese mar es la sociedad, el público lector. Los textos de Detalles en el órgano… han tenido lectores, en el soporte digital, y muchos se han reproducido en sitios cubanos y de otros países. Ahora el volumen impreso es una botella que se lanza al mar y me gustaría que fuera bien acogido por jóvenes y no jóvenes, por personas de todas las edades, porque en definitiva son personas de todas las edades las que tienen que ver con la sociedad cubana, las que vivimos en Cuba y las que tenemos que decidir cómo modificar —el perfeccionamiento sería también una modificación, y no la menos deseable— el rumbo de nuestras aguas.
Repito: no sé, pero me encantaría que el libro tuviera buena acogida. En eso no soy nada original, ¿verdad?
¿Qué otros desvelos suyos serán tema de futuros Detalles en el órgano?
Podría preparar una nueva edición, aumentada, o, ya estoy pensando en eso, una segunda serie, o tal vez más. Por apremios de espacio, aunque en eso Extramuros fue también generosa, dejé fuera numerosos textos que ya estaban escritos y podían haber formado parte del libro, y luego de cerrada la selección he escrito otros, y seguiré escribiendo. Una segunda serie —no toda probablemente con trabajos publicados en Cubarte— pudiera incluir textos de igual extensión sobre la llamada cuestión racial —«Seamos humanoascendentes», «¿Y si no fuéramos genéticamente mestizos?»—, o acerca de lo más directamente vinculado con las imágenes culturales —«¿Museo Barbie en Cuba?», publicado en Cubadebate—, o en torno a las relaciones históricas y actuales entre Cuba y los Estados Unidos.
En ese tema estarían «Cultura, historia, y un águila que sí caza moscas», suscitado por una noticia —felizmente falsa, al parecer—, según la cual podía estar pensándose en restituir el águila imperial en el monumento habanero a las víctimas del Maine, y «Cuba y los Estados Unidos, otra etapa», que también circuló ampliamente después de aparecer en Cubadebate, sitio que actúa con gran agilidad, y al cual lo envié por la índole y la urgencia del tema.
Lo escribí a raíz del anuncio de conversaciones entre los dos países, pues intuí algo que los hechos confirmaron: el peligro de que en algunos la importante noticia condujera a una cierta parálisis, por asombro, o por la peregrina idea, o reflejo condicionado, de que era necesario esperar instrucciones sobre qué debía pensarse y decirse a partir de entonces sobre una historia y un monstruo imperial que siguen siendo los mismos.
Para los confundidos la propia potencia imperialista se encarga de ratificar, groseramente, sus entrañas. Ahí están, entre otras evidencias rotundas, la actual escalada contra la Venezuela bolivariana, y el permanente apoyo al poderío genocida de Israel, que, después de todo, es una sucursal del gobierno de los Estados Unidos. Desde todo punto de vista se entiende que el Maestro siga presente al tratar «detalles» de tal envergadura, como en el artículo «Con José Martí, para que la victoria siga siendo victoria».
En una de las respuestas se refirió a las mujeres, desnudas o semidesnudas, como uno de los grandes espectáculos del arte y de la naturaleza; a mí me parece un comentario halagador y sincero, pero quizás alguien pueda sentir algo de sexismo, ¿no le parece?
Me alegra la observación pues me permite afinar lo dicho. Me referí a la mujer no solo desde mi perspectiva de varón, sino por el hecho de que algunos trabajos audiovisuales siguen apostando a la explotación de la imagen de la mujer —explotada ella misma, para empezar, a lo largo de la historia— como objeto de atracción sexual. A eso me refería. Pero claro que hay belleza en los seres humanos, no se reduce a límites sexuales, y cada quien tiene el derecho de apreciarla donde mejor la encuentre para su gusto. Aunque no está de más la advertencia contra los excesos del sexismo: no nos libramos de ellos por decreto, y la cultura patriarcal lleva milenios imponiendo criterios, perspectivas… imponiéndose.
¿Algo más que añadir?
Expresar o reiterar mi gratitud a quienes la merecen: a Cubarte, por la acogida que ha dado casi siempre a mis textos; a Extramuros, por facilitar que varios de ellos encuentren más lectoras y lectores en una edición hermosa; al Instituto Cubano del Libro, por el apoyo dado a Extramuros; a quien ahora me hace, para el propio portal Cubarte, una entrevista que favorecerá la divulgación en torno al libro y ya me permite hacer más explícitas o enfatizar algunas de las preocupaciones y esperanzas que me animan. No son briznas de gratitud, sino agradecimiento en grande.
***
Tomado de Cubadebate
Visitas: 18
Deja un comentario