Luisa Pérez y Montes de Oca (Santiago de Cuba, 25 de agosto de 1837 – La Habana, 25 de mayo de 1922) pasó a la historia con el apellido de su esposo, por eso se la conoce como de Luisa Pérez de Zambrana. Fue una poetisa cubana de marcado acento elegíaco, una de las voces principales del romanticismo americano.
La vuelta al bosque
Después de la muerte de mi esposo
«Vuelves por fin, ¡oh dulce desterrada!,
Con tu lira y tus sueños,
Y la fuente plateada
Con bullicioso júbilo te nombra
Y te besan los céfiros risueños
Bajo mi undoso pabellón de sombra».
Así, al verme, dulcísimo gemía
El bosque de mis dichas confidente;
¡Oh bosque!, ¡oh bosque!, sollocé sombría,
Mira esta mustia frente
Y el triste acento dolorido sella,
Siglos de llanto ardiente
Y oscuridad de muerte traigo en ella.
Mira esta mano pura
¡Ay! que ayer ostentó, resplandeciendo,
El cáliz del amor y la ventura,
Hoy viene sobre el seno comprimiendo
Una herida mortal… ¡Bosque querido!
¡Tétricas hojas! ¡Lago solitario!
¡Estrella que en el cielo oscurecido
Rutilas como un cirio funerario!
¡Lúgubres brisas y desierta alfombra!
¡Alzad eterno y funeral gemido,
Que el mirto de mi amor estremecido
Cerró su flor y se cubrió de sombra!
Sobre la frente pálida y querida
Que el genio coronaba esplendoroso
Y la virtud con su inefable calma,
Sobre la frente ¡oh Dios! del dulce esposo,
Ídolo de mi alma
Y altar de humanidad y de dulzura,
Alzó la muerte oscura
La pavorosa noche de sus alas;
Y cual la tierna alondra que en su vuelo
Atraviesa las balas
Y expirante y herida
Baja bañada en sangre desde el cielo
Y queda yerta y rígida en el suelo
Con el ala extendida,
Así mi corazón de espanto frío
Quedó al golpe ¡Dios mío!
Que mi vida cubrió de eterno duelo.
Cuando volvió a la luz el alma inerte,
La tierra, la montaña, el mar, el cielo,
No eran más que el sudario de la muerte.
¡Oh bosque! ¡Oh caro bosque! Todavía
De este dolor la tempestad sombría
Ruge en mi corazón estremecido,
Y gira el pensamiento desolado
Como un astro eclipsado
Entre tinieblas lóbregas perdido.
Y aquí estoy otra vez… ¡Oh qué tristeza
Me rompe el corazón…! Sola y errante
Vago en tu melancólica maleza,
Por todas partes con dolor tendiendo
El mirar vacilante;
Ya me detengo trémula, sintiendo
El próximo rumor de un paso amante;
Ora hago palpitante
Ademán de silencio a bosque y prado
Para escuchar temblando y sin aliento
Un eco conocido que ha pasado
En las alas del viento;
Ora ¡oh Dios! de la luna entristecida
A los rayos tranquilos
Miro cruzar su idolatrada sombra
Por detrás de los tilos:
Y la llamo y la busco estremecida
Entre el ramaje umbrío,
En el terso cristal de la laguna,
Bajo las ramas del abeto escaso,
Mas en parte ninguna
Hallo señal ni huella de su paso.
¡Triste y gimiente río
Que los pies de estos árboles plateas!
¿Por qué no retuviste
Y en tus urnas de hielo no esculpiste
Su fugitiva imagen? ¡Aura triste
Que entre las hojas tus querellas exhalas!
¿Por qué no aprisionaste entre tus alas
El eco tanto tiempo no escuchado
De su adorada voz? ¡Oh bosque amado!
¡Oh gemebundo bosque! Ya no pidas
Sonrisas a estos labios sin colores
Que con dolor agito:
Pues no pueden nacer hojas y flores
Sobre un tallo marchito.
Que ya en el mundo mis inciertos ojos
Sólo ven un sepulcro que engalana
Flor macilenta con cerrado broche,
Y allí me encuentran pálida y de hinojos
Las lágrimas de luz de la mañana
Y los insomnes astros de la noche.
Otras veces aquí, ¡cuán diferente
Vagué en su cariñosa compañía!
El arroyo luciente
Como un velo de luz se estremecía
Sobre la yerba humedecida y grata,
Allá el movible mar desenvolvía
Encajes brillantísimos de plata
Y tembladoras, pálidas y bellas
En el éter azul asemejaban
Abiertos lirios de oro las estrellas.
Él con mi mano entre su mano pura
Bajo flores que alegres sonreían
Me hablaba de sus sueños de ternura,
Mientras con movimiento dulce y blando
Las copas de los álamos gemían
Nuestras unidas frentes sombreando.
¡Oh vida de mi vida! ¡Oh caro esposo!
¡Amante, tierno, incomparable amigo!
¿Dónde, dónde está el mundo
De luz y de amor que respiré contigo?
¿Dónde están ¡ay! aquellas
Noches de encanto y de placer profundo
En que estudié contigo las estrellas,
O escuchamos los trinos
De las tórtolas bellas
Que cerraban las alas en los pinos?
¿Y nuestras dulce confidencias puras
En estas rocas áridas sentados?
¿Dónde están nuestras íntimas lecturas
Sobre la misma página inclinados?
¿Nuestra plática tierna
Al eco triste de la mar en calma?
¿Y dónde la dulcísima y eterna
Comunión de tu alma y de mi alma?
¡Lágrima de dolor abrasadora
Que corres por mi pálida mejilla!
Ya no hay flores ni aromas en el suelo,
Ya el ruiseñor no llora,
Ya la luna no brilla,
Y en la desierta lividez del cielo
Se borraron los astros y la aurora.
Que ya todo pasó, pasó ¡Dios mío!
Para jamás volver; ¿a dónde ¡oh cielo!
A dónde iré sin él por el vacío
De esta noche sin fin? ¡Fúnebre bosque!
Hoy todo es muerte para mí en la tierra,
En la llanura con inmenso duelo
Se elevan los cipreses desolados
Como espectros umbríos,
Las brumas en la frente de la sierra
Crespones son que pasan enlutados,
Van en las nubes féretros sombríos,
El mar gimiendo azota la ribera,
Con sollozo de muerte el viento zumba
Y es, ante mí, la creación entera
La gigantesca sombra de una tumba.
Dolor supremo
Después de la muerte de mis tres hijas
Erais con vuestras cándidas diademas
De gracia, de dulzura y poesía
Los ensueños azules de mi alma,
La esencia de mi ser y de mi vida.
Los óvalos de luz de vuestras frentes,
Vuestra triste y dulcísima sonrisa,
Vuestros ojos divinos derramando
Suavidades de estrella vespertina;
La bondad celestial de vuestras almas
Blancas, resplandecientes, cristalinas,
Como el espejo terso de las ondas
En que el disco de Sirio tiembla y brilla,
Eran ¡oh cielos! mi sagrado encanto,
Eran mi arrobamiento, mi delicia,
Eran mi musa pálida y alada,
Eran las cuerdas de oro de mi lira.
Y hoy dormís en el fondo de tres tumbas
Con sudarios de lágrimas vestidas,
¡Lirios del Paraíso deshojados!,
¡Nave de blancos ángeles perdida!
Ya no os veré jamás ¡flores de mi alma!
¡Rosas aquí en mi corazón nacidas!
¡Ya no os veré jamás! ¡Cómo me anego
En torrentes de lágrimas de acíbar!
¡Cómo sollozo con la frente mustia
En el fúnebre césped sumergida!
¡Esculturas de nácar adoradas,
Bajo negro dosel, albas y frías!
¡Qué silencio en los ojos! ¡Qué tristeza
En las mudas facciones peregrinas!
¡Qué lágrimas heladas en sus rostros!
¡Qué intensa palidez en sus mejillas!
¡Imágenes en lo íntimo de mi alma
Con cinceles eternos esculpidas!
¡Yo os amo, yo os venero, yo os adoro,
Con los brazos en cruz y de rodillas!
¡Oh mis santas dormidas!, ya mi boca
No tocará gimiendo convulsiva
Vuestras brillantes cabelleras de ónix
Sobre la yerta palidez tendidas.
No besaré vuestras queridas manos
Sin movimiento, pálidas y níveas,
Ni se alzarán vuestras pestañas suaves
Sobre el armiño de la tez caídas.
Y no veréis mi temblorosa imagen
Que aterradora tempestad agita,
En vuestras urnas de cristal inmóviles
De adormideras tétricas ceñidas.
¡Qué siglos de dolor llevo en el alma!
¡En qué océanos de pesar se abisma!
¡Y en qué playas de luto y de silencio
Me encuentro, con las manos extendidas!
En la cuna de plumas de mi seno
Os durmió mi canción queda y sentida,
En la cuna de piedras de la muerte
Os duermen mis sollozos, ¡hijas mías!
¿Quién de este seno que os meció en la infancia
Verá la inmensidad de las heridas?
¿Quién medirá de mi dolor supremo
El mar sin horizonte y sin orillas?
¡Ojos hermosos, húmedos y tristes,
Cuyas miradas sobre mí se inclinan!
¡Frentes con palideces de luceros,
Sobre mares de lágrimas mecidas!
Aquí estoy vuestras lápidas velando
Cuando la virgen de ópalo declina,
Como vela el silencio de las tumbas
Una lámpara inmóvil y encendida.
Mirad mi sombra desolada y muda
Que en una eterna soledad camina,
Y cubrid con las dalias de la muerte
Esta inmensa corona de desdichas.
En la noche sin luna y sin aurora
Del calvario que subo dolorida,
Yo os miro suaves descender del cielo
Con las pálidas frentes pensativas.
¡Oh mi grupo de arcángeles amado
Que sigo sollozando estremecida!
Mi alma, llorando de rodillas, besa
Vuestras plateadas túnicas que oscilan.
¡Plegad el raso de las tersas alas!
Que en el musgo apoyada mi mejilla
Donde se posen vuestros pies sagrados
Besando iré la tierra bendecida.
¡Palomas de suavísimo alabastro
En la insondable eternidad dormidas!
Yo le enseño a los sauces vuestros nombres
Con un sollozo que, llorando, vibra.
Y en el altar de vuestros tres sepulcros,
Con la frente en las manos, abatida
Como la estatua del dolor eterno,
Llena de clavos, pálida y sombría,
Con un clamor desgarrador os llamo,
De esta gran sombra ante el supremo enigma,
Mi corazón despedazado os busca
En la profunda inmensidad vacía:
¡Oh en el silencio de la noche inmensa
Estrellas apagadas y divinas!
¡Almas desengarzadas de mi alma!
¡Perlas de mis entrañas desprendidas!
Visitas: 944
Deja un comentario