Quien no oye consejos, no llega a viejo, pero ¿en qué consiste aconsejar? Los hay en diversos grados, prácticos y místicos, realista y cínicos, ingenuos o malignos. Y muchos más. Niccolò di Bernardo dei Machiavelli (1469-1527), hombre de entre siglos, desarrolló toda una teoría del consejo y paseó su sabiduría en El príncipe. Iniciemos con esta perla: «Ha de notarse, pues, que a los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, porque si se vengan de las ofensas leves, de las graves no pueden: así que la ofensa que se haga al hombre debe ser tal, que le resulte imposible vengarse».
Sun Tzu en El arte de la guerra es más enérgico: «Es necesario dejar una salida a un enemigo cercado. // Muéstrale que existe una tabla de salvación y hazle comprender que existe una solución diferente a la muerte. Después, cae sobre él». Chinos, coreanos, vietnamitas, estadounidenses, rusos y el mundo en pleno han estudiado este libro con devoción.
El Duque de Urbino debe de haber leído mejor a su Maquiavelo prisionero en 1513, cuando escribió El príncipe, también consultado por gobernantes de todo el mundo. Si Lorenzo el Magnífico hubiese conocido a Sun Tzu sabría que: «El valiente debe batirse; el prudente, defenderse; el sabio, asesorar. No se desperdicia el talento de nadie». Maquiavelo sabía de ello, pero solía ligar el talento con la suerte, y asumió el papel de sabio y hasta de reformador social.
Hizo de los consejos una obra literaria que va más allá de los ofrecidos por los Evangelios de «pobreza, obediencia y castidad». También con más alcance que los eróticos de Ovidio en Arte de amar. Maquiavelo prefirió meterse en el ámbito de la política y, mientas permanecía preso, aconsejó sobre la libertad del soberano para juzgar y ejecutar. Juzgó a la republicana como la mejor forma de gobernar, por encima de las maneras propias de la aristocracia, la tiranía, la monarquía o la democracia, pero en El príncipe quiso hacerle ver a Lorenzo II de Médici cómo unificar a Italia mediante los recursos gubernativos de un soberano. No marcó la diferencia entre un soberano personal y otro republicano. Detrás de tanto aconsejar estaba la política y las luchas de intereses de su tiempo.
Por sobre Sun Tzu, Maquiavelo miró al acto de dar consejos y a la praxis política, como un arte, le ofreció una mirada también estética, escribió no solo con la fuerza del convencimiento sino con el trasfondo de placer de la lectura. Muchos de sus consejos son ya inaplicables, sobre todo en los siglos xx y xxi, pero la belleza de la escritura se impone por encima de la no practicidad; por ejemplo, escribió con belleza algo que no puede ser sostenido para un gobierno realista: «Un príncipe no debe entonces tener otro objeto ni pensamiento ni preocuparse de cosa alguna fuera del arte de la guerra, pues que es lo único que compete a quien manda», claro que se refiere al mando de un ejército, no a toda la sociedad.
Dice con proximidad a Sun Tzu y al gobernante, que: «…un príncipe prudente debe preferir […] rodearse de los hombres de buen juicio de su Estado, únicos a los que dará libertad para decirle la verdad, aunque en las cosas sobre las cuales sean interrogados y solo en ellas». Limita así a los consejeros, pero él mismo no se autolimitó con su libro y le dio algunos consejos al príncipe que superan las funciones de un mentor oficial. De muchas maneras ponía el Saber en función del Poder.
No sabemos nada sobre la reacción de Lorenzo, nada sobre cómo han leído este libro los poderosos de la Tierra, que quizás prefieran leer y callar, ejecutar y usar este verbo (ejecutar) también aniquilando, y hasta no referir las muy probables lectura de Sun Tzu ni de Maquiavelo. Quien gobierna se mete en la nave de la praxis, de la acción sin temblor de manos, y la poesía solo ha de servirle, si la lee, de esparcimiento. Bien por la poesía, incluso si se reviste de consejo al Poder.
Maquiavelo no se enteró que dio pie a un término: maquiavelismo. Se le relaciona con éticas inmorales y acciones dictatoriales o negativas para la sociedad, cuando en verdad Maquiavelo quería hallar el buen gobierno, cuidando de que el gobernante incluso «permitiera» que la gente se pudiera gobernar de manera democrática total. Padre de las ciencias políticas, su deseo no fue ser cínico, aunque a veces en párrafos enteros de su obra lo pareciera, sobre todo cuando escribió sobre las relatividades de las promesas, de la justicia, e incluso de la palabra empeñada, en función de la pragmática política.
También Thomas Hobbes (Leviatán, 1651) habría de emular a Maquiavelo y a Sun Tzu. Pero ello es harina de otro costal. Es como preferir la injusticia al desorden, sin hablar de que algo sea injusto callándolo, porque el orden social sea preferible a la reyerta constante. Maquiavelo, Hobbes y Goethe lo dicen así mismo. El primero de los tres no usó mucho en su tratado la palabra «justicia», y nunca se refirió a la belleza como arte. Su mirada maquiavélica estaba fija en el Poder.
Al poder unipersonal hay que ponerle límites, porque a veces rompe y corrompe, puede acrecer la soberbia humana y pronto surge el don dictatorial, donde la sinrazón podría ser la razón de Estado. También Maquiavelo trató acerca del modo parlamentario para evitar el dictado unipersonal, y vio que al príncipe hay que ponerle frenos o el caballo del Poder se desbocaría. Y ya esto tal vez no sea «maquiavélico».
Leer El príncipe no es solo un placer de gobernantes, pues es también lectura de gozo, de necesidad, de inteligencia para las personas que solo hemos de gobernar nuestras vidas y a veces nuestras casas. Para El Magnífico, El príncipe debe de haber sido una grandiosa lectura, y lo es para los que no somos príncipes, ni siquiera si una doncella nos diera un beso. En todo caso, el príncipe azul también debe leer a Maquiavelo.
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