Nacida en Belo Horizonte el 3 de abril de 1921, Maria Clara Machado tenía cuatro años cuando su familia se trasladó a Rio de Janeiro, donde residiría el resto de su vida. Su padre fue el escritor Aníbal Machado, cuya casa era punto de encuentro de intelectuales como Vinicius de Moraes, Carlos Drummond de Andrade, Candido Portinari y Rubem Braga, entre otros, y en ese ambiente de cultura crecieron Maria Clara y sus hermanas.
Desde muy joven, Maria Clara comenzó a escribir para el teatro de títeres, y en 1950 obtuvo una beca para estudiar teatro en París, donde permaneció durante un año. Al regresar, en 1951, se unió con varios amigos para fundar el grupo teatral de aficionados O Tablado. La primera pieza escrita por Maria Clara, El buey y el burro en camino a Belén (1953), fue pensada para el guiñol, pero terminó siendo representada por actores.
En 1955 se estrenó el mayor éxito del grupo O Tablado: Pluft, o fantasminha (Pluft, el fantasmita), el texto más editado de Maria Clara. Le siguieron otras piezas para niños, como O cavalinho azul (El caballito azul), A bruxinha que é boa (La brujita buena) y A Menina e o vento (La niña y el viento). O Tablado se convirtió en una importante escuela de actuación dirigida por Maria Clara, quien escribió también piezas para adultos y actuó en obras como La zapatera prodigiosa y Doña Rosita la soltera, de Federico García Lorca, y El tío Vania, de Antón Chéjov. De 1964 a 2000, Maria Clara fue directora artística y profesora de O Tablado, y durante esos años formó a centenares de profesionales de las artes escénicas.
El 30 de abril de 2001, a los ochenta años, falleció María Clara Machado en Rio de Janeiro. Reconocida como una de las más importantes autoras y directoras teatrales del Brasil, su memoria permanece viva en la escuela de O Tablado, que continúa la labor comenzada por esta gran maestra y dramaturga.
Maria Clara escribió también poesía; el poema que he traducido para compartirlo con nuestros lectores está incluido en la antología Bissextos contemporáneos (Bisiestos contemporáneos, 1996), del poeta Manuel Bandeira:
Viaje
Desde la plataforma de mi trencito veo las cosas pasar.
Pasó corriendo una casa, y tras ella una quinta y una señora
gorda con su hijo en el regazo y un fardo en la cabeza.
Pasó después un árbol solo, tan solo que enseguida
pasó otro más, de prisa, corriendo tras aquel.
Pasó un urubu volando asustado en busca de la robada soledad.
Pasó después una flor dando el brazo a otra flor, bailando,
bailando...
Pasaron también montañas y abismos, puentes y túneles.
Los bambús, las palmeras, el pasto, el arroyo seco, pasaron corriendo,
cantando con el viento, tras la tempestad, que venía viniendo del cielo
y que pasó también.
Un río que quiso seguir a la gente pero no pudo más y desapareció detrás del monte.
Pasó una nube corriendo por encima de los pinares.
Pasó la humareda prieta salpicada de fuego.
La humareda era carbón y se volvió nube y el fuego entonces corrió también
para volverse estrella.
Solo yo quedé parada, en la plataforma, para espiar todo. Llegó el jefe del tren,
dijo que yo no podía quedarme allí y desapareció también.
Llamé a mi amiga para que se acercara, y le dije que no se fuera,
que se quedara. Y entonces nos quedamos las dos viendo las cosas pasar.
El trillo huye de la gente porque quiere encontrar el otro trillo allí delante.
Pero él nunca lo encuentra y continúa corriendo, corriendo...
Pasó la estación pequeñita con hombre de uniforme y bandera
verde haciendo señas sin parar.
Pasó la voz de la joven con vestido nuevo vendiendo pastel y pasó un
olor a café con pan de maíz.
Pasó el rocío de la madrugada y el maizal y el cuarto oscuro.
Pasó un niño algo sucio otro niño que dijo adiós y rio.
Pasó la noche, pasó el día, pasó la noche otra vez y vino de nuevo
el día que también pasó.
Un cisco entró en los ojos de mi amiga y entonces ella se fue también.
Solo yo quedé, parada, sola, en la plataforma, para espiar todo lo que iba
pasando, pasando...
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