Esclavo al fin, maltratado unas veces, otras perseguido y por último retirado de todo quehacer público para que se le dejara vivir con algún sosiego, no es de extrañar que la fecha exacta de nacimiento del poeta Juan Francisco Manzano se desconozca y solo sea posible apuntar que nació en el mes de agosto de 1797. En cuanto a su muerte, tampoco puede precisarse sino el año: 1854.
A Juan Francisco Manzano los críticos no le conceden méritos extraordinarios como poeta, si bien le reconocen el mérito enorme de empinarse desde su humildísima cuna para demostrar a los recalcitrantes esclavistas de entonces que un niño negro podía revelar las mismas dotes artísticas que uno blanco, nacido en la más aristocrática de las cunas.
Hijo de esclavos de la Marquesa Jústiz de Santa Ana, llevó el apellido del esposo del ama y desde pequeño reveló una memoria potente y un talento inusual para la poesía, el catecismo y otras disciplinas, y se asegura que a los 12 años dictaba sus propias décimas.
Mero objeto —no otra cosa era un esclavo—, cambió de dueños más de una vez y si alguno le mostró benevolencia, otros no, por lo que su vida resultó una sucesión de desdichas (azotes incluidos). Se le permitió aprender a leer (privilegio vedado a los esclavos); halló tiempo para cultivarse y escribir versos que recogió en un volumen de Poesías líricas (1821), así como en la prensa habanera y de la ciudad de Matanzas, pues su existencia transcurrió entre las dos ciudades: Diario de La Marina, La Moda, El Pasatiempo, El Aguinaldo Habanero y otras publicaciones, para cuyos redactores la inspiración de Juan Francisco Manzano no pasaba de ser una «curiosa novedad».
Uno de sus sonetos más conocidos, titulado «Mis treinta años», ilustra acerca de la existencia del poeta:
Cuando miro el espacio que he corrido
desde la cuna hasta el presente día,
tiemblo y saludo a la fortuna mía
más de temor que de atención movido.
Sorpréndeme la lucha que he podido
sostener contra suerte tan impía,
si tal llamarse puede la porfía
de mi infelice ser al mal nacido.
Treinta años ha que conocí la tierra;
treinta años ha que en gemidor estado
triste infortunio por doquier me asalta;
mas nada es para mí la cruda guerra
que en vano suspirar he soportado,
si la comparo ¡oh Dios! con lo que falta.
Domingo del Monte e Ignacio Valdés Machucale tendieron la mano para abrirle las puertas en algunas de las publicaciones más prestigiosas de la colonia y a gestión de ambos se inició una suscripción para conseguir la libertad del poeta, que después abrió una dulcería en Matanzas.
El Diccionario de las Musas, de 1837, preparado por Manuel González del Valle, incluye sus poemas y es prueba de que Manzano fue reconocido entre sus contemporáneos. La popularidad tampoco le fue ajena. Publicó también un drama en cinco actos, Zafira, en 1842. Sin embargo son Apuntes autobiográficos, de 1839, los que mayor alcance consiguieron, pues total o parcialmente se tradujeron al inglés y al francés.
Pero ni con ello cejaron las humillaciones y la mala fe contra el escritor. Se le implicó falsamente en la Conspiración de La Escalera (que condujo al patíbulo al poeta Plácido —Gabriel de la Concepción Valdés— y a varios de sus compañeros), aunque él resultó absuelto. Entonces Manzano comprendió que lo mejor para su seguridad era retirarse a un lugar donde nadie se acordara de él y se le dejara vivir en paz. Tampoco escribió más. Y su mudez fue tal que hoy ignoramos la fecha en que murió.
«La vida fue cruel y dura con Manzano», apunta el crítico Max Henríquez Ureña. La afirmación es cierta. Pero al menos, Juan Francisco Manzano sobrevive en la memoria de la literatura cubana.
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