Poderes del arte: la imagen suya que prevalece es la pintada por Diego Rivera en Sueño de una tarde dominical en la Alameda. ¿Ante quién se quita el sombrero el Duque Job, el duende Puck del sueño shakespereano? ¿Ante su gran amigo José Martí que le corresponde en la misma forma el saludo? ¿Ante la Muerte Catrina y su creador José Guadalupe Posada? ¿Ante Frida y Diego? El mural resistió el terremoto de 1985. El cronista ha sobrevivido un siglo de cataclismos. Hoy se muestra más fascinante que nunca.
Fue preciso llegar al año 2000 para darnos cuenta de que Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) es el mejor escritor mexicano del siglo XIX. Con nuestra repentina vigesimización, «decimonónico» ya no es un término derogatorio: ahora invoca una antigüedad clásica. En ella, al menos para nuestro país, Gutiérrez Nájera resulta el fundador de lo moderno, que no es lo mismo que lo contemporáneo ni lo actual.
La primera novela modernista
Cinco años después de su centenario Gutiérrez Nájera se ha transformado por completo. Este artículo se propone dar noticia de unas cuantas entre las muchas publicaciones que han causado esta modificación y hasta ahora no han trascendido el ámbito universitario para llegar al público general.
La más importante es el descubrimiento que hizo Belem Clark de Lara de Por donde se sube al cielo (1882), la única novela de su autor y la primera del modernismo hispanoamericano, pues Amistad funesta de Martí se publicó en 1885. También es la primera narración nuestra ambientada en un París imaginario, seis años anterior a los cuentos que incluyó Rubén Darío en Azul.
No se trata de establecer rivalidades nacionales en un movimiento que se pensó como hispanoamericano y fue un raro ejemplo de amistad. Desde hace tiempo sabemos que los llamados «precursores» —Julián del Casal, Gutiérrez Nájera, Martí y José Asunción Silva— son en realidad los fundadores del modernismo. Los cuatro murieron antes de aquel 1896 en que apareció Prosas profanas, el libro capital donde Darío recogió lo mejor de sus predecesores y lo llevó hacia adelante.
También, gracias a Ivan Schulman y Manuel Pedro González, estamos al tanto de que el modernismo se inició no en el verso sino en la prosa escrita para los diarios mexicanos por el joven Martí y el adolescente Gutiérrez Nájera. Ángel Rama en Rubén Darío y el modernismo y después Aníbal González (La crónica modernista hispanoamericana y Journalism and the development of Spanish American narrative) y Susana Rothker (La invención de la crónica) nos han hecho ver la importancia fundamental de este género, hasta fines de los sesenta considerado el abismo en que los poetas perdieron su tiempo y quemaron su talento.
Prosa de prisa, literatura de urgencia, escrita para ser consumida y olvidada al instante, en manos de estos grandes escritores la crónica tiene un valor estético y un interés que ya se han ausentado de novelas y dramas de su época. En este sentido hay semejanza entre Gutiérrez Nájera y la Ciudad de México que fue, como dice Vicente Quirarte, la verdadera novia del poeta.
Si vamos a la casa en que nació (Calle del Esclavo, 3; hoy República de Chile, 13) se aprecia un tercer piso añadido en el siglo XX. Al hurgar en los muros de esa construcción del XIX casi seguramente encontraremos que se halla superpuesta a otra del virreinato, a su vez edificada sobre un edificio azteca, parte del centro ceremonial. Así, la arqueología literaria nos ha revelado no uno, sino muchos Gutiérrez Nájera que no sospechábamos, y los descubrimientos aún están lejos de terminar. Quién lo hubiera imaginado de un autor que en vida solo publicó un libro, Cuentos frágiles, antes de cumplir 24 años.
Novedad de las ruinas
Entre 1936 y 1958 el profesor Erwin Kempton Mapes de la Universidad de Iowa microfilmó 2,100 textos, firmados con más de treinta pseudónimos y escritos en veinte años de actividad, y entregó este material a la Universidad Nacional Autónoma de México. El Centro de Estudios Literarios inició en 1959 la publicación de las Obras. En cuarenta años han aparecido siete volúmenes y dos fuera de colección: Espectáculos y Mañana de otro modo. En este se adelantan páginas de tomos por venir, entre ellas una novela corta, Aventuras de Manón (Recuerdos de ópera bufa) que también obliga a rehacer la historia de nuestra narrativa.
Seis de estos libros contienen sus Crónicas y artículos sobre teatro. Cubren de 1876 a 1892, de suerte que hay material para otro. Gutiérrez Nájera fue el más importante crítico teatral de su tiempo mexicano. Hoy leemos sus notas casi como textos de fantasía. Si la literatura se prueba por dar interés a lo que no interesa, estos artículos son páginas literarias de primer orden.
Varias de sus crónicas parecen cuentos y muchos de sus cuentos se asemejan a crónicas. Una actividad de esta naturaleza y extensión no dejó tiempo ni espacio para la novela. Es lamentable porque el joven que en 1882, a los 22 años (nació el 22 de diciembre de 1859), publicara Por donde se sube al cielo en el folletín de El Noticioso, pudo haberse convertido en nuestro gran novelista. En el estado en que se encuentra (falta una entrega que acaso no llegó a escribir) Por donde se sube al cielo es, señala Belem Clark de Lara, en un prólogo que se vuelve un libro de 121 páginas, un anticipo de la narrativa futura con su empleo de juegos temporales, monólogo interior y final abierto.
Como el Templo Mayor tan cercano a los lugares en que vivió, escribió y murió, parte de la novela estaba al descubierto en dos narraciones, incluidas por Mapes en los Cuentos completos de 1958: «Monólogo de Magda» y «El sueño de Magda». El exceso de trabajo llevaba a su autor a un frecuente reciclaje textual. A los 19 años, en las crónicas teatrales que recopiló Alfonso Rangel Guerra, Gutiérrez Nájera ya era un maestro. La prosa de Por donde se sube al cielo no admite comparación con nada de lo que se escribía por entonces en México.
El cronista y el repórter
Esta «voluntad de estilo», esta «escritura artística» que hoy hacen tan legibles y disfrutables las crónicas fueron también el motivo de su ocaso. Gutiérrez Nájera murió poco antes de que El Imparcial iniciara el periodismo gangsteril e industrializado, aunque tuvo tiempo de ver cómo, en la era de las especializaciones, los periódicos forjaron a su propio especialista: el «repórter» (la palabra aún no se castellanizaba):
De algún tiempo a esta parte, el hombre más terrible en México, la personalidad más terrorífica, viene siendo el repórter… A medida que los escritores bajan, los repórters suben. Estos caballeros y los moscos no respetan la vida privada. Antiguamente se podía no ser hombre público, pero ahora es imposible escapar de esta desgracia.
El periódico que había sido para los poetas la única manera de entrar en el mercado se les convirtió en un ámbito hostil. Si antes se les acusaba de prostituirse, de hacer por la paga lo que no tiene precio, después fueron los indeseables inmigrantes, acosados por los nativos de diarios y revistas. «Esto es muy literario, no es periodístico». A mediados del siglo XX la radio y la televisión se adueñaron de las noticias. Entonces se recuperó la literaturidad, los «repórters» se volvieron cuentistas, nació el New Journalism y, de rebote, se pudo leer a Martí, Gutiérrez Nájera y compañía bajo una nueva luz inesperada. Lo antiguo se volvió nuevo y lo nuevo quedó fuera de moda.
Es una paradoja que Por donde se sube al cielo se publicara en El Noticioso —la noticia como esencia del periodismo, opuesta al artículo doctrinario lo mismo que a la crónica frívola—, dirigido por Manuel Caballero, introductor del reporterismo en México. Le decimos «nota roja» a la información acerca de crímenes porque Caballero anunció el asesinato del general Ramón Corona con una plana en que chorreaba sangre a color la mano del asesino, llamado, como si fuera un personaje del realismo mágico, Primitivo Ron.
En 1907 Caballero resucitó la Revista Azul nada menos que para combatir el modernismo en su vertiente decadentista. Halló simpatizantes insospechados como Ramón López Velarde. La mayoría de la juventud literaria —la inminente generación del Ateneo o de 1910, encabezada por Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña— se levantó en contra de Caballero y en defensa de Gutiérrez Nájera. Hubo una manifestación que fue la primera protesta en las calles de la capital desde el ascenso al poder de Porfirio Díaz. Fernando Curiel, a quien debemos las ediciones facsimilares de la original Revista Azul y de la Revista Moderna, también ha reproducido y estudiado la publicación de Caballero en Tarda necrofilia.
Una crítica del TLC
Belem Clark de Lara dice en su libro Tradición y modernidad en Manuel Gutiérrez Nájera que la crónica fue a su vez mercancía y obra de arte. Él la vivió como un suplicio y una pena capital que malogró su trabajo poético. Sin embargo, la crónica lo hizo el pintor de la vida porfiriana. Para la Dra Clark la utopía del poeta era múltiple: la redención de las mujeres, el progreso de México, el humanizar una sociedad materialista y el crear una literatura propia.
Fue ciertamente uno de los jóvenes que en La Libertad rompieron con el liberalismo revolucionario y pensaron que solo la «dictadura honrada», sobre bases positivistas o «científicas», podía garantizar la paz y el desarrollo en un México asolado por el caos y la perpetua guerra civil. No obstante, contra el lugar común que lo encasilló como «afrancesado» y «evasionista», la investigación saca a luz un agudo crítico social. Por ejemplo, ante el primer Tratado de Libre Comercio (1881) advierte que el dólar es más poderoso que los ejércitos, los capitales norteamericanos son indispensables pero si no se les regula se adueñarán del país. Tendremos más fabricas, más industrias, más ferrocarriles; pero estas fábricas no serán nuestras; esas industrias ajenas y extrañas acabarán las propias; y por aquellos ferrocarriles, tan largamente deseados, vendrán los productos americanos, la sobra y el exceso de sus plazas, e inundarán nuestros mercados con mengua de los productos indígenas, incapaces de competir en baratura…
El más público de nuestros autores se vuelve también el más enigmático. No sabemos ni cómo era su aspecto físico entre tantas versiones contradictorias. Económicamente fue un asalariado, víctima de una sobrexplotación que se menciona entre las causas de su muerte. En términos sociales pertenecía a la élite. Su padrino de bautismo fue José Yves Limantour (apenas mayor que él; pero en esos tiempos un niño podía llevar a la pila bautismal a otro) y el poeta estaba bien relacionado con toda la oligarquía porfiriana. Entonces sigue siendo un misterio por qué no se le dio un puesto diplomático que le permitiera conocer su París soñado, o una remuneración periodística a la altura de su talento y de su esfuerzo.
¿Murió por exceso de trabajo, por alcoholismo o, versión oficial, de una enfermedad aristocrática, la hemofilia? Él, que era un «aristócrata en harapos», un dandy que solo alcanzó el dandismo en el estilo y se salvó de ser apenas un catrín (originalmente, el pobre que simula elegancia) gracias a su inteligencia y su destreza verbal.
La Dra. Clark supone que se dejó morir por desesperanza. Con el ascenso de sus contemporáneos, los «científicos», es decir los tecnócratas, el porfiriato —como observó Leopoldo Zea en 1942— perdió toda raíz mexicana para volverse un simple intermediario del capitalismo internacional y el positivismo se empleó para refinar el robo hasta los niveles de Wall Street.
La verdadera Duquesa Job
El sueño porfiriano fracasó en la política y en la economía, no, gracias a Gutiérrez Nájera, en la literatura. Como todos los escritores de su tiempo veneraba lo francés pero como crisol de internacionalismo. Escribe en 1894: «Mientras más prosa y poesía alemana, francesa, inglesa, italiana, norte y sudamericana importe la literatura española más cuantiosos productos serán su exportación».
Su mejor poema y el primero realmente moderno escrito en México, «La Duquesa Job», ilustra el método, al mismo tiempo librecambista y expropiador, que le resultó de tal manera fecundo. A partir de dos textos de Musset y una traducción de Agustín F. Cuenca, pone de cabeza el exotismo de una España vista con ojos franceses y lo hace un instrumento para hablar de lo que fue su aquí y su ahora. Ya que no podemos ir a París hagamos como que las calles de Plateros y San Francisco son nuestros bulevares. Por su levedad y su gracia el taconeo de la Duquesa Job no ha dejado de resonar en las avenidas de la poesía mexicana.
Hasta hoy uno creía que el poema era la encarnación real de un prototipo leído en las novelas ajenas y dibujado en las narraciones y los versos propios. Marie, la griseta francomexicana, nos parecía la versión local de la muchacha proletaria que en su variante vienesa surge en las obras de Arthur Schnitzler y oscila entre la obrera y la cortesana. (Según Émile Zola, la escala en París era grisette, lorette, cocotte.) La niña pobre divierte al joven rico que está casado o se casará con otra chica nada pobre. Cuando Gutiérrez Nájera se une a Cecilia Maillefert —fue como casarse con la literatura francesa ya que su padre vendía los libros en este idioma— Marie intenta el suicidio con fósforos disueltos en té. (Versión de Manuel Puga y Acal, a quien está dedicado el poema y que decía haber sido amigo en París de Rimbaud y Verlaine en un momento en que el primero se encontraba ya muy lejos y el segundo se hallaba preso en Bélgica.)
Otra eminente najeróloga, Irma Contreras García, publica en San Cristóbal de las Casas La verdadera Duquesa Job. Marie Rose Alphonsine Remy diseñaba sombreros en el almacén de Madame Anciaux. El Duque le dirigió cartas que se reproducen aquí y la cortejó a pesar de las chaperonas. El periodista pobretón no era un buen partido: Marie se casó con Guillermo Morales, alto empleado de otro almacén francés.
Quizá hubiera sido mejor quedarse con la velada sexualidad del texto («Después, ligera, del lecho brinca./ ¡Oh quién la viera cuando se hinca/ blanca y esbelta sobre el colchón!»), no encontrarnos con la foto, seguirle poniendo sucesivos rostros y cuerpos, ayer de Brigitte Bardot, hoy de Laetitia Casta. Tal vez nunca hubo nada entre ellos y a esa ausencia debemos el poema, escrito como defensa, diría Pavese, contra las ofensas de la vida.
Pseudónimos y heterónimos
Ana Elena Díaz Alejo preparó con Ernesto Prado Velázquez el Índice de la Revista Azul y estuvo durante varios años al frente del grupo editor de las Obras. Ahora lo coordina Yolanda Bache Cortés y forman parte de él Alicia Bustos Trejo, Belem Clark de Lara y Elvira López Aparicio que anuncian nuevos tomos con materiales inesperados.
Al margen del Centro de Estudios Literarios, Jorge von Ziegler escribió el prólogo para la edición facsimilar de la Revista Azul y Rafael Pérez Gay ha hecho una antología general de Manuel Gutiérrez Nájera en la serie Los Imprescindibles. Se trata de la primera selección publicada desde que, medio siglo atrás, Salvador Novo hizo una, ya tan inaccesible como las de Nervo y Urbina, para la serie de Clásicos Jackson, colección reaparecida como Biblioteca Universal en ediciones de Conaculta y Océano.
La selección de Pérez Gay es un acierto. Contiene numerosos textos desconocidos y un excelente estudio preliminar que, sobre todo, relaciona a Gutiérrez Nájera con sus tiempos porfirianos y con la Ciudad de México. Lo hace al punto de incluir dos mapas de aquella capital desaparecida y sobreviviente que fue su cuna, su escuela, su ámbito, su harén, su hospital, su escritorio y su tumba.
Yolanda Bache Cortés piensa que los pseudónimos en realidad son heterónimos: El Duque Job es tan distinto de Recamier y Puck de Monsieur Cancán como Fernando Pessoa se distingue de Alberto Caeiro y Álvaro de Campos. Esa pluralidad de escritores que fue Gutiérrez Nájera está muy bien representada en el libro de Pérez Gay.
Los capítulos reviven los títulos de sus secciones —«La vida en México», «Crónicas de colores», «Cartas de Junius», «Plato del día»— y añaden a sus mejores cuentos y poemas las crónicas de sus escasos viajes a Guanajuato, Puebla, Toluca, Jalapa y Cuernavaca, tierras exóticas para un escritor que consideraba «el extranjero» todo lo que estaba más allá de Palacio Nacional o el Castillo de Chapultepec.
Manuel Gutiérrez Nájera fue periodista en el sentido de Mariano José de Larra y como él merece figurar entre los clásicos de la prosa española. Si murió con el temor de haber sido efímero, los pasajeros en tránsito fuimos nosotros, condenados a desaparecer antes de que terminen de publicarse sus Obras.
Además la poesía mexicana del último siglo nació del enlace imposible entre Manuel y Marie. La Duquesa Job no es la grisette ni la cortesana: es la silueta del deseo que parece al alcance de la mano y se aleja siempre. En cada verso que se ha escrito más tarde en este país el Duque y su Duquesa espectral danzan, aunque uno ni lo sepa ni lo quiera, un vals sin fin que no se extingue.
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Tomado de Letras Libres
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