El poeta español Manuel Altolaguirre llegó a La Habana en abril de 1939, con la esposa y la hija de ambos, Paloma, de solo tres años. ¿Motivos? El conflicto civil interno en España, que convierte a muchos intelectuales antifascistas en trotamundos involuntarios. Al abandonar su España, Altolaguirre se dirige primero a Inglaterra; después, Atlántico de por medio, hacia Cuba.
“Húmedo por la lluvia —son palabras de Nicolás Guillén—, todavía deslumbrado por los relámpagos; ensordecido aún por el trueno; envuelto en el gran soplo dramático de la tempestad europea, he aquí a Manuel Altolaguirre, andaluz y español —vale apuntar ambas cualidades— recibiendo a rostro pleno el sol cubano, tantas veces entrevisto por él desde su Málaga natal, sumergida también en la misma blanca luz de nuestra Isla”.
En la capital cubana halló viejos amigos y descubrió otros nuevos. Dicta conferencias. El 30 de abril, fecha de la primera, lo presenta Nicolás Guillén con estas palabras: “Más que poeta puro, puro poeta, Altolaguirre es tan lírico en su obra como en su vida, que ambas hállanse traspasadas y unidas por un mismo hilo musical”.
El visitante dialoga sobre “El poeta Garcilaso de la Vega”. Destaca cómo los últimos centenarios de Garcilaso están ligados a dos fechas significativas: el de 1836 al nacimiento de Gustavo Adolfo Bécquer; el del siglo XX, al fusilamiento de Federico García Lorca.
Apunta que “Garcilaso era amor, deseo y entrega, desengaño y lágrimas. Un amor imposible llevaba consigo, lo avivaba para ahuyentar el frío de la muerte, para iluminar la senda de la vida”.
La segunda conferencia, el 18 de junio, va antecedida de las palabras de Fernando Ortiz: “Lorca es matado con algazara de tropas al comenzar la guerra incivil; Machado fallece en sus días postrimeros, exhausto y solo. Lorca abre el libro, Machado lo cierra”.
De disertar sobre Antonio Machado se encarga el escritor español Luis Amado Blanco. De hacerlo de Federico, se ocupa Altolaguirre, quien apela a recuerdos personales que dan la imagen vívida del hijo universal de Fuente Vaqueros:
“Ahora que su melodía duerme con los ecos, encuentro en su libro estos versos desgarradores, proféticos:
Todo se ha roto en el mundo.
No queda más que el silencio.
(Dejadme en este campo
llorando.)
El horizonte sin luz
está mordido de hogueras.
En el campo le dejaron, llorando el campo, no él, cuando los obscuros horizontes de España estaban mordidos de hogueras”.
Compañero en el tiempo de Rafael Alberti, Jorge Guillén, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, Miguel Hernández, García Lorca, reconoce que: “Mi poesía ostenta como principal influencia la de Juan Ramón Jiménez, soporta la de Luis de Góngora y se siente hermana menor de la de Pedro Salinas”.
Altolaguirre, con 34 años a la sazón, se destacó en un oficio que conocía al dedillo: el de tipógrafo impresor. En el taller La Verónica, de La Habana, instaló los equipos, tintas y prensa y con sus propias manos dio forma a la colección “El ciervo herido”, con la cual alcanzó a editar más de 100 títulos diferentes, el primero de ellos, Versos Sencillos, de José Martí, en tanto de su cosecha publicaba los cuadernos Nube temporal y La lenta libertad. El sello La Verónica, ocupa por sí mismo un lugar permanente en la historia editorial de la isla.
Al cabo de su laboriosa estancia cubana, Manuel Altolaguirre marchó a México para de nuevo sorprender en el país azteca como productor cinematográfico, al lado de un realizador de la talla de Luis Buñuel, con quien trabajó.
Ya desde España, en julio de 1959, llegó la última “sorpresa”, esta muy infausta, la de su muerte en un accidente automovilístico.
Manuel Altolaguirre es, uno, entre tantos, de los muchos ejemplos de españoles de las letras que se detuvieron en Cuba, trabajaron en ella y aquí dejaron su huella. En estos apuntes hemos intentado refrescarla.
Visitas: 75
Deja un comentario