A 121 años del natalicio de una de las figuras más extraordinarias de la cultura insular como fue Marcelo Pogolotti apenas se conoce de su obra como escritor. No es de extrañar, pues, cuando también en el terreno del arte poco abunda el estudio de su obra pictórica. Y, por si esto fuera poco, tampoco se tienen en cuenta hoy sus aportes a la filosofía de la cultura y del arte. El cubano que firmó el Manifiesto de los Pintores Futuristas y que nos legó un ensayo único como La pintura de dos siglos. El Siglo de Oro Español y el Gran Siglo Francés estudio premiado en Francia, es ignorado hoy por las editoriales y la academia.
No ha habido en Cuba hasta el momento un creador de las artes visuales que se le equipare. Poseía una cultura que rebasaba las fronteras de las llamadas especialidades. Conocedor profundo de la filosofía, la historia, la sociología y, por supuesto, de la historia del arte dejó una obra que está todavía por estudiar. Su libro más conocido, Del barro y las voces es imprescindible para conocer los avatares de la cultura y el arte cubano a lo largo de la República y primeros años de la Revolución. Nadie como él dejó un testimonio tan nítido de nuestra escritura, en el sentido más amplio, como lo hizo en La república a través de sus escritores. Ningún pintor cubano se le iguala, pues, por su talla, su ética y profundo conocimiento la cultura insular y universal.
Trabajó la prosa de ficción y en 1943, ya en radicado en Cuba, publicó su primera novela La ventana de mármol. Hasta donde conozco no tuvo especial resonancia de la crítica a pesar de que en ella se palpa no solo al pintor, sino también al hombre de una especial sensibilidad ante la tragedia humana. Habría que añadir también que en sus páginas vibra una especial cubanía que cobra forma como antiguos bodegones: «Viviente misterio, testimonio mudo de una impenetrable historia sin documentos. Suculencia de carnes rojas cual un mamey seccionado presentando su rica pulpa y la lustrosa semilla en el centro».[1]
El caserón del Cerro (1961), publicada tardíamente, pues se escribió veinte años antes es un intenso trabajo con el espacio. El mismo espacio que él trabajó como pintor. Por eso el espacio en esta novela alcanza dimensiones muy diversas. Su caserón del Cerro guarda una historia que trasciende a su familia y se entronca con las raíces propias de la nación. Así, al escribir el prólogo de esta memorable novela afirma:
Las casas se impregnan de la vida y el espíritu de sus moradores. Testigos constantes de sus cuitas, los afanes y las alegrías de las personas que cobijan, acaban por identificarse con ellas. Con el decursar de los años forman parte de una misma sustancia. Constituyen una entidad que deviene un mito. Así, se designa con la palabra «casa» una estirpe, una empresa comercial, una familia que se frecuenta. En esa mitología se ceban la imaginación y la fantasía, tanto individuales como populares.[2]
Estrella Molina (1944), con diseño de cubierta e ilustraciones de René Portocarrero, es, sin lugar a dudas, el texto más depurado de la vanguardia cubana. Sus reflexiones en ella acerca del arte, el hombre y la sociedad le hicieron afirmar a Guy Pérez Cisneros en el prólogo a dicho texto que tuvo una primera y única edición en 1946: «Hay aquí una novela filosófica».[3] En efecto, es la única novela filosófica con la que cuenta la historia de la literatura cubana.
No sólo publicó estas novelas porque se añaden cuentos y una comedia que recogió en Los apuntes de Juan Pinto en 1951. Ya en México publicó en 1963 su último texto de ficción, Detrás del muro, calificado por él como cuento-novela. Aquí, el espacio adquiere otras sutilezas y el artista concentra su atención en la proyección enormemente humana del personaje de Loya, hilo conductor de estos relatos.
La narrativa de Marcelo Pogolotti no es un mero desvío de su obra pictórica. Él es un narrador de una fuerza y una fibra única en el devenir de la literatura cubana. En este terreno confluyen múltiples maneras de ver el mundo, pero en todas y cada una de sus novelas se alza el profundo humanismo y la apasionada, limpia y honesta mirada de lo que debe ser el arte.
[1] Marcelo Pogolotti: La ventana de mármol. Imprenta “La Verónica”, La Habana, 1943, p. 123.
[2] Marcelo Pogolotti: El caserón del Cerro. Ediciones de la Universidad Central de Las Villas, La Habana, 1961, p.7.
[3] Guy Pérez Cisneros: Prólogo a: Estrella Molina. La Habana, Imprenta “La Verónica”, 1946, p. VII.
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