Nada más fácil para un buen lanzador de béisbol que estar en el noveno inning de un juego, con dos outs, las bases limpias y un conteo de dos strikes sin bolas y preparado para lanzar una slider a más de noventa millas por hora, que inevitablemente dejará al bateador con la carabina al hombro y ganará la cerrada ovación de los fanáticos. Les confieso que me siento en una situación similar: yo soy, salvando las diferencias de contexto, ese lanzador; ustedes son los fanáticos, y la poderosa slider que voy a lanzar, seguro de su demoledor efecto, es la novela Margarita, está linda la mar, del gran narrador nicaragüense Sergio Ramírez.
La prehistoria es conocida: esta novela ganó en 1998, el Premio Alfaguara en su primera edición, junto con la novela Caracol Beach, del cubano Eliseo Alberto, otorgado por un jurado presidido nada menos que por Carlos Fuentes, y a partir de ese momento, el criterio de sus lectores ha sido unánime: estamos en presencia de una de las grandes novelas latinoamericanas contemporáneas. Poco después, y para confirmar esta opinión universal, recibió el Premio Honorífico de Narrativa José María Arguedas, Casa de las Américas 2000, para obras publicadas en el último bienio, también en su primera edición se ha escrito bastante acerca de los extraordinarios aportes de esta novela, para que en el día de hoy yo intente agregar valoraciones críticas. En estos casos, siempre he preferido compartir las impresiones que como compañero del oficio he recibido después de una lectura apasionada del texto. Y esa impresión ha sido sencillamente memorable.
En primer lugar, el propio proyecto de esta novela le plantea al autor dificultades abismales: Rubén Darío, Anastasio Somoza. ¿Qué pueden tener en común, salvo la nacionalidad, estos dos personajes: Darío, uno de los más grandes poetas de su tiempo; Somoza, casi cincuenta años después, uno de los más feroces dictadores? Sergio Ramírez encuentra en estas páginas, un hilo que los une: Salvadora Debayle, la hermana de Margarita, sería la esposa del dictador, la fundadora de la estirpe que estuvo a punto de robarse un país entero. A ambas hermanas, el indio de las manos de marqués, les dedicó hermosos poemas en sus abanicos de niñas. Y eso fue suficiente para que las obsesiones de la infancia del autor comenzaran a cobrar vida en un complejísimo corpus novelesco.
Siempre me ha interesado el lado oculto de los personajes de la historia [ha dicho Sergio Ramírez]. Ese lado oculto de los personajes me ha fascinado desde pequeño, tanto en Darío como en Somoza, pues fueron los grandes hombres de mi infancia. Somoza es la gran omnipresencia de mi infancia, era el presidente, y para mí, iba a estar siempre ahí, al igual que el poeta, Darío.
Y en el centro de ese contrapunto, que es tanto de personajes como de fechas (1907 y 1956, los años claves de la novela), un grupo de jóvenes, que se reúne en un café de León, se dedican, entre otras cosas, a reconstruir la vida del poeta y a conspirar para ajusticiar al dictador. La novela se desarrolla entre estos y otros planos narrativos, conducidos magistralmente por un doble narrador: para un estudioso de las técnicas narrativas como yo, el empleo de un narrador omnisciente, limitado a los momentos en que el autor lo necesita, a la manera de una narrativa remota y olvidada en el tiempo, pero que funciona como recurso muy posmoderno, resulta verdaderamente sorprendente. Con lo que el autor de Castigo divino nos demuestra que una vieja técnica empleada con maestría para narrar nuevos contenidos se vuelve novedosa y original. Ramírez, refiriéndose a este recurso:
Yo he querido romper con lo tradicional yendo a lo más tradicional. Hice una relectura muy profunda de Tristán e Isolda, una novela que se escribió a finales de la Edad Media, cuando todavía no existía la imprenta, la cual contiene un script dedicado a los lectores porque había quienes se reunían en una posada para leerles a los otros, les decía: «Fíjense bien. Ahora escuchen». Les llamaba la atención para que no se perdieran en la lectura, ya que es muy difícil mantener la atención de quien no está leyendo. Yo utilicé estos mismos recursos, pero también aquellos de las viejas radionovelas, en las cuales uno no veía a los personajes. Entonces el locutor jugaba un papel muy importante, porque era quien mantenía un diálogo entre él y sus receptores. Ese es un elemento que también he querido usar aquí para los cambios de tiempo.
Otro aspecto memorable es el lenguaje de esta novela, de extraordinaria riqueza, que se amolda plásticamente a los contextos que narra. Unas veces modernista, otras con el ritmo de la música tropical, es un verdadero tour de force narrativo, que tiene su apoteosis, a mi juicio, en los diálogos magistrales que caracterizan y, sobre todo, vuelven, a esos personajes, seres de carne y hueso: en una palabra, la ficción se vuelve realidad.
Pasado, presente, historia y leyenda, 1907 y 1956, realidad y ficción, toda la historia de un país apresada en una metáfora narrativa de altos vuelos. Eso es Margarita, está linda la mar, de Sergio Ramírez. Una novela inolvidable. Una obra maestra.
Respetable público:
Ya se lo había advertido: para el último lanzamiento, mi slider era imposible de batear. Ahora, después que el umpire acaba de cantar el último strike, finaliza el juego, y espero la ovación.
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Texto incluido en El libro de las presentaciones, de Eduardo Heras León, publicado en 2018 por Editorial Oriente.
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