
María Valero, detrás de un rostro, de la escritora, locutora, periodista e investigadora Josefa Bracero Torres, Premio Nacional de Radio, es el título del libro, publicado por la editorial En Vivo, y está dedicado a quienes aman la vida y la obra de la primerísima actriz española.
Ante todo, habría que destacar que dicho volumen se estructura en los más disímiles valores, que el lector podrá descubrir —con meridiana claridad— en las páginas de ese texto, devenido un valioso aporte al desarrollo histórico de la centenaria radio insular en el archipiélago cubano.
Después de analizados los hallazgos de una exhaustiva investigación histórica y periodística, y con apoyo en testimonios de quienes la conocieron y trataron en vida, la prolífica autora relata que María de los Dolores Valero Sisteré (1912-1948) era una primerísima actriz hispana, exiliada en la mayor isla de las Antillas al concluir la Guerra Civil Española (1936-1939), y calificada por el público y la crítica insulares como la Gran Dama de la Radio Cubana.
Desde que llegó a la Perla del Caribe, en 1939, la carismática actriz dejó una impronta en la radio cubana con sus actuaciones estelares en las novelas, Doña Bárbara, El precio de una vida y El derecho de nacer, que la llevaron a despertar grandes simpatías entre los radioyentes de todo el territorio nacional.
María no era una mujer bonita, pero sí tenía la elegancia y la dulzura como rasgos caracterológicos fundamentales; con una voz que acariciaba la mente y el alma de la audiencia que la seguía, y una personalidad recia, porque lo que le faltaba en belleza física, lo tenía en belleza moral y espiritual.
Al finalizar la contienda bélica en la península ibérica, Valero logró llegar a Francia, y de ahí, a la Ciudad de las Columnas en el buque El Flandrecubierta con una gran mantilla negra, y trajo, en algún lugar del equipaje, un cofrecito con un puñado de tierra madrileña que recogió en la premura de la evacuación, con el fin de que la acompañase para siempre.
En 1939, formuló la solicitud para ingresar en la Asociación Cubana de Artistas Teatrales, avalada por la tía Pilar Bermúdez, actriz ibérica de prestigio, y el actor Santiago García Ortega.
La firma Sabatés la contrató con carácter de artista exclusiva; y actuó solo en los programas que patrocinaba esa firma jabonera. Pero CMQ, en guerra con Radio Cadena Azul (RHC), la quería para sí y le ofreció un salario de 600 pesos mensuales, suma no alcanzada por actriz alguna en la nación cubana, en aquella época. Ella aceptó la proposición, y deshizo la pareja que integró con el actor Ernesto Galindo. Por otra parte, una nueva pareja artística se le unió en CMQ-Radio: el primerísimo actor Carlos Badías. María fue obteniendo galardones y reconocimientos en su carrera artístico-profesional, tanto en la RHC como en CMQ. En 1942, la Asociación de la Crónica Radial e Impresa (ACRI) comenzó a distinguir a los artistas más destacados del país y la eligió como la Primera Actriz del Año.
Josefa Bracero cita el testimonio de la escritora Mirta Muñiz, quien fuera testigo del lamentable accidente en que perdió su preciosa vida la Gran Dama de la Radio Cubana.
El accidente sucedió cerca de las cinco de la mañana y fue tan rápido que no […] dio tiempo a nada. No sé cómo ni por qué María se había adelantado unos pasos sin percatarse de un auto que venía a gran velocidad. Todos quedaron muy afectados, fundamentalmente su primo, el primer actor Eduardo Egea, [quienes] eran grandes amigo.
El cadáver fue expuesto en la antigua funeraria Caballero, en lo que después sería la Rampa habanera. Allí los fotógrafos captaron la última imagen de María. La mantilla negra que había traído de España le cubría la cabeza y parte del rostro maltratado por el accidente. Tanta era la gente que quería despedirse de su ídolo que, para entrar a la casa mortuoria, no quedó más remedio que formar una fila que arrancaba en Malecón y subía por 23, y otra desde la calle 27 hasta M. A la hora del sepelio, el pueblo la acompañó hasta su última morada.
La noche en que ocurrió el siniestro accidente que llevó a la tumba a María Valero no se transmitió el capítulo 200 de El derecho de nacer. La CMQ trasladó a la funeraria sus micrófonos. Enrique Núñez Rodríguez, quien comenzaba su carrera como autor radial, debió escribir de prisa los textos con que los actores rendirían homenaje a la actriz. Y el director Justo Rodríguez Santos recibía la encomienda de entresacar, de capítulos ya transmitidos de la radionovela, frases en boca de la fallecida a fin de ponerla a dialogar con Minín Bujones, quien desempeñaría el papel de Isabel Cristina.
María se despedía en aquella conversación que nunca fue, como si partiera a ese «mundo mágico» lleno de música, poesía, luz y color, adonde van a dormir el sueño eterno las almas de quienes, al decir del genio martiano, «aman y crean». El público se emocionó mucho al escucharla por última vez, con su voz bellísima, al irse de la novela, de la radio y de la vida.
Estoy seguro de que la lectura de esa historia de vida de la primerísima actriz María Valero satisfará —con creces— las necesidades intelectuales y espirituales de quienes decidan incursionar en las cautivadoras páginas de esa obra, y al mismo tiempo, enriquecerá — ¡¿quién lo duda?!— la mente y el alma de quienes no pudieron conocer —a través de las ondas hertzianas— a la Gran Dama de la Radio Cubana.
Visitas: 613
Deja un comentario